Disclaimer: Por si aún alguien lo duda, los personajes de Inuyasha no son míos, sino de Rumiko Takahashi.
Al principio, la conversación había sido trabada e incómoda. A Miroku le costaba concentrarse con Sango vistiendo solo y exclusivamente su camisa, sentada en el sofá junto a él. Sin embargo, tras un par de copas más de su mini bar, la cosa había fluido sin problemas. Ella se reía mientras él relataba el ridículo que había hecho hacia cosa de un mes con el embajador de un país exótico.
Le había contado ya como había empezado ese afán por los negocios, cómo de orgulloso estaba del éxito de los hoteles y casinos, las obras benéficas que había podido realizar. También lo duro que había sido superar la muerte de su padre. Y mil anécdotas más. Pero no tenía suficiente. Quería que ella lo supiera todo, quería contarle que hacía por la mañana, como los rayos de sol se reflejaban en su habitación y acariciaban el jardín. No. Quería que ella lo viera con sus propios ojos. Quería mostrarle las mil estrellas que asomaban por su balcón en la mansión de las afueras. Quería que sintiera el agua fresca del lago que rodeaba aquel sitio secreto en el bosque que solo él conocía.
Esa chica le gustaba demasiado.
Sango asentía y preguntaba por los detalles, aquí y allí. Reía sinceramente y en ese momento era cuando Miroku la encontraba más bella. Se sentía tan cómoda. Era como charlar con un viejo amigo, como reencontrarse con un alma conocida y averiguar qué había sido de su vida. La instaba a hablar, a contarle más sobre ella. Sango había medido bien sus palabras, el muchacho parecía listo y no podía cometer un solo desliz. Cuando le explicaba cosas sobre ellas, ni la mitad de emocionantes que las de él, Miroku asentía y la escuchaba con atención. Parecía que bebiera de sus palabras. Reía en el momento justo, sabía hacer los comentarios adecuados. Era perfecto.
Mientras él servía otra copa, Sango intentó acordarse de que él era un objetivo. No podía empezar a pensar en él como una persona… pero… A lo mejor Kagome tenía razón. No había nada de malo en divertirse un poco. Al fin y al cabo, Miroku nunca sabría quien se había hecho con la perla de Shikon en cuanto sucediera. Y seguro que estaba acostumbrado a que miles de chicas pasaran por aquel salón y se sentaran en aquel sofá, a compartir unas cuantas copas antes de llegar al dormitorio. Inexplicablemente, eso la entristeció un poco.
—Escucha, la semana que viene celebro una fiesta —le explicó Miroku, dejando las copas en la mesita de enfrente del sofá.
—Oh, ¿de verdad? ¿Qué celebras? —preguntó ella, nerviosa. Ese era un momento delicado. Si conseguía la invitación, la misión estaría cumplida. Le costaba simular que no sabía nada de todo eso.
—Mi cumpleaños, —respondió él, no muy animado— he estado pensando si de verdad debería celebrar nada porque los negocios me están ahogando un poco últimamente pero…
¡No! Esa fiesta debía celebrarse. Era una oportunidad de oro que no podía perder.
—Puede que justamente necesites una fiesta —apuntó Sango, intentando sonar casual.
—Puede que sí… En todo caso, me gustaría que…
Sango estaba a punto de saltar del sofá para gritar un sí y aceptar la invitación cuando la puerta del apartamento se abrió de manera brusca. Miroku dejó la frase flotando en el aire para girar la cabeza y ver quien osaba entrar en plan comando. Era Inuyasha.
La sangre de Sango se congeló. ¿Kagome había fallado? Buscó su bolso con la mirada, estaba al otro extremo del sofá. Necesitaría su pistola para asegurar una huida y de todos modos… No podía dejarlo allí para que descubrieran quién era. Los nervios le estaban entumeciendo el estómago y el tiempo que se tomó Inuyasha para salvar la distancia entre la puerta y el sofá se le antojó eterno.
—¿Aún despierto? —preguntó, malhumorado. Por lo visto, su brusquedad no se debía a un enfado, sino a su propio carácter— ¿Tú eres consciente de que en cinco horas y media tenemos una reunión?
