Disclaimer: Pues resulta que ningún personaje de Inuyasha es mío y tal, son de Rumiko Takahashi, una deidad del manga.

Sango no supo si la había despertado la cálida luz del sol o la jaqueca que amenazaba con destruirle el cráneo. Tenía el pelo revuelto y enredado, esparcido por la almohada que se encontraba, inexplicablemente, en diagonal en medio de la cama. Las sábanas se habían convertido en una enredadera alrededor de sus piernas desnudas y sentía la boca seca. Las copas las carga el diablo, se dijo.

Necesitaba una ducha. Sango se puso en pie, sintiendo el dolor que le habían ocasionado esos malditos tacones la noche anterior. Seguía vistiendo la camisa de Miroku. Sintió como sus mejillas aún tuvieron la decencia de enrojecer ante el recuerdo de cómo había llegado esa prenda a ser suya. Olía a él. No sabía definir con palabras pero… Era un olor tan masculino, tan fresco. Se obligó a desabrochar los botones de la camisa y la dobló para dejarla en una esquina de la cama. La lavaría cuando Kagome no estuviera por allí.

Tras una buena ducha en el baño del piso de arriba, Sango se dispuso a desayunar. Cuando bajo las escaleras, la recibió la atenta mirada de Kagome, sentada en una de las butacas del comedor. Parecía una madre esperando al pendón de su hija. Puede que Sango se sintiera como tal.

—¿En serio, Sango? ¿Hasta las cuatro menos cuarto? —le preguntó ella sin rodeos. No parecía furiosa, pero sí molesta. A lo mejor su parte del plan no había salido como esperaba…

—Yo… Solo cumplía con mi misión y… —Sango se sonrojo. Ni siquiera había cumplido su objetivo.

—¡Cuéntaaaaaameeee tooooodoooo lo que ocurrió! —gritó Kagome, posiblemente instigada por la expresión de vergüenza absoluta de Sango. Eso era mucho más típico de Kagome—. Pero ni se te ocurra volver a apagar el intercomunicador en plena misión.

Mientras Sango forzaba su estómago a engullir un par de madalenas y un vaso de leche en la barra de la cocina, Kagome escuchaba atenta cada detalle que su amiga le confesaba. Sabía cómo de duro era para la morena abrirse de esa manera y lo valoraba mucho, si le contaba todo eso era porque eran verdaderas amigas. Su noche con Inuyasha no había sido demasiado apasionante para su gusto. Se había basado en relatos infinitos sobre una exnovia llamada Kykyo, a quien había llegado a odiar alrededor de la quinta historia sobre ella. Sin embargo, Inuyasha tenía algo. Un brillo en la mirada, un no sé qué, que le encantaba.

Mientras Sango acababa el relato con la escena del porche, Kagome no pudo dejar de preguntarse si no estaban jugando con fuego. No tenían edad para preocuparse de un robo sino de hacer lo que habían hecho la noche anterior. Salir, conocer chicos y sufrir por ello.

Era una pena que el destino no opinará lo mismo. Esa tarde tendrían que acudir a la floristería Sengoku, su base, y explicarle a Kaede que no tenían invitación alguna. Kaede les miraría con su único ojo, tosería un poco y les haría cargar con sacos de adobo hasta que se les rompiera la espalda. Realmente, no era una mala mujer. Le debían todo lo que tenían.

Kagome era tan solo una niña el día en el que perdió a sus padres. Le habían soltado la mano en un centro comercial. Ella había jugueteado entre la multitud, había salido al aparcamiento y vuelto a entrar. Sus padres no habían vuelto a aparecer. Nadie la había reclamado ni denunciado su desaparición. Posiblemente lo habían planeado todo. O alguien lo había hecho por ellos. Intentaba no pensar nunca en ellos, como si perteneciera a otro mundo y ese día ella hubiera separado una frontera entre dimensiones.

Ese había sido el día en el que había conocido a Sango. La niña, tan pequeña como ella, era mucho más fuerte y decidida. La había tomado de la mano al verla llorar entre las secciones de ropa de la segunda planta del centro comercial. Más tarde sabría que Sango iba por las tardes a empezar su carrera como carterista, tutelada por Kaede. La misma anciana había acogido a Kagome en su floristería, donde otros huérfanos y niños perdidos intentaban evitar acabar en el orfanato de la ciudad, más conocido como el Nido de Ratas.

Kaede les había procurado una buena educación, las había vestido y alimentado. Había falsificado unos cuantos papeles para ser su tutora y cuando habían sido mayores de edad, les había ofrecido la libertad. Sin embargo, ninguna de las dos podía entender la idea de dejar su vida anterior. Trabajaban en la floristería de Kaede y la ayudaban en algún encargo a cambio de esa casita en la periferia y algo de dinero para sustentarse. Los botines se repartían de manera justa y seguían abundando las sonrisas.

