Mi cuerpo se impulsó hacia adelante, sintiendo como si estuviera saliendo de la piscina tras estar sumergida un buen tiempo en agua helada. Apenas lograba regular mi caótica respiración, y mi corazón golpeteaba como si fuese a salirse de mi pecho. Temblaba, el frio que calaba hasta mis huesos era más real que la dolorosa sensación de alguien jalando de tu cabello hasta casi arrancártelo junto al cuero cabelludo.

Aun me sentía aturdida por mi abrupto despertar cuando mis ojos se movieron rápidamente por el familiar dormitorio con su poco desorden a la vista y sus decoraciones ocupando hasta el más mínimo de los rincones. Estaba segura en mi hogar y eso logro apaciguar la ansiedad, y miedo, que me provoco aquel mal sueño.

—Solo fue una pesadilla, solo una pesadilla más. —Me dije a mí misma como consuelo, mientras mis manos se aferraban a la suave tela de las sábanas y el perfume del suavizante para ropa se filtraba por mi nariz.

Por primera vez, en lo que llevaba de vida, agradecía haber dejado las luces encendidas, porque si me hubiese encontrado sumida en la oscuridad proporcionada por la noche, bueno, habría despertado al vecindario entero con mis gritos de terror.

Mis ojos se posaron sobre el viejo despertador que marcaba las cinco de la mañana y considero todo un logro haber conseguido conciliar el sueño por más de dos horas seguidas, y no despertar en medio de la madrugada por las pesadillas que ya se habían vuelto parte de mi día a día.

Me dejo caer hacia atrás y apoyando la cabeza sobre las almohadas busco poder conciliar el sueño hasta que el despertador marcara la hora correcta, pero...el condenado aparato decidió sonar cuando mi corazón volvía a tener un ritmo normal. Casi termino cayendo de la cama (que en realidad solo era un colchón ocupando una esquina de mi pequeño dormitorio) por el susto que me lleve con el aparato del demoño, quien había sonado más temprano de lo acostumbrado y recibió un golpe de mi mano para detenerlo; aunque mis deseos de lanzar el despertador por la ventana y verlo estrellarse en la calle habían sido más tentadores que solo detener el estridente sonido.

— Ugh, como odio esta parte del día. — Mis manos se dirigieron hacia mis ojos para tallarlos, esperando que los pocos rastros del sueño se apartaran y mi nublada mente volviera a funcionar como era debido.

No funciono tan bien como me gustaría, porque volví a cerrar los ojos y me quede en completo silencio para poder captar los sonidos habituales a mi alrededor.

Fuera de mi ventana se encontraba un viejo árbol que tenía un nido de petirrojos europeos, los cuales comenzaban a reclamar a sus padres por algo de comida a tan tempranas horas de la mañana. Dentro de mi hogar también lograba escuchar el sonido de la madera rechinar bajo los pasos de mi padre, quien silbaba tranquilamente mientras bajaba las escaleras hacia la cocina. Podía escuchar muchos otros sonidos que venían desde la planta baja de mi casa, para ser más específicos de la cocina, pero que usualmente significaban que mi padre estaba preparando el desayuno.

—Seguramente se preocupará si le hablo de mi nuevo sueño, ¿o es más una pesadilla al final?

Abro los ojos al momento de recordar la razón por la que desperté tan temprano. Una pesadilla recurrente, solo una de las tantas que había comenzado a tener desde que cumplí los dieciséis años. Todas estas pesadillas parecían tener elementos repetitivos como la túnica, la tinta y...

—¿No había un castillo? —Me pregunto a mí misma, vagamente recordando un bello castillo de cuento de hadas.

¡Casi lo olvido! Ese era otro elemento que se repetía en mis distintas pesadillas. Un castillo al cual siempre intentaba llegar, pero nunca me lo permitían y terminaba siendo arrastrada a otro lugar.

Pero... ¿qué lugar era ese?

