Capítulo 58

Era el tercer día en el cual Lucía trabajaba en las cocinas de la torre del Temple, y a pesar de que en los anteriores no había conseguido nada, puesto que apenas había podido escabullirse de la zona donde debía estar, aquella mañana había llegado más relajada; tenía un plan en mente para salir en busca de respuestas.

Aquel día era especial; Germain estaría allí a ciencia cierta, no como el anterior, en el cual llegó ya de noche, y ni siquiera se reunió con nadie.

Esa noche, sin embargo, recibiría a varios de sus más importantes subordinados y colaboradores para cenar juntos, con lo cual la cocina llevaba funcionando desde temprano para tenerlo todo a punto.

La española amasaba sobre la amplia mesa de la zona, observando a varios trabajadores ir y venir, atareados y concentrados para no recibir riñas del maestro de cocina, puesto al mando para dirigir al personal. No obstante, a pesar de que todo el mundo se esforzara al máximo, el hombre entrado en carnes no tenía nunca suficiente, pegando voces a todo el que pasaba cerca.

Lucía aprovechó que regañaba a una joven que se ocupaba de presentar en bandejas los canapés de la cena para acercarse a la gran olla puesta al fuego, y verter el contenido de un pequeño frasco que agriaría aquel estupendo guiso de jabalí casi preparado. En cuanto hubo realizado la acción sin ser vista, regresó a su puesto con el pequeño cuenco de azúcar que previamente había dejado cerca del caldero.

Las manijas del reloj discurrían pesadamente, puesto que la asesina alzaba la vista muy a menudo para contemplar la hora en aquel sencillo objeto en la pared de la amplía estancia del servicio, nerviosa al saber que Germain estaba a punto de empezar a reunirse con sus invitados, poniendo también en marcha su misión.

-¡Maldita sea, Remy, ven aquí de inmediato, patán!

El grito del jefe de las cocinas hizo que Lucía volviera a la tierra, girándose para contemplar como el pobre pinche llegaba hasta la olla puesta al fuego, recibiendo aspavientos y chillidos de inmediato.

-¡Qué has hecho con mi guiso! ¡No tenemos más jabalí para rehacerlo, maldita sea, y el señor dejó muy claro que este sería el menú! ¡Te has pasado con el limón, le echaste la cascara sin cortarle la parte blanca, idiota! ¡Azúcar y bicarbonato, rápido! ¡Voy a intentar arreglar esta tropelía!

La rubia continuó con su tarea mientras escuchaba los pasos veloces de Remy y otros trabajadores, y enseguida alguien alzó la voz trémula para informar de que no quedaba bicarbonato, y no habría suficiente azúcar si no reservaban aquella parte para seguir haciendo los postres.

-¡Pues que alguien vaya a comprarlo dónde sea, o estaréis todos despedidos!

-Yo me ocuparé, sé dónde conseguirlos cerca, señor. -Se adelantó a hablar la rubia, esperando su momento deseado.

Nadie se opuso, y entre gritos y lamentos del jefe, Lucía se quitó el delantal blanco para caminar veloz hacia la salida, rebuscando en su mente el plano de la zona a dónde debía dirigirse y tantas veces había estudiado en esos días.

El lugar era enorme, pero sabía que la zona donde los templarios solían estar se hallaba en la parte alta de la torre, y llegar hasta allí sin que la vieran sería imposible, pero no quedaba más que tratar de improvisar, ser rápida y saber ocultarse del máximo de gente posible.

Con éxito logró salir de la zona de sótanos sin que nadie dijera nada, pudiendo llegar hasta una de las escaleras estrechas en forma de caracol que ascendían por el inmenso complejo, pero antes de cruzar el umbral que conectaba con la segunda planta, se dio de bruces con uno de los mayordomos del maestro del Temple.

-¿Qué haces tú aquí? Tu sitio es la cocina, está prohibido que subáis sin permiso. -Comentó molesto, bloqueando la entrada. Lucía fingió temor y murmuró su respuesta.

