Capítulo 47
-Élise, pensé que no llegarías hasta mañana. -Habló Arno mientras se deshacía de su capa mojada, viendo a las dos jóvenes en el cuarto. Lucía volvió a sentarse en la cama mientras la pelirroja hablaba.
-Justo le decía a Lucía que me he dado prisa por algo que he descubierto, y al leer su carta con vuestras últimas novedades al llegar a la granja, no he perdido tiempo. Pero antes dinos si has sabido algo nuevo sobre esa carta y el herrero misterioso.
Arno pasó a responder mientras se deshacía de sus armas y ropas más externas, hasta quedar en camisa y pantalones.
-Ivette jura que no tenía idea de nada, y como nosotros, piensa que seguramente André fue a Marsella. No sabe nada, pero me ha dicho un nombre de alguien relacionado con su hermano en Poissy. Fui a verlo, y por eso he tardado tanto. Es un ladronzuelo de poca monta que alguna vez ha trabajado con André, pero no tenía nada interesante para nuestro asunto. Conoce a otro tipo que asegura que sí está más unido al hijo de Perriand, casi son amigos, y me ha dicho que concertaría una cita conmigo mañana a medianoche en una taberna, pero que vaya solo porque él es desconfiado y si no respeta los acuerdos se largará.
-¿Y qué sabemos de ese misterioso hombre? -Intervino Lucía, apoyando sus manos hacia atrás en la cama para reclinarse. Arno respondió tras cambiarse la camisa, mirando a ambas mujeres.
-Se llama Antoine y es un anticuario, pero sólo como tapadera de su verdadero negocio. Al parecer es un mafioso; ejecuta recados poco lícitos por buenas sumas. André habría trabajado para él más de una vez, siendo uno de sus mejores hombres. Eso es todo lo que traigo.
Élise asintió al ver su gesto de manos, dándole paso para que comenzara su turno. La joven se separó de la pared en la cual apoyaba su espalda antes de hablar.
-Recibí una nueva carta de Lefebvre, mi contacto secreto dentro del Temple. Estuvo investigando discretamente después de que le contará que André existía y eso. Resulta que uno de sus subordinados ha estado poniendo bien la oreja en el círculo de Germain, y se ha enterado de que André está en París desde hace como una semana, recién llegado de Marsella. Esto abre varias posibilidades, y creo que ninguna buena.
-¿Piensas que ha encontrado al chaval, o los papeles, o ambos? -Agregó la española, contemplando como ella suspiraba antes de responder.
-Eso, o quizás vaya a ver a Germain, para quién trabaje realmente. Puede que no haya encontrado nada, y tenga que rendir cuentas, o lo contrario. Hay demasiadas posibilidades.
-Bueno -intervino Arno-, lo que está claro es que tenemos que ir a buscarlo, y mucho mejor que sea tan cerca y no al otro lado del país. Después de que me reúna con ese tipo mañana podremos largarnos.
-Por mi bien, lo que iba a resolver por aquí puedo hacerlo en el día de mañana, aunque necesitaré algo de ayuda, porque el sitio que quiero investigar está lleno de templarios que me conocen.
A las palabras de la pelirroja, Lucía se apresuró a intervenir con decisión.
-Yo puedo ir contigo mientras Arno va a la reunión y sigue con lo que le queda por hacer. A mí no me conoce nadie, y juntas podemos gestionar la situación si hay problemas.
-Bueno, si estás dispuesta, por mí bien. En realidad sólo necesitamos asaltar al hombre en cuestión, si es que de veras está por allí, y conseguir cierta información. Ni siquiera hará falta matarlo o ponerse muy violentas. Hablará teniendo en cuenta todo lo que sé de él, traicionó a Germain y podría complicársele mucho la vida si llegara a descubrirlo. -Explicó con indiferencia, observando como el asesino arrugaba levemente el entrecejo, pero sus palabras hicieron que aquel gesto desapareciera.
-Tened cuidado las dos, no os arriesguéis de más.
-Tranquilo, será sencillo -le tranquilizó la francesa. -Bueno, pues yo me marcho ya. Pasaré a buscarte a las 5 aquí.
-Genial. -Agregó Lucía, levantándose de la cama, sonriendo levemente.
-Hasta mañana, pasad buena noche.
La pareja le devolvió la despedida con la misma amabilidad, contemplándola salir del cuarto. Una vez solos, el hombre se giró para encarar a la rubia, quien vislumbró su ceño fruncido al hablar.
-¿Qué ha cambiado aquí? La atmósfera era sospechosamente relajada.
-Bueno, hemos estado hablando de mis miedos e inseguridades infundadas. Oírlo también de su boca ha ayudado, tenías razón.
Arno sonrió mientras se acercaba hasta poder abrazarla, hablando con un tono burlón.
-¿Es que no confías en mí? ¿Creías que exageraba sobre lo que Élise diría?
