Capítulo 52

Antoine y Lucía llegaron unos minutos tarde a la plaza donde hacía pocos días la guillotina no paraba de funcionar a manos de los nuevos dueños de París, tras el ajusticiamiento público del rey.

La recién llamada plaza de la revolución estaba llena de gente exaltada pidiendo sangre al líder del Comité de Salvación Pública, el cual regía la vida en la ciudad. La pareja de asesinos se detuvo a una distancia prudente de aquel cadalso donde Robespierre arengaba a la masa.

-[…] Es por salvar la nación, por salvar nuestra dignidad, ciudadanos. ¡Debemos luchar con bravura contra todo enemigo de la revolución, porque sólo la revolución nos dará lo que merecemos tras tantos años sometidos! Hemos eliminado a los pilares del Antiguo Régimen, es verdad, pero no es suficiente. Una organización de criminales que se hacen llamar hermandad de asesinos, amenaza nuestro nuevo mundo con falsas ideas de libertad para embaucar a sus víctimas… pero no os dejéis engañar, pues sólo nosotros podremos llegar a tan ansiada meta; es por ello que publicaremos los nombres de los enemigos de la revolución, pidiendo la ayuda de todos vosotros, ciudadanos honrados de París, para detener y ejecutar a los criminales del nuevo orden. ¡Estos son sus nombres!

El hombre comenzó a gritar con fervor diversos nombres de asesinos de la ciudad y el de sus familiares, cosa que hizo que Antoine, conocedor de todos, cambiara el peso de pierna a pierna, inquieto. A ninguno le sorprendió que el propio hombre estuviera entre los mentados, al igual que los maestros de la orden y Arno. Robespierre concluyó la lista con el nombre de Élise.

-Vayámonos de aquí; tenemos lo que queríamos.

Lucía asistió al susurro de su compañero, alejándose entre la marea humana mientras las últimas palabras del líder revolucionario hacían eco en la gran plaza, ahogadas por los vítores de los presentes.

Ya con el sol totalmente oculto, la pareja llegó a la casa de Arno. Lucía dejó pasar al francés tras abrir la puerta, cerrando a la vez que Dorian aparecía por el umbral de la puerta que conectaba el salón con la pequeña cocina. Como cada vez, desde hacía ya una semana, que lo veía en pie moviéndose solo al fin, la joven sonreía.

-Habéis vuelto pronto. ¿Lo habéis encontrado?

-No. André volvió a largarse hace dos días, como temíamos. -Respondió la mujer, quien empezó a deshacerse de su capa y armas ocultas. Antoine continuó hablando.

-Por lo menos hemos descubierto dónde ha ido, así que iremos a por él antes de que se mueva de nuevo. Se esconde cerca de Versalles cuando Germain no lo requiere; al parecer conoce a alguien por allí.

-¿Y qué hay de la reunión de la plaza?

-Lo que pensábamos tal cual -intervino la rubia, pasado a dejarse caer en el sofá-. Germain controla el Comité de Salvación Pública y somos los enemigos de la Revolución. Buscan a todos los asesinos de París, y también a Élise. Sólo me he librado yo, pero no creo que por mucho.

-Bueno, chicos. Yo tengo que irme ya. Mañana pasaré antes de medianoche para ir a la reunión. Buenas noches.

-Adiós, Antoine, y gracias.

El hombre le devolvió la sonrisa a la española, pasando a desaparecer del hogar y dejar sola a la pareja. Arno se acercó hasta sentarse al lado de la rubia, quien habló al instante, girándose para poder mirarlo.

-¿Y tú cómo estás?

-Aburrido de muerte, para variar... creo que ya va siendo hora de volver al trabajo.

-Arno, no vas a poder hacer ni la mitad de lo que podrías necesitar; no estás bien como para luchar o escalar, por ejemplo.

-Lo sé, pero si para poder salir de aquí al menos, Lucía. Con cuidado y de incognito, sólo para ayudar. Te prometo tomármelo con calma. -Añadió con una sonrisa leve, viendo como el rostro de la chica se relajaba un poco ante su gesto travieso.

-Todo sea por no oírte quejarte más… -Se burló, haciendo al francés sonreír. Él la besó fugazmente en los labios, haciendo que cambiara de tema tras unos instantes. -Supongo que ya que puedes valerte por ti mismo volveré al Café Teatro.

-¿Y por qué no te quedas aquí conmigo? Definitivamente, me refiero. Si quieres, claro. -Agregó al verla extrañada. Ella se tomó un segundo de reflexión, hablando con extrañeza.

