Disclaimer: ningún personaje me pertenece, son propiedad de Rumiko Takahashi.
Lo siento porque este capítulo es bastante corto y no tiene mucha salsa, pero es necesario para continuar la historia, que a partir de ahora intentaré actualizar con más frecuencia. Gracias por leer.
El viaje en ascensor fue incluso más largo que antes. La tensión le crujía los nervios a la joven morena, que aún podía ver ante sus ojos al psicópata de Naraku, contándole sus planes a una perla. Perla que iba a ser suya. No le habían dedicado semanas enteras y sobornos numerosos a investigar a ese tipo para dejarlo ir. Sango intentó convencerse a sí misma de que volvía a sentir el mismo aplomo que la había acompañado hasta la puerta esa misma noche. Sin embargo, el beso de Miroku la había dejado algo… confusa.
¿Besaba así a todas las chicas? ¿Todas ellas se sentían tan especiales como se había sentido ella? Recordar aquel momento le hacía sentir un cosquilleo entre agradable y ansioso en la boca del estómago. Respiró con lentitud otra vez y rio de manera estúpida a una broma de Miroku, que estaba acabando de pulsar algunos botones para que las puertas del ascensor se abrieran y les dejaran paso a la sala del tesoro.
Kagome tenía aquel brillo en la mirada cuando sus ojos chocaron una última vez, algo que hacían justo antes de pasar a la acción. Cuando la pelinegra la miraba así era porque algo grande estaba a punto de suceder.
Los cuatro avanzaron en silencio por un pasillo de mármol blanco, que le recordó a uno de esos inacabables pasadizos que poseían los bancos antiguos. Al final del pasillo, una sala de control en forma de media luna albergaba a unos cuantos guardias, sentados ante decenas de pantallas que emitían el más riguroso directo del casino y las cámaras de seguridad. Como siempre que daban un golpe en ambientes lujosos, Sango se sintió en una verdadera película de acción, al más puro estilo Oceans.
Sin embargo, aún no tenían un plan.
Pero lo tendrían. Posiblemente volverían con las manos vacías esa noche pero… En ese juego en el que siempre ganaban, la paciencia era imprescindible.
Inuyasha le preguntó un par de cosas a uno de los hombres que se sentaba ante la pantalla y él le respondió con un susurro. El joven alzó una ceja y murmuró una respuesta corta. Miroku contemplaba las pantallas sin ninguna preocupación aparente. Dio un paso hacia ella y la cogió por la cintura, acercándola a su musculado cuerpo, que aún podía sentir contra el suyo.
—Mira, esas son las cámaras del casino, ahora están completamente selladas y… —el ojiazul empezó a darle detalles bien sabrosos sobre el sistema de seguridad, que él creía inviolable. Kagome la hacía algunas preguntas a Inuyasha mientras ambas parejas paseaban por la sala de control. El chico de cabellos de plata le respondía a cada pregunta, cada vez más irritado.
—Espera… —se interrumpió a sí mismo Miroku— ¿Qué hace eso allí? —inquirió, señalando al tercer monitor.
—Naraku nos dijo que usted lo quería allí… Por su seguridad y… —balbuceó uno de sus hombres.
—Habrá sido un error… Yo mismo lo devolveré a su sitio. —Dijo el chico. Parecía serio, pero no enfadado con el pobre encargado, que no sabía dónde esconderse a causa de la vergüenza que le llenaba el rostro—. Señoritas, por aquí.
El tono de Miroku recordaba al de un mago a punto de realizar su mejor truco. Sango podía hacerse una idea de cuantas mujeres debía haber paseado por esos mismos pasillos, para impresionarlas como mejor sabía. Como si eso fuera necesario para las fans que ya tenía…
La caja de madera que minutos antes había estado a punto de caer en manos de Sango descansaba en una columna en medio de una sala vacía. Parecía un pequeño altar de aluminio. Miroku avanzó a paso seguro, cruzando la sala en pocas zancadas. Inuyasha se quedó atrás, aún arrastrando aquella expresión de sospecha.
