Capítulo 61

El frío vacío a su lado en la cama hizo que Lucía despertara con pereza, despejándose pronto para girarse y prender en la oscuridad las velas del candelabro de la mesilla de noche.

Pronto la pequeña habitación de aquella posada se iluminó tenuemente, mostrándole que, efectivamente, Arno no se encontraba durmiendo a su lado tal y como había prometido hacía horas atrás.

Lucía suspiró con resignación para aplacar su enfado, puesto que desde que habían llegado a Reims hacía sólo 3 días, la actitud del hombre había ido degenerando con velocidad desde una tristeza que quería llevar en soledad, hasta aquella debacle de rabia por encontrar a los culpables de la muerte de Élise.

Al llegar a la ciudad, el asesino aún había ocultado que aquel cáustico sentimiento estaba empezando a devorarlo por dentro, pero enseguida perdió las ganas de disimularlo, coincidiendo justo cuando supieron de pistas para encontrar a Manet en la ciudad, el primero de sus objetivos de venganza.

Mientras la española se vestía para salir en su busca, pensaba en todos los problemas que esa actitud iba a traerles; pero sobre todo en el miedo que le daba ver aquella explosiva evolución desde el entierro de su hermanastra. Jamás había pensando que podría ver al francés comportándose de forma imprudente, trabajando a destajo sin permitirse descansar, consumido por el odio… Él no era así, pero no sabía cómo detenerlo o hacer que entrara en razón, no tan pronto por lo menos.

Cuando la joven estuvo preparada salió de la habitación con sigilo ante las altas horas de la madrugada que eran, dirigiéndose al exterior, sumido en el silencio de aquella noche cerrada y fría. Al menos dio gracias por saber dónde ir a buscarlo después de todo el trabajo que habían realizado ese día para encontrar información del enigmático herrero hijo de Perriand, que además había coincidido con el hallazgo de noticias sobre André Manet.

En su camino hacia la más famosa y decadente taberna de Reims, Lucía se detuvo al contemplar a lo lejos a Dorian caminando en su dirección con paso lento. Parecía no haber tenido mucha suerte en sus pesquisas, con lo que la joven tomó aire con ganas antes de seguir andando hasta encararlo a poca distancia.

No pudo reprimir el tono de reproche en su voz al comenzar a hablar tras fijarse en las heridas de su rostro; parecía haber tenido una pelea.

-Creí que habíamos quedado en seguir mañana con el trabajo. Necesitas descansar un poco.

-No podía dormir, así que utilicé el tiempo en algo que tuviera sentido. Las noches son mejores para obtener información, la gente está borracha.

Arno prosiguió andando tras su desganado comentario, haciendo que Lucía sintiera aumentar su enfado. Al instante la chica se apresuró a seguirlo, hablando sin tacto.

-¿Pelearte a las 4 de la madrugada en un tugurio de mala muerte es no desaprovechar el tiempo? Ya escuchaste a ese tío antes, y mañana iremos al prostíbulo para encontrar a esa mujer y que nos diga qué sabe de Manet. Tienes que parar.

-¡No puedo! -Gritó, parándose súbitamente para mirarla. -Se lo debo a Élise. Tengo que terminar esto y hacer que ese hijo de puta y Germain paguen por lo que han hecho, y no pienso descansar hasta haberlos matado con mis manos ¿¡Por qué no puedes entenderlo!?

-¡Claro que lo entiendo! -respondió alzando la voz- ¡Pero con esta actitud sólo conseguirás que te maten también, Arno! Despierta y domina la ira y el dolor o no quedará nada por lo que luchar ¿No ves tú esa evidencia? No eres así, Arno, por favor.

-Puede que no me conozcas tan bien como crees. Siento decepcionarte, Lucía, pero esto es lo que soy realmente, ¿vale? Si no puedes o no quieres seguirme, déjalo. Soy consciente de todo y me da igual, maldita sea. Tú apenas la conocías, no significaba nada para ti, pero para mí era lo único que me quedaba. Vete a dormir, mañana estaré en el prostíbulo a las 10, por si quieres seguir con la misión. Quiero estar solo.