Lo tenían todo. Hasta el momento.

Kagome sintió un mal presentimiento. Aquella misión no le había gustado nada desde el principio. Confiaba en Sango pero sabía que no estaba jugando en el terreno que más dominaba. Si algo salía mal… Todo lo que tenían se derrumbaría ante sus ojos sin que ellas pudieran hacer absolutamente nada.

Solo el tiempo lo diría.

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Kaede aún no había llegado. Sango no sabía cómo le iba a contar todo lo sucedido la noche anterior. Estaba claro que se ahorraría los detalles, no como con Kagome, que se lo había sonsacado todo esa mañana… Pero el hecho era que no tenían la vía de entrada que necesitaban. No podían presionar más a Kouga si querían mantenerlo fiel. Además, sabían que él no iba a ser el único encargado de la seguridad esa noche. El sitio estaría llenísimo de peces bien gordos.

Sango sacó las macetas que acostumbraban a tener en la entrada de la tienda para hacerla más acogedora. Con tan solo algunas plantas y flores bien vistosas conseguían dar el efecto de que el jardín de dentro el edificio se desbordaba por aquella entrada. Se arremangó un poco la falda del largo kimono que Kaede les hacía llevar y se agachó a arreglar las macetas.

Concentrada como estaba, no lo oyó llegar.

—No importa las flores que te rodeen, tu belleza siempre estará por encima de ellas.

Sango volteó la cabeza con lentitud. Encontrarse con los ojos de Miroku justo detrás de ella empezaba a ser una costumbre curiosa. La muchacha se levantó y sintió que el sonrojo la invadía. Ojalá tuviera las manos limpias de tierra, ojalá sus uñas estuvieran impolutas, ojalá su uniforme fuera algo más… ¿Menos cubierto? Tenía ganas de golpearse por pensar en todas aquellas estupideces.

—Vaya, no sabía que venías por aquí… a menudo… o —dijo ella. Miroku vestía una simple camisa y unos pantalones. Era atractivo pero no parecía el mismo que la noche anterior, como un chico más… normal.

—En realidad solo he venido porque ayer olvidé algo —le dijo, buscando en los bolsillos de los tejanos y tendiéndole finalmente un sobre— quería invitaros a ti y a tu amiga Kagome a la fiesta de la semana que viene. Si tú quieres… claro…

—¡Oh, claro que sí! Seguro que será divertido —le respondió ella, deslizando uno de los mechones de su pelo detrás de la oreja.

—Eso espero… —dijo él, con aquella voz grave con mil sentidos. Había dado un paso y sus rostros estaban tan, tan cerca. Sango podía sentir su fragancia, la misma que había impregnado la camisa con la que había dormido— Convence a Kagome para ir… Creo que Inuyasha se lo pasó bien y bueno… Ya sabes lo de su iniciativa.

—Ten por seguro que ambas asistiremos —afirmó Sango, cogiendo el sobre. En ese momento sí que estaban cerca. La chica intentó no mirarle directamente a los ojos, porque si lo hacía se quedaría prendada allí para siempre.

Miroku no podía apartar la mirada de su rostro sonrojado. Era tan dulce incluso sin pretenderlo. Estaba seguro de que Sango era de aquellas mujeres de actitud fuerte, dura, pero incapaz de decir una palabra en frente de alguien como él. Le encantaba que fuera así. Estaba un poco harto de las chicas descaradas, de tenerlo todo al mover un solo dedo. Era extraño pero… Necesitaba un verdadero reto. Y allí estaba.

La cogió con delicadeza de la barbilla y sus ojos chocaron. Podía notar sus nervios, casi sentir como zumbaban. Acercaron sus rostros y los labios de Miroku rozaron sensualmente su mejilla ardiente. Fue un contacto efímero. Puede que incluso no existiera, pero había olvidado por completo cómo debía respirar. Se despidieron con un gesto de cabeza, ella totalmente sonrojada y él luciendo una de sus sonrisas seductoras. Sango se quedó allí plantada, viendo como Miroku se alejaba calle abajo.

El joven tuvo que concentrarse para volver a hacer que su respiración fuera regular. Si aquello le dejaba de aquel modo, no podía imaginar cómo se sentiría tras lo que podía llegar a suceder en su fiesta.

¡Espero que si les ha gustado me lo puedan hacer saber con algún comentario, y si quieren hacerme alguna critica, siempre que sea algo constructiva, pues será más que bienvenida!