-¿Quieres que vivamos juntos?

-Sí, ¿por qué no? Ya hemos probado la experiencia, y ha ido bien.

-¿Seguro que no pretendes que te sigan cuidando para vivir a cuerpo de rey? -Bromeó Lucía.

-En realidad, pensaba en otro tipo de ventajas que no me has dejado mostrarte, porque te has empeñado en dormir todos los días en este sofá que tanto te ha gustado desde el primer día.

La rubia ensanchó su sonrisa ante el tono seductor del castaño, dejado que él acercara sus labios a su cuello, donde comenzó a besarla.

-¿Estás seguro de que vas a poder, Arno? -Susurró ante el placer que sentía, aferrándose al cuello del hombre, quien había introducido su mano por debajo de su camisa.

-Ya te he dicho que estoy mucho mejor que la semana pasada, pero te lo voy a demostrar, y si quieres, el resto de noches.

-Bueno, creo que podríamos probar.

Arno sonrió pícaramente ante la respuesta de la rubia, pasando a besarla en los labios con fervor, emocionado porque también hubiera aceptado su oferta.


Lucía y Arno despertaron abruptamente, a la vez, ante el sonido de un puño golpeando la puerta principal de la casa en mitad de la madrugada.

-Quédate aquí, por favor. -Susurró Lucía mientras se levantaba, cubriendo su desnudez con la amplia camisa del francés, y cogiendo la pistola de una cómoda cercana.

-Ni de broma.

La joven suspiró resignada, viendo como el hombre se ponía sus pantalones únicamente, siguiéndola por el pasillo hasta descender las escaleras y llegar al salón. La rubia se esforzó por quedar la primera, abriendo la puerta cuando logró que Arno cediera a su plan. Con el arma preparada, abrió la puerta despacio.

Ninguno dijo nada al ver a Élise al otro lado, quien pasó dentro al instante, hablando en cuanto cerraron la puerta.

-Siento haber interrumpido. -Bromeó al ver su escasa ropa, haciendo que el francés respondiera con el mismo tono.

-Y da gracias a que no he bajado desnudo.

-Te he visto desnudo muchas veces; tampoco iba a sorprenderme. -Agregó la pelirroja con un quejido a modo de risa, contemplando que la española se sentía incómoda ante todo aquello. Decidió entonces dejar las mofas. -He venido porque ya han intentado darme caza al ser declarada oficialmente enemiga de la Revolución. He tenido que salir de mi casa, y tendré que ver dónde me escondo a partir de ahora.

-¿Recibiste nuestra nota a tiempo? -Preguntó Lucía, hablando por primera vez.

-Sí, pero no del modo que me hubiera gustado. El portador intentó secuestrarme con unos tres hombres más. Pagan muy bien por nuestras cabezas. -Añadió, encogiéndose levemente de hombros.

-Podrías quedarte en el Café Teatro, es un lugar seguro, y no irán a buscarte sabiendo que tiene conexión con la hermandad.

-Supongo que es una buena idea, al menos hasta que piense qué hacer a largo plazo. -Respondió al comentario de Dorian, quien se hallaba sentado en una silla cercana, dolorido aún por su rápida incorporación de hacía un rato.

-Iba a ir a hablar contigo mañana -rompió el silencio la española, haciendo que Élise la mirara-. Hemos descubierto dónde se esconde André, y a la noche ultimaremos detalles en una reunión secreta para ir a por él sin que Germain se entere. Se esconde cerca de Versalles cuando no está en París, en el bosque. Al parecer en la cabaña de un leñador al que conoce desde niño por su padre. Es 100% seguro porque lo han seguido, y no sabe nada.

-¿Y por qué no habéis ido ya y esperáis a mañana? -Preguntó con un deje de molestia que no ocultó.

-Precisamente para no delatarnos. Ese hombre es muy escurridizo, hay que trabajar con sumo cuidado y asegurar casa paso. Podemos reunirnos mañana por la noche aquí, después de la reunión.

-Bien, eso haremos. Diles a tus maestros que quiero intervenir en esto; no voy a quedarme fuera.

La rubia asintió ante su desafíate voz y mirada, sabiendo que su hermanastra no iba de farol en absoluto. Tendría que convencer al consejo para que la dejara trabajar con ellos en aquel asunto, aunque desde luego ya venían barruntándose que aquello llegaría.

La conversación quedó zanjada con aquel silencioso pacto cuando Arno habló, indicándole a Élise que durmiera allí lo que quedaba de noche.