Capítulo 43
Los dos caballos relincharon levemente cuando Arno tiró de las riendas para que se detuvieran. Habían completado la mitad del viaje hacia Poissy, deteniéndose a descansar en la misma posada que eligió con Élise días atrás en una pequeña aldea de paso.
Lucía bajó del carro a la vez que el hombre, y esperó con los animales mientras Arno iba dentro del lugar a pedir ayuda. Cuando se quedó sola, la chica suspiró para descargar aquella estúpida incomodidad que sentía, aun no creyéndose que el asesino no hubiera entrado en el tema sobre la pasada noche a la llegada de su hermanastra.
Al observar el regreso de Arno junto con un joven empleado de la posada, ella cambió de actitud, cediendo las riendas al chico para que se ocupara del carro.
-Entremos. -Dijo Dorian con un gesto de mano, haciendo que ella fuera delante.
La pareja se adentró en la acogedora estancia donde una chimenea crepitaba. El lugar estaba casi vacío; solo el tabernero y una pareja de agricultores sentados en una mesa rompían el silencio que solo se alteraba por leves sonidos. Los dos asesinos trataron de no cambiar la atmósfera, acercándose a la barra.
-¿Algo para cenar? Acabamos de preparar un guiso de zanahoria y liebre. Irá muy bien con un poco de vino.
-Sí, está bien. -Respondió Lucía cuando Arno la miró ante el comentario del orondo tabernero.
-Siéntense y los llevaré a la mesa. -Agregó tras recoger las monedas que el asesino dejó sobre la barra.
Ambos anduvieron hacia una de las mesas cercanas a la chimenea, sintiendo que eran capaces de quitarse las capas al entrar en calor por fin. Una vez descubiertos, se sentaron enfrentados, manteniendo el silencio hasta que Lucía habló.
-¿Cuál es el plan cuando lleguemos a la ciudad? Será muy temprano si salimos de aquí antes de medianoche.
-Nos quedaremos en la hospedería y contactaré con el hombre que lleva la granja donde estuve con Élise. Después vamos a dedicar unos días a buscar información por los bajos fondos, y a espiar a la hija de Perriand antes de ir a hablar con ella.
-Bien. Hay que tener información que poder contrastar para ver si calla algo o miente.
-Sí, esa es la idea.
La joven asintió conforme, y el silencio se hizo de nuevo ante la llegada de la comida. El tabernero depositó todo lo que portaba en su bandeja, alejándose poco después con la misma velocidad. Arno alzó la mirada de su cuenco para ver a la española remover el contenido con desgana, vislumbrando aquella seriedad que había tenido desde la mañana. Sin poder contenerse más, abandonó el cubierto en el guiso, hablando.
-¿Estás bien? Has estado muy callada todo el día.
-Sí, no pasa nada. Solo pienso en el trabajo y en Gastón; es muy raro que no haya aparecido después de que le expulsen incluso.
-No volverá a hacerte daño, Lucía. -Agregó de forma solemne, haciendo que ella se apresurara a responder.
-Querrá hacértelo a ti primero, Arno. Vendrá en cualquier momento, lo sé.
-Tranquila, estaremos preparados. Vamos a acabar con esto, te lo prometo.
Ella bajó la vista, asintiendo a la par que suspiraba con resignación. No obstante, el francés no acabó ahí, dirigiéndose al tema que quería tratar.
-¿No hay nada más que te preocupe? Anoche con la llegada de Élise te pusiste muy rara. -Continuó al contemplarla dudar. Al ver que la española no sabía por dónde comenzar a hablar, él continuó. -Le conté que estamos juntos y lo que pasó. Se dio cuenta de tu actitud y me preguntó. Lo siento si te ha molestado.
-No me molesta, Arno. No hay por qué esconder nada... es solo que no pudo evitar sentirme incómoda por vuestra relación, y no estaba preparada para encontrármela sin mentalizarme.
-¿De verdad es eso solo?
-Sí, bueno... creo en lo que me dijiste, aunque es verdad que no puedo evitar sentirme inferior y compararme con ella. Ambos habéis vivido mucho juntos. Todo es culpa de mi cabeza, lo siento. No quiero que creas que pienso que no eres sincero.
Arno guio su mano hasta la de ella, y mirándola a los ojos habló con firmeza, entendiendo lo que la joven debía vivir interiormente.
-Te quiero; es algo que tengo claro. Quiero a Élise, pero también sé que no de la misma forma, ya no. Ella también tiene las cosas claras respecto a eso. Nuestra relación es otra diferente. Es normal que sientas esa inseguridad ante la situación; cualquiera podría estar igual, así que no pidas perdón, Lucía. Habla de lo que necesites, por favor. Quiero ayudarte si puedo, y no me importaría en absoluto tener que repetir constantemente que eres increíble, o besarte a cada minuto para que cada parte de ti sienta que realmente ya solo puedo pensar en ti.
