Capítulo 65
Lucía abrió los ojos despacio, saliendo de la negrura que había llegado de improviso, no sabía hacía cuánto tiempo.
Enseguida sintió un fuerte dolor de cabeza que hizo que volviera a cerrar los ojos, aunque aquello no hizo que la situación mejorase mucho. Debía concentrarse y averiguar qué había ocurrido.
Los recuerdos entonces llegaron a su mente; el mensaje del mendigo, su regreso veloz a la casa de los Moreau para recoger e irse en busca de Arno… y de repente un golpe fuerte en su nuca al cruzar la puerta de la vieja casa de campo.
La española entonces se forzó a abrir los ojos rauda, mirando a su alrededor, y cayendo en la cuenta de que estaba atada con las manos en la espalda, sentada en una silla de la cocina.
-¡Por fin, Lucía! Ya estaba pensando que te había dado demasiado fuerte.
La voz de Manet la asustó al entrar por su espalda, del exterior, con una lámpara de aceite que dejó sobre la mesa rectangular de la sala. El mercenario se sentó sobre el mueble para estar frente a la chica, hablando de nuevo.
-Atraparte ha sido ridículamente sencillo, he de decirte. Que no te vaya muy bien con Dorian me ha venido perfecto; y no lo digo por burlarme de ti, sino porque tengo algo de prisa, ¿sabes? Las manijas del reloj parecen ir más rápido cada vez en este asunto tan molesto. Me han contado que has estado merodeando por el pueblo, y te han visto hablar con alguien que conocía a Armand. Cuéntame lo que sabes.
-No voy a decirte nada, eres un puto traidor y un cobarde, André. Élise murió por tu culpa. -Agregó con firmeza, ocultando su malestar físico.
-Yo sólo me gano la vida; hay que saber de qué lado posicionarse en las guerras. No es personal para mí, pero sí para Germain. Está muy impaciente por encontrar al maldito muchacho herrero, al cual Armand conocía, por eso vine aquí antes que vosotros.
-Tú lo mataste.
El mercenario asintió antes de hablar de nuevo, levantándose de la mesa para acercarse a las ascuas candentes que quedaban en la chimenea.
-Sí… el muy cabrón no dijo nada; negó conocer a Camille hasta el final, así que como las palizas no sirvieron, volví el último día y lo maté por orden de Germain. El mendigo sufrió la misma suerte… y si eres un poco lista entenderás que estás en la misma posición.
-Por mí puedes correr a Germain y contarle tu fulgurante éxito, porque vas a hacer pleno y llevarle una mierda.
Manet se giró con velocidad mientras sacaba un cuchillo de su cinturón, avanzando hasta la chica, clavando el arma sin miramientos en la zona izquierda debajo de su clavícula.
Ignorando los gritos ahogados de la asesina, habló mientras la agarraba de la barbilla con brusquedad para que lo mirara.
-No voy de farol, rubita, pero si hablas seré benévolo y te mataré sin hacerte sufrir.
Lucía notó sus ojos anegados en lágrimas por el dolor, pero sin pensarlo, aceptando su destino, escupió al hombre sin mediar palabra. Manet entonces se distanció, pasando a darle una fuerte bofetada que hizo tambalearse la silla donde se hallaba.
-Como quieras. -Susurró limpiándose la saliva del ojo, antes de girarse para encararla de nuevo.
Sin cuidado alguno, el mercenario retiró el cuchillo del cuerpo de la mujer, dejándolo sobre la mesa para volver a golpearla de nuevo, gritándole por respuestas del paradero de Camille. Al ver que la rubia se dejaba vapulear mientras se concentraba en aguantar con dignidad el dolor de su tortura, André retornó a tomar el cuchillo.
-Veamos si eres tan valiente mientras te arranco la piel de la cara.
La española reaccionó en cuanto notó la punzada de la hoja cortando en su mejilla, lanzando sus piernas con toda la fuerza posible hacia delante, golpeando al francés brutalmente.
Mientras Manet gemía de dolor en el suelo ella, se esforzó por cojear con los pies atados hasta la chimenea, dejándose caer al suelo sin pensarlo para meter las manos en las brasas a ciegas y tratar de quemar las cuerdas.
La chica dejó escapar gemidos de dolor ante el suplicio, pero notó que funcionaba y lograba separar las manos, para pasar a desatarse los pies antes de que el mercenario se recuperara.
No obstante, la asesina no llegó a ponerse en pie cuando Manet se lanzó sobre ella, cuchillo en mano, comenzado a forcejear en el suelo.
Lucía logró que la hoja del arma no cortara de más sobre su cuello cuando logró desviar las manos del mercenario tras escupirle nuevamente, aprovechando el segundo decisivo de ventaja para golpearle en la cara y levantarse. André entonces se repuso veloz, recuperando el cuchillo antes que ella para abalanzarse a atacar desde el suelo, clavando la hoja en el muslo de la rubia.
En cuanto ella cayó al suelo con un grito, se forzó a concentrarse en el enemigo y olvidar su dolor, sacando el arma de su pierna con velocidad para blandirla contra el mercenario.
Manet la había sujetado de la pierna casi al instante, pero Lucía logró darle una patada y soltarse, pudiendo moverse sin perder tiempo para acabar con el hombre.
Nuevamente terminaron forcejeando, esta vez para evitar que fuera la mujer quien clavara el arma al francés, que había logrado golpearla en el rostro con el puño, haciéndole perder el cuchillo.
Cuando André gateó raudo para recuperar su arma, Lucía lo hizo al lado contrario, dirigiéndose a la chimenea para tomar la barra metálica con la que removían las ascuas, lanzándosela a la cabeza a su enemigo.
Manet recibió el impacto de pleno en la nuca, cayendo inconsciente boca abajo en el suelo. Lucía entonces emitió un gemido entre el alivio y el dolor, acercándose despacio hasta llegar junto a él. Comprobó que no tenía pulso.
La rubia entonces pensó en la necesidad de llevar su importante mensaje, y con todo el esfuerzo que pudo caminó hasta recoger su capa oscura tirada en un lado de la sala. Salió tambaleándose a la oscuridad de la noche en busca del caballo de Manet, al cual había oído en algunos momentos, sintiendo que el mareo empezaba a nublarle la vista.
A pesar de luchar contra su lamentable estado físico y resistir al desmayo, la rubia fue derrotada y cayó a plomo sobre la fría hierba llena de rocío.
