Capítulo 60

-Ya casi está.

El susurro plagado de esfuerzo de Arno hizo que Lucía empujara con más esfuerzo, ayudándole a mover una última roca que bloqueaba el acceso del túnel estrecho a la cripta.

Cuando la piedra se movió lo suficiente como para caer al suelo de la zona donde daba acceso, el asesino pasó a tomar la iniciativa para bajar, ayudando después a la española. Ambos necesitaron unos segundos para que sus ojos se adaptasen a la leve luminosidad del nuevo corredor, contrastando con la oscuridad casi total de la cual habían emergido.

-Sígueme, hay que ir al otro corredor para acceder a la sala de reuniones. -Comentó el francés antes de ponerse en camino, haciendo que la chica corriera tras él mientras ambos preparaban sus armas.

Apenas llegaban a salir de aquel oscuro pasillo cuando comenzaron a percibir sonidos no muy lejanos. Parecía que varias personas caminaban por la zona anexa con velocidad, hablando entre murmullos.

La pareja se detuvo antes de poder salir de su zona, y manteniendo el silencio, Arno se asomó sin despegarse del muro para contemplar a una pareja de templarios cruzar la sala donde se guardaba la reliquia, alejándose rápido.

-Ahora, vamos. Me adelantaré para buscar a Élise, tú sólo intenta cubrirme, por favor.

Lucía apretó los labios un segundo, sin responder, antes de que él saliera corriendo de su cobertura con la espada en ristre.

Enseguida nuevos sonidos llegaron de aquel nuevo pasillo, y la rubia pudo observar a Arno batiéndose contra dos hombres, pero no pudo centrarse en aquello cuando escuchó la llegada de otros enemigos desde la entrada de la sacristía.

La joven corrió hacia la pared, aplastando su espalda contra la superficie pétrea al lado de la cavidad de entrada mientras se preparaba para intervenir, actuando en cuanto la nueva pareja entró en la sala de la reliquia.

Con toda la rapidez que le fue posible, Lucía asaltó al primer hombre para clavarle una de sus pequeñas dagas en el cuello, pasando después a disparar al segundo, matando a ambos casi al instante. Aún así, no tuvo tiempo que perder al ver que Dorian necesitaba su ayuda ante la llegada de otros templarios que salían del interior del complejo subterráneo.

El asesino se había deshecho de los primeros enemigos, batiéndose contra los tres nuevos aparecidos, que a su vez, a gritos, alertaron de la llegada de los intrusos para reclamar apoyo.

Lucía renunció a perder tanto tiempo en cargar el arma de fuego, con lo que la utilizó para golpear a uno de los soldados en la nuca antes de que pudiera girarse, pero a la vez recibió un golpe en la cara de un recién llegado que contempló su acción.

Rodando sobre sí misma en el suelo evitó una estocada de aquel templario, a quien derribó con un movimiento brusco y raudo de pierna, pasando a sacar otro de sus cuchillos, atacando su yugular para rematarlo y ponerse en pie.

Buscó rápido a Arno con la mirada, encontrando que se hallaba en problemas ante el número de enemigos, con lo que pasó a tomar la espada del cadáver más cercano para ayudarlo, ignorando toda promesa realizada.

El asesino se vio aliviado cuando obtuvo la ayuda, reponiéndose veloz del dolor que le había provocado un corte en la parte alta del brazo para encarar a los dos únicos hombres en pie, observando cómo su novia volvía a intervenir de lleno, batiéndose con uno de los enemigos.

Arno obtuvo un nuevo corte al haberse distraído mirando a la rubia, algo apurada al pelear cuerpo a cuerpo con el desconocido, pero trató de centrarse cuando su contrincante lo golpeó con el puño y lo estampó contra la pared. Velozmente el templario abandonó su sable para coger una de las dagas de Lucía y tratar de clavárselas al hombre en el cuello, contemplando con euforia que su fuerza era mayor a la de Dorian. No obstante, el asesino no tuvo que aguantar mucho el roce infernal de la hoja contra su piel cuando el hombre fue apuñalado en la aorta, cayendo al suelo unos segundos después.