—Esta es la mayor reliquia familiar que poseo —anunció mientras abría la caja de madera y la ominosa luz de la perla de Shikon regaba la sala—. Fue de mi abuelo y de su abuelo antes que él. Dicen que la perla de Shikon puede ejercer un extraño poder sobre las personas.
—Es usted un hombre rodeado de fascinantes misterios… —se aventuró Sango, sin poder apartar la mirada de la preciosa piedra.
—Y aún le quedan muchos por descubrir. —Respondió él. En ese instante, en el que sus miradas se cruzaron con una intensidad que no podía describir, se abrió la puerta de la cámara con el leve zumbido automático que producían al deslizarse.
Kouga no podía parecer más sorprendido.
—Sango… —fue capaz de pronunciar. Sango le lanzó una mirada asesina y cambió a una expresión mucho más amigable cuando Miroku volvió a posar sus ojos en ella.
—¡Vaya, Kouga! —Improvisó, deseando que el suelo se la tragara—. Hacía mil años que no nos veíamos… —se acercó al guardia de seguridad y le dio un abrazo, para susurrarle sin ser oída— Si nos descubres, Kaede te la cortará y la usará como abono en la floristería.
—Sí, mil años bien buenos… —dijo el chico, siguiéndole la corriente con tono tembloroso. Kagome pareció deshincharse, sonriendo un poco más—. Solo venía a decirles que la tarta está en el comedor.
Miroku asintió con la cabeza y no dejó de observar a Kouga mientras este avanzaba de vuelta al casino, capitaneando al grupo de cuatro. ¿De qué conocía a Sango? ¿Era posible que hubieran sido…? Y aunque lo hubieran sido, se reprendió a sí mismo, a él no debía molestarle. Pero lo hacía. Se sentía arder un poco, de una manera muy distinta a como había ardido al rozar los labios de la morena. Quería saber un poco más sobre la relación entre su jefe de seguridad y Sango. Quería saber un poco más sobre cualquier relación que Sango podía tener con otro hombre… No se podía estar volviendo tan controlador.
Con un gesto más posesivo de lo que hubiera querido, rodeó la cintura de Sango al entrar al ascensor. Sus ojos pardos brillaban del mismo modo que lo había hecho la perla de Shikon, ahora en el bolsillo de la americana del peliazul. Entendía que las reliquias como aquella debían de guardarse pero en fin… Nadie sabía dónde estaba porque no le había desvelado a nadie el estúpido escondrijo, bajo la cama. Y no se sentía bien cuando se separaba de la perla de Shikon.
Entraron de nuevo al salón de juegos, atestado de gente. Una tarta blanca de innumerables pisos los aguardaba en medio de la sala, en una mesa que parecía demasiado pequeña para tan enorme dulce. Sin dejar ir a Sango, que parecía algo extrañada, caminó hasta el mismo centro de la sala. Todo el mundo aplaudía su llegada y gritaban, borrachos como siempre. Estaba algo harto. Habría preferido estar en un ambiente más íntimo, sin tener que montar el espectáculo para sus socios y accionistas.
Miró a Sango a los ojos, acariciando la tersa piel de su mejilla con una mano delicada. Ella se sonrojó ligeramente y eso le hizo sentir en el mismo cielo. Acercó los labios a los suyos, que lo recibieron húmedos y calientes. Jugueteó con la lengua y por un pequeño instante, olvidó todo lo que les rodeaba. Sango no pudo evitar corresponderle. Se sentía flotar en un mundo lleno de colores.
Cuando él se apartó, Sango introdujo un puño cerrado en el bolso. Dejó caer la perla de Shikon, que había llegado a sus manos durante el beso. Había conseguido su botín, pero sentía que una parte de ella permanecía en los brazos del hombre que se dirigía a la tarta, con semblante sonriente, para soplar las velas.
Espero que les haya gustado y prometo actualizar pronto, si dejan algún comentario seguro que incluso puedo seguir antes. ^^
