Capítulo 53
La reunión secreta entre Lucía, Antoine y los líderes del consejo asesino de París había concluido con relativa brevedad, puesto que no habían llegado a pasar dos horas cuando la pareja salió del escondite, ya adentrada la madrugada. Arno finalmente se había quedado en casa después de no haber superado aún los dolores que le había ocasionado levantarse sin cuidado la pasada noche. A la española le había costado aquello, pero lo había conseguido tras razonar con él.
La pareja de asesinos caminó en silencio, meditando lo hablado en la Sainte Chapelle mientras se ponían en marcha hacia el Café Teatro para contarle a Élise las novedades, tal y como la noche anterior Lucía le había prometido a la joven. Habían conseguido sin mucha discusión que los maestros aceptaran la intervención de la pelirroja, pero sin duda sus caras habían mostrado la misma preocupación que sentía Lucía; ¿podían esperar que la joven De La Serre no perdiera los estribos y se ciñera al plan en todo momento?
Lucía suspiró discretamente al no verse respondiendo a aquella pregunta de forma afirmativa. No obstante, la rubia apartó aquellos pensamientos al percatarse de la actitud de su compañero. Antoine parecía nervioso, y nuevamente había mirado su reloj mientras cruzaban el puente que los introducía en la Isla de San Luis.
-¿Pasa algo, Antoine? ¿Tienes prisa? -Rompió el mutismo entre ambos la chica, haciendo que el francés guardara su reloj de bolsillo rápido.
-Bueno, la verdad es que un poco, sí. Mi hijo está enfermo, y mi mujer al llegar del trabajo no se encontraba muy bien tampoco. El médico los ha visto por la tarde, no es grave -añadió al ver el rostro de ella-; pero la pobre no tiene fuerzas para ocuparse del niño.
-Oh, ¿por qué no me lo has dicho antes? Vete, Antoine, por Dios.
-No puedo hacer eso, ¿Y si aparece Gastón? -Agregó él mientras negaba con la cabeza, pero la rubia intervino firmemente al instante.
-Ni siquiera sabemos si está en la ciudad, nadie lo ha visto desde lo ocurrido en Poissy. Yo estaré bien, y tú tienes derecho a estar con tu familia, que te necesita. En serio, volveré sola y todo irá bien.
El hombre contempló con poco convencimiento su sonrisa afable, deteniéndose junto a ella a la entrada trasera del Café Teatro, ya totalmente vacío de clientes y movimiento. Tras un suspiro, Antoine habló.
-Está bien, me marcho ya entonces. Pero voy a pasarme por casa de Arno para decirle que volverás sola, por si acaso, y no es negociable.
-Vale, lo acepto, aunque vaya a echarme la bronca luego. -Agregó ensanchando su sonrisa, la cual fue contagiada a su compañero.
-Muchas gracias, Lucía. Nos vemos. ¡Ten cuidado!
La española se despidió del asesino con la mano y unas escuetas palabras, entrando después en el edificio, dirigiéndose por los vacíos pasillos hasta el cuarto que antes ocupaba.
Élise abrió la puerta casi al instante de que llamaran, dejando ver que estaba ansiosa por conocer las novedades.
-¿Y bien? ¿Qué han dicho? -Preguntó mientras cerraba, observado que Lucía se sentaba en la silla que había frente al tocador, ahora girada para mirar a su hermanastra.
-Aceptan que intervengas siempre que seamos discretos, nadie sepa de nuestra alianza, y te sometas a sus órdenes. No sólo lo dicen por que no vean que trabajamos juntos, sino porque quieren discreción absoluta para que Germain no se vuelva a adelantar.
-Bien, acepto las condiciones. ¿Cuál es el plan?
-Saldremos al mediodía escondidos en una caravana de granjeros que llevan cereal a Versalles, de momento sólo Arno, tú y yo. Me han dado un mapa para poder localizar la cabaña donde se esconde André. Quieren que lo interroguemos, pero que no le hagamos daño pase lo que pase. No se fían de que diga lo que sabe realmente, no todo al menos, y vamos a necesitar toda información para localizar al herrero.
