Disclaimer: Los personajes de Inuyasha no me pertenecen, son obra y propiedad de la fantástica Rumiko Takahashi
Eran muchos los curiosos que andaban por el vestíbulo atiborrado de guardias y agentes encubiertos. Sango reconoció varios de ellos entre la multitud, de traje o incluso camuflados entre el servicio. Los cabellos de la nuca se le erizaron. Sentía el estómago algo revuelto y las piernas temblorosas. Algo bastante habitual, se dijo, al fin y al cabo estaban entrando en la boca del lobo. Kagome, pero, no parecía demasiado preocupada. Miraba a su alrededor con curiosidad, exhibiendo una encantadora sonrisa.
Esa noche el salón de juegos no estaba abierto al público. Sango extrajo de su pequeño bolso un par de invitaciones, conseguidas de manera no muy honrada días atrás. Cuando lo hizo, no pudo evitar rozar la pequeña arma que también escondía en el bolso. Su tacto, frío y duro, le dio algo de tranquilidad.
Subieron las escaleras y traspasaron las puertas de cristal después de que un guardia comprobara sus acreditaciones. Kagome parecía emocionada como una adolescente que entraba por primera vez en un bar de mayores. En realidad, tampoco distaban tanto de ello, eran increíblemente jóvenes.
A lo lejos, pudo ver la plateada melena de Inuyasha, la mano derecha de Miroku. Con lentitud, se fueron acercando a su objetivo, contagiándose un poco del ambiente festivo pero ajetreado del casino. Las mesas de juego estaban llenas de peces gordos y otros policías infiltrados. Las camareras, que vestían ropa muy atrevida, iban arriba y abajo con bandejas llenas de copas y cócteles de colores extraños. Era verdaderamente como entrar en otro mundo.
Las muchachas se acercaron a su objetivo sin mucho problema. Miroku e Inuyasha estaban sentados en un taburete alto, tomando copas junto con otro hombre. Sango tuvo que mirarlo fijamente para que un nombre aflorara entre sus labios. Naraku. Era el contable del millonario. Se decía que en realidad era él el encargado de manejar todos los negocios de la familia Shinsetsu. También se decía que no era trigo limpio.
No tenían manera de entretenerle, así que tendrían que esperar a que se retirara por sí mismo. Según las fotografías de reconocimiento que habían hecho otros miembros de su banda, Naraku nunca se presentaba a las fiestas. Por lo visto, prefería retirarse a una mansión de las afueras. Kagome le hizo un gesto a Sango para sentarse en una mesa cercana, no podían quedarse allí de pie sin hacer nada.
—Son guapos, ¿verdad?
—¿Qué? —preguntó Sango, haciendo esfuerzos para hablar tan bajo como le fuera posible. Kagome había destrozado su concentración con solo tres palabras.
—Que no están nada mal… Kaede tuvo buen ojo al asignarme a Inuyasha… ¿Todo ese pelo será suyo? Es muy… exótico.
—Kagome. —Intentó llamarle la atención a su compañera— Entiendo el asombro pero… ¿Recuerdas por qué estamos aquí?
—Sango… —suspiró ella— No está prohibido divertirnos un poco cuando salimos de misión. Y más en un sitio como este…
Sango se rindió. Kagome nunca entendería que el deber estaba a menudo reñido con la diversión. Y tampoco que a ella no le divertía en absoluto estar rodeada de federales, guardaespaldas y atrapada en un vestido como ese.
—¿Querrán algo las señoritas? —preguntó una voz seductora.
Sango se giró lentamente, intentando camuflar el sobresalto que le había provocado. Sus ojos castaños se encontraron con dos orbes violetas que le propinaron un guiño que acompañaba a una media sonrisa con muchas intenciones.
—No sean tímidas… La primera corre a cuenta de la casa —prosiguió el desconocido.
—Mira que eres pesado —le riñó una voz más brusca. Inuyasha se encontraba justo al lado de Miroku, con el ceño algo fruncido.
—Solo quiero divertirme un poco… Ya hemos acabado con los negocios por hoy —le respondió el primero.
