Capítulo 71
El sol comenzaba a salir en aquella mañana fría, pero de cielo despejado sobre la capital de Francia.
Arno no había dormido aquella noche; ni siquiera había podido intentarlo ante lo acontecido y el trabajo para la hermandad, el cual se hallaba en el momento de máximo apogeo. Precisamente el asesino había salido del escondite de la Sainte Chapelle al fin, pudiendo ponerse en marcha hacia su nuevo destino, sabiendo que llegaría tarde al entierro de Charlotte.
No podía evitar que a su mente acudieran una y otra vez las imágenes vividas en el Café Teatro la tarde anterior, en la cual el médico había visitado a la herida por última vez, confirmando el peor de los pronósticos. Charlotte había muerto unas horas después, antes de la medianoche.
Para colmo, Dorian, quien al menos había podido estar allí cuando aquello ocurrió, tuvo que marcharse y dejar a Lucía para asistir a la importante reunión de la que había salido horas después. A pesar de que la rubia había quedado con algunos de los trabajadores, y de que prefería estar sola, Arno no pudo dejar de sentirse fatal por aquellas malditas circunstancias.
Acelerando el paso aún más, el hombre comenzó a atisbar el solitario cementerio de los Inocentes, dejando de correr sólo al llegar al campo santo.
No tardó en atisbar el reducido grupo de personas que se congregaban ante el nuevo hueco en la tierra, escuchando en absoluto silencio las palabras de aquel sacerdote que todos conocían, puesto que Charlotte acudía a su parroquia a las misas.
Tratando de no perturbar aquella paz, el castaño se aproximó despacio tras desencapucharse, haciendo un gesto con la cabeza para saludar a los empleados del Café, colocándose al lado de Lucía. La joven enseguida buscó la mano del francés sin mirarlo, notando como él respondía a su gesto con fuerza.
Arno tampoco pudo retener las lágrimas mientras los sepultureros comenzaban a enterrar el ataúd al final del monólogo del cura, e hizo un esfuerzo por no llorar más cuando notó que Lucía apoyaba la cabeza contra su brazo, abandonándose a un llanto silencioso.
Los minutos transcurrieron rápidos sin que el francés se percatara de nada a su alrededor mientras sepultaban la fosa, no pudiendo desviar los ojos del montículo creado, a la par que su mente viajaba frenética entre recuerdos y remordimientos. Tal era la abstracción del hombre que ni siquiera notó que Lucía se había alejado, dejándolo solo ante la tumba para despedirse de las pocas personas que habían acudido al acto.
-Se siente como si la hubiéramos matado nosotros, aunque en realidad ha muerto por mi culpa.
El castaño se giró para encarar a la española, saliendo de su abstracción mental para contemplarla con severidad y responder.
-Eso no es verdad. Hiciste cuanto pudiste, y murió porque siempre fue una mujer valiente y leal.
-Murió porque yo estaba allí recuperándome y me buscaban. Vuelve a repetirse este círculo de muerte que nos persigue y seguirá haciéndolo hasta que no quedemos ninguno; porque esto es lo único que esta vida puede ofrecer, y sólo nos damos cuenta cuando ya es demasiado tarde y hemos pagado muy caro.
La rubia apartó la mirada hacia el horizonte para limpiar las lágrimas que resbalaban por su cara. No obstante, Arno se acercó para enmarcar su rostro entre sus manos y hablarle con menos seriedad.
-Culpabilizarte por lo ocurrido es injusto, puesto que es una horrible consecuencia de la que no eres responsable, y Charlotte te lo dijo antes de morir. Ojalá pudiera decirte que no tienes razón, pero sí, esta vida es una maldición y nos ha vapuleado hasta la extenuación. Ni tú ni yo hemos querido pertenecer a esto en realidad, pero teníamos una responsabilidad que asumir, una tarea que nos ha llevado demasiado lejos quizás… pero va a terminarse, Lucía, muy pronto. Ya está todo preparado.
-¿Qué haréis? -Preguntó tras sorber, alejándose del francés para caminar y salir del cementerio.
-Trenet se va ahora mismo con Camille a recoger los documentos de su escondite; al parecer están enterrados en el establo de granja. Después irán a entregarlos a la cúpula del Temple en Borgoña para destapar toda la trama corrupta. Para que no los sigan ni se enteren de ese plan, si es que llegan a saber algo de Camille, hemos estado haciendo correr un falso rumor entre algunos de los topos que trabajan para la Orden. Se supone que Camille está en París, pero vamos a transportarlo mañana al mediodía para ponerlo a salvo en Marsella.
¿Mañana al mediodía? ¿Por la reunión de Robespierre y Germain en el ayuntamiento?
-Precisamente, sí. Creerán que lo hacemos para pasar inadvertidos con todo el revuelo que va a montarse después del último discurso de Robespierre, les cuadrará el plan. Pero en realidad, el objetivo de esto es matar a Germain mañana cuando provoquemos que la revuelta se convierta en violencia sin control. Ya son muchos los que quieren la cabeza de Robespierre, y ningún engaño de parte de Germain los hará cambiar de idea; nosotros sólo tendremos que caldear más el ambiente cuando salga a dar su discurso, y mientras el pueblo va a por Maximilien, nosotros nos ocuparemos de Germain cueste lo que cueste. No voy a dejar que esta vez pueda escapar; haré lo que haga falta.
Lucía se detuvo para poder mirar al francés al hablar, sintiendo que la congoja volvía a dominarla.
-No puedo quedarme en casa mientras vas a por Germain.
-No puedes luchar a ese nivel; no estás bien, Lucía.
-Ya lo sé, pero algo podré hacer si necesitas ayuda, aunque sea a distancia. No puedo soportar la idea de estar sin hacer nada, lejos, sin saber qué pasa, mientras estás arriesgando la vida. Si te mata quiero estar allí para matarlo a él, o para morir intentándolo al menos. Esto se acabará para mí de la forma que sea, Arno.
Dorian trató de ocultar todo su miedo y tristeza antes de hablar, acercándose de nuevo hasta poder acariciar el rostro húmedo de la mujer.
-Acabará con los dos dejando todo esto atrás, mañana mismo, sin llevar equipaje si es necesario. Dejaremos París para siempre, y si quieres nos marcharemos a España, a tu aldea. Sé que echas de menos esa vida, y tus montañas. ¿Qué te parece? ¿Te gustaría? -Preguntó con una sonrisa, observando que ella asentía con el mismo gesto. -Pues eso haremos entonces, y todo esto sólo serán recuerdos que nos asaltarán a veces mientras envejecemos juntos en nuestra granja, en paz.
La chica asintió de nuevo, tratando de no llorar a la vez que abrazaba al hombre con ganas, deseando con todas sus fuerzas que sus palabras se hicieran realidad.
