Capítulo 67

Pasaban las nueve de la noche cuando el carro que Arno conducía se detuvo a la entrada de una pequeña aldea, a las puertas de la taberna y hospedería del lugar.

El hombre bajó rápidamente para acercarse al otro lado, y tras asegurarse de que nadie los observaba, ayudó a Lucía a bajar del carromato con cuidado.

-¿Lista? -Preguntó antes de alejarse y dejar de sostenerla, cuando la rubia asintió.

La pareja entonces puso en marcha el mismo plan que la noche anterior, dirigiéndose a la entrada despacio, cogidos del brazo hasta entrar en el pequeño local.

Arno se acercó a la barra para conseguir una habitación, dejando a la mujer unos pasos tras de sí, fingiendo que no rabiaba de dolor para no llamar la atención. Escuchó el mismo discurso que en la hospedería anterior de boca del asesino: eran un matrimonio de granjeros que transportaba alfalfa hasta París, y paraban para pasar allí esa noche. Se irían a primera hora y recogerían algo de desayuno para llevarse.

Lucía suspiró con discreción cuando vio al francés acercarse con las llaves en la mano, preparándose mentalmente para intentar caminar con normalidad hasta desaparecer de la vista de las pocas personas en la estancia principal.

Por suerte, el suplicio fue corto, pues llegaron a las escaleras tras un angosto pasillo y quedaron solos al pie de las mismas. La joven dejó entonces escapar una leve maldición por lo bajo, haciendo que Dorian pasara a sujetarla para cargar parte de su peso y subir.

-¿Quieres que te coja en brazos?

-No... eso es mucho más doloroso para mis costillas. -Le devolvió el susurro ella, esforzándose por avanzar veloz, contemplando el último escalón con anhelo.

Cuando por fin estuvieron en la segunda planta, la chica se apoyó contra el muro mientras Arno abría la puerta del dormitorio, el primero tras subir la escalera. El francés volvió a ayudar a la chica, metiéndose dentro del lugar antes de que alguien pudiera verlos.

La estancia era más que austera, pero la cama era amplia y parecía limpia, alumbrada por un gran candelabro que reposaba en una mesa pequeña cuadrada a su lado. La pareja se encaminó hasta ella, y con cuidado Lucía se tumbó decúbito supino con ayuda del castaño.

-Por fin. -Exhaló con alivio la muchacha, cerrando los ojos un instante.

-Es que no deberíamos habernos ido tan pronto de Chamery, no estás en condiciones. Sólo ha pasado una semana.

-Puedo moverme lo suficiente y las heridas están cerradas. Arno, no podemos retrasarnos más y arriesgarnos a que Germain se pueda enterar de algo. Seguro que ya está al tanto de lo de Manet. -Respondió mientras le observaba dejar las armas que ocultaba entre sus ropas, para después sentarse a su lado en la cama. Se quitó la capa de viaje antes de hablar, ayudando después a la española con la suya.

-Sí, seguramente hasta haya gente buscándonos por ello, pero eso no quiere decir que vayan a saber nada sobre lo importante. Las únicas personas aparte de ti que saben el mensaje están muertas, Lucía; Germain no puede enterarse de ningún modo. No hay tanta prisa ni peligro como para tener que ir en un carro fingiendo ser agricultor, mientras por los caminos vas oculta entre un montón de alfalfa para que nadie vea a una pareja que sea reconocible por los templarios.

-Ya hemos hablado de esto; ahora hacemos lo que yo digo, y luego en París me callaré y seguiré tu plan, quedándome quieta en el Café teatro para recuperarme mientras tú te ocupas de Camille. ¿Podemos ya dejar esto a un lado? Me gustaría que me ayudaras a desnudarme un poco.

-Si me lo pides así, no tengo más remedio. -Se burló Dorian, dibujando una sonrisa que apartó toda tirantez de ambos.

Lucía le hizo un gesto para que se acercara más, pasando a besarlo con ganas mientras enredaba sus dedos en el cabello del francés, deshaciendo su coleta baja.

