Capítulo 66

Un profundo suspiro inundó la vacía sala principal de la taberna de Chamery, sumida en la fría penumbra de un candelabro sobre la barra, en frente de la silla donde Arno esperaba.

El hombre no pudo luchar más contra sus pensamientos y sensación de culpa, llevándose las manos al rostro mientras sus ojos se humedecían recordando lo ocurrido hacía apenas una hora.

Había llegado en mitad de la noche a la casa de campo, entrando en el lugar sin haberse percatado por la oscuridad, de que Lucía se hallaba tirada a unos metros de la entrada de la cocina. Allí había encontrado el rastro de lo sucedido con un pánico que duró unos instantes, al percatarse de que el cadáver era de Manet.

El asesino entonces había comenzado a buscar a la española, llamándola a gritos por la casa hasta que había vuelto al exterior, esta vez, encontrándola inconsciente cerca del caballo atado a un árbol.

No había podido evaluar su estado debido a la oscuridad, pero el pequeño charco de sangre en el que la rubia se hallaba, y su inconsciencia, eran suficientes para determinar la gravedad de la situación. Arno no perdió tiempo y la había arropado con su capa, subiéndola sobre el caballo para cabalgar raudo hacia la taberna del pueblo, exigiendo a la pareja de propietarios que lo ayudaran y buscaran al médico más cercano.

Por suerte, un anciano doctor aún vivía en el que era su pueblo natal, y no había tardado más de 15 minutos en llegar al cuarto en el que habían acostado a la asesina. Pero desde ese entonces, Arno no había vuelto a tener noticias o escuchar movimiento en la planta superior, hundiéndose a cada segundo transcurrido en la amargura de saber que podía haber evitado todo aquello.

No había podido salvar a Élise, y ahora quizás perdería también a Lucía por haberla abandonado a causa de su infantil actitud de frustración y enfado. Sintió que de nuevo las ganas de llorar lo superaban ante la cruda realidad, y se dejó llevar por el dolor que merecía.


El dolor cada vez se hacía más intenso, pero a diferencia de la última vez, Lucía fue capaz de emitir un gemido y abrir los ojos por fin, a pesar del esfuerzo enorme que conllevaba.

-Arno… -Fue capaz de susurrar al verlo a su lado, terminando de vendar la herida de su muslo.

El francés se apresuró a finalizar con cuidado, sentándose después en la cama al lado de ella, retirando con suavidad el cabello claro que caía sobre las heridas de su rostro hinchado.

-Por fin despiertas; has estado muchas horas dormida e inconsciente. El médico se fue hace como una hora tras revisarte. Vas a necesitar descansar una temporada, sobre todo por la herida de la pierna que fue la más grave y casi te toca la arteria, y por las fracturas de costillas.

-Lo noto, sí… -Susurró ante el dolor de aquella zona alta del tronco, completamente vendada con fuerza. -¿Cómo te has enterado? Pensé qué estarías en Reims.

-Me detuve varias veces de camino, y en mi última parada en una posada de otra aldea, como a un día de camino de aquí, encontré a un tipo que había hablado con Manet. Me contó que te buscaba, y al saber que estabas por aquí, había vuelto.

-¿Manet está…? -Intervino rauda, viendo que él asentía mientras hablaba.

-Sí, lo mataste, y es lo que se merecía ese bastardo. Lo único que importa es que tú estás aquí.

Lucía sostuvo la mano del asesino que acariciaba su mejilla sana, llamando su atención mientras se esforzaba por hablar rápido.

-Arno, sé dónde está Camille. Un vagabundo me dio un mensaje del mismísimo Armand, y por eso Manet me buscaba. Como no iba a hablar iba a matarme, como hizo con Armand y el vagabundo… el herrero está en París, trabajando para la familia de los Mirabeau y tiene la copia de los documentos.

-Tranquila, me ocuparé de informar a la hermandad. No te preocupes ahora por nada de eso, tienes que descansar. Has hecho un gran trabajo, y has tenido razón todo el tiempo. Lo siento mucho. -Murmuró con vergüenza, pero Lucía no le dio importancia al volver a hablar.

-Tienes que volver a París cuanto antes, Arno.

-No pienso irme sin ti. Esperaré hasta que puedas moverte y volveremos juntos.

-Pero puede ser tarde entonces… No podemos fiarnos de enviar una carta con ese mensaje.

-Se me ocurrirá algo, pero no pienso abandonarte otra vez. -El francés tomó aire, bajando la mirada antes de seguir, más serio que antes. -He sido un completo idiota, y no sé cómo pedirte perdón por mi actitud, y por haberte hecho daño a pesar de que tenías razón en todo. Casi te matan por mi culpa, Lucía, el mismo bastardo que buscaba sin importarme nada más. Lo siento mucho, ojalá puedas perdonarme.

-Claro que te perdono, Arno. Sé que no estabas bien, que no eras tú después de lo que pasó… No pasa nada.

-Sí, claro que pasa -la cortó de forma súbita-; casi me cargo la misión más importante de la historia y dejo que te maten por abandonar mi deber. Y lo peor de todo, por abandonarte a ti, olvidando que eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, y que te quiero como no querré a nadie nunca. Esto no es una simple metedura de pata, Lucía.

-Arno… saber que te has dado cuenta y que no volverá a pasar es suficiente. Me recuperaré, ¿vale? Y además la misión está a salvo, no le demos más vueltas, por favor. Lo único que necesito es que estés aquí otra vez, conmigo.

El asesino tragó saliva al verla llorar, pasando a acariciar el surco de sus lágrimas mientras volvía a pedirle perdón. La chica le hizo un gesto para que se acercara a abrazarla.

-Voy a hacerte daño, Lucía.

-No me importa; necesito abrazarte de una maldita vez. -Respondió con una débil sonrisa, haciendo que él obedeciera con sumo cuidado para envolverla en sus brazos.

Dorian entonces escuchó a la española decir que le quería, haciendo que no pudiera aguantar más todas sus emociones, llorando silenciosamente mientras la abrazaba, dando gracias porque el destino no le hubiera dado su merecido.

Aquella nueva oportunidad no podía ser desaprovechada, y se juró con aquella mujer entre sus brazos que lucharía contra el dolor de la pérdida para darle todo lo que merecía.