—Ugh. Mi cabeza. —Me llevo las manos y las entierro entre mis cabellos al sentir un dolor punzante. —No sé ni para que lo intento. —Se sentía como si algo me impidiera recordar los detalles de esos sueños, como si alguien no quisiera permitirme pensar en su significado.

No es importante, solo olvídalo.

Si, tienes razón.

—¡Sweetheart, es hora de levantarse! —Escucho su voz por el pasillo, algo distante, pero clara desde mi habitación cerrada.

—¡Voy! —Le contesto antes de apartar las sábanas y salir de mi cálido nido de tela.

Aun en pijama y calzándome mis pantuflas salgo de la habitación para encontrarme con los cuadros de fotos que cuelgan en un intento de ocultar el feo papel tapiz de color verde. Casi toda la casa tiene las típicas fotos familiares que uno encontraría en cualquier hogar, todas fueron tomadas en distintos tiempos y estaciones, fotos de mi primer cumpleaños mezcladas con mi decimoctavo cumpleaños, fotos de las pasadas fiestas navideñas o las vacaciones más recientes; incluso teníamos la tradicional fotografía que ocupaba un gran espacio en la pared del salón con nosotros vistiendo formalmente. Todas las imágenes contenían grandes historias que se ocultaban tras nuestras sonrisas, historias que nos gusta revivir para poder sonreír con nostalgia y prometernos el repetir esas experiencias.

Casi al principio de las escaleras me detengo para ver la fotografía que se diferencia entre el resto. En esta no estamos solo mi padre y yo, porque también nos acompaña un hombre anciano que comparte los mismos rasgos que nosotros dos poseemos; y una joven mujer de amable mirada que apoya sus manos delicadamente sobre mis hombros cubiertos por una chaqueta roja. Es invierno en la foto, nosotros cuatro tenemos ropas abrigadas y sonreímos sin vergüenza hacia la cámara, la cual recuerdo que solo estaba siendo sostenida por un trípode.

—Que nostálgico... —Murmuro al tocar el vidrio que mantiene la foto a resguardo.

—¿Sweetheart? ¿Todo bien?

—¡Si, ya bajo!

Casi olvidaba que debía de continuar con mi rutina diaria y dejar de pensar en el pasado. Era difícil, pero sé que podía superarlo al igual que papá. Ambos éramos fuertes, nos criaron para ser personas fuertes y que no se derrumban con nada.

Bajo las escaleras que rechinan bajo mi peso y doy un salto en los últimos tres escalones para terminar sobre la alfombra escarlata que cubre gran parte del piso. Alzando los brazos con si fuese una gimnasta que termino su rutina de acrobacias, me recompongo y me dirijo hacia la cocina de una buena vez por todas para desayunar.

Nuestra cocina es rustica, por no decir algo vieja y pequeña, pero seguía funcionando tan bien como el día en que nos mudamos. Apenas uno traspasa la puerta que separa el salón de la cocina es asaltado por los fuertes olores de las especias que mi padre guarda en frascos sobre los estantes de madera barnizada al lado del horno, luego están los olores de la masa cocinándose en la estufa y las hojas de té que están sobre la mesa de la cocina a la espera de ser utilizadas con el agua que hierve en la estufa.

—Buenos días. —Saludo al hombre que está apoyando la espalda contra la pared.

—¿Cómo dormiste? —Me pregunta antes de acercarse a mí y darme un beso en la frente.

—Bien. —Le miento para que no se preocupe por las pesadillas que tengo. No me gusta ver su expresión de impotencia al saber que las pesadillas van en aumento. —Entonces, ¿cuál es el menú de esta mañana?

—Unos hotcakes y algo de té, ¿qué te parece?

—Y cereal. —Agregue mientras iba a buscar un recipiente.

—Y cereal. —Repitió mi padre antes de suspirar. —¿Cómo pude olvidar el cereal? —Se lamento falsamente.

—Tranquilo, todos cometemos errores.

