Capítulo 55

Ya había oscurecido cuando el grupo se había adentrado en el bosque a las afueras del pueblo de Versalles, a pie, intentando avanzar con el mayor sigilo posible entre el lecho de hojas secas que decoraba el suelo, puesto que según el mapa ya estaban muy cerca de la zona indicada.

Élise terminó por desistir de ver algo en el rugoso papel ante la escasa luz que la luna proporcionaba en el cielo negro de finales de otoño, guardando el mapa mientras susurraba que estaban muy cerca. No se equivocaba, puesto que enseguida pudieron atisbar una tenue luz amarillenta entre los gruesos árboles.

A pocos metros, el trío pudo contemplar una pequeña cabaña de madera desgastada y verdosa por el musgo, escondida en aquel recóndito claro del bosque; era un buen lugar para esconderse, no había duda.

Se acercaron con sumo cuidado al pequeño refugio, evitando las dos ventanas frontales para no ser vistos. Lucía y Élise quedaron al lado de la puerta principal, escuchando sonidos en el interior mientras el asesino comprobaba que no hubiera salidas traseras. Una vez se hubo cerciorado de que no se podía escapar más que por la fachada principal, se reunió con las chicas.

-Tal y como planeamos. -Susurró Arno, recibiendo un asentimiento por parte de ellas.

Ante la señal, Lucía y Élise sacaron sus armas de fuego, alejándose levemente de la puerta principal para dejar que Arno pateara con fuerza la frágil madera, abriendo con brusquedad al segundo.

El hombre del interior no tuvo tiempo más que de levantarse asustado de la silla, antes de que Dorian llegara hasta él y lo sujetara con violencia para empotrarlo de cara a la pared mientras empezaba a cachearlo.

-André Manet, por fin nos conocemos. -Comentó con mofa, terminando de comprobar que no tenía armas. Entonces lo volteó para poder mirarlo a la cara.

El hombre era igual de alto que el asesino, en quién posó sus ojos castaños claros con curiosidad antes de hablar con aquella voz firme y segura que tenía.

-Arno Dorian, también te conozco. Y Élise De la Serre, claro. -Agregó mientras contemplaba a la chica a su derecha, aún apuntándole con el arma a poca distancia. André sonrió con socarronería antes de posar sus ojos en Lucía, quien se hallaba apoyada en la puerta de entrada, ahora cerrada. -¿Cuál es el nombre de vuestra amiga?

-Cállate -le cortó Arno-. Así que Germain te ha puesto al día, ¿no? Ya sabemos que estás trabajando para él y os reunisteis hace muy poco en París.

-No ha hecho falta. Sois enemigos de la Revolución, así que todo el país os conoce. ¿A qué debo el honor de esta vigorosa visita? No soy templario, ni estoy interesado en lo que persiguen. No me gustan sus valores.

- ¿Y qué haces con él, por qué entonces?

-Por dinero, claro. Y por evitarme problemas. Él ahora es el dueño de París, y va a por todo el país, como sabréis los asesinos.

-Si de veras eras un mercenario que sólo busca el dinero, ¿si mejoramos su oferta cambiarás de bando? Ninguno vamos a fingir que no sabemos qué vamos buscando. Sabemos lo que hacías hace meses en Marsella, Germain también está al tanto entonces sobre lo que Perriand, tu padre, hizo. -Matizó el parisino ante la mirada fría de Manet, quien volvió a sonreír con un deje de mofa antes de hablar.

-Tienes razón, sería absurdo fingir cuando todos sabemos ya de qué va esto. Pero como te decía, no estoy con Germain. Voy en busca de mi hermanastro, el herrero, para conseguir esa supuesta copia de los documentos templarios y llevárselos a quién realmente tendrá el poder del nuevo orden que se rija en Francia; la alta esfera del Temple en Borgoña. Esa gente será la nueva dirigente del país, la que manejará a los títeres políticos que sustituyan a los reyes absolutistas. Germain es sólo un iluso con poder pasajero.

-Bien, entonces queremos lo mismo, aunque sea por distintos motivos. -Apuntó Élise, hablando por primera vez. André la miró fijamente.

-No será barato, y desde luego tendré que seguir fingiendo con Germain para que no me suba al cadalso.

-El dinero no es problema, yo misma te pagaré si es necesario, y sabrás que puedo hacerlo.

El hombre sonrió de forma torcida, emitiendo un quejido a modo de risa antes de hablar, esta vez mirando a Arno.

-Si vamos a ser socio deberíamos a empezar a tratarnos mejor. Una muestra de buena fe, ¿eh?

-Claro, pero te aviso de que, si haces cualquier cosa rara, ahora o en cualquier momento futuro, no habrá rastro de la buena fe.

Manet asintió solemne ante su amenaza, aceptando el trato, lo que hizo que Dorian dejará de amenazarlo con su hoja oculta y lo soltara, a la par que la pelirroja bajaba su arma e intervenía nuevamente.

-Ahora, socio, dinos qué sabes sobre el herrero y los papeles.

André se pasó la mano por el corto cabello oscuro, suspirando antes de responder.

-En Marsella no encontré apenas nada, ni nadie de los que trabajaron para mí en la ciudad. Sólo que el chico se había marchado de allí hacía apenas un año, que era un herrero huérfano que nunca conoció a su padre, y que se llama Camille. No sé dónde está ahora, ni tampoco Germain, pero lo está buscando con todo lo que tiene porque está claro que él tiene la copia de los documentos porque era hijo de mi padre. Me los iba a dejar a mí, pero finalmente cambió de parecer y supuestamente los destruyó. Me mintió, claro. No acabamos muy bien cuando yo opté por desviarme de la vida de la orden, como sabréis.

-¿Cómo te enteraste de que Camille era su hijo? ¿Cómo llegaste hasta su pista si Perriand nunca te habló del chico? -Preguntó Dorian, observando al moreno caminar hasta la mesa redonda de la sala para beber de un vaso que allí reposaba.

-Mi padre era un hombre que solía tener todo muy bien atado, pero su problema es que era demasiado sentimental… se preocupaba por sus vástagos. Encontré correspondencia que mantuvo con la madre de mi hermanastro cuando ella le escribió para decirle que había tenido un bebé; le pedía dinero para poder mantenerlo. Pensé entonces que, si Ivette no tenía la copia de los papeles, no podía ser otro que Camille a quién hubiera dejado la tarea que quería encomendarme a mí, porque él estaba totalmente decidido a acabar con toda la corrupción e ideas oscuras que se formaban en el Temple. François pensaba igual -agregó al señalar a Élise. -La única diferencia es que mi padre se vio venir que lo asesinarían, hizo la copia y fingió su muerte para desaparecer y poder joderles, dejándome a mí el testigo antes de que una enfermedad que tenía en sus últimos días lo acabara de matar, aunque entonces yo ya no me hablaba con él.

El trío compartió una mirada fugaz tras el silencio en el cuarto, antes de que Arno tomara la palabra, yendo al grano tras la historia que a todos pareció encajar.

-¿Dónde están buscando ahora a Camille, hay alguna pista de su nuevo paradero?

-Aún no, me temo, pero es cuestión de esperar un poco a que alguien me responda a una carta, y entonces os demostraré que estoy dispuesto a colaborar con vosotros y pasar de Germain.

André sonrió de forma divertida, volviendo a beber de su vaso mientras el grupo compartía una nueva mirada extrañada y cargada de interrogantes.