Disclaimer: Ningún personaje de Inuyasha me pertenece, son de Rumiko Takahashi.
El edificio brillaba como nunca. Esa vez, Kagome y Sango entrarían por la puerta principal, nada de cuarto de la limpieza o trapicheos con Kouga, que aún reclamaba su cita con la joven pelinegra. Ambas andaban por la alfombra roja que llevaba a la puerta del casino, rodeado, como era habitual en ese tipo de ocasiones, por una multitud acarreando cámaras y micrófonos. Si Sango había pensado, la primera noche, que era imposible reunir a más policías en aquel espacio, era porque no había estado en ninguna otra fiesta de cumpleaños del señor Shinsetsu.
Sin embargo, aquello no la hizo sentir nada asustada. Iba a por todas. Estaba cansada de ser el juguete, del miedo, de la vergüenza. Esa noche, el señor Shinsetsu recibiría una buena lección como regalo. Uno no puede ir creando falsas esperanzas y robando corazones sin pagar por ello. Al mismo tiempo, sabía que esa convicción podía torcerse completamente al encontrarse con los ojos azules de Miroku… Odiaba que él tuviera ese poder sobre ella, por lo que nunca debía confesarlo.
Con un último respiro de aire fresco, las chicas se internaron en el vestíbulo y rehicieron el conocido camino hacia la sala de juego. Por la fiesta que había dentro, parecía que el mundo fuera a acabarse al día siguiente.
—Sango… ¿Estás segura? —preguntó Kagome, mordiéndose el labio inferior. Sango no recordaba haberla visto nunca con tantas dudas encima.
—Kagome. No es nuestra primera vez. Si quieres, podemos volver a las mansiones de las afueras. Engañamos a un par de mayordomos o confundimos a una vieja gloria. ¿Te acuerdas de la última vez que cargamos un cuadro por unas escalinatas?
—Sí, —dijo ella, sin poder evitar reír— si Kaede nos hubiera visto habría querido rompernos el cuadro en la cabeza.
—Fue divertido… Contigo siempre lo es. —dijo la morena, apoyando una mano en el hombro de su amiga. Sentía que los papeles se han invertido, normalmente era ella quien animaba a todo el mundo. Pero para eso eran amigas, Kagome también tenía derecho a dudar y buscar algo de apoyo—. Y esta vez, también lo será.
Si Sango no se hubiera sentido algo furiosa, no se habría atrevido a ponerse aquel ceñido vestido rojo sin tirantes. Kagome le había hecho un precioso recogido con la ayuda de algunas cintas rojas como la sangre, tenía muchísimo talento, puede que adquirido a base de preparar ramos y arreglar adornos para bodas en la floristería.
No tardaron en ver a sus objetivos, esta vez justo al lado de la mesa de póker. Miroku hablaba con un hombre algo mayor, de cara congestionada posiblemente a causa del alcohol. El hombre le dio unas cuantas palmadas exageradamente fuertes en el hombro mientras él sonreía algo forzado. Inuyasha estaba a su lado, de pie, con pinta de aburrirse hasta extremos desconocidos. Estaba claro que lo suyo no era la diplomacia.
—¿Estás segura de que la tiene en el apartamento? —preguntó Kagome mientras cogía una copa de cóctel de una de las raudas bandejas que las camareras, cada vez con menos ropa, paseaban por la sala.
—No lo sé… Puede que oculte una caja fuerte en su habitación. Habrá que buscar dónde sea.
Kagome y ella pasearon por la sala, observando a los dos hombres. No podían aparecer a primera hora de la noche, debían ser pacientes y conocer el terreno. Miroku había estado yendo de un lado a otro, tendiendo manos y besando mejillas mientras Inuyasha lo perseguía como un perro perdido. Se cruzaron con personajes que conocían y otros individuos a los que no acertaban a poner nombre. Necesitaban acceder al ascensor.
Cuando vieron que los hombres volvían al bar, que parecían haber establecido como refugio, ellas cruzaron la sala con rapidez. Se sentaron en dos taburetes como si llevaran allí una eternidad.
Sango pudo ver como los ojos azules del millonario se encendían, como si por fin hubiera encontrado algo perdido. Si no hubiera presenciado las reverencias, besos en las manos y otras galanterías exageradas que él había repartido por esa sala, se habría ilusionado un poco. Odiaba que la tratasen como si solo fuera una más. Y sobre todo, que él la tratase así.
Inuyasha enrojeció al ver a Kagome, algo que a Sango no le pasó desapercibido. A lo mejor ella no era la única en tener algunos problemas con ese trabajillo. Intentó relajarse y miró a Miroku directamente a los ojos. Por una vez, no sintió que la cara le ardía como si alguien le hubiese prendido fuego. Era una buena señal.
