Capítulo 44

Lucía entró en el pequeño cuarto de la taberna sintiendo que el hombre cerraba tras él con rapidez, pasando después a abordarla por detrás, buscando su cuello con la boca y su cintura con las manos.

-¿Por qué conoces a Manet? ¿Eres templario como él?
-Sí, bonita. Pero me temo que tu querido André no va a regresar sin más. Lo están buscando por traidor. En realidad, lleva mucho tiempo sin ser de los nuestros a pesar de todo; como buen mercenario, se vende al mejor postor.

La joven meditó aquellas palabras, pero se vio distraída por la lujuria del hombre, quien la giró rápidamente para besarla con ansias. Al instante las manos del extraño se hallaron en el pecho de la asesina, buscando incansable deshacerse de su corsé. Lucía supo que tenía poco tiempo, con lo que prosiguió hablando mientras iba desnudándolo despacio.

-¿Por qué lo consideran un traidor? ¿Qué pasa?
-¿Quieres callarte? Te dije que hablaría tras el pago.
-No me fío de tu palabra. -Murmuró, tratando de evitar que consiguiera desnudar su torso, pero él detuvo su forcejeo al instante, agarrando sus muñecas.
-Y yo no me fío de la tuya tampoco, bonita. De momento soy el único que ha cedido. No diré nada más hasta que acabe.

El templario entonces le dio la vuelta bruscamente, apretándola contra la pared para desgarrar el corsé con el cuchillo que llevaba oculto en la bota, volviendo entonces a girarla.

La española supo que se había acabado el tiempo, y sin dilación paso a defenderse, a pesar de que había quedado semidesnuda.

Logró herir al templario con un puñetazo rápido y un golpe en el estómago, pero él se repuso rápido para no dejar que escapara del cuarto, o pudiera agarrar algún objeto con el cual golpearlo, abalanzándose sobre ella para derribarla.

Ambos forcejearon en el suelo unos instantes, hasta que la rubia comenzó a notar que perdía terreno frente a su enemigo. Había conseguido inmovilizarla y se disponía a terminar con lo que se le había prometido, comenzando a subirle la falda de forma violenta. La rubia entonces no se lo pensó dos veces, comenzando a gritar ante el miedo que empezaba a apoderarse de ella.

-¡Arno, Arno!

Unos segundos después de nombrarlo a voces, el asesino entró a bocajarro en el austero dormitorio, agarrando al templario por las ropas para lanzarlo lejos de la mujer. Al instante pasó a inmovilizarlo contra la pared, mientras escuchaba a su espalda la voz de Lucía.

-Sabe quién es. Tiene información de Manet; dice que es un traidor para el Temple y lo buscan.
-Será mejor que hables si quieres salir de aquí con vida. No voy a repetirlo dos veces. -Amenazó ante el silencio del enemigo, apretándolo más contra la pared.
-Los asesinos os estáis metiendo demasiado en lo que no os incumbe. Sinceramente, la venganza de Germain sería peor.
-Como prefieras.

Arno entonces desplegó su hoja oculta y la clavó en el cuello del templario, soltando el cadáver al instante, el cual comenzó a producir un charco en el suelo. El francés se giró para encarar a la española, quien estaba de pie cubriéndose el pecho con la tela de su corsé roto.

-¿Estás bien?
-Sí, no ha sido nada, gracias. Creía que dijiste que no íbamos a matar a nadie si no era necesario.
-Hubiera contado que estamos aquí; es necesario mantenernos a la sombra el máximo posible de tiempo. Nos llevaremos sus cosas para que piensen que querían robarle. Ten, ponte mi chaqueta.

Arno se quitó la prenda de color azul oscuro, ayudando a la joven a ponérsela, para después pasar a desvalijar el cuerpo velozmente.

-Salgamos por la ventana. ¿Crees que podrás con esa ropa? -Pregunto al ponerse de pie y mirar a la chica.

Lucía asintió firmemente, pasando a recoger los pliegues de la falda larga y remangarlos hasta anudarlos a la altura de su cadera. Cuando terminó de despejar sus piernas miró al hombre.

-¿Lista?
-Todo lo que puedo cuando se trata de escalar. -Comentó haciendo sonreír a Arno, quien se acercó para besarla fugazmente antes de que salieran de allí.


El sonido de gritos hizo que Lucía despertara en la cama de la posada, sintiendo al instante el dolor de la pelea de la pasada noche.

Tras acercarse a la ventana, observó que aquello sólo era una trifulca entre dos hombres, con lo que se alejó del lugar y caminó hasta la gran palangana de agua para lavarse el rostro con cuidado.

Mientras se secaba se preguntó cuánto llevaría Arno fuera espiando a la hija de Perriand. El asesino le había ofrecido quedarse a descansar, sabiendo que estaría dolorida por la pelea con el templario. Finalmente ella había aceptado a regañadientes, haciendo que el hombre sonriera y la besara con aquel cariño que siempre demostraba. Aún le costaba creer que aquello estuviera pasando, y como cada vez que eso venía su mente, se sentía temerosa e insegura.

La joven alejó los pensamientos de su cabeza para vestirse de calle, descubriendo al desnudarse nuevas y dolorosas marcas de la misión nocturna. No obstante, se contentó al saber que no había sido en vano, habiendo descubierto novedades.

Al terminar de vestirse la española pasó a llenar un vaso con el agua de una jarra cercana, bebiendo cuando se abrió la puerta, dando pasó a Arno. El asesino se quitó la capa mientras saludaba, haciendo que Lucía enseguida preguntara por el trabajo.

-¿Qué tal ha ido? ¿Has visto algo raro?

-Un hombre se acercó a su puesto y estuvieron hablando un buen rato y no compró nada. Lo seguí a la vista de que ella no iba a hacer nada raro. Resulta que ese tipo es un templario venido desde París. Élise ya fue avisada por su contacto de que averiguaron que Perriand sobrevivió, así que deben estar por aquí también.

-Quizás entonces debamos ir a hablar con ella directamente, adelantarnos a ellos. Si de veras está en contra del Temple acabará por ser leal a nosotros, por mucho que puedan amenazarla ellos.

-Sí, tienes razón. Esta tarde a la caída del sol iremos a su casa. Si quiere realmente sobrevivir, no le quedará otra que contarnos toda la verdad y fiarse de nosotros. -Respondió el francés, sentándose en la cama junto con la rubia.

Arno llevó su mano diestra al rostro de ella, acariciando su mejilla con cuidado mientras escudriñaba el moratón de su pómulo y parte del ojo. Aunque ella le sonrió posando su mano en la de él, habló con seriedad.

-¿Estás bien?

-Sí, duele y eso, claro, pero se puede aguantar. Las costillas sin embargo si están molestándome de más.

-Deberías estar aún descansando, Lucía. Las fracturas de costillas necesitan una recuperación larga. -Agregó, pasando a palpar la zona donde Gastón le había roto los huesos.

-Puedo aguantar. Necesitas ayuda, Arno; no voy a quedarme en la habitación mientras tú haces todo.

-Mira que eres testaruda… pero tú decides; si estás segura, no diré nada.

-Gracias. Es importante para mí. Te prometo que no voy a excederme ni a hacerme la fuerte por encima de mis posibilidades. -Dijo con burla, mostrando una leve sonrisa que él respondió, añadiendo que no estaba muy seguro de aquello.

La rubia ensanchó su sonrisa y pasó a besarle en los labios, cambiando su postura para poder abrazarlo por el cuello, dejando que él rodeara su cuerpo con delicadeza para acercarla más contra sí mismo.

¡Gracias al que lo lea!