II

Con lentitud la chica se levantó, no sabía cuánto tiempo llevaba ahí pero las ganas de salir no faltaban, aquel sitio oscuro y nauseabundo solo podía ser habitada por aquel demonio que la mantenía cautiva.

Makomo estaba molesta consigo misma, si no hubiera sido tan descuidada no estuviera en esa situación, si al menos se hubiera aferrado a su arma hacía bastante que la cabeza de aquel ser maligno habría rodado por el suelo.

Pero era muy tarde para lamentarse, caminó con dificultad un buen rato hasta que observó de lejos la entrada donde se encontraba su secuestrador, solo quería estar cerca la luz que se podía percibir desde ese extremo.

Su mente divagaba entre los pensamientos y sus memorias, una rara combinación que le impedía centrarse en el presente, aunque éste era tan deprimente y angustiante que no provocaba detallarlo

Recordó las enseñanzas de su maestro, se preguntaba si sabría de su desaparición o estaría viviendo pacíficamente en su cabaña, los arduos entrenamientos en aquella montaña junto a Giyuu y Sabito.

Soltó una leve risa al imaginarlo regañándola por semejante descuido, si fuera una cazadora veterana era casi imposible que terminara en esa situación, pero ese no era el caso.

Se sorprendió de si misma ¿en serio cargaba con una sonrisa en su rostro en esa situación? ¿Se estaba volviendo loca?

Se abrazó así misma para soportar el frío, observando los alrededores de la cueva, buscando algo que la ayudara a salir de allí, pero siendo realista aquel plan era casi imposible, aún si contara con algún arma se sentía tan débil que no podría hacer mucho, apenas y contaba con algunas sobras que mantenía ocultas en su ropa para estar con vida.

Se recostó a un lado y llevó una mano a su nariz, tratando de no respirar el asqueroso olor que inundaba aquel sitio, suplicando internamente dejar ese sitio, ya sea de la mano de sus salvadores

...o de su muerte.


Habían pasado dos días desde aquella noche, los chicos seguían en búsqueda de la joven, hacía casi una semana desde que Makomo fue secuestrada, desde entonces Giyuu se ha encargado de cuidar de Sabito ya que desde esa tarde en donde se encontró su espada y junto a unas gotas de sangre ya no era el mismo.

Las pocas horas de sueño eran interrumpidas por gritos repentinos o por sus movimiento frenéticos estando dormido, aquello se reflejaba en las notorias ojeras debajo de sus ojos

Tomioka veía con angustia como su alegre compañero pasaba a ser paranoico o distante, apenas cuidándose de comer y beber lo suficiente para seguir con su investigación lo más pronto posible.

—Espérame —dijo, ya que el tramo entre ellos era considerable

—Entonces camina más rápido —expresó tajante, el contrario suspiró y como pudo acortó la distancia, pasó un buen rato para decir algo, ya de por sí no le gustaba hablar mucho ahora menos teniendo que lidiar con esa faceta cruel.

—No te preocupes, sé que ella debe estar bien, lo presiento —abordó con esperanza, el de orbes morados se paralizó y giró su rostro pero sin dejar ver sus ojos.

—Tengo la esperanza de que así sea —susurró, volviendo a caminar —,si ese demonio infeliz le llega a hacer algo lo pagara caro —La ira cubría sus palabras, Tomioka optó por dar lugar al silencio.

Hasta entonces, su amigo se había mostrado reacio a hablar de sus sentimientos, pero desde que entrenaban en aquella montaña se había percatado que había cierta atracción entre él y Makomo, esta era la prueba definitiva que su amor era puro y sincero, en su interior el azabache estaba sorprendido por el repentino cambio que la ausencia de la chica había hecho en Sabito, con más razón debía estar cerca de él para evitar que hiciera una locura.

—Descansemos aquí un rato —Señaló un río no muy lejos de ellos, escuchando un gruñido del otro —,si queremos encontrarla debemos tener fuerzas, lo sabes muy bien —exclamó, como un maestro hablando con su discípulo, el de cabellos melocotón no tuvo otra opción más que aceptar.


—Espero que cuando encontremos a Makomo no volvamos al mismo punto —soltó el de cabellera oscura, llevando ambas manos atrás de su cabeza

—¿Qué? —preguntó confundido, sin girar su rostro ni detener su paso

—Solo digo, por ahora actúas como perro rabioso, espero que no te acobardes cuando la tengas en frente

—Claro que no, ¡No importa quien sea, no le voy a perdonar lo que hizo! — atacó, alzando su puño al aire

Tomioka soltó un pesado suspiro al escucharlo

—No te hagas el estúpido, tú sabes de lo que hablo.

El silencio reinó entre ambos jóvenes, la mente del chico con cicatriz estaba en blanco.

Giyuu tapó su boca para evitar reírse, sí, las pocas horas de sueño habían consumido las neuronas de su acompañante, Sabito sentía una vena hincharse de la rabia que acumulaba al ser el blanco de sus burlas.

—Digo que deberías tomar ánimo y decirle a Makomo lo que sientes de una vez por todas —Llevó una mano a su mentón mientras recordaba algo —, mas bien debiste hacerlo cuando pasamos la prueba final.

—Suficiente, este no es el momento

—¿Entonces cuándo? El día que llegue un extraño y le diga las palabras bonitas que tú no le has dicho en todo este tiempo de seguro se irá con él, ella no te esperará por siempre

El de cabellos melocotón apretó su puño, de solo imaginarlo su sangre hervía de la rabia.

—Dejemos esto en claro —comentó después de un largo silencio, su tono hacía pensar que diría algo de suma importancia —,en caso de que tu no tomes la iniciativa lo haré yo.

El contrario se detuvo en seco.

—Si estas tan inseguro entonces deja el paso a otro, puede que hasta yo sea un mejor candidato para ella.

—¿Eso es lo que piensas? —susurró, dándose media vuelta y poniéndose en frente, desatándose una silenciosa guerra de miradas entre aquellos profundos orbes azules y los de tono violeta que desprendían frialdad.

No importaba los alrededores, podría llegar un oso a atacarles y éstos sabrían como vencerlo sin dejar el contacto visual.

Sabito apretó su mandíbula, aquella conversación no le gustaba para nada y sobre todo aquella frase que nunca esperó escucharla en los labios de su amigo.

Por su parte Tomioka no hacía el más mínimo movimiento, detallando cada pequeña facción del semblante del otro, su compañero era la viva imagen de la agresividad.

—Era una broma —soltó, mostrando ambas palmas de su mano —,te pido que no me mates y dejes mi cuerpo como banquete para cuervos.