Capítulo 69
Arno entró en el cuarto del Café Teatro en cuanto Lucía dio permiso, observando que terminaba de cubrir su torso vendado mientras abrochaba su camisa. Finalmente había aprovechado para bañarse mientras él estaba fuera preparando su viaje.
-Has tardado mucho ¿Todo va bien? -Preguntó la rubia al terminar de vestirse, dejándose ayudar por el hombre para sentarse en la cama.
-Sí, no he visto nada raro, pero quería asegurarme. Ya tengo el mapa para llegar a la casa. Quemar me ha dado unas últimas recomendaciones; fue a verme a mi casa.
-¿Y qué hay de nuevo?
-Saldré antes de lo previsto, con un sastre que sale de la ciudad en una hora hacia Versalles. Los cambios de última hora son buenos para despistar si estuvieran al tanto de algo.
-Sí, supongo que sí. Ojalá pudiera ir contigo. Que hagas solo esto no está bien, puede ser muy peligroso si supieran algo.
-No va a pasarme nada, estoy siendo muy cuidadoso. -Respondió mientras la miraba a los ojos, acariciando la mejilla de la chica. Lucía asintió levemente antes de hablar.
-Lo sé, lo sé… No puedo evitar sentirme intranquila sabiendo que, a pesar de todo, tendrás que hacerlo todo tú, lejos de aquí y con todo el Temple buscando. Con todo el ocultismo que hay que llevar ni siquiera tendremos noticias Dios sabe hasta cuándo.
-En cuanto encuentre a Camille y tenga los papeles volveré, porque no hay nada que quiera más que estar contigo. Aún no me he ido y ya te echo de menos, ¿sabes?
-Yo también. -Sonrió ella, acariciando el rostro del asesino, quien se acercó hasta besar sus labios con cariño, abrazándola cuando notó que la joven se recreaba en el beso.
Lucía se alejó despacio y posó su frente sobre el pecho de Dorian un segundo antes de volver a mirarlo y hablar.
-Sé que tendrás mucho cuidado, confío en ti. Te quiero, Arno.
-Y yo a ti. Lo sabes, ¿verdad?
-Claro que sí.
El hombre le devolvió la leve sonrisa antes de volver a besarla con cariño, levantándose poco después.
-He de irme ya para terminar de cerrar algunas cosas. Volveré pronto, ya lo verás. Te quiero.
La rubia se despidió de igual modo, sonriendo de forma contenida por la preocupación que ocultaba, y dejó escapar en forma de suspiro cuando el asesino cerró al salir.
Arno continuaba fingiendo que escuchaba el monólogo de su acompañante, quien no callaba a pesar de que comía, aprovechando que el asesino llevaba las riendas del carro. Sólo podía dar gracias por saber que estaba muy cerca de la zona donde él se apearía, y podría dejar de emitir monosílabos ante la aburrida charla de la decadencia de Versalles tras el fin de la monarquía absoluta.
Dorian no tardó en encontrar otra distracción al escuchar un par de caballos cabalgando tras ellos, lo que hizo que girara la cabeza para observar.
Había visto ya hacía unos kilómetros a aquellos hombres, lo cual hizo que enseguida se alarmara, a pesar de no dar señales de ello.
-Bueno, ahora debemos entrar en el desvío de la derecha, por allí deberías seguir tú.
-No -agregó rápidamente ante las palabras del sastre. -Voy a ir contigo hasta tu destino, y de allí yo mismo me las apañaré. Sigamos tu ruta.
-Como quieras.
Arno agradeció interiormente que el hombre no pidiera explicaciones, y contempló de reojo como aquellos extraños continuaban siguiéndolos, aunque reduciendo la velocidad.
No pasó mucho tiempo cuando pudo observar que uno de aquellos tomaba otro camino, lo que no relajó la actitud del parisino. Si eran enviados por Germain, ya no podrían conocer el paradero del joven herrero, pero Arno debería improvisar con un contexto mucho peor del pensado.
