Capítulo 48

Arno caminaba con firmeza hacia las afueras de la ciudad, llegando a escuchar el leve murmullo de las aguas del río correr cuando se acercaba al bosque. A pesar de que todo alrededor estaba desierto, el hombre no perdía su estado de alerta, atento a cualquier sonido o movimiento cercano.

Se dirigió al lugar donde le habían dicho aquella misma tarde que Antoine aparecería a las 12 en punto; en el puente de piedra que cruzaba el río por la salida norte de Poissy, alumbrado ahora por la enorme luna llena.

Una vez más el asesino escudriñó su entorno antes de continuar el camino, hasta llegar a la expuesta localización sobre el puente vacío de toda presencia humana. No obstante, enseguida pudo vislumbrar una sombra acercarse por el otro lado.

Imitando al desconocido envuelto en una corta capa oscura, Arno caminó hasta llegar a la mitad del puente, deteniéndose hasta que Antoine hizo lo mismo, llegando a poca distancia de él. Tenía el pelo prácticamente cano, siendo más alto que él. Sin duda en su juventud había ejercido otro tipo de oficio que el de manejar el cotarro, tal y como las cicatrices de su rostro curtido contaban.

-¿Antoine el anticuario? -Preguntó el asesino antes de que el mentado se detuviera. Su ronca voz respondió con indiferencia, mientras fijaba sus pequeños ojos oscuros en los del parisino.

-Así me conocen por aquí, sí. Tú eres el asesino de París, Arno Dorian.

-Sí, ¿cómo lo sabes? Yo no le dije nada a ese ladrón que nos puso en contacto. -Agregó con cautela, contemplando que el extraño seguía con su misma indiferencia, quitándose polvo de la chaqueta.

-Bueno, sé muchas cosas, es parte de mi trabajo. Pero resulta que estoy aquí para cumplir un recado bien pagado, en realidad, y no para hablar de ningún André Manet.

-¿Ah, sí? ¿Y quién te encarga tal trabajo? -Preguntó el asesino, contemplando como Antoine sacaba una gran navaja de su cinturón.

-No sé su nombre, esas cosas no me interesan, sólo el dinero. No te preocupes, porque enseguida llegará. Exigió ser él quién te matara.

-Genial…

El anticuario silbó tras concluir su comentario, ignorando la ironía de Dorian. Al sonido, 4 hombres salieron de entre la maleza, igualmente armados con espadas y puñales. Con rapidez, comenzaron a acercarse por ambos lados del puente.

Nadie dijo una palabra, y en cuanto todos estuvieron colocados en sus posiciones, corrieron hacia el asesino comenzando la desigual pelea.

Arno sacó raudo su espada, batiéndose con el primero que llegó a enfrentarlo, empujándolo en cuanto pudo para no parar de moverse y ser capaz de no dar la espalda en demasía a ningún oponente, cosa más que complicada.

Aquellos tipos eran buenos luchadores, y pronto llegó la primera herida, provocada por el filo de una de las espadas enemigas en su brazo izquierdo, aunque se repuso con premura al haberlo sólo rozado. No obstante, poco tiempo después una patada por la espalda lo derribó.

El parisiense rodó sobre sí mismo para evitar las estocadas, levantándose con un dolor agudo que le hizo apretar los dientes a la vez que paraba con el sable un nuevo golpe. Sin embargo, el mismo enemigo le dio un puñetazo en la mandíbula que no pudo esquivar, con fatales consecuencias.

Aquel golpe hizo que perdiera su ventaja respecto al resto, quienes lo golpearon varias veces sin usar las armas, tirándolo al suelo tras aquella marea violenta de puñetazos. La voz de Antoine se elevó entré el ruido.

-Vale, muchachos. Dejad paso al que tiene que rematarlo.

Arno acalló sus gemidos mientras luchaba por ponerse en pie, limpiándose con el dorso de la mano la sangre que manaba de su nariz. Al conseguir su objetivo, apoyándose en la barandilla pétrea del puente, alzó la vista en busca del recién llegado.

No le sorprendió en absoluto ver a Gastón avanzar con un asqueroso triunfalismo rebosante por todo su ser. Arno escupió hacia un lado la sangre de su boca, hablando a la vez que lo miraba con repugnancia, encendido por la rabia.

-Tan valiente como de costumbre; no has cambiado nada.

-Te hubiera ido mejor en la vida si hubieras aprendido que al final lo importante es alcanzar los objetivos, Dorian, ¿qué más da el cómo? Yo quiero matarte, y si para lograrlo sin fallar tengo que precisar de ayuda, lo haré, porque acabar contigo es mi único fin.

-Pues venga; ven a intentarlo.

A la respuesta chulesca del más joven, Gastón sacó su espada, contemplando como Arno se ponía en guardia a pesar de las dificultades.

El choque del acero no se hizo esperar, mientras el resto de hombres hacían un gran círculo alrededor de la pareja, la cual se batía en una ajustada lucha para sorpresa de todos. Ambos se odiaban con ganas, era evidente.

No obstante, y como era de esperar, el estado físico de Arno comenzó pronto a jugar en su contra. Incapaz de seguir el ritmo de Leroux, no pudo esquivar varios golpes y cortes, hasta que el asesino le hizo perder el arma. Gastón sonrió complacido, pero le sorprendió tirando su propia espada lejos.

El de la capa borgoña sacó una larga navaja de su cinto, con lo cual Dorian preparó la hoja oculta de su brazo derecho, preparado para recibir los ataques del enemigo.

Sabía que no aguantaría mucho más y que Gastón estaba recreándose a propósito, no dando todo de sí para disfrutar su momento. Pero no se dejaría vencer sin intentarlo todo, por muy patéticas que fueran sus formas en aquel estado decrépito.

Leroux consiguió volver a golpearlo en el rostro con fuerza tras haber dirigido uno de sus puñetazos al hígado, dejándolo momentáneamente sin respiración. Arno supo que aquello vaticinaba el final, y su mente voló al instante hacia Lucía y Élise. La voz del francés lo distrajo, contemplando como se acercaba lentamente con la daga en ristre.

-Hasta nunca, Dorian. Le daré recuerdos a Lucía de tu parte.

Automáticamente después, el hombre se abalanzó con premura sobre él, clavando la hoja del arma en el lateral izquierdo de su abdomen. Sacando la navaja de su carne, volvió a repetir la acción a la altura de su pecho, casi llegando a la clavícula.

Leroux extrajo su arma con velocidad, contemplando como su antiguo compañero caía al suelo lentamente, vencido por el dolor.

-Se escucha un caballo. -La voz de Antoine intervino, haciendo que Gastón se girara para mirarlo, a la par que guardaba la navaja.

-Vámonos de aquí. No tardará en desangrarse.

El grupo comenzó a dispersarse, corriendo veloces en dirección contraria al sonido de los cascos de caballo que se iban acercando al trote de forma rauda.

El parisino trató entre gemidos de apoyarse contra la construcción de piedra, presionando la herida del abdomen, sin duda la más grave. Sin embargo, fue incapaz de incorporarse levemente para lograr su objetivo, notando como sus fuerzas iban disminuyendo a cada segundo.

Apenas se dio cuenta de que el sonido del animal lejano ya se hallaba casi en el puente, puesto que comenzaba a costarle luchar contra el mareo de la pérdida del líquido vital que encharcaba el suelo en el cual se hallaba tumbado.

-¡Arno, Arno!

Los gritos histéricos de Lucía fueron lo último que consiguió escuchar antes de perder la consciencia.