-No es eso, claro que no -Sonrió, pasando a ponerse de puntillas para besarle fugazmente antes de continuar con mofa. -Supongo que al igual que tú, soy un poco idiota.
-Y por eso hacemos tan buena pareja.
La rubia rió ante la broma del asesino, volviendo a buscar sus labios con más ganas, abrazándose a su cuello y dejándose embriagar por aquella cálida felicidad en su interior.
El frío se hacía más intenso a medida que los minutos transcurrían, adentrándose en la nocturnidad que caminaba inexorablemente hacia la medianoche.
Lucía abandonó el barrio de suburbios, donde junto con Élise, habían asaltado al templario que su hermanastra buscaba, consiguiendo de él la información de que Germain, tal y como ella pensaba, regresaría aquella misma semana a París.
La noticia había encendido el ánimo y el ansia de alcanzar la venganza en la pelirroja. Sus ojos habían brillado con el fuego de la ira, demostrándolo también en el fuerte golpe que había propinado al templario, dejándolo inconsciente en mitad de un establo sucio y maloliente. Acto seguido ambas se habían separado, concluyendo la misión.
La rubia aún meditaba sobre si debería haber insistido más en acompañar a la francesa, quien había sido tajante en su necesidad de quedarse sola y resolver ciertos asuntos más, los cuales, desde luego, se debían relacionar con las novedades descubiertas. Pero, ¿cómo discutir con ella ante tal situación? Lucía no había sido capaz de llevarle la contraria, limitándose a aceptar la decisión y aconsejarle cautela.
Todavía pensando en la escena y despedida con Élise, la española avanzaba rápidamente por las calles casi vacías de aquel pobre barrio, entrando al poco tiempo en el núcleo central de Poissy, camino de la posada. En aquella zona la gente transcurría por las calles con alboroto, ebrias y animadas saliendo y entrando en las tabernas y lupanares por una festividad local.
Abriéndose camino a codazos, Lucía cruzó una amplia avenida hasta llegar a la que la cortaba en perpendicular, ya sólo a un par de manzanas del hospedaje. No obstante, la rubia se detuvo en seco al deshacerse de la marea humana al contemplar ante ella, a unos metros, a Gastón parado en la acera de enfrente.
El asesino la contemplaba con fijeza, y notó enseguida como sus labios se curvaban en una torcida sonrisa cargada de maligno disfrute antes de iniciar su caza.
Lucía comenzó a avanzar en dirección contraria al ver que él andaba firmemente hacia ella, esquivando a las personas en su camino con rapidez, avanzando con una escalofriante agilidad que ella no conseguía por su creciente temor y baja estatura.
A cada mirada furtiva hacia atrás, le parecía verlo más cerca, con aquella sonrisa burlona y llena de satisfacción. Se forzó a concentrarse para no ser presa del miedo, corriendo en cuanto pudo evadir la multitud, poniendo rumbo hacia la posada al rodear el edificio del final de la calle.
Lucía se vio clamando al cielo piedad mientras corría al contemplar de reojo como Leroux también había emprendido la carrera y se acercaba cada vez más a ella, ahora que tenían ambos vía libre en la calle semi desierta. Se esforzó por tratar de contener las lágrimas y ser fría, no perdiendo resuello a la par que comenzó a contemplar el edificio con un profundo alivio. Aquello la impulso a esprintar, alentándose a sí misma hasta que consiguió entrar en el local.
La puerta de la posada chocó violentamente contra la pared, pero ignoró la voz enfadada del mesonero tras la barra para subir por las escaleras, enfilando el pasillo con toda la velocidad que pudo hasta llegar a su puerta, abriéndola con la llave que ya tenía preparada en la mano temblorosa.
Un grito de pánico salió de la boca de la rubia cuando Gastón empujó mientras ella casi consiguió cerrar, poniendo todo su empeño en ser capaz antes que él, lanzándose contra la madera con todo su peso hasta lograrlo finalmente. Al instante unos fuertes golpes retumbaron en el pasillo cuando Gastón golpeó con los puños la puerta, de forma violenta, pero cesaron con igual premura.
Lucía arrugó el entrecejo cuando un nuevo sonido se escuchó. El asesino había clavado algo en la puerta y se marchaba velozmente de allí.
Tras el paso de unos prudentes minutos, la joven superó su terror para abrir despacio, cerciorándose de que aquello no era una trampa. Realmente estaba sola, lo que la dejó aún más confusa.
Con rapidez, sin confiarse, la chica tomó el cuchillo y la nota que este clavaba a su puerta, metiéndose dentro del cuarto mientras leía el escueto contenido con la caligrafía del francés.
"Antoine iba a hacerme una rebaja si le llevaba una chica joven y bonita; lastima, tendré que conformarme con el placer de matar a Dorian sin que lo veas."
