Capítulo 64
El cansancio físico era notable, pero a pesar de las duras condiciones de la noche anterior, Lucía se sentía aún peor emocionalmente.
La española apenas había podido dormir tras su última discusión con Arno, sintiéndose triste y enfadada principalmente.
Como no había prosperado mucho su objetivo tras terminar de examinar la casa de los Moreau, la joven había optado por desistir de conciliar el sueño, saliendo a la taberna del pueblo en busca de los pocos rezagados que quedaran a aquellas horas de la madrugada, aunque sabía que no tendría mucha suerte.
Después de horas, y habiendo acertado en sus predicciones, de nuevo se encontraba saliendo del mismo lugar, pero esta vez al mediodía y habiendo descansado algo en la casa abandonada por puro agotamiento.
Chamery era extremadamente pequeño, con lo que había podido recorrer todos los lugares, y hablado con prácticamente todos y cada uno de los vecinos de la aldea en aquella mañana. No obstante, a pesar de todos los esfuerzos realizados, no había conseguido nada nuevo o útil sobre Armand Moreau o André Manet, a quien parecía que nadie conocía por allí.
La frustración desmoralizaba a la española a pasos agigantados mientras caminaba de vuelta a la casa abandonada; tendría que volver a Reims y darle la razón a Arno, con todo lo que aquello conllevaba y aborrecía sólo de pensarlo. De pronto, la voz de alguien a su lado hizo que saliera de sus pensamientos.
-Eh, forastera ¿Vienes de París?
Lucía no detuvo su pausado caminar, pero echó un vistazo a aquel vagabundo sentado en el suelo a las puertas de una humilde parroquia. El casi anciano de pelo ralo mantuvo el rostro serio, insistiendo de nuevo en su pregunta.
-Sí, vengo de allí. No es mucho mejor que esto, si es lo que quieres saber. -Respondió ella mientras caminaba, haciendo que el hombre acelerara sus palabras para que se detuviera.
-En realidad quiero saber si perteneces a cierta orden antigua y vienes por eso.
Surtió efecto. Lucía se paró en seco y se giró para mirarlo mientras arrugaba el entrecejo, ya alerta por lo que pudiera pasar. Se acercó al mendigo tras que le hiciera un gesto con la mano.
-¿Asesina?
-Depende de quién pregunte. -Respondió con cautela, sin devolverle la sonrisilla al extraño.
-Si fueras del Temple ya estarías amenazándome con una navaja en el cuello; parece que ahora se las gastan así. Tengo un mensaje para la orden asesina de París, niña. Un mensaje de Armand Moreau.
El corazón de la mujer pareció detenerse por un instante al sentir la emoción, pero pronto se obligó a mantenerse fría, pensando que aquello podría ser una trampa y no debía bajar al guardia.
-¿Cómo sé que no mientes y esto no es un truco? No sé nada de ti.
-Supongo que lo sabrás cuando me escuches. Yo sólo hago esto porque el señor Moreau me pagó muy bien y fue bueno conmigo en el tiempo que lo vi; supongo que fuimos algo así como amigos… le devuelvo el favor cumpliendo su voluntad. El mensaje que dejó para los asesinos es el siguiente, textualmente: "Estoy en peligro, los templarios me buscan en estos últimos meses porque le han dicho al chico que hablara conmigo. Si algo me pasa habrán sido ellos y conocerán esta información. Camille tiene los documentos y se ha escondido bajo mi orden en París, trabajando para la familia Mirabeau por mi recomendación. Sólo él sabe dónde están los papeles ahora".
Lucía no pudo evitar que su mandíbula se relajara y cayera levemente ante tal valiosa revelación. El hombre sonrió levemente al notarlo, hablando de nuevo.
-Ahora ya sabes que esto no es un cuento, niña.
Arno descabalgó y pasó a adentrarse en aquella posada de camino a Reims, refugiándose de la lluvia y el frío a la llegada de la noche.
Se posicionó ante la barra y pidió vino de forma seca a la mujer del otro lado, echando unas monedas cuando llegó el trago.
Pasó a beber un buen sorbo, meditando con cansancio la rutina que comenzaba al llegar a un nuevo lugar: preguntar por Manet, y rezar por conseguir de una maldita vez algo de información para avanzar.
-¿Oye, has oído últimamente por aquí el nombre de André Manet? -Preguntó a la tabernera cuando el pidió la segunda ronda.
Dorian le describió el físico del mercenario al obtener un no, insistiendo mientras mascaba su exasperación con paciencia.
-Intenta preguntando a ese de ahí; es un buhonero conocido y muy entrometido, igual puede ayudarte.
Arno se giró para observar al hombre sentado junto con otros, bebiendo y riendo escandalosamente. Era algo mayor, con una barba descuidada plagada de canas y calvo. El asesino se alejó de la barra tras terminar el contenido de su vaso.
-Eh, buhonero. Quiero hablar contigo; sólo será un momento. -Intervino interrumpiendo al grupo, haciendo que el mentado hablara tras beber de su jarra.
-Puedes hablar aquí, forastero. Puedo conseguirte cualquier cosa que quieras.
-Preferiría que fuera en privado. No te robaré más de dos minutos.
El extraño terminó por aceptar, resoplando mientras se levantaba y seguía al parisino hacia un lugar apartado de la muchedumbre.
-¿En qué puedo ayudarte?
-Busco a un hombre, un mercenario que trabaja con los templarios y ha estado rondando por aquí hace no mucho; concretamente ha estado en Chamery. Se llama André Manet: joven, alto, cabello oscuro corto, ojos marrones…
-No conozco ese nombre, y he visto varios extranjeros que podrían cuadrar con la descripción.
-¿Y alguno de ellos habló contigo? ¿Alguien te pidió información extraña como estoy haciendo yo, sin nada que tenga que ver con comprarte alguna baratija?
-De hecho, sí; precisamente fue anoche cuando otro hombrecillo envalentonado como tú vino a pedirme información al saber que vivo en Chamery. Buscaba a una chica joven, rubia, que no es de por aquí, ni siquiera francesa… Quería asegurarse de sí estaba en la aldea; le dije que sí, que al menos yo la había visto por allí antes de irme. Se marchó entonces de inmediato y no dijo nada más.
Arno murmuró un mierda al instante, dándole las gracias casi a la vez que salía corriendo del local, temiéndose que Manet hubiera llegado ya a tenderle una trampa a Lucía.