-Lo sé, señor, lo siento… Me envía el maestro Michel para decirle que quizás no se pueda sacar el plato principal… y ya que se estipuló que fuera jabalí expresamente, habría quizás que preguntar al señor por qué desearía cambiarlo en caso de que haya que buscar otra opción, y así tenerlo todo listo cuando sea la hora de la cena.

-Dile a Michel que haga lo que le parezca, que se las ingenie para ser creativo, para eso le pagan tan bien. El señor acaba de reunirse y ha pedido expresamente que no se le moleste, y menos por una estupidez tan grande.

-Si aún no han llegado los invitados… -Susurró tragándose la sorpresa, desempeñando su papel.

-Es otra cosa, chica; No seas cotilla y baja a mandar mi mensaje, ¡vamos!

Lucía maldijo interiormente cuando el hombre no se movió de su sitio, con lo que tuvo que descender por las escaleras hasta llegar a la siguiente planta, esperando el momento propicio en el cual los guardias estaban distraídos hablando. La joven se remangó las faldas hasta hacerse un nudo a un lado de la cintura, corriendo hacia la ventana que había en frente.

Escondiéndose tras un pilar de piedra, esperó a asegurarse de que los dos hombres seguían abstraídos en su conversación y ni la habían notado, para después abrir con sigilo el gran ventanal y salir por él tras inspirar con fuerza.

Intentando no ponerse nerviosa ni pensar en lo que odiaba escalar, la española trepó por las cornisas muy lentamente, maldiciendo a cada segundo por el extra de complejidad que aquello le suponía con ese atuendo, pero se dio cuenta de que tenía que agradecer con fuerza que Arno hubiera sido tan insistente en ayudarla a mejorar durante todo aquel tiempo que llevaban juntos; si aquello estaba siendo posible, era gracias a esas mejoras.

La joven llegó hasta la segunda planta, encontrando varias ventanas abiertas para terminar de ventilar las estancias donde se desarrollaría la cena, con lo que ascendió hasta la más cercana, asomándose muy lentamente para asegurarse de que era seguro subir. No pudo evitar suspirar con alivio al verse de nuevo con los pies en el suelo.

Aquella era la habitación contigua a la de la gran mesa donde se cenaría; era una gran sala de reunión, con una mesa enorme rectangular y una decoración exuberante y relacionada con la orden. Lucía se pegó a la pared justo al lado de la puerta al oír pasos por el pasillo, saliendo después para buscar a Germain y su misterioso acompañante no agendado.

Aguzando el oído al máximo fue avanzando por el largo corredor en busca de voces, poniendo rumbo al despacho personal del maestre en aquel lugar, no muy lejos de su propia posición, pero la chica se detuvo en seco, con sorpresa, cuando escuchó otra voz que le resultaba muy familiar y enseguida reconoció; la de André Manet.

Lucía se acercó hasta la puerta de dónde salían las voces, pegando el oído a la misma para escuchar lo que decía el mercenario.

-Claro que aparecerá; no sabe nada de que estarás aquí con el resto; la he tenido lo suficientemente engañada y ocupada siguiendo mis pistas falsas. Esta noche Élise De La Serre dejará de ser un problema, Germain, tal y como te prometí. Mis hombres pueden ocuparse si no quieres ensuciarte las manos.

-No, quiero mirarla a los ojos cuando se apaguen, recordándole que el mismo error de su padre ha acabado con ella. Que no pueda salir de la cripta de la catedral hasta que yo llegue. Quiero matarla yo mismo.

-Pues debes ponerte en camino; debe estar dirigiéndose para allá. Todo está preparado.

Lucía se despegó de la puerta ante el sonido de pasos próximos, con el corazón acelerado ante lo que había descubierto, y sin pensarlo salió corriendo del lugar para abandonar su misión principal y buscar a Arno.