Capítulo 56

Élise se escabulló por una de las salidas traseras del palacio de Versalles, ahora en ruinas y lleno del trasiego de delincuentes y personas sin hogar desde el inicio de la revolución.

Había pasado una semana desde que habían llegado al pueblo y encontrado a André, quien había vuelto a París por orden de Germain.

No había dado más detalles antes de su partida, sólo la promesa de respuestas en cuanto recibiera una importante carta que traería noticias de Camille, así como información sobre lo que el maestro templario se traía entre manos.

La pelirroja se encapuchó ante la brisa gélida del exterior, mientras se alejaba del gran edificio hasta encontrar el caballo que había atado a un árbol. Tras acariciarlo y percatarse de que estaba tranquilo, montó en él y se puso en marcha hacia la aldea.

El sol ya se había ocultado cuando Élise llegó al pequeño pueblo, abandonando el caballo en el establo de la posada de Versalles donde habían estado hospedándose todo aquel tiempo tras corroborar que la gente del lugar se había renovado, y todos los anteriores conocidos de la infancia habían huido ante el miedo de las represalias por servir a los reyes y aristócratas.

Como acostumbraba a pasar a esas horas de fin de la jornada en los campos, la taberna del lugar estaba bastante llena, pero la francesa pudo encontrar fácilmente a la pareja de asesinos sentados al final de la amplia estancia.

Élise sonrió levemente al ver la escena, confirmando, una vez más, que ambos encajaban perfectamente. Arno acariciaba el rostro de la rubia, sonriendo antes de abrazarla para acercarla más y poder besarla fugazmente en los labios. Lucía, que parecía haber vuelto a la normalidad tras lo de Gastón, le devolvió la sonrisa tras separarse, acariciándole en la mejilla antes de que la pelirroja llegara a ellos.

-Hola, chicos. ¿Interrumpo?

-No, claro que no. Siéntate; te estábamos esperando. -Agregó el francés, haciendo que ella se sentara frente a la pareja, y comenzara a contar el relato de su día.

-No traigo mucho que decir, la verdad. He hablado con todo el que me he encontrado en el palacio, y sí, algunos conocen a André; que es un mercenario, a veces ha estado en el pueblo, pero que no se relaciona mucho y viene y va. Nada raro ni más información que la que nosotros sabemos, así que seguimos donde estábamos. Es un tipo listo, se ha esforzado por cubrirse las espaldas y ser casi un fantasma. No podemos fiarnos de él.

-Está claro…

Tras el susurro de Arno, Lucía rompió el silencio, mirando al hombre.

-¿El maestro Quemar habrá recibido la carta sin que Manet lo haya sabido?

-No lo sé, pero está claro que sabe que no nos fiaremos de lo que nos cuente, y sabrá que los asesinos lo vigilarán.

-No hay más opciones para nadie que jugar a hacerse el tonto con total cinismo, ¿eh? Ni que fuéramos franceses.

Todos sonrieron ante la broma de Élise, dándole la razón ante el callejón sin salida que habían encontrado en aquel camino de poder adelantarse al mercenario. No quedaba más que esperar y tratar de ser más rápidos y hábiles que André Manet.


Lucía se despertó de su ligero sueño al sentir pasos en el pasillo, escuchando que alguien se paraba ante la puerta del cuarto que compartía con Arno. No le dio tiempo a incorporarse en el lecho cuando vio en la penumbra una nota pasar por debajo de la puerta.

La rubia se levantó con la velocidad que le permitía ser sigilosa, tomando el cuchillo que reposaba en la mesilla de noche para acercarse hasta la entrada, abriendo súbitamente.

No encontró a nadie ya en el estrecho corredor, con lo que cerró segundos después, recogiendo el pequeño pliego de papel del suelo de la alcoba.

"He vuelto hace apenas una hora. Tengo buena y valiosa información sobre nuestro muchacho, así que os espero en la cabaña pasada la medianoche. Manet"

Al terminar de leer el texto, la joven se acercó a la cama, sentándose en su lado mientras llamaba al francés con suavidad hasta despertarlo.

