Capítulo 46
Un grito resonó estridente en mitad del cuarto a oscuras, seguido de angustiosos jadeos y gemidos que hicieron despertar de sopetón a Arno. Enseguida encendió la lampara de aceite de la mesilla, contemplando que Lucía a su lado acababa de despertar de una pesadilla.
La joven respiraba aceleradamente, incorporada en el colchón mientras intentaba dejar de llorar al ver que Arno se giraba hacia ella, preguntando si estaba bien, pero se sentía incapaz de responder y evadir la angustia que sentía.
-No pasa nada, yo… lo siento. -Acabó por susurrar, dándose por vencida, dejando que sus lágrimas fluyeran.
Arno la abrazó con suavidad, acariciando su cabello mientras susurraba sus palabras escogidas con cuidado.
-No tienes que disculparte, Lucía. Puedes hablar si lo necesitas, contarme qué has soñado, o no hacerlo. Todo está bien, tranquila.
-No, no lo está… ese es el problema. -Susurró, escondiendo la cara en el hueco de la clavícula del asesino. Él supo exactamente a qué se refería.
-Perdóname por haber sido tan insensible. Debería haber sabido que lo último que necesitabas era que yo saliera corriendo a por ese bastardo y dejarte sola. Pero lo único que quiero es atraparlo para que dejes de tener miedo, y es normal que lo tengas después de lo que hizo durante demasiado tiempo. No te avergüences.
El francés la apartó dulcemente de sí mismo cuando terminó de hablar, buscando su mirada, a pesar de que la joven no quiso fijar sus ojos en los de él. Arno limpió las lágrimas de aquellas claras mejillas con mucho tacto, para después posar sus labios en los de Lucía de forma suave. Al separarse nuevamente, la rubia habló al sentirse calmada.
-Gracias. Pero tienes que prometerme que no vas a dejarte guiar por la venganza y las ansias de atraparlo, Arno. Tendrá un plan, sabes que es ingenioso y astuto. No puede hacerte daño, por favor.
-Sí, lo sé, tienes razón. Seré prudente, te lo prometo. ¿Estás mejor?
La española asintió con levedad, contemplando que él sonreía de forma tenue mientras murmuraba un bien, pasando después a abrazarla de nuevo. Ambos se tumbaron otra vez, pero sin deshacer la nueva postura. Lucía suspiró con un deje de alivio cuando se recostó sobre el pecho de Arno, volviendo a darle las gracias.
La pareja de asesinos caminaba por el bosque de ramas desnudas, alejándose del camino principal donde les habían dejado para seguir a pie en aquel paraje desierto, donde el crujir de las hojas bajo sus pies retumbaba de forma estridente.
Tal y como Ivette había prometido, enseguida comenzaron a divisar una pequeña cabaña de madera en un leve claro a varios metros de distancia.
En cuanto caminaron lo suficiente, la cruda realidad fue apreciada por ambos; la verja que rodeaba el lugar había sido derribada en diferentes zonas, las ventanas tapadas con tablones ante la ausencia de varios cristales, y la madera exterior desgastada y en mal estado.
En cuanto Arno abrió la puerta, pudieron vislumbrar que el interior imitaba aquella decrepitud. Los escasos y ajados muebles de madera se hallaban llenos de polvo y telarañas en la estancia principal, conectada con una sola puerta que conducía a un dormitorio igual de desastroso.
-Apuesto lo que quieras a que no hace falta ni sentarse ahí para que te piquen las pulgas. -Murmuró Lucía cuando se asomaron al cuarto, contemplando la cama desbaratada y sucia.
-Desde luego. Mira tú por aquí, yo estaré en el salón.
La española asintió, adentrándose entonces en la pequeña sala, directa a la estantería que se hallaba a un lado de la cama.
Con resignación para superar su asco, la joven comenzó a revolver las ropas que allí descansaban, así como los libros y tarros de las baldas, que en muchas ocasiones, estaban casi pegadas a la desgastada madera.
-¡Lucía, tengo algo!
Al grito de Arno, la rubia abandonó la tarea con un suspiro de alivio, reuniéndose con el francés en el salón. Él sostenía una carta arrugada y amarillenta que dejó de leer ante la llegada de ella.
-La he encontrado debajo de la pila de leña para la chimenea. Creo que podría habérsele caído al intentar lanzarla al fuego; yo al menos no dejaría esto por ahí sin cuidado. Escucha. -finalizó, comenzando a leer el breve contenido. –"He dado con el chico, tenías razón. Sigue viviendo en Marsella y no es Templario, ni siquiera nadie de la orden me ha dicho que lo conozca de nada. Es un simple herrero huérfano que sobrevive a duras penas."
-André debe estar en Marsella entonces, siguiendo la pista del herrero. -Dijo Lucía, viendo como Arno asentía a la vez que doblaba el papel y lo guardaba en su bolsillo.
-Hay que averiguar quién es ese chico antes que él, pero va a ser imposible teniendo en cuenta que debe estar ya en la ciudad.
-Bueno, pero teniendo en cuenta que esta carta debe de ser de meses atrás, y que el herrero está relacionado con Perriand, quizás esté alerta y sepa de todo este complot. Igual ni siquiera está en Marsella, o se ha escondido bien al saber que lo buscan. -Intentó alentar al hombre, quien susurró tras un suspiro.