Él se ríe. Su risa es algo que me gusta mucho porque es contagiosa y te hace sentir a gusto con su presencia, aunque su aspecto llegaba a ser intimidante con esos ojos del color del ámbar puro y de pupilas estrechas como las de un gato.

Le observo pasar una mano por su, ahora corto, cabello azabache, pero siempre recuerdo que lo llevaba largo durante mi infancia y atado en una coleta que descansaba en su hombro. Supongo que se lo corto para que inspire un aire de madurez que apenas llegaba a tener; este hombre rondaba los treinta años de edad, pero algunos todavía lo confundían con un veinteañero por sus rasgos juveniles y eso siempre lo molestaba al momento de salir a trabajar.

Me estoy saliendo de tema, yo solo iba a buscar el cereal.

Tomo la caja de Kellogg´s Corn Pops que se encuentra dentro uno de los cajones inferiores y me lo sirvo dentro del plato hondo que había tomado con anterioridad. A mis espaldas escucho el silbido de la tetera, anunciando que el agua ya está en su punto para ser servida, cosa que mi padre enseguida atendió.

—¿Quieres leche para tu cereal?

—¡Eso no se pregunta!

Su risa se mezcla con el sonido del pequeño refrigerador al ser abierto y la caja de leche termina apoyada en la mesa de la cocina al lado del plato donde está esperando el cereal. Una vez que la leche se mezcla con las hojuelas, tomo la cuchara y comienzo a devorarlo, mientras mi padre saca los hotcakes para colocarlos en platos iguales junto con un trozo de mantequilla que se va derritiendo lentamente.

Así es como ambos nos sentamos en la mesa para desayunar en completa harmonía, algo que me gustaba de las mañanas era poder pasar un momento de tranquilidad al lado del hombre más importante en mi vida. Siempre hablando de temas banales, planes del día o simplemente pasar el tiempo en un agradable silencio mientras devoramos la comida más importante del día.

Estábamos pasando un buen momento en una pequeña guerra de cucharas, ya que estaba robándome un poco de cereal al momento de servirme algo de té, pero el desayuno fue repentinamente interrumpido por el golpe de la puerta y veo a mi padre, quien estaba degustando la cucharada de cereal robada, suspirar con irritación.

—Yo voy. —Le digo saltando de mi asiento en la cocina y saliendo al recibidor antes de que diga algo.

A esta hora de la mañana debía de ser el chico que se dedicaba a repartir los periódicos. Sorprendentemente la industria del periódico en papel aun continuaba existiendo y papá seguía suscrito a un periódico local. Nunca supe la razón por la que se dedicaba a leer minuciosamente cada sección del periódico, teniendo en cuenta que las noticias de la actualidad tratan sobre temas de política, homicidios y engañosas relaciones amorosas entre famosos.

Casi parecían estar alcanzando el mismo nivel de los tabloides.

Abro la puerta para ver que no había nadie, algo que no me sorprende al saber que el nuevo chico repartidor nos tiene miedo por nuestra apariencia. Así que bajo la mirada para observar el periódico reposando sobre el tapete de bienvenida que tenemos en la puerta.

—¡Ya llego tu periódico! —Le aviso a mi papá antes de agacharme para recogerlo.

—¿No hay señales de vida por parte del chico? —Escucho desde adentro.

—Ni una. —Contesto mientras aparto uno de mis mechones de cabello del rostro.

Me hubiera gustado agregar que fue su culpa por abrir la puerta sin haberse colocado las lentillas, pero me abstengo de decir una palabra, porque yo también he cometido ese error en reiteradas ocasiones.

Aún recuerdo cuando el chico repartidor apareció en la puerta de nuestra casa con la policía y nos acusó de ser reptilianos por nuestros ojos. Nuestra suerte de ese día fue que nos habíamos colocado las lentillas y el pobre chico quedo como un mentiroso, además de que se vio en grandes problemas cuando mi papá llamo al jefe del chico para quejarse y pedirle que nunca más le enviara a un loco para entregarle el periódico. Al final, los padres del chico vinieron a disculparse por el mal rato que pasamos y nos comunicaron que lo estaban enviando a terapia.