-Vale. Pues mañana nos veremos entonces.
-A las 11 y media en los campos de labranza del norte. Intenta que nadie te reconozca.
-Hecho. Gracias.
Lucía asintió tras levantarse, sonriéndola levemente antes de salir de la habitación. No estaba muy segura de si la joven francesa estaba mintiendo, o de veras estaba dispuesta a seguir las normas establecidas.
Suspirando mientras se abrigaba con su capa oscura, la española salió a la fría noche exterior, poniendo rumbo a la casa de Arno con paso rápido ante la baja temperatura.
Las calles estaban desiertas, y lo único que se escuchaba era el ulular de la gélida brisa, y el sonido de los animales callejeros hurgando en la basura. No obstante, Lucía tuvo la sensación de escuchar pasos no muy lejanos, y de sentirse observada, lo que hizo que de forma automática aumentara la velocidad de su caminar.
A pesar de observar de refilón alrededor, la rubia no vio a nadie, con lo que achacó aquellas sensaciones a su propia mente y miedo, el cual trataba de bloquear, sin pensar en qué podría ocurrir en aquel corto trayecto.
Avasallada por las quimeras de su psique, Lucía cambió el trayecto de su camino normal, adentrándose en las estrechas callejuelas que desembocaban en la gran avenida que acababa de abandonar. Pronto descubrió que aquello había sido un gran error.
La joven no tuvo tiempo de reaccionar cuando, al doblar la esquina de un callejón, Gastón apareció frente a ella, pasando a agarrarla del cuello con una mano.
-Si te mueves, te mato. -Amenazó él, apretando la hoja de su daga contra el cuello de la rubia.
Lucía no tuvo más remedio que obedecer y descartar la idea de defenderse. Debía pensar rápidamente y buscar cualquier atisbo de distracción del ex asesino para huir. Tenía que dominar su miedo si quería sobrevivir. Antes de poder reaccionar, Leroux habló de nuevo.
-No he podido matar a Dorian, pero voy a asegurarme de hacerte pagar a ti por los dos.
La española no dijo nada, pensando en un movimiento rápido que la haría libre o la condenaría, ejecutándolo un segundo después.
Lucía agarró el brazo con el cual Gastón sujetaba el arma, haciéndole una llave para luxar su codo y correr. No obstante, aunque el hombre perdió la daga y gimió de dolor, no fue herido de gravedad y pudo seguir a la chica con la velocidad que le proporcionó la cólera.
La rubia sacó la pistola que escondía en el cinturón sin frenar su carrera, intentando apuntar al francés, quien cada vez estaba más cerca, pero no usó su único tiro y trató de acelerar a pesar de que el terror empezaba a extenderse por su interior.
Sabiendo que no lograría ser más rápida que Gastón, Lucía tuvo que hacer acopio de su valor para tratar de luchar, puesto que no tendría otra alternativa. Con aquello en la cabeza se detuvo abruptamente, girándose para disparar en cuanto pudo.
Leroux se tiró al suelo con gran agilidad, haciendo a la joven errar en su disparo por muy poco. Sin embargo, Lucía no se dejó bloquear por el miedo, sacando uno de los cuchillos que colgaban de su cinto para lanzárselo al hombre en cuanto estuvo de pie.
Gastón rió entre dientes mientras agarraba el mango de la pequeña arma clavado en la protección de su pecho, tirándolo al suelo antes de comenzar a correr de nuevo tras la rubia.
Lucía muy pronto notó que la ansiedad y el pánico anegaban sus ojos en dolorosas lágrimas que nublaron su visión. No había escapatoria, como tantas otras veces, y ya no podía correr con tanta velocidad por el cansancio.
Casi a la vez que su garganta dejó escapar un agónico sollozo, sintió que el hombre la alcanzaba, tirándola al suelo de aquel oscuro callejón sucio y maloliente.