La rubia tragó con dificultad mientras lo observaba volver a caminar, alejándose de ella y del trayecto de regreso a la posada donde se hospedaban. Pronto notó como el fuego de las lágrimas de impotencia quemaba en sus ojos.


Tal y como había dicho, Arno apareció por la avenida que comunicaba con la calle donde se hallaba el prostíbulo más famoso de la ciudad, encontrando que Lucía estaba cerca de la puerta esperando.

Ambos aún se sentían molestos por la discusión de la pasada noche, con lo que ninguno tuvo intención de hablar más de lo necesario. El francés fue quién dio el primer paso.

-Hola. ¿Has entrado?

-No, te estaba esperando.

-Bien, vamos entonces.

Lucía asintió de forma corta, pasando a seguirlo hacia el interior del gran local, encontrando que en la sala principal que ejercía de taberna, sólo había una mujer algo mayor limpiando el suelo.

-Disculpe, estamos buscando a alguien que trabaja aquí; su nombre es Anne Sophie.

La anciana dejó la tarea para mirar a Dorian antes de decir nada, y tras un segundo pensándoselo, respondió sin dar importancia al asunto.

-Arriba a la derecha; la 2 habitación de ese pasillo. Aunque a estas horas no trabaja ninguna.

Tras agradecer la información, la pareja se puso en marcha según lo indicado, llegando al largo pasillo lleno de puertas. Arno llamó con ganas a la indicada, pasando a insistir cuando nadie abrió tras unos segundos.

Después de un grito exasperado, la dueña del dormitorio abrió la puerta dejando ver que la habían despertado.

-¿Quiénes sois? No trabajo hasta la noche. -Agregó con cansancio, pasando a atarse la bata con la que se tapaba su camisón.

-No venimos por eso. Tienes información que necesitamos, y no puede esperar. Seremos breves si colaboras.

La prostituta suspiró algo exasperada, dejando a la pareja entrar en el modesto cuarto que ocupaba. Mientras Arno hablaba, ella se arreglaba el pelo frente al tocador.

-Buscamos a un hombre que estuvo aquí hace dos noches, y sabemos que hablando contigo. Se llama André Manet, y buscaba información sobre la familia Moreau, concretamente sobre el único hijo que vive de esa familia y solía frecuentar este antro; Armand es su nombre.

-Recuerdo a Armand, pero hace meses que no se le ve por aquí, me atrevería a decir que ni en la ciudad… Y sobre el otro, no recuerdo a ningún Manet.

Arno no lo pensó dos veces, y caminó veloz hasta la mujer para levantarla con brusquedad y estamparla contra la pared, sujetándola por el cuello para hablar a la par que la miraba. Lucía se alertó al instante, acercándose hasta él para calmarlo, pero Dorian le hizo un gesto con la mano para que lo dejara.

-No me mientas, porque sé que fue así. Puede que te haya prometido dinero, qué sé yo, todo mentiras, si quieres saberlo. Pero te advierto que no voy a largarme de aquí hasta que me digas todo lo que sabes de ese cabrón.

-No lo conozco, es la verdad -agregó asustada, perdiendo la chulería. -No me dijo su nombre, sólo me plantó una bolsa de dinero en frente y me preguntó por los Moreau, y por un tal Camille, un herrero… No conozco ni sé nada del tal Camille, y de la familia Moreau lo que te he dicho ahora, y que la otra única descendiente viva es hermana de Armand y lleva el negocio familiar, aunque ahora están jodidos y no venden tanto… Armand y su hermana discutían porque él se lo gastaba todo en putas y juego, no sé más, de verdad que no.

-Arno, basta; déjala. -Intervino Lucía con seriedad ante el llanto de la mujer, viendo que su novio no la soltaba, haciéndole daño, pero él aún no había terminado.

-¿Y qué hay de Manet? ¿No sabes dónde está? ¿no le han vuelto a ver por aquí? Quiero respuestas.

-¡Arno, para! -Gritó Lucía mientras la prostituta gemía entre sollozos, diciendo que no tenía ninguna información.

Finalmente, al ver la actitud del asesino, la española se acercó rápido y lo empujó, haciendo que soltara al fin a la mujer. La rubia la protegió poniéndose delante mientras clavaba sus ojos claros en los irreconocibles de su novio, quien pasó a salir raudo del dormitorio.