—Entonces, ha venido a la mesa indicada —dijo Kagome, la primera en reaccionar. Sango sintió como las mejillas se le sonrojaban. No estaba preparada.
Los dos hombres se sentaron y tras una ojeada a la carta de cócteles pidieron copas con nombres extremadamente largos. Miroku le dio órdenes a una de las camareras y cuando se fue, el ojiazul persiguió su trasero con la mirada. Tras un suspiro que sonó a algo como a «amo este sitio», volvió a centrar su mirada en la morena que tenía al lado.
Estaba seguro de que su vestido revelaba mucho más de lo que ella quería. Tenía los pechos generosos y una cintura fina, propia de una mujer activa. Tenía ganas de hacerla levantar para admirar de verdad aquella obra de arte que colmaba sus piernas. Sin embargo, por el sonrojo que decoraba sus finas mejillas, supo que debía ser delicado para conseguir a aquel ángel.
—Espero que mi casino les agrade… —dijo él, intentando romper el hielo.
—Es un sitio maravilloso, como de otro mundo —se atrevió a decir Sango. La voz le había temblado un poco más de lo que esperaba, pero podría haber sido mucho, mucho peor.
—Su belleza sí parece de otro mundo —le susurró él, acercando el rostro al de la morena.
—Yo… —fue lo único que Sango pudo musitar. ¡¿Qué representa que había de contestar a esa afirmación tan atrevida y repentina?! Sentía como las mejillas le ardían como nunca. Miroku rio un poco, desenfadado.
—No pretendía asustarla, y dígame, ¿cuál es su nombre?
—Sango… Me llamo Sango —le dijo ella. Se sentía tan profundamente estúpida en esa conversación.
—Es un nombre precioso. Supongo que ya sabrá que soy Miroku Shinsetsu.
—La verdad es que es usted bastante conocido —afirmó ella, con una risa algo tonta.
En ese momento se sentía como las chicas que gritaban en la entrada, e incluso podía comprenderlas por completo. La presencia de aquel hombre, sus ojos, su sonrisa, su voz… quitaban el aliento a cualquiera. Echó una ojeada a Kagome e Inuyasha, que también hablaban en susurros. El chico parecía bastante sonrojado y ella se había acercado a él con el paso de la conversación. ¿Cómo era posible que lo hiciera parecer tan sencillo?
—Me gustaría no serlo tanto… —suspiró Miroku. De repente, parecía un poco abatido.
—¿De veras? Parece que disfruta bastante de todo esto… —le respondió ella.
—Me gusta este ambiente pero… También me gustaría poder pasear solo por una avenida atestada de gente sin que nadie se girase a mirarme. O poder comer un helado en un parque tranquilo sin fotografías ni exclusivas, ya sabe.
Sango lo observó detenidamente. ¿Era eso un truco de playboy? ¿Pretendía darle un poco de lástima, hacerle entender que él no había elegido nada de eso? Miroku le devolvió la mirada. Era tan bella… ¿Qué hacía él entonces hablándole de penas? ¿Por qué sentía esa extraña confianza, esa libertad para abandonar durante unos instantes su faceta encantadora y contarle la verdad?
Los cócteles llegaron justo en ese momento. Por un momento, todos callaron para enfrentarse a las coloridas bebidas que tenían en frente. Sango observó el rosado tono burbujeante de su copa. Necesitaba que el objetivo estuviera algo más contento para pasar a la acción así que podía relajarse un poco hasta entonces, se dijo. Finamente, con los dedos, cazó un trozo de una de las fresas que flotaba en su copa.
Con lentitud, se la pasó por los labios. El sabor era tan dulce. La mordió tímidamente, perdida en sus intentos para relajarse y pensando en alguna conversación que fuera bastante ligera para compartir con el millonario sin descubrir su posición. El dulce sabor de la fruta la hizo estremecer y entrecerrar un poco los ojos. Cuando alzó la mirada se encontró de nuevo con los ojos cristalinos de Miroku.