La rubia sonrió ante su monólogo, y se atrevió a seguir su impulso de levantarse para acercarse hasta él, besándole con ganas sin importar nada.
Arno rodeó su cintura con un brazo, y acabó por sentarla en sus rodillas para poder profundizar el beso mientras acariciaba su rostro. Segundos después ambos se separaron, y una sonrisa apareció en ambas faces. Lucía entonces apoyó su frente contra la de él, susurrando que le quería.
Cuando la oscuridad se hubo cernido sobre Poissy, una nota había llegado a la posada donde la pareja de asesinos se hospedaría. Arno se sorprendió de la velocidad y buen funcionamiento del correo en la ciudad, pues en la mañana de ese mismo día al llegar había escrito al hermano de Weatherall. Recibieron con ánimo las palabras del hombre, quien en aquel tiempo había podido recabar algo de información sobre la actividad templaria en la ciudad, dándoles algo por dónde empezar.
Arno y Lucía habían salido antes de la media noche, llegando a las puertas de una céntrica taberna de la ciudad muy concurrida. Al parecer allí llevaban un tiempo reuniéndose los templarios que vivían en Poissy y los que estaban de paso, puesto que la propiedad había cambiado a las manos del hijo de uno de ellos.
La pareja de asesinos había discutido anteriormente los diversos planes a ejecutar, con lo que entraron por separado, como si no se conocieran, y cada cual se dirigió a una zona del antro lleno de voces.
Arno se sentó en una de las pequeñas mesas vacías, interactuando enseguida con un grupo cercano para dejarse aconsejar por la bebida que más le convendría a un comerciante viajero para olvidar una mala transacción.
Lucía por su parte se acercó a la barra al ver que había una camarera joven, y comenzó con su estrategia, intentando olvidarse de la incomodidad que le provocaba el corsé tan apretado. Sin duda disfrazarse era lo que más odiaba de su trabajo.
-¿Qué te pongo? -Preguntó la joven, abandonando momentáneamente su halo de sensualidad importado para sus clientes masculinos.
-Vino, y unas respuestas, si serías tan amable. -Dijo la española, mostrándose acongojada.
-Tú dirás. -Agregó mientras servía una copa, pasando a escucharla.
-Estoy buscando a un hombre que es de la ciudad, aunque lleva meses fuera. Se apellida Manet, y creo que tiene relación con los templarios. Estoy embarazada, y no sé cómo contactar con él.
La camarera cambió la expresión del rostro, y a pesar de que reflejó sentir pena por la chica rubia, habló deprisa antes de irse a atender a más gente.
-Lo siento, pero no puedo ayudarte. No sé nada.
Lucía maldijo por lo bajo y bebió de su copa, sin ocultar aquel eje de frustración. Se sobresaltó levemente al escuchar una voz a su espalda.
-André Manet no es un nombre que muchos estén dispuestos a pronunciar en los ambientes templarios.
Al girarse encontró a un hombre joven de cabello castaño corto, quien sonrió de forma torcida antes de ponerse al lado de la española, apoyando su codo en la barra. Los ojos oscuros del desconocido recorrieron velozmente a la mujer, quien habló enseguida, volviendo a recuperar su interpretación.
-¿Lo conoces? Por favor, necesito encontrarlo.
-Sé cosas. Pero la información nunca es gratis, bonita.
-No tengo mucho que poder darte; la costura no da mucho dinero. -Murmuró con pesimismo fingido, viendo las intenciones del hombre, ya más cerca de lo permitido.
-Yo creo que sí tienes mucho que ofrecer. Te diré lo qué sé de Manet si subes conmigo a uno de los cuartos.
-¿Y cómo sé que no estás mintiendo, o que no te inventarás lo que supuestamente sabes? -Agregó con seriedad, apartando la mano que jugaba con uno de los mechones que caían sobre su pecho.
-Manet tiene una hermana que vive en la ciudad. Ambos eran hijos ilegítimos de un templario importante que mataron hace muchos años. ¿Me crees ahora? -Añadió al vislumbrar la sorpresa de la joven, volviendo a sonreír con picardía.
-Vale, trato hecho.
El desconocido ensanchó su sonrisa y golpeó con la mano la barra, llamando la atención del tabernero para pedirle uno de los cuartos. Lucía dirigió la vista a Arno, quien vigilaba cuanto podía sus movimientos. Una vez sus miradas se cruzaron, la rubia asintió con discreción, haciendo que él la imitara al entender al instante.