Ahora, el chico nos evade constantemente y solo deja el periódico sobre el tapete de bienvenida.

Con el periódico envuelto en mis manos observo hacia la fría y poco transitada calle, la cual se encontraba cubierta con la niebla que las mañanas traían consigo. El sol apenas lograba traspasar la espesa neblina, pero los automóviles que transitaban a tan temprana hora de la mañana lograban pasar gracias a las luces que poseían y los transeúntes acostumbrados a esa espesa capa blanca caminaban por las calles como si nada les obstruyera la visión.

Para tus ojos no es un problema.

Lo sé, puedo ver mejor que los demás.

—¡Exijo un abogado! —El periódico se me resbala de las manos por la sorpresa y observo como la vecina sale de su casa en compañía de su hijo. —¡Conozco mis derechos! ¡Quiero mi llamada!

O, mejor dicho, sale con su hijo bajo su brazo y un bolso de señora en el otro.

—Esto ya no debería de sorprenderme. —Murmuro al ver semejante escena tan temprano en la mañana.

—Oh, buenos días querida. —La señora me saluda al notar mi presencia en la puerta.

—¿Mañana difícil, señora Carter? —Pregunto con sarcasmo y evitando mirarla fijamente.

Agradezco que la niebla cubra los alrededores y apenas pueda notar mi rostro.

—Brian tiene que ir al dentista antes de clases. —Me explica mientras hace un esfuerzo para mantener al niño quieto e intentar sacar las llaves del auto del interior de su bolso.

—Bien por él y sus dientes. —Me agacho para recoger el periódico, escuchando como madre e hijo discuten de camino al vehículo familiar.

—Buenos días, presidenta Ayers.—Escucho esa voz aterciopelada que me ha causado escalofríos desde los doce años.

—Hey Sophie. —Mi mirada se encuentra con la borrosa figura de Sophie Carter, mi vecina y compañera de la escuela desde secundaria. Ya llevaba puesto el uniforme del colegio, muy diferente a mi persona que aún está en pijama y pantuflas. —Tu mañana parece interesante. —Hago un gesto con la cabeza para señalar la lucha familiar.

—Si, algo así. —Cierra la puerta con llave, y luego juega con estas sin dejar de observarme con esos ojos de medialuna que posee. Aunque me perturba, Sophie no posee ningún tipo de habilidad sobrehumana para poder ver mi rostro tras la neblina. —Pero es seguro que su mañana será más interesante que la mía, presidenta Ayers.

Me hubiera gustado preguntar que estaba intentando decir con esas cripticas palabras, pero las experiencias pasadas con Sophie me enseñaron que no debo de indagar demasiado para conocer los pensamientos de la líder del club de ocultismo. Y como la mañana había empezado fatal, prefería evitarme estar paranoica al conocer las predicciones de la peli castaña. Vivir en la ignorancia era parte de mi felicidad al tratar con Sophie y una filosofía que le he inculcado a todos los estudiantes que conozco, porque quiero evitarles pasar un mal rato al cruzar caminos con esta chica.

—¡Sophie, ven aquí y asegúrate de que no salte del vehículo en movimiento! —Casi podía agradecer escuchar a la señora Carter requerir de la ayuda de su hija.

—Bueno, la veré en la escuela, presidenta Ayers.—Se despide y baja los peldaños de la entrada de su casa con total parsimonia.

La veo cambiar de lugar con su madre para luchar e intentar que el pequeño Brian entre en el auto, pero el niño es bastante fuerte y se sostiene de las orillas de la puerta para evitar ser encerrado.

—¡No voy a ir con ese loco a que me torture!

—Hermanito, es solo un dentista.

—¡Cállate, loca!

—Loca tu madre.