-Oye, he dicho que sólo un poco, para estar cómoda para dormir. -Susurró divertida mientras él desabrochaba los botones de su camisa.

-No se puede dormir más a gusto que desnudo.

Ella silenció un leve gemido cuando el asesino comenzó a besar su cuello, llevando una de sus manos a la zona sana de su pecho. Lucía se esforzó por hablar mientras él seguía.

-Me encantaría seguir con esto, Arno… pero no creo que pueda todavía.

-Se pueden hacer más cosas. Tú tranquila, déjame a mí. Párame si te hago daño.

La mujer sintió que su piel se erizaba cuando las últimas palabras fueron susurradas cerca de su oído, sintiendo como el francés descendía la mano por su cuerpo hasta meterla dentro de sus pantalones.


Por fin a lo lejos, desde las campiñas vacías que atravesaban, Arno distinguía las tenues luces de París después de aquel agotador viaje, en el cual sólo habían parado a principios de la tarde para que el caballo descansara.

Saber que aquella noche al fin podrían descansar en un lugar conocido hizo que el hombre levantara la moral, alzando levemente la voz para decirle a la española, escondida entre la alfalfa, que llegarían muy pronto.

El sonido de un caballo relinchar en la distancia hizo que el asesino se girara, observando a la claridad de la luna que una figura cabalgaba tras ellos, a no mucha distancia. No le dio excesiva importancia hasta que descubrió un nuevo jinete que iba hacia él desde otro camino.

-Creo que tenemos compañía; no hagas ruido ni salgas pase lo que pase. -Habló para dirigirse a Lucía, quien respondió de forma lacónica desde su posición.

El desconocido que cabalgaba hacia ellos alzó la mano cuando estuvo lo suficientemente cerca, haciendo que Arno detuviera el carro al ver que portaba el atuendo oficial de los mariscales.

El soldado se posicionó frente al carro, hablando con autoridad.

-Identifíquese, señor. ¿De dónde viene y a dónde va?

-Mi nombre es Pierre Focault. Vengo de Chamery a vender esta alfalfa, señor. ¿Hay algún problema? -Comentó con naturalidad, observando como el hombre hacía avanzar su caballo hacia la zona trasera.

Mientras el extraño seguía haciendo preguntas sobre el cliente de la mercancía, Arno se fijó en que el nuevo jinete se hallaba a escasa distancia. El soldado anunció que llegaba uno de sus compañeros, y pasarían a investigar aquel forraje, pues debido a la caótica situación en la ciudad, había controles estrictos sobre las mercancías.

Arno no dijo nada, sabiendo que aquello era más que extraño, por lo cual no bajó la guardia y observó de forma discreta al hombre que estaba llegando. Enseguida atisbó que sacaba de entre sus ropajes un arma de fuego, a la par que él bajaba del carro a la orden del soldado.

El asesino se llevó la mano a la espalda, agarrando su propia arma y preparándose para actuar rápido. Sin duda aquellos debían ser templarios que andaban buscándolos.

Por otra parte, Lucía escuchaba con atención lo que sucedía, ya preparada con su pistola en ristre para intervenir, como parecía que iba a ser necesario. La joven aguzó más el oído y trató de moverse muy despacio para ir incorporándose.

-Nos dijeron que un hombre que cuadraba con su descripción iba con una mujer, la cual encaja físicamente con una a la que buscamos por asesinato. Creo que estás ocultando a la zorra que ha matado a Manet, asesino…

Lucía no pudo reaccionar antes de escuchar dos disparos diferentes, pero enseguida salió de entre la alfalfa apretando los dientes por el dolor. La escena inundó su campo de visión unos segundos antes de que dirigiera el arma hasta el hombre que se hallaba sobre Arno, tratando de clavarle un cuchillo en el cuello.

El sonido del disparo de la rubia inundó el paisaje, haciendo que aquel enemigo cayera muerto sobre Dorian. De nuevo, el silencio volvió a reinar.