No podía fallar, debía encargarse de los que lo siguieran para que no pudieran comunicar nada, ganando un tiempo precioso que le llevaría hasta Camille sin ojos ajenos.
El sol comenzaba a bajar tras pasar las 3 de la tarde cuando la llegada a Versalles era inminente, entrando en los campos que rodeaban la villa que se nutría del fastuoso palacio. Arno volvió a examinar detenidamente el escenario, hablando tras pensar su plan de actuación.
-Bien François, voy a bajarme en esta granja de aquí. Tú sigue tu camino y no te pares pase lo que pase, ¿me oyes? Gracias por todo. -Agregó mientras le pasaba las riendas, deteniendo el carro.
El sastre no objetó nada, despidiéndose alegremente del francés antes de poner en marcha los caballos, ignorando la preocupación del asesino.
Dorian se percató de llevar todas sus armas en su sitio, disimulando mientras caminaba por el camino de tierra hacia la granja cercana. Los sonidos de cascos de caballos al trote volvieron a hacerse presentes, cada vez más cerca, y en varias direcciones.
Con un rápido vistazo encontró varios hombres yendo en su dirección, entre ellos, reconoció a los dos persecutores que desde luego lo habían seguido desde París. No había duda, estaba en una emboscada.
Buscó con la mano diestra el arma de fuego a la par que caminaba hacia la entrada del edificio, esperando a que el primero de los hombres se acercara lo suficiente. Entonces disparó a bocajarro, acertando de pleno en la cabeza del enemigo.
En un segundo todo cambió, y el revuelo se hizo protagonista.
Los templarios sacaron sus armas para contraatacar en cuanto estuvieran cerca, algunos aún a caballo, otros ya a pie, devolviéndole disparos al parisino, quien tras rajar la garganta de quien luchaba contra él, corrió a cubrirse tras la pared de la granja.
Arno aprovechó la oportunidad de escalar el modesto edificio, escondiéndose en el tejado para recargar la pólvora de su pistola con premura. Gracias a los gritos que emitían órdenes entre el grupo restante de 4 soldados, Dorian supo por dónde asomarse para ir hacia su nuevo objetivo.
El disparo atravesó el pecho del más cercano, haciendo que de inmediato saltara desde la modesta altura sobre otro templario, clavando su hoja oculta en el cuello del enemigo. No obstante, el asesino no previó la llegada de un nuevo hombre que lanzó una estocada tras él.
El parisino logró moverse de la trayectoria, pero no sin ser herido en la parte baja de un costado, teniendo que reaccionar aún con mayor velocidad para contraatacar ante los nuevos golpes de espada.
La lucha se mantuvo reñida cuando todos los que quedaban en pie fueron contra el asesino, quien a duras penas los mantenía a raya. No obstante, tras lograr reducir el número de contrincantes a dos, se vio sorprendido por el sonido de un nuevo disparo que acabó con la vida de uno de los templarios, haciendo que, ante el susto del sonido, pudiera acabar con el restante.
Velozmente se giró para encarar a su salvador, encontrando a un joven adolescente delgado de media melena castaña. Encontró un deje de pavor en sus ojos verdosos.
-Gracias, chico… ¿Por qué me has ayudado? -Preguntó con extrañeza, limpiando la hoja de su espada antes de envainarla.
-Esos tipos eran Templarios; todos llevan la insignia en algún lugar.
-Así que no te gustan los templarios; bueno, últimamente hay muchos como tú.
-Usted es asesino, ¿verdad? ¿viene de París?
-Sí, ¿por qué? -Respondió con recelo Arno, observando como aquel rostro parecía sentir alivio.
-Busco a uno de ellos, señor; tiene que ayudarme, es muy importante. Se llama Arno Dorian.
-Pues es tu día de suerte, lo tienes justo delante, chaval. ¿Quién eres?
-Mi nombre es Camille, señor Dorian. Al fin nos conocemos.