—¡Te recuerdo que soy tu madre! —La interrumpe la señora Carter con aire ofendido por lo que escuchaba. —Y no es mi culpa que ambos se hayan caído de la cuna de pequeños y sean así de raros.

—¿Qué? —Pregunto llevándome una mano a la cabeza y rascándome el cuero cabelludo.

—¿Qué? —Veo a Sophie detenerse por un momento.

—¿Qué? —Brian deja de luchar para mirar a su madre.

—¿Qué? —Pregunta con fingida inocencia y evitando las miradas de todos, aunque ella misma fuera la que metió la pata al hablar de más. —¡Se nos va a hacer tarde para el dentista, apresúrense!

Así comenzó el típico forcejeo acostumbrado a observar en reiteradas ocasiones y mi señal favorita para huir sin ser descortés con los vecinos.

—¡Kokoro, querida! —La señora Carter me llama antes de darme la oportunidad de meterme en mi hogar y puedo escuchar cómo se acerca.

Me lleva la...

—¿Si, que necesita? —Hablo con un tono cortes, casi sin abrir la boca y cerrando los ojos para verme más "amigable", o como si estuviera más dormida que despierta.

—¿Te molestaría cuidar de Brian el sábado en la tarde?

—Si, no tengo problema.

Estaba acostumbrada a cuidar de los más pequeños del vecindario, siempre obteniendo una paga excepcional por cada niño que sobrevivía a mis cuidados. No sé cómo había comenzado el improvisado servicio de niñera, solo recuerdo que mi padre me ofreció como niñera para la niña de tres años de uno de nuestros vecinos y termino corriendo el rumor de que tenía la habilidad de cuidar de cada pequeño que se me era confiado.

Las cosas como son, ¿verdad?

—¡Ah, Kokoro!—Tenía los ojos aun cerrados, así que solo escuchaba la voz del pequeño diablo que iba a tener que cuidar en unos días. —¡Sálvame de la visita a ese loco que le gusta arrancar dientes!

—Sabes que con gusto podría dar un buen argumento, Brian. —Abro los ojos al no sentir peligro, pero termino con una expresión de incredulidad ante la escena que se me estaba siendo presentada. —...pero ya tienes puesto el cinturón.

—¡Eso no es...! —Brian se fija bien y cayó en la cuenta de que era verdad mi observación. Él ya estaba acomodado en el asiento trasero de la camioneta familiar con la cintura rodeada por el cinturón de seguridad y el cubrebocas colocado. —¡¿Pero que ray...?!

Completamente desconcertado, alterno la mirada entre su hermana que estaba sacudiéndose las manos y el cinturón colocado.

A veces esa chica me daba mucho miedo.

—Bien, ahora si podemos irnos. —Aliviada por ver que el niño ya estaba listo, se va hacia el auto. —¡Luego te envió un mensaje con los detalles del sábado!

—¡De acuerdo! —Saludo antes de ver nuevamente la mirada de Sophie sobre mi persona y entro rápidamente a mi casa.

Una vez que la puerta se cerró, me sacudo con violencia por un escalofrío que trepo por mi columna vertebral y maldigo a la escalofriante de Sophie.

—No me digas, yo adivino. —Veo a mi papá asomando la cabeza por la puerta de la cocina, sosteniendo en sus manos la taza de té recién hecha y, extrañamente, llevaba las lentillas puestas. —Sophie te dijo algo raro, de nuevo.

—Que comes que adivinas. —Le lanzo su periódico impreso en papel y camino de regreso a la cocina para terminar mi desayuno. —No deja de darme malas vibras esa chica, y a veces es como si supiera algo que yo ignoro. —Le explico.

—La señora Carter ya me conto que está llevando a Sophie a ver a un especialista por sus traumas.

—Pobre hombre. —Es todo lo que digo antes de atacar los hotcakes.

—Si, pobre hombre. —Estuvo de acuerdo conmigo.

Y así continuamos desayunando.

