Capítulo 49

Lucía frenó al caballo bruscamente a la entrada del puente de piedra, atando rápidamente las riendas al tronco de un árbol cercano para correr hacia el hombre inconsciente.

El corazón le latía desbocado, y sintió que su respiración se cortaba cuando a llegar cerca del asesino contempló el terrible estado en el que se hallaba.

-¡Arno, por favor dime algo! -Habló entrecortadamente, arrodillándose velozmente junto a él.

La chica se limpió las lágrimas con el dorso de la mano para dejar de ver borroso, pasando a quitarse el pañuelo que llevaba atado al cuello para presionar sobre la herida del abdomen del francés, mientras pensaba en cómo sacarlo de allí.

Conteniendo sus sollozos y luchando contra el terror que amenazaba con paralizar su cuerpo, la rubia se quitó la capa y sacó su cuchillo para cortar tiras de la misma con manos temblorosas. Con la velocidad que su estado le permitió, Lucía taponó las heridas de Dorian y pasó a atar fuertemente las telas alrededor.

-Aguanta, por favor.

Después de aquel susurro, acompañado con una caricia en la mejilla derecha del joven, la española se puso en pie y corrió hacia el caballo, volviendo a montar en el animal para ponerse en marcha con toda la premura posible.

A pesar de no conocer con exactitud la dirección de la granja donde Élise se alojaba en Poissy, Lucía sabía que se hallaba por la zona norte del bosque, a las afueras de la ciudad. No tenía más alternativa que intentar encontrarla, pues necesitaba ayuda con urgencia y ellos eran los más cercanos.

La desesperación se apoderaba de ella a cada minuto pasado sin hallar rastro de la granja, hasta que por fin divisó una tenue luz amarillenta brillar a lo lejos, saliendo poco a poco de la densidad arbórea del bosque. El alivio hizo casi gemir a la chica, quien obligó al caballo a intentar ir más rápido.

Al entrar en el recinto vallado de lugar, la joven casi saltó del animal sin que se detuviera del todo, perdiendo el equilibrio y acabando por caer al suelo, del cual se levantó con premura para correr hacia la entrada de la casa.

Aporreó la puerta con ansias hasta que fue abierta, haciendo que amagara con caer hacia delante, pero el hombre que abrió la empujó para impedirlo con una mirada desconfiada.

-¿Quién eres?

Lucía no contestó, e ignorando al casi anciano corrió dentro del hogar al ver a su hermanastra unos pasos atrás. Agarrándola de los hombros habló velozmente entre sollozos desesperados.

-¡Arno necesita ayuda! Gastón lo ha apuñalado y está en el puente del bosque; no puedo moverlo sola, está inconsciente.

Pudo ver como el rostro de la pelirroja cambiaba radicalmente. Sin embargo, no lloró, habló dirigiéndose al hombre con una firmeza envidiable.

-John, necesitaremos tu carro y los dos caballos, y también que nos acompañes, por favor.

-Claro. Iré preparándolo. Coge las capas y mantas para el asesino.

La mujer asintió, comenzando a correr por la casa para recolectar lo necesario tras ponerse su propia capa gruesa, empezando a meter cosas en un gran zurrón de piel. Una vez hubo tomado lo necesario, se plantó frente a su hermanastra, quien derramaba lágrimas silenciosas sin moverse, anclada en mitad del salón.

-Lucía, vamos a salvarlo, ¿vale? Necesito que te controles, porque sólo contigo podremos ponerlo a salvo. Venga, llévanos hasta él.

La rubia asintió nerviosamente, aunque fue incapaz de dejar de llorar. Ambas salieron raudas de la casa, encontrando que el dueño de la granja ya tenía el carro tirado por dos caballos frente a la entrada.

Ambas subieron en el carro y se pusieron en marcha todo lo rápido que los animales podían, adentrándose en la oscuridad del bosque. Élise entonces dejó escapar un furtivo suspiro cuando el miedo fue capaz de penetrar su mente con demasiada fuerza durante unos segundos, pero enseguida se obligó a controlarse y pensar en positivo, a sabiendas de la parte de fantasía que aquello implicaba.

Con disimulo observó a la española, quien tenía la vista fija en el suelo del carro de madera, llorando en silencio mientras evitaba mirar sus manos y ropa llena de la sangre aún tibia de Arno. Élise entonces se acercó hasta sentarse a su lado, y sin decir nada, le cogió con fuerza de la mano.


Élise caminaba de un lado a otro dentro del salón del hermano de Weatherall, ya habiendo perdido la noción del paso de las horas desde que habían llevado a Arno a la granja y el médico amigo del dueño y su asistente, se habían metido en la habitación con el herido.

La pelirroja se detuvo tras un rato y se sentó al ver la mirada que John le dirigió. Supo enseguida que lo estaba poniendo nervioso y no aguantaba más. Al instante de tomar asiento a regañadientes, la francesa posó sus ojos en Lucía.

La española no se había movido un ápice de su silla desde que habían quedado solos en la sala. Continuaba con la vista clavada en la puerta del dormitorio donde estaba Arno, en shock con los ojos rojos y vidriosos, ya incapaces de derramar más lágrimas. A pesar de que Élise se mantuvo contemplándola, ella parecía no darse cuenta de tan abstraída que estaba.

De pronto la puerta se abrió, haciendo que los presentes se sobresaltaran por el sonido que rompió el intenso silencio reinante. Las dos chicas se pusieron de pie, pero sólo la pelirroja fue capaz de hablar al ver al joven ayudante del médico salir con un montón de vendas ensangrentadas dentro de un cubo.

-¿Qué ocurre? ¿Cómo va la cosa?

-No hemos acabado; necesitamos más agua limpia y vendas. El maestro logra detener las hemorragias, pero no sabemos cómo evolucionará porque la herida del vientre ha tocado un poco el hígado. La operación tardará algo más, pero… tengan fe porque es muy fuerte y joven.

Nadie agregó palabra alguna ante el comentario, limitándose a observar al chico ir y venir por la casa hasta volver a desaparecer dentro del dormitorio. Otra vez el silencio se hizo protagonista absoluto hasta que Lucía se levantó de su asiento, saliendo rauda a la calle. Élise enseguida la siguió.

La francesa casi no tuvo tiempo de hablar cuando la rubia lo hizo, con una voz trémula y rápida que delataba su nerviosismo.

-Todo es por mi culpa. Gastón fue a por él para vengarse de mí, y ahora si Arno muere yo lo habré provocado, Élise.

-No, claro que no, Lucía. -Agregó la chica velozmente, pasando a abrazarla mientras contemplaba que volvía a desmoronarse. -Arno estará bien, ya lo verás. Va a conseguirlo.

Élise tuvo que esforzarse porque su voz no se quebrara a la par que consolaba a la rubia, frotando su espalda mientras se repetía interiormente su propio mantra que le daba fortaleza.