-Ojalá estés en lo cierto. Sigamos registrando esto por si hubiera algo más antes de irnos. Veré a Ivette esta tarde para ver si sabe algo de la carta. Necesitas descansar y esto es una tontería -intervino antes de que la rubia se quejara-; escribe a Élise las novedades que saquemos hoy, aunque debe estar al caer. ¿Seguimos?
-Sí, está bien.
Ante la forma en la que ella respondió, abandonando su resignación con una leve sonrisa, él la imitó, acercándose para poder besarla castamente antes de que volviera al dormitorio.
Lucía se giró de nuevo en la cama, abandonando el libro que intentaba leer desde hacía un rato para paliar su aburrimiento, pero aquella anodina novela romántica no estaba ayudando en absoluto.
Ya no tenía nada que hacer, pues en las 3 horas que ya llevaba sola en el cuarto de la hospedería sin Arno, había realizado todas las tareas posibles en el lugar, incluidas las que podía pagar para que hicieran por ella, como lavar la ropa y tenderla.
Sé preguntó por qué estaría tardando tanto el francés, y ante la conclusión de que no era algo normal, la preocupación sacudió su fuero interno. No pudo evitar pensar en Gastón; ¿de verdad lo habría visto aquella noche?
Lucía se sobresaltó cuando llamaron a la puerta del dormitorio, haciendo que se tensara al instante; recibir visitas no era común ni buena señal, y estaba claro que Arno no haría eso. No obstante, la joven se levantó para abrir poco después, no sin antes coger uno de los cuchillos que reposaban sobre la mesa de noche.
-¿Quién es? -Preguntó con frialdad, pegada a la puerta.
-Soy Élise.
La rubia se relajó solo un instante, antes de asimilar que era su hermanastra la que la pedía entrar, aquella con quien tendría que estar a solas cuando sabía lo que había pasado con Arno y Gastón. Tragándose la vergüenza, abrió para encararla.
-Pasa, por favor. ¿Cuándo has llegado? -Preguntó mientras la pelirroja se introducía en el cuarto, que observó unos instantes antes de responder.
-Hace como una hora. Leí la carta que mandaste al mediodía y decidí venir personalmente ya que las calles están desiertas. Además, he averiguado algo demasiado importante como para decirlo por escrito ¿Dónde está Arno?
Lucía respondió con un leve murmullo mientras contemplaba como se quitaba la capa húmeda que llevaba, dejándola sobre el gancho que colgaba en la puerta.
-Fue a hablar con la hija de Perriand sobre la carta que encontramos, pero fue hace ya horas, y no ha regresado. No sé qué andará haciendo, pero me estoy empezando a preocupar.
-Seguro que está bien y sólo le ha surgido algo nuevo, tranquila. Esperemos un poco más, y si no vuelve en una hora iremos en su busca.
-Vale, aunque no sé si esperar más es buena idea, Élise…
-¿Qué pasa? Según decíais en las cartas no os han descubierto por aquí y todo está tranquilo.
La francesa escudriñó el rostro compungido de su hermanastra, quien se mordió levemente el labio inferior, no teniendo alternativa que ser sincera.
-Sabrás lo que pasó con Gastón y todo ese asunto -al ver que ella asentía, prosiguió- Pues creo que él está aquí, me pareció verlo la otra noche. Juró que lo mataría, y te aseguro que va a intentarlo, Élise. Arno me ha dicho que está alerta y no me preocupe, pero no sé si se lo está tomando tan en serio como debería. Encima siempre que puede me deja en esta estúpida habitación porque aún las fracturas de las costillas me impiden muchas cosas.
-Por lo que me ha dicho, no creo que esté subestimando a ese hombre. Tiene muchas ganas de encontrarlo también, pero podemos ir a buscarlo igualmente, por si acaso.
-Sí, por favor. No puedo aguantar más esto. -Suplicó, viendo como pasaba a buscar su capa.
-Antes de irnos me gustaría hablar contigo, Lucía. Es muy breve.
La española asintió y fue a sentarse a su lado en la cama, esperado con el corazón encogido a que la pelirroja hablara.
-Sé que Arno te lo ha dicho, pero yo quería repetirlo también e intentar que todos tus miedos se disipen. Arno y yo siempre nos querremos, pero no de la forma romántica de antes. Las cosas cambiaron antes de que tú llegaras, y todo cambió incluso en nuestros corazones. Quiero que él sea feliz, y que lo seas tú; los dos os lo merecéis, y creo con sinceridad que ambos hacéis muy buena pareja y podréis lograrlo juntos. Sé que es complicado por tu posición, pero espero de verdad que consigas sentirte cómoda conmigo finalmente.
-Lo haré, claro que sí. Muchas gracias, Élise.
La pelirroja sonrió al ver como la joven se relajaba del todo por fin, deshaciéndose de la tensión que había portado cada vez que se cruzaban.
Enseguida ambas se levantaron, dispuestas a salir del cuarto tras haber roto la atmósfera de íntima sinceridad, pero se detuvieron en seco cuando la puerta se abrió y Arno apareció, calado por la lluvia que había comenzado a caer.