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Termino de acomodar el libro de historia universal junto con el de física, geografía y literatura clásica. Mi cantimplora llena de agua fresca se asoma un poco por uno de los bolsillos de los costados de mi mochila y el cierre del bolsillo donde están mis medicamentos está firmemente cerrado. Mi estuche de lápices está organizado y guardado a un costado de los libros.

—Ahora solo me falta el bolso de gimnasia. —Me digo a mí misma al buscar con la mirada el bolso negro.

Últimamente ha habido robos dentro de los vestidores femeninos, algunas chicas han perdido objetos valiosos o prendas de ropa tras dejarlos dentro de los casilleros del gimnasio. Así que había tomado la medida preventiva de vaciar mi casillero y llevar mi ropa de ida y vuelta del colegio porque no podía darme el lujo de comprar otro conjunto de gimnasia.

—Y...¡listo! —Digo tras colocar el bolso junto a mi mochila.

Después de terminar con la preparación de mis útiles escolares, me dirijo hacia el espejo de cuerpo entero que tengo en mi habitación, apoyado sobre algunas cajas, para inspeccionar mi uniforme por última vez. Aliso las arrugas de mi falda tableada de color negro y aseguro los zapatos negros con ligero tacón que las chicas debemos utilizar en la escuela. La corbata roja esta ajustada sobre mi impecable camisa recién planchada, y por último me coloco el blazer azul para completar el uniforme escolar según las reglas del establecimiento.

Lo último que queda por arreglar es mi largo cabello azabache, el cual ya me estaba llegando a la altura de las rodillas. Con el cepillo en mano, que saco de una de las cajas dentro del armario, logro controlar mi rebelde cabello en dos largas coletas que termino adornando con listones rojos, pero el problema con mi flequillo es algo más complicado. Una de mis manos intenta acomodar el flequillo hacia un lado de mi rostro, mientras que la otra mano busca alguno de mis muchos broches esparcidos por la habitación. Un broche pequeño con dos corazones adornándolo es todo lo que necesito para mantener el cabello alejado de mi rostro y dejar al descubierto mis ojos ocultos tras las lentillas de color ámbar.

Tus ojos no son así...

Están perfectos de esta forma. Ahora me veo más...normal.

¿No te olvidas de algo importante?

Me aparto del espejo para meter la mitad de mi cuerpo dentro del armario donde detrás de algunas cajas, mayormente llenas de mi ropa doblada y algunos peluches que había guardado por el poco espacio, encuentro el objeto que estaba casi al fondo del armario. Era un objeto simulando la estética del famoso Huevo de Fabergé, la cascara de este era de un color azul intenso con decorados de oro y pequeñas incrustaciones de diamante (una pieza artesanal muy cara, por eso lo tenía bien oculto.).

Con extrema facilidad lo abro por la mitad para dejar a la vista el broche de aguamarina que había pertenecido a mi tátara tatarabuelo, Nova Ayers. Fue mi bisabuelo, Orión Ayers, quien me lo entrego cuando cumplí los cinco años de edad y me pidió que siempre lo llevara conmigo a todos lados. Y termine haciéndolo, ya que este broche me ha acompañado durante mi corta vida. Lo he llevado con todo tipo de ropa, incluyendo la ropa de playa o deportiva, y jamás lo he perdido, o me ha sido robado por mi extremo cuidado.

Lo coloco sobre mi blazer azul, donde usualmente resalta por su claro color y devuelvo el huevo a su lugar al fondo del armario, asegurándome de colocar algunas prendas y peluches para que no llame la atención al instante.

—Muy bien. —Termino de cerrar la puerta del armario y me regreso al espejo para asegurar que el broche no se vea chueco. —Esta perfecto. —Asiento al ver que todo estaba en su lugar y sonrió ante la imagen reflejada.

Esos colmillos no te hacen ver muy normal.

Por favor, cállate. Me voy a poner fundas dentales, así que deja de recordarme esta rara mutación de nacimiento, ¿quieres?

