Capítulo 62
Lucía había salido del prostíbulo unos minutos después que Arno tras disculparse con aquella mujer, y haber recabado información de la descendiente de Moreau.
El asesino caminaba con velocidad debido a su enfado, haciendo que la española tuviera casi que correr, comenzando a nombrarlo para que se detuviera, cosa que no ocurrió. No le quedó más remedio que acelerar hasta llegar a sujetarlo de un brazo y detenerlo, aunque él apartó la mano con brusquedad al girarse.
-¡Pero qué diablos pasa contigo! ¿Ahora vas a ser un matón? -Reprochó ella, tratando de no gritar al estar en medio de la calle.
-No voy a dejar que se rían de mí, Lucía. No espero que lo entiendas; ya hemos hablado de esto.
Ella apretó la mandíbula ante su desprecio, impidiéndole que reanudara la marcha al empujarlo levemente.
-Pues ahora hablaremos de otra cosa, una más importante, aunque te cueste verlo. Si no te importa convertirte en un idiota violento, al menos contente para no acabar por joderlo todo y delatarnos. Esa gente está en todas partes y tú estás llamando la atención.
-Te recuerdo que eres tú la que quiere hablar de esto en mitad de la calle. -Alzó la voz con enfado.
Lucía inspiró con profundidad para no seguir el ejemplo del asesino, calmando su tono para responderle.
-¿Y te parece exagerado? Mírate, Arno; no estás bien. Te estás volviendo descuidado y harás que nos maten y que todo vuelva a irse al garete. Si vas a seguir en esta línea desbocada y amenazando gente inocente me encargaré de seguir la pista de los Moreau y Camile. Vete a buscar a Manet si tanto lo deseas.
-Muy bien, eso haré. Deja de interponerte en mi camino de una vez entonces.
La rubia hizo un gran esfuerzo para mantenerle aquella mirada fría, sin agregar palabra, viendo como al instante él se giraba y caminaba raudo lejos de ella. Fue entonces cuando la joven se permitió que las lágrimas se formaran en sus ojos, pero las limpió en un veloz movimiento lleno de rabia antes de emprender su camino en busca de aquella mujer de la familia de comerciantes. Debía ser rápida y avanzar en la misión antes de que los descubrieran, cosa que iba a ocurrir ante aquella actitud de Arno.
Volviendo a tomar aire y profundizarlo, dándose unos segundos para reponerse de aquel dolor, la española caminó con firmeza hacia las inmediaciones de la catedral de la ciudad, recordando las palabras de la prostituta para reconocer el establecimiento de la familia Moreau.
La plaza donde se hallaba la majestuosa catedral de Reims estaba llena de gente, con lo que Lucía tuvo que sortear la marea humana hasta alcanzar el flanco derecho del lugar, hallando el cartel de madera desgastada que buscaba. Había llegado al comercio de telas, claramente desmejorado tras el paso de los años dorados.
Un suave tintineo le dio la bienvenida al abrir la puerta, haciendo que a los pocos segundos una mujer saliera de la trastienda hasta el mostrador. Ensanchó la sonrisa mientras observaba a Lucía acercarse, dejando ver un destello de emoción en aquellos ojos oscuros rodeados de arrugas por la edad.
-Buenos días, señorita. ¿En qué puedo ayudarla? Tengo las telas más selectas venidas incluso de Oriente.
-Me temo que mi visita no es para comprar, señora. ¿Es usted Amelie Moreau, la hermana de Armand?
El rostro de la mujer de pelo castaño recogido en un moño perdió toda alegría, volviéndose serio, con un deje de temor que Lucía reconoció enseguida y le hizo intervenir rápido.
-Oiga, no quiero meterla en problemas, pero lo que me trae aquí es algo muy importante para todos. Sólo necesito que me responda a unas preguntas y la dejaré en paz, de verdad.
-Sí, soy Amelie y Armand es mi hermano, para mi desgracia y para la del apellido de mi familia, joven. ¿Qué busca? ¿Le debe dinero?
-No, nada de eso… Parece ser que lleva un tiempo sin dar señales por la ciudad; ¿sabe algo de él?
-Lo cierto es que no. Hará más de un mes que no viene por aquí, y lo cierto es que es raro, porque siempre viene a asaltar la caja para pagar sus vicios. -Calló un instante para suspirar con resignación, relajando el tono. -Hace años que no me llevo bien con mi hermano, señorita. Está destruyendo lo que mi padre creó, y dejándome en la bancarrota, así que para mí no verlo es un alivio, y aunque suene horrible decirlo, prefiero no saber qué hace ni dónde, porque quiero vivir en paz de una vez y sacar adelante a mis hijos. ¿Quién es usted, por qué lo busca?
-Me temo que por el bien de todos es mejor que no sepa nada, señora. Es un asunto que encierra peligro.
-Eso es lo mismo que me dijo el último preguntando por mi hermano hace sólo unos días.
-¿Vino alguien buscándolo? -Preguntó la rubia con alarma, algo que la dueña del local vio al instante.
-Sí… Un hombre joven, misterioso como usted, que no quería dar datos. Vino la semana pasada preguntando por Armand también, y por un joven, un tal Camille que se supone conoce a mi familia…
-¿Era un hombre alto, delgado pero robusto, de pelo corto oscuro y ojos marrones? -Se apresuró a preguntar.
Ante la afirmación de Amelie, Lucía susurró el apellido de André por lo bajo antes de volver a los ojos de su interlocutora.
-Tiene que contarme todo lo que le dijo a ese hombre, y lo que él le preguntó. Es muy importante que él y para los que trabaja no lleguen a encontrar a su hermano, ni al chico llamado Camille. ¿No sabe nada de él seguro?
-No, no sé quién es Camille, también se lo dije al hombre; él me contó que mi padre lo había tenido bajo su tutela o algo así, en secreto, pero si fue verdad lo ocultó al resto de la familia. En cuanto a la conversación sobre Armand, simplemente me dijo que tenía que encontrarlo por trabajo, uno bueno, y que no había manera de encontrarlo en Reims. Le dije lo mismo que a usted, que no lo he visto ni dijo nada antes de irse, si es que lo ha hecho. Le di una dirección al extraño donde podía buscar a mi hermano; es una antigua casa de campo familiar, ahora casi en ruinas. Está en Chamery, a las afueras; cerca de una granja. Después de decirle eso se marchó complacido, y bromeando que por fin podía volver al campo y alejarse de la ciudad.
-Muchas gracias por su tiempo, Amelie; no sabe la ayuda tan enorme que me ha proporcionado. Adiós.
La dueña del negocio apenas tuvo tiempo de decir nada antes de que Lucía corriera hacia la salida, pensando en buscar a Arno para partir hacia aquella casa. Era posible que Manet aún siguiera por allí, aunque Armand Moreau ya no estuviera en el hogar, pero las pistas parecían indicar que podría haber huido allí con el joven Camille.
La rubia corrió hasta llegar a la famosa taberna de la ciudad, acertando de pleno al ver allí dentro a Dorian, quien parecía haber aparcado momentáneamente su búsqueda de información para ahogar su frustración en vino. Sin dilación, la joven se acercó hasta posicionarse a su lado, hablando en voz baja con total seriedad.
-Sé dónde está Manet. Ha ido en busca de Armand a Chamery, así que deja eso y vámonos ya.
Arno asintió, sorprendido, aún sosteniendo en el aire el vaso de alcohol que pasó a abandonar velozmente para seguir a la rubia al exterior, directos a recoger sus pocas pertenencias de la posada donde habían estado alojándose.