La miraba con los labios entreabiertos, algo sonrojado. Sango entendió entonces lo que había provocado sin quererlo. Miroku lanzó un suspiro y bebió un sorbo de su copa, sin apartar su mirada de la morena. Cuando dejó el cóctel de nuevo en la mesa su habitual sonrisa encantadora había vuelto y parecía algo más tranquilo.
Aprovechando que Kagome estaba apurando su copa, el pelinegro le susurró algo a su amigo, que se levantó refunfuñando y cogió del brazo a Kagome. Por la dorada mirada de Inuyasha, si la chica no le hubiera seguido sonriente, se la habría llevado a rastras.
—A Inuyasha le cuesta un poco tener iniciativa —apuntó Miroku, como si él no hubiera tenido nada que ver en esa repentina desaparición.
—A Kagome no le cuesta nada en absoluto.
Miroku rio ante su afirmación y se acercó un poco más. Sango volvía a estar nerviosa como nunca. Prefería mil veces un tiroteo con huida de emergencia incluida que no esa tensión tan extraña. Apuró su copa, esperando que eso le diera fuerzas.
—Creo que estás muy nerviosa… —susurró el chico, casi en su oído— Los jardines del hotel son una maravilla por la noche, podríamos estirar un poco las piernas…
Ella asintió. Antes de poder darse cuenta, estaban atravesando una sencilla puerta de cristal. Los jardines tenían un toque zen hermoso y el aire de la noche era fresco. Cerró un poco los ojos cuando la brisa le acarició el pelo. En silencio, empezaron a avanzar por los pequeños caminos que conducían hasta un hermoso puente de madera, sobre un pequeño estanque. Miroku se apoyó en la barandilla y la miro de manera irresistible.
—Normalmente, —dijo— mis noches son algo más movidas. Pero hoy… No lo sé, puede que sea fácil conversar contigo —Sango sonrió. Prefería sufrir un poco conversando que dejar que el ojiazul se propasase— Y dime, ¿a qué te dedicas?
—Trabajo en una floristería del centro, aunque comparado con su imperio no es nada emocionante, la verdad —respondió Sango, nada lejos de la realidad. Kaede tenía cierto talento con las plantas y la banda agradecía una tapadera tan discreta.
—Debe ser muy interesante, a mí siempre me han gustado las flores —dijo él, y por su tono, no solo estaba hablando de plantas. Sango entreabrió los labios, buscando qué decir. Mientras su mente iba a toda velocidad, el joven se acercó a ella. Estaba a punto de ponerla contra la barandilla del viejo puente. De repente, sintió su mano. En su trasero.
Sango no se dio cuenta de lo que hacía hasta que el sonido de la bofetada que acababa de propinar la despertó. Acababa de abofetear al objetivo. El chico le devolvía una mirada sorprendida. Ella dio un paso atrás, sin saber que debía decir. Rozó con la espalda la barandilla y esta cedió con un crujido más fuerte que el golpe que acababa de propinar la morena.
—¡Sango! —gritó él, saliendo del ensimismamiento.
Sango ya estaba empapada hasta arriba. El estanque no era demasiado profundo, por fortuna, porque aquel vestido la habría arrastrado hasta el mismo fondo. La muchacha dio una brazada para romper la superficie y encontrarse con la mano de Miroku, que la levantó sin mucho esfuerzo.
—Lo siento, yo… —le dijo ella, acelerada.
—Les dije que arreglaran ese puente, la madera es muy delicada con tanta humedad —dijo él. Mientras lo decía, pero, sus ojos descendieron, abandonando el rostro de Sango para acariciar con la mirada sus pechos. El vestido se le pegaba al cuerpo como una segunda piel. Sango se deshizo de la mano de Miroku para cubrirse con los brazos.
Mientras él intentaba recobrar el sentido común, oyó, horrorizada, como su intercomunicador emitía un pitido insistente. El agua debía de haber penetrado el circuito hasta destrozarlo. Se acababa de quedar sola ante la mirada del chico, que ahora parecía más bien un depredador.