-¿Estás bien? -Preguntó entre jadeos la española, contemplando con miedo el rostro del francés.

-Sí, gracias. Démonos prisa.

Ambos corrieron hacia el pasillo de la derecha sin mediar más palabras, ignorando el dolor de sus nuevas heridas, puesto que no había tiempo que perder, o eso trataban de pensar para evitar la llegada de oscuras posibilidades. Pero apenas unos instantes después, ambos descubrieron que la suerte no había jugado a su favor.


Lucía suspiró, llevándose las manos al rostro mientras continuaba sentada en aquella silla junto al cadáver de Élise en el salón de Arno. Aquella terrible noche parecía no terminar nunca.

La rubia rememoró las pasadas horas tras descubrir lo acontecido en la cripta, recreándose en el escalofrío que sintió y apartó al shock de la muerte de su hermanastra cuando vio que Arno no había reaccionado apenas. El asesino se limitó a contemplar a la pelirroja de rodillas, en un pesado silencio hasta que tomó el cuerpo entre sus brazos para salir de allí.

No habían hablado en el trayecto hasta el hogar del francés, y la española tuvo que soportar sentirse inútil y temerosa, sin saber qué decir o hacer, con lo que fue incapaz de hacer nada hasta que Arno habló cuando estuvieron en la casa. Fue en aquel momento, cuando ambos se miraron a los ojos, que Lucía encontró la primera reacción en él; la ira tensaba sus músculos y enturbiaba su mirada mientras le decía que avisara de lo sucedido a Quemar mientras él buscaba a Germain.

Por supuesto, el intento de ella por decirle que no lo hiciera fue en vano, ya que Arno salió de la casa dando un portazo, dejándola con la palabra en la boca y el miedo en el cuerpo. Así pues, ante tal panorama, Lucía había abandonado también la casa para informar de lo acontecido a los maestros.

Y allí se hallaba de vuelta tras narrar el horrible día, aún sin saber nada de Dorian, exhausta física y mentalmente tras, además, haberse ocupado de adecentar el cadáver para eliminar los rastros de sangre y suciedad.

No podía dejar de mirar a su hermanastra, con lo que terminó por cubrir su cuerpo con una sábana antes de sentarse en aquella silla y dejar que su cabeza empezara a pensar a toda velocidad, machacándola por dentro. No obstante, aquella maquinaria se detuvo en seco, haciéndola saltar de su asiento, cuando la puerta de la casa se abrió.

Arno se adentró en la sala cabizbajo, cerrando con desgana antes de murmurar al contemplar a Lucía. Ella contuvo el aliento, nerviosa y preocupada al ver que se había metido en problemas y vestía nuevas heridas posteriores al asalto a la cripta.

-Germain se ha ido de la ciudad, y con él ese hijo de puta de Manet. Han partido a Reims según el jefe de su guardia.

-Iremos tras ellos mañana, Quemar nos da permiso para hacerlo de inmediato.

Él asintió levemente, pasando a quitarse la capa y protecciones de su atuendo hasta apoyarse sobre la mesa donde había depositado los objetos, disimulando un profundo suspiro derrotado. Lucía se acercó unos pasos hasta quedar tras él, tragando saliva antes de hablar.

-Lo siento mucho, Arno. Ojalá hubiera sido más rápida.

-No… no es tu culpa.

La joven se mordió el labio levemente al sentir aquella voz quebrada, y pronto pudo dilucidar que el hombre estaba llorando, abordado por la tristeza al haber perdido aquella primaria rabia.

Lucía entonces se atrevió a dar un paso más hasta apoyar su mano en la espalda del asesino, frotándola con cariño mientras volvía a susurrarle que lo sentía. Pocos segundos después Dorian se giró y la abrazó con fuerza, dejando que todos sus sentimientos fluyeran junto con su llanto.