—Pensaba que no habrías venido… Entre tanta gente no se podría ver ni a un elefante si ahora mismo entrara en estampida —se disculpó Miroku.
—Es verdad, —dijo Kagome— ojalá hubiera algún lugar un poco más tranquilo…
—Podríamos ir a mi piso si queréis, no es que este vacío pero… Es mejor que aquí —propuso él. Qué poco se lo olía. A Sango le dio un poco de pena.
Sin decir nada más, ambas chicas se levantaron con una sonrisa. Inuyasha esperó a que Kagome estuviera a su lado para empezar a andar, mientras Miroku les daba algo de margen. Y debía sentirse muy aburrido. Porque aprovechó para deslizar una de sus viriles manos a su trasero. El ruido amortiguó el sonido de la bofetada.
—Vamos… Sango… No puedes vestirte así y pretender que yo no… —dijo él, frotándose la mejilla.
—Mi ropa no tiene nada que ver con esa mano tuya… Que nos conocemos —respondió la morena. Por un momento había temido estropear todo el plan por culpa del acto reflejo pero… Miroku parecía algo… ¿excitado? La mirada de depredador a punto de saltar encima de la presa había vuelto a sus ojos.
El paseo hasta el ascensor fue tenso. Sango estaba a punto de chillar de los nervios. ¿Dónde había dejado todo ese aplomo? Si todo el plan consistiera en noquear a Inuyasha y Miroku para lugar usarlos como llave, no sentiría el más mínimo atisbo de miedo. Por unos segundos, mientras las dos parejas guardaban un silencio incómodo en el ascensor, Sango pensó muy seriamente en aquella posibilidad. Sin embargo, el timbre del ascensor le indicó que se le había acabado el tiempo. Debía pasar a la acción.
Al entrar al piso, Sango supo que esa noche no podrían estar solos. Y que eso le favorecía bastante. Había mucha menos gente que en la sala de juego, esparcidos en varios grupos de conocidos y por suerte, ningún agente. A lo mejor estaban de suerte.
Inuyasha y Kagome empezaron a hablar en susurros, él parecía querer evitar esa conversación pero Sango sabía cuán testaruda podía llegar a ser su amiga. Miroku saludó a un par de amigos más y luego, de entre la multitud, surgió la chica pelirroja.
—¿Pensabas que podrías escapar de mí? —preguntó ella, mientras hacía grandes esfuerzos para colarse entre los invitados y llegar hasta el millonario.
—Ayame… Es mi cumpleaños… —intentó excusarse el joven— Sango, voy a buscarte algo de beber, ahora mismo estoy de vuelta.
Era la oportunidad perfecta. No podía preocuparse porque Miroku prefiriera ir con la pelirroja aunque simulara que le era algo horrible… Estaba claro que no iba a decirle que estaba encantado de que todas las mujeres le persiguieran y que ella no era más que otra igual. Sango simuló tocarse el pelo para encender el nuevo intercomunicador, el cual esperaba no perder ni destrozar.
—Kagome, —susurró— necesito una bomba.
Sango esperó unos cuantos segundos antes de volver a insistir, preparada para subir las escaleras de caracol. De repente, oyó un grito por encima la multitud. «¡¿Inuyasha?! ¿¡Pero cómo te atreves?!», seguidamente, Kagome apoyó la mano en un punto muy preciso en los hombros de Inuyasha. Sango sabía qué sucedería. Por unos segundos, él no sentiría sus propias piernas, ocasionando una caída bastante dolorosa. Durante unos instantes, toda la fiesta pondría su mirada en la pareja y nadie se fijaría en ella.
Cuando algunas risas superaron la sorpresa, ella ya había cerrado las puertas de la habitación de Miroku tras de sí. Con cuidado, extrajo los guantes, también rojos, del bolso y empezó a abrir puerta tras puerta. Mil pantalones, cajones llenos de corbatas y pañuelos, mil camisas (debía de haberle devuelto ya la suya…), unas cuantas americanas… A lo mejor Kagome estaba en lo cierto y la perla de Shikon se escondía en las profundidades del casino.
Sango volvió a cerrar las puertas y, solo por si acaso, se agachó a mirar bajo la cama de matrimonio. Allí, al alcance de su mano, se encontraba una pequeña cajita de madera. A lo mejor… Su intercomunicador empezó a pitar como loco. ¿Una alerta de Kagome? ¿La iban a pillar? Sango se levantó y casi saltó al baño. Cuando ella entrecerró la puerta del baño, alguien abrió la de la habitación, haciéndole contener un grito de terror.
Naraku entró en la habitación.
Espero que la historia os vaya gustando. Creo que el próximo capítulo tendrá más salsa que este, lo actualizaré en cuanto lo tenga. De mientras, gritadme, insultadme o incluso decid algo bonito en los comentarios, que siempre anima a escribir más rápido y mejor. Graciaas por leer.