-¿Qué pasa? ¿Estás bien? -Preguntó Dorian, incorporándose mientras se frotaba un ojo.

-Es Manet. Ha vuelto. Ha hecho que nos dejaran esta nota ahora mismo, mira.

Arno tomó el papel y lo leyó rápido, pasando a levantarse de la cama mientras hablaba.

-Espero que sea tan espectacular como dice… ¿Avisas a Élise? -Preguntó al ver que ella ya se había puesto su ropa.

-Voy a buscarla. Espero que al final no acabara subiendo a la habitación con aquel chico de la cena.

-¿Por qué crees que te lo he dicho? -Se burló Arno, haciendo que ella le respondiera con una sonrisa.

-¿Resulta que ahora tienes vergüenza, o quizá te ofende que haya pasado tu página sin dramas?

-Claro que no, me alegro por ella si es así. Yo ya sólo puedo pensar en ti.

Lucía no pudo evitar que en su rostro se dibujara una sonrisa, manteniendo la mirada al francés hasta que rompió la distancia y lo besó en los labios antes de salir del cuarto.


El trío se había puesto en marcha escasos 15 minutos después de recibir la nota, llegando a las entrañas del bosque tras una larga hora de camino a caballo, en aquella noche cerrada que no permitía cabalgar. Todos se sintieron aliviados en cuanto descubrieron el leve resplandor que emitía la lampara de aceite de Manet salir de entre los árboles.

La rapidez con la cual el hombre abrió la puerta evidenció que los estaba esperando, aunque no se vio nada ansioso por el encuentro, manteniendo aquel halo de misterio e indiferencia que parecía no necesitar impostar.

-Sentaos, no os sintáis incómodos. Somos socios.

-¿Qué tal le va a tu jefe por París, socio? -Fue al grano Arno, quedándose de pie para encararlo. Manet sonrió tras beber de su vaso de vino, respondiendo.

-Ha encontrado una pista sobre el paradero de Camille, por eso me llamó, para que me pusiera en marcha. Lo que él no sabe es que yo también he encontrado otras gracias al tipo que trabaja para mí en Marsella, del mismo que leísteis esa carta que encontrasteis en mi antigua casa.

-Pues estás tardando en desembuchar, Manet. -Agregó con frialdad Élise, cruzándose de brazos en su silla.

-Deberías trabajar esa impaciencia tuya, pero supongo que no puedo culparte… Germain ha descubierto que los Perriand tenían una relación importante con una familia de comerciantes de Reims, los Moreau. Al parecer cuando era niño, mi padre vivió en Reims y su padre se volvió íntimo de esa gente, porque salvaron a mi abuela de que la asaltaran en la calle y la mataran. Él nunca perdió la relación después con los hijos de los Moreau. Me ha mandado a Reims para averiguar todo lo que pueda.

-¿Y qué? ¿Eso es todo lo que tiene?

-Germain sí; ahora mismo está muy ocupado jugando a mover a su títere Robespierre para cortar las cabezas adecuadas en la plaza. Yo tengo algo mejor, aunque, según se mire, también jodido, porque Germain está sobre la pista correcta.

-Explícate. -Agregó de forma lacónica la francesa.

-El tipo que trabaja para mí ha encontrado a alguien en Marsella. Por lo visto, poco después de que Camille huyera de allí, su madre enfermó. Como el chico no podía regresar, la madre contrató a una mujer para que la cuidara. La hemos encontrado, y resulta que ella escribía y leía la correspondencia entre Camille y su madre. Por supuesto todo era destruido tras leerse, pero recordaba cosas importantes, como que nuestro herrero buscaba a un hombre en Reims al cual nuestro padre le había dicho que acudiera si las cosas se ponían difíciles y debía huir.

El grupo se miró tras las palabras del mercenario, quien no disimuló su sonrisa triunfante antes de beber y susurrar un de nada.

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