Capítulo 50

Los rayos débiles del sol de aquel mediodía luchaban contra la nubosidad creciente, haciendo que en el dormitorio entrase una tenue luz por la ventana, cuya cortina rojiza estaba corrida.

Élise no se percató de que tras ella Arno comenzaba a moverse muy despacio, esforzándose por despertar de su profundo sueño. La pelirroja continuaba de cara a la mesa pequeña de madera que habían instalado para precisar de lo necesario en el cuidado del asesino.

-Élise.

El susurro del hombre hizo que se volteara con velocidad, abandonando la mezcla de hierbas que formarían un emplasto que el doctor había ordenado para tapar las heridas. La voz de la francesa denotó su absoluta alegría.

-Oh, Arno. Qué bien que has despertado. Me has dado un susto terrible. El médico dijo que cuanto más tardaras en despertar, peor pronóstico te aguardaría. ¿Cómo de mal te encuentras? -Agregó mientras se sentaba a su lado en una silla, escudriñándolo.

-Bastante mal, la verdad. Me duele todo y estoy muy cansado. -Logró murmurar con terrible esfuerzo, sintiendo que la cabeza le daba vueltas.

-Es normal después de la paliza que te dieron. Te apuñalaron dos veces, perdiste mucha sangre. Tienes que descansar una buena temporada. ¿Recuerdas algo? -Agregó con suavidad, observando que asentía de forma débil.

-Gastón orquestó todo para matarme; lo del anticuario sólo era una treta. ¿Lucía está bien? -Se apresuró a preguntar, cayendo en la cuenta de lo que podría haber sucedido.

-Sí. Gracias a ella estás con nosotros. El malnacido ese le dijo lo que haría poco antes. Vino a la granja a pedir ayuda en cuanto te encontró en el puente, y con la ayuda de John te trajimos aquí. De momento todos estaremos aquí, será más seguro y podremos cuidarte mejor.

-¿Dónde está ella ahora?

La pelirroja sonrió levemente, contestando sin perder el gesto.

-Se ha quedado dormida por fin. Tuve que obligarla a que descansara después de que estuviera todo lo que quedaba de noche y de mañana cuidándote tras la partida del doctor. Se siente terriblemente culpable, pero ya tendréis tiempo de hablar cuando también se despierte y ambos os sentías algo mejor. No te preocupes. ¿Necesitas algo? ¿Quieres beber?

-Sí, por favor.

Élise se puso en pie al momento, acercándose a la mesa para llenar el vaso de barro con agua de la jarra cercana, ayudando después al hombre a beber con tranquilidad, adelantándole que durante aquellos primeros días todo lo que tomara debería ser ligero y líquido, tal como había dicho el médico.

-Intenta descansar hasta que tengamos lista la comida, ¿vale? -Comentó la chica, dejando el vaso sobre la mesa antes de dirigirse a la salida.

-Élise… gracias.

La francesa se limitó a sonreírle con cariño antes de dejarlo solo, pudiendo al fin suspirar con un gran alivio.


Lucía despertó abruptamente mientras ahogaba un grito. Su corazón latía con gran celeridad después de aquella vívida pesadilla donde Gastón mataba a Arno en el puente.

Pronto aquella angustia se esfumó para dejar paso al miedo y nerviosismo. No sabía cuánto había dormido, ni qué había sucedido en aquel tiempo, con lo que se puso en pie y salió veloz del cuarto del propietario, encontrando al hombre y a Élise sentados en la pequeña mesa redonda del salón, comiendo en silencio.

-¿Estás bien? -Se apresuró a preguntar su hermanastra, contemplándola con el ceño levemente fruncido. La rubia ignoró la pregunta, yendo al grano.

-¿Cuánto llevo dormida? ¿Hay novedades?

-Como unas 3 horas. Tranquila, despertó esta mañana y el médico se pasó hace no mucho. Está fuera de peligro, e incluso ha comido algo y todo ha ido bien. Creo que ahora duerme.

La sensación de liberación fue absoluta ante aquellas palabras, las cuales hicieron a la chica suspirar de forma entrecortada. Sin decir nada, se acercó hasta el cuarto del asesino, entrando muy despacio para no despertarlo.

El francés estaba dormido, y al contrario que en la noche pasada, su cuerpo se encontraba relajado. No obstante, la española volvió a sentirse golpeada por la culpa y la frustración al rememorar todo.

Aunque lo habían lavado y cambiado de ropa, las horribles marcas de la pelea se reflejaban en su rostro con total brutalidad, así como bajo aquella camisa holgada blanca, el vendaje de su pecho se dejaba entrever aún ensangrentado.

Lucía inspiró para tratar de calmar sus nervios, avanzando hasta sentarse en la silla cercana al lecho. Contempló en total silencio las facciones del hombre a la vez que su cerebro no paraba de dar vueltas y vueltas. Pronto notó que sus ojos empezaban a tornarse vidriosos, y rápido se llevó la mano a la cara para limpiarlos, sobresaltándose ante el leve susurro del asesino.

-Hola…

-Hola. Menos mal que has despertado ya. -Respondió ella, pasando a agarrar su mano, la cual reposaba sobre la cama. -¿Cómo te encuentras?

Dorian le devolvió la débil sonrisa antes de responder, intentando sonar despreocupado y guasón.

-Mejor que la primera vez que recuperé la consciencia. Al menos ya no me da vueltas la habitación.

El castaño borró su sonrisa lentamente al contemplar como ella comenzaba a llorar sin poder remediarlo. Se fijó con dedicación por primera vez en su rostro. Estaba pálida como nunca, destacando sobremanera aquellos círculos amoratados bajo sus ojos rojos e hinchados. Pronto la chica comenzó a hablar entre sollozos.

-Arno, lo siento tanto… yo debería estar ahí postrada; todo esto es por mi culpa. Casi te mata por mi culpa…

El asesino apretó su mano para que volviera a mirarlo, pasando a hablar con toda la firmeza que podía al ver que ella se desmoronaba entre lágrimas de dolorosa culpabilidad.

-Eso no es verdad, Lucía. Tú no eres culpable de que Gastón sea un maníaco y una mala persona. Además, si no llega a ser por ti, sí que habría muerto. Élise me ha contado todo.

La española negó con la cabeza sin convencerse de aquello, bajando nuevamente la mirada hasta que él logró posar su mano en la mejilla de la chica, haciéndole un gesto para que se acercara.

Lucía lo abrazó por aquel lado sano, teniendo cuidado de no tocar ninguna de las heridas en su tronco. Enseguida enterró la cara en el hueco del cuello del francés, pero a pesar de sentirse mejor no pudo dejar de llorar.

-Te quiero, Arno… y lo siento mucho.

-No te preocupes, ya me lo compensarás. -sonrió cuando notó que ella le daba un leve empujón, para ponerse serio ante su nuevo murmullo. -Yo también te quiero; no llores más, por favor. No dejes que él vuelva a ganar.

-Lo voy a intentar. -susurró tras serenarse, alzándose para poder mirarlo.

Arno sonrió de nuevo mientras acariciaba su rostro, apartando unos mechones rubios de la cara de la joven, quien pasó a besarlo con todo el amor del que fue capaz.