Capítulo 54

Tal y como había esperado Lucía, la violencia no se hizo esperar. Gastón estaba totalmente fuera de sí, y en cuanto la derribó se puso sobre ella para inmovilizarla, comenzando a golpearla con el puño en la cara para que se detuviera en su intento de defenderse.

-¡Te dije que no jugaras conmigo! ¡Todo es culpa tuya, idiota!

La mujer no pudo luchar contra aquella fuerza devastadora, y pronto su visión se vio emborronada por las lágrimas y su propia sangre, hasta que los golpes cesaron. No se alegró por aquello, pues sabía que lo que vendría a continuación sería incluso peor.

Gastón rasgó con brusquedad la camisa de la joven, pasando rápidamente a arrebatarle todas las armas que portaba para lanzarlas lejos. Fue entonces cuando trató de desabrochar el cinturón de Lucía, quien luchó porque no lo hiciera.

La rubia recibió un nuevo golpe antes de que el hombre se levantara y pasara a voltearla en el suelo con total insensibilidad, para de aquel modo, poder bajarle los pantalones como había pretendido.

Lucía trató de gritar, de moverse e impedirle que consiguiera su objetivo, mientras no podía dejar de llorar con amargura. Sintió que Gastón lograba desnudarla parcialmente, volviendo entonces a girarla de nuevo ante el desesperado arranque de zafarse de él.

-No voy a tener piedad contigo, así que lo único que te queda es conservar la poca dignidad que puede quedarle a una puta como tú. -Susurró a la par que la agarraba del cuello con violencia, haciendo que la chica dejara de luchar y aceptara su funesto destino. No obstante, sólo lo hizo por un segundo.

Lucía se revolvió con toda su fuerza cuando Gastón pasó a tratar de violarla, pero sentía sus fuerzas menguar a cada segundo trascurrido en el que la presión sobre su cuello la asfixiaba. Aquel era su final, y ni siquiera podría luchar por hacerlo menos horrible.

-¡No!

No supo qué pasaba, ni quién había gritado o a qué distancia estaba, pero un segundo después de aquello Gastón había sido derribado por el nuevo atacante, liberándola.

Lucía tosió e inhaló con ganas a pesar del dolor que aquello le producía, arrodillándose en el suelo para subirse los pantalones con manos temblorosas, antes de fijar sus ojos en la pelea que acontecía a un par de metros. La visión de aquello hizo que su corazón de nuevo volviera a encogerse por el miedo.

-No, no, por favor. -Susurró mientras se ponía en pie con dificultad al ver que Gastón golpeaba a Arno en la cara, haciéndole chocar contra la pared, antes de derribarlo de un nuevo puñetazo.

Sin embargo, el asesino pudo zafarse de su agresor y parar el nuevo golpe, siendo él quien comenzara a ganar terreno contra Leroux, hasta que el mayor pudo reducirlo al atacarle en la herida del abdomen.

Arno terminó de nuevo en el suelo con Gastón sobre él, tratando de apuñalar su cuello con una de las dagas tiradas que recogió. Dorian hacía fuerza como podía, hasta que su contrincante se distrajo para empujar a la española, quien había tratado de ayudar a su novio sin éxito aparente. No obstante, aquel fue el golpe de suerte que Arno necesitaba.

Aprovechando el instante de desconcentración, logró arrebatarle el cuchillo a Gastón y golpearlo para pasar a ocupar su lugar, apuñalando su aorta con extrema velocidad.

-Te dije que si volvías a tocarla iba a matarte. -Susurró con seriedad mientras contemplaba al hombre desangrarse, hasta que finalmente perdió la vida poco después.

El asesino abandonó el cadáver y la daga al ponerse en pie con dificultad, volviendo a la tierra al escuchar llorar a la rubia, quien se hallaba sentada en el suelo, respirando a duras penas a causa de su llanto desgarrador. Dorian se apresuró a ir junto a ella, dejándose caer de rodillas al tenerla delante para poder sostener su rostro con suavidad.

-Lucía, ya está, ha pasado todo. Estoy aquí.

-Ha sido todo culpa mía. Yo… yo le dije a Antoine que podría, pero no sirvo para nada de esto, y ahora tú lo has matado por mí.

-Eh, eso no importa. Él iba a matarte, se lo ha buscado. ¿Estás bien? ¿Ha llegado a…? No sé si he llegado demasiado tarde.

Arno suspiró aliviado cuando vio a la chica negar con la cabeza, confirmándole que Gastón no la había violado, pero era evidente que la había asustado hasta límites insospechados ante la magnitud de su llanto. El hombre la abrazó sin decir nada más, estrechándola contra su pecho de forma dulce hasta que lograra calmarse para poder salir de allí.