—¿¡Pero qué hora es!? —preguntó Miroku, alarmado. Miró el reloj y alzó las cejas. Luego miró de nuevo a Sango— Creo que… deberíamos dejarlo por hoy, yo…
—No te preocupes, lo entiendo. El deber antes que el placer— le dijo ella. Por dentro, maldecía al puñetero amigo de Miroku. No conseguiría la invitación…
—Te llevare a casa. No puedo dejar que vayas así, sola. No me perdonaría que algo te sucediera —le explicó, mientras se levantaba— no te preocupes por el vestido, te lo haré llegar.
Sango asintió mientras se calzaba los zapatos de tacón alto. Miroku encontró las llaves de un deportivo mientras Inuyasha esparcía su chaqueta y los zapatos por la sala, murmurando algo sobre «ser la niñera mal pagada de cierto millonario». Cuando quiso darse cuenta, aferraba de nuevo su bolso en el ascensor, junto a Miroku. Repasaba mentalmente si había olvidado algo, alguna pista que pudiera delatar sus intenciones.
El ascensor les llevó hasta un garaje bien iluminado. Los coches que descansaban en sus plazas estaban impecables. Era como asistir a una exposición de vehículos de lujo. Entraron en silencio en un deportivo oscuro, Sango no era demasiado buena reconociendo marcas pero le parecía un coche bastante lujoso. Miroku hizo rugir el motor y le dirigió una cálida sonrisa antes de salir del aparcamiento.
—El tiempo vuela cuando estás en buena compañía, ¿verdad? —le dijo él.
—Y que lo digas… No pensaba que lleváramos tanto tiempo allí… —la cabeza de Sango volvía a ir a mil por hora, intentando encontrar la manera de volver al tema de la fiesta.
—Espero que podamos repetirlo… algún día —propuso él. Se sentía ridículo, como un quinceañero en el baile del instituto.
Tras varias indicaciones, llegaron a una pequeña casa de las afueras, con un sencillo jardín y un porche de madera. Kirara la esperaba en la barandilla del porche, tan solo visible por sus brillantes ojos. Cuando el coche se detuvo en frente de la casa que Kagome y ella compartían, Sango ya se había dado por vencida en cuanto a la fiesta. Kirara cruzó el jardín como un rayo, esperando a su ama.
—Vaya, parece que a alguien no le gusta que te saltes el toque de queda —dijo Miroku. Sango rio despreocupada. La tensión entre ambos se había esfumado.
Miroku le abrió la puerta bajo la atenta mirada de la gata. Sango le dio las gracias sonrojada, siendo consciente de nuevo de cómo iba vestida. Kirara se coló entre las piernas del millonario, maullando.
—Vaya, qué cariñosa —comentó él. Sango no podía hacer más que mirarla sorprendida. Kirara no era muy simpática con los desconocidos.
Ambos anduvieron hasta la puerta de casa sin decir nada más. Sango empezó a entender lo que él estaba esperando. La velada había resultado agradable, pero Sango nunca había pensado en eso como una cita… Ya habían llegado a la puerta. El mundo a su alrededor parecía ir a toda velocidad cuando Miroku estaba cerca.
Ambos se miraron fijamente y la luz de la luna marcaba sus rasgos de manera delicada. Miroku tenía la firme creencia de que no podría olvidar aquellos ojos tan brillantes, aquel encantador tono rosado en las mejillas, aquellos labios carnosos que tanto deseaba. Sin embargo, parecía un poco inquieta, forzada. No era así como él hacía las cosas.
—Sango, yo… Por ti, puedo esperar —le dijo. A él mismo le sorprendieron esas palabras. Su cuerpo le gritaba que no, que no podía esperar. Que esa noche ya había sido muchísimo. Que se merecían algo después de todo el trayecto en coche, viendo aquellos apetecibles muslos asomar por la camisa y resistirse a tocarlos a cambio de no ganarse otra bofetada. Por primera vez en muchos años, Miroku ignoró su cuerpo— Buenas noches. O lo que queda de ella.
—Buenas noches, Miroku —le dijo ella, de manera dulce. Lo observó volver al coche e irse. No habían pasado diez segundos cuando empezó a arrepentirse enormemente de no haberlo besado hasta ver el amanecer.
No tengo aún pensado cada cuando voy a actualizar porque esto lo he escrito todo hoy que tenía tiempo... ¡Igualmente, recibir algunos comentarios ayudaría mucho a que mi inspiración se motivase! ^^
