Capítulo 70

El crujido de uno de los escalones que subían al segundo piso despertó a Lucía, quien entre la preocupación y los dolores de sus heridas, llevaba ya un buen rato sin conciliar un sueño profundo.

Unos segundos después el característico sonido volvió a producirse, y tras él, un leve gruñido emitido por una garganta. La rubia entonces se desperezó al instante, sabiendo que algo no iba bien.

Apretando los labios debido al dolor en sus costillas, la mujer se levantó de la cama, alcanzando uno de los cuchillos y la pistola antes de dirigirse hacia la puerta. Pegó el oído a la madera para escuchar.

Tal y como había supuesto había intrusos, puesto que pudo reconocer al menos el ruido de dos personas vagando por la planta.

Con la premura que pudo se puso los pantalones que usaba para trabajar, remangándose el camisón para que no molestara, antes de volver a la puerta.

Lucía abrió muy despacio al escuchar que se alejaban, saliendo del cuarto con el cuchillo en ristre mientras avanzaba sigilosamente en la penumbra de la noche. Anduvo por el pasillo despacio, siguiendo las pisadas que sonaban amortiguadas a pocos metros, hasta que de nuevo el crujir del famoso escalón hizo que se girara veloz.

Enseguida atisbó la silueta de un hombre, pudiendo incluso observar sus rasgos faciales ante los pocos metros que los separaban. Ambos actuaron al instante de percibirse.

La joven se abalanzó sobre él antes de que pudiera emitir sonidos, luchando por clavarle el cuchillo en el cuello a la par que forcejeaba por que el desconocido no la matara de igual modo. Finalmente, la rubia pudo empujarlo por las escaleras, aprovechando para rematarlo al término de las mismas.

El alboroto causado por la caída retumbó en la zona en silencio, pero pronto el mutismo abandonó el Café teatro cuando un grito sonó escaleras arriba.

Lucía maldijo por lo bajo, pensando de inmediato en Charlotte, quien dormía al final del largo pasillo de la segunda planta. Apretando los dientes debido al dolor, la española corrió cuanto pudo.

Pocos segundos después, al alcanzar la segunda planta nuevamente, la joven se topó con un enemigo que la esperaba listo para atacar. No obstante, Lucía no se detuvo, disparándole para seguir avanzando hacia el dormitorio más alejado mientras escuchaba que otra persona corría por la zona de abajo.

En cuanto llegó a la entrada del cuarto, con la puerta abierta, observó a un hombre sobre Charlotte, quien aún en la cama trataba de zafarse de él con todas sus fuerzas. La española no dudó en adentrarse y clavar su cuchillo en la aorta del hombre, empujándolo hacia atrás para liberar a su amiga.

-¿¡Estás bien?! -Preguntó al instante, ayudando a la mujer a levantarse. El hombre la había golpeado en el rostro, y sangraba por la nariz.

-Sí, no es nada… ¿Son templarios?

-Sí, lo son. Tienes que salir de aquí; no sé cuántos hay y no estoy en plenas facultades.

A la castaña no le dio tiempo a negarse cuando las nuevas pisadas sonaron muy cercanas, haciendo que Lucía obligara a Charlotte a esconderse tras la puerta tras darle uno de sus cuchillos, quedando la asesina delante del vano para recibir al nuevo agresor.

Lucía luchó contra el templario con gran dificultad, recibiendo varios golpes en la cara hasta que pudo tomar control de la situación. Pero aquello duró poco, puesto que dos nuevos enemigos entraron en la zona.

Charlotte no pudo soportar más aquella situación al ver como la muchacha era tirada al suelo, y pateada en la zona de sus costillas heridas haciéndola gritar de dolor, con lo que se atrevió a salir de detrás de la puerta.

La regente del café clavó el arma blanca en el cuello del enemigo más cercano, escuchando automáticamente después a Lucía gritarle que huyera. No obstante, la mujer no tuvo oportunidad de moverse cuando uno de los templarios la atravesó con su espada.

Lucía tuvo que apoyarse en la pared ante la aprensión de la escena, pasando después a defenderse de los nuevos ataques con una ira que superaba a todos los demás sentimientos; el dolor físico no importaba ya, sólo matar a aquellos bastardos para poder socorrer a su amiga.

Finalmente, la lucha volvió a debatirse entre la española y el único enemigo en pie, quien había logrado agarrar a la rubia del cuello, empotrándola contra la pared tras haber perdido su espada.

Reuniendo las fuerzas que le quedaban, Lucía dejó de luchar contra las manos del templario y lanzó un puñetazo contra su nariz, siendo liberada al instante al habérsela roto. Sin perder un instante, apartando el malestar físico, la mujer tomó la espada del enemigo para clavársela en el pecho con saña.

Cuando al fin hubo quedado sola, la asesina hizo una mueca de dolor mientras se arrodillaba junto a Charlotte, empezando a descubrir la herida para evaluarla.

-Aguanta, por favor. Voy a buscar ayuda. -Susurró entre sollozos, descubriendo que la mujer respiraba débilmente.


Arno corría por las calles de París tras haber abandonado el escondite de la hermandad, dejando allí a Camille a salvo por fin, tras un viaje nocturno lleno de tensión. Pero el asesino no podía pensar en nada de aquello, sólo en las escuetas noticias del asalto al Café Teatro hacía sólo horas.

A pesar de llegar prácticamente sin aliento, el francés no se relajó al entrar en el edificio, encontrando en el despacho de la planta baja a uno de los trabajadores recogiendo parte del desastre causado.

-¡¿Claude, dónde está Lucía?!

-Arriba, en el dormitorio de la señorita Charlotte. Está grave…

Dorian no dejó que siguiera hablando, corriendo de nuevo para llegar a las escaleras y acceder al segundo piso hasta encontrarse ante la habitación nombrada. La puerta estaba abierta, con lo que pudo observar a Lucía sentada en una silla junto a Charlotte.

-Arno…

Ante el susurro de ella, el asesino se adentró veloz en la estancia, abrazándola con fuerza en cuanto se puso en pie para corresponderlo.

-¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? -Preguntó en cuanto pudo mirarla a los ojos, limpiando las lágrimas que resbalaban por su rostro.

-Supongo que de nuevo venían a por mí… Charlotte me salvó y entonces la hirieron con la espada. El médico dice que está muy mal, Arno, que seguramente no lo conseguirá.

-Siempre hay esperanza, es fuerte. -Susurró, tratando de darle ánimos, a pesar de que sentía el mismo miedo que ella. Lucía obvió sus palabras y siguió sollozando con ganas mientras hablaba.

-No puedo más con esto, odio esta vida… No puedo.

-Tranquila, está a punto de acabarse, ¿vale? Todo va a terminar muy pronto, te lo prometo, y en cuanto ocurra tú y yo nos marcharemos de esta maldita ciudad, iremos donde quieras; a un lugar apartado para vivir en paz, juntos.

La rubia no pudo articular palabra, siendo vencida por la tristeza manifestada en forma de llanto mientras volvía a abrazar al francés.