Arno no podía soportar aquel silencio mientras se encaminaban a las afueras de la ciudad en la parte trasera de un gran carro con telas. No obstante, no sabía si Lucía querría hablar o no de todo lo ocurrido.

No sólo estaría lidiando con el dolor de las heridas dejadas por la pelea, sino también con todos sus pensamientos. Y aunque se sintiera fatal sin necesidad de que lo manifestara, la joven se había negado a abandonar la misión.

Su rostro seguía igual de serio y pálido que horas atrás, habiendo ganado peor aspecto con aquellas grandes ojeras. La española apenas logró dormir, y al haberlo conseguido, las pesadillas se habían encargado de despertarla entre sudores fríos y gemidos.

Arno no pudo continuar más con aquella situación, y llevó su mano hasta la más cercana de Lucía, quien estaba sentada a su lado. En cuanto sus ojos contactaron, el asesino habló con suavidad.

-Sabes que puedes cambiar de opinión si así lo deseas y quedarte en París. Debes descasar, y yo estoy bien como para ocuparme de todo con Élise.

-Necesito hacer esto, Arno; podré aguantar el dolor de las heridas, no es para tanto. De todos modos, aunque parezca lo contrario, no quiero estar sola.

El hombre apretó la mandíbula instintivamente al escucharla, contemplando con impotencia el gran moratón que abarcaba la mejilla y ojo izquierdo de la rubia, quien además tenía el labio superior cosido. A pesar de haber matado a Gastón, el fuego de la ira lo consumía por dentro a cada recuerdo de lo acontecido, pero ocultó la sensación con todas sus fuerzas, sabiendo que la chica no necesitaba nada de eso, sino calma y tacto para recuperarse.

-Está bien, tú decides. Si necesitas lo que sea, dímelo, por favor; no quiero meter la pata, ni molestarte preguntándote todo el rato, pero si quieres hablar estoy aquí, ¿vale?

-Lo sé, gracias, Arno.

Lucía esbozó su primera sonrisa desde hacía horas, pasando a posar su cabeza contra el hombro de Dorian, quien la rodeó con un brazo al instante para después besar la cabeza de la joven.

El trayecto restante volvió a darse en silencio entre ambos hasta que bajaron del carro, ya a las afueras de la ciudad, caminando hasta el lugar donde habían quedado para partir a Versalles.

Arno volvió a verse sumido en dudas ante el inminente encuentro con Élise, a quien se podía divisar cerca de un campo de trigo, envuelta en su gran capa de viaje. La pelirroja preguntaría al ver el estado de Lucía, pero la española no quería hablar de aquello; era evidente que no estaba preparada. ¿Qué podía hacer? De nuevo se sintió inútil y perdido, suspirando con resignación sin desacelerar el paso hasta llegar a unos metros de la pelirroja, quien se acercó.

El semblante de Élise cambió con presteza al vislumbrar las marcas en el de su hermanastra. Su sorpresa hizo que arqueara las cejas al mismo tiempo que hablaba.

-Dios Santo, ¿qué ha ocurrido? ¿Fue anoche?

-Élise, hablaremos de esto más tarde… -Agregó Arno cuando, transcurridos unos segundos, Lucía no dijo nada, mirando hacia el suelo. No obstante, el francés se sorprendió de que finalmente tomara la palabra con firmeza.

-Sí, fue cuando salí del Café. Gastón me seguía y aprovechó que estaba sola al regresar para intentar violarme y matarme después. Menos mal que Antoine fue más listo que yo y avisó a Arno, si no, no estaría aquí.

-¿Pudisteis capturarlo? -Preguntó tras un segundo de incredulidad, fijando la vista en el asesino.

-Lo mate, pero no pude llegar todo lo a tiempo que hubiera querido.

-Me salvaste la vida, aún estando herido; has hecho más que suficiente, Arno. Ahora ese bastardo ha encontrado lo que se merece por fin. Lo siento mucho -agregó de repente, cambiando su tono. -Ojalá no hubieras tenido que matarlo por mí, y siento estar tan distante, pensando estúpidamente en todo eso, en vez de estar contenta porque por fin nos hemos librado de él. Pero voy a estar bien muy pronto, y lo sé porque tú estarás conmigo.

El francés sonrió levemente, a la par que la rubia no podía retener sus lágrimas y volvía a sentirse tonta, pero pronto perdió la sensación cuando Arno la abrazó con cariño, susurrándole que siempre lo haría porque la amaba.