Dejo de sonreír al ver mis caninos sobresalir demasiado. Había nacido con esta extraña deformidad dental, unos incisivos caninos muy similares a los que tenían los grandes animales y que eran capaces de causar daño cuando los utilizaba. Paso mi lengua para sentir las puntas filosas y se me arruga la frente con molestia al ver que parecían haber crecido un poco más; aunque había estado rogándole a papá para que me permitiera limarme los colmillos y reemplazarlos por dientes más normales, me había prohibido hacer algo con mi colmilludo problema hasta que cumpliera los veintiún años.

Parece que existía un límite para su incondicional amor cuando intentaba cambiar algo en mi cuerpo, porque papá era muy estricto en ese sentido. Un ejemplo es cuando tenía trece años y quería teñirme unos mechones de cabello con mi color favorito, pero me lo prohibió para luego comenzar con un discurso de que las chicas que quieren ser tomadas en serio no arruinan su cabello por caprichos inútiles. A los quince años quería hacerme otra perforación en las orejas y necesitaba el permiso de papá para ello, pero él se negó y termino mostrándome lo peligroso que era si llegaba a infectarse una perforación mal hecha en el lugar equivocado. A los dieciséis tenía la idea de hacerme un tatuaje a escondidas de mi padre, pero termino descubriéndolo de alguna forma y me castigo durante todo el verano por la sola idea de querer manchar mi hermosa piel con algo perjudicial.

Tampoco me ha dejado usar ningún tipo de maquillaje, ropa que sea muy reveladora o perfumes.

¡Y ni hablemos de los chicos!

Si, es un hombre estricto al punto de parecer injusto o exagerado, pero él hace todo esto para protegerme de tomar malas decisiones y terminar arrepintiéndome al final.

...es una lástima que no vaya a obedecer sus órdenes en cuanto comience a asistir a la universidad. Voy a hacer todo lo que él me ha prohibido y nadie va a poder detenerme.

Mírate, toda una rebelde al pensar que vas a poder escapar del control de papi tan fácilmente.

—Bueno. —Casi suspiro y tomo el cubrebocas negro que colgaba de un gancho cerca del espejo. —Hora de ir a la escuela.

Era muy afortunada por tener que utilizar de forma obligatoria un tapabocas en la escuela, ya que podía ocultar a la perfección esta falla estética que me causaba problemas cada vez que sonreía.

Vuelvo a alisar las arrugas de mi falda y alzo la mirada para verme una última vez al espejo...y veo algo que se refleja además de mi persona.

A mis espaldas se encontraba una sombra humanoide que ocupaba uno de los rincones de mi habitación. Una sensación de terror se apodero de mi cuerpo al ver esos ojos ambarinos brillando y tener la familiar sensación de haber vivido esto. Lleve mis manos hacia el cuello al sentir que me sofocaba por la falta de aire a mi alrededor. Mis piernas fallaron y caí de rodillas sobre la mullida alfombra, impotente, observando como esa sombra se iba desvaneciendo con cada parpadeo que daba.

El aire volvió en cuanto la sombra se desvaneció y el alivio me invadió.

¿Qué es lo que había sucedido? Todo se sintió como un sueño lucido, una alucinación repentina que me dejo aterrorizada al punto de no poder gritar, como si hubiera sufrido de una repentina parálisis.

Y esta no era la primera vez que me parecía ver algo reflejado en el espejo.

—...acaso... ¿ya me estoy volviendo loca? —Se que en la familia de mi padre no hay ningún tipo de registro de enfermedades mentales, pero nunca podría llegar a descartar que sea la primera en la familia con posibles señales de esquizofrenia, o algo similar. —Necesito investigar un poco más sobre la enfermedad.

Solo espero que esto no tenga nada que ver con la genética del lado materno, o estoy jodida.

—¿Estas bien, sweetheart? Parece como si hubieras visto un fantasma. —Mi mirada se dirige hacia mi padre, el cual solo me mira con dudas al verme arrodillada en el suelo. ¿Cuándo fue que entro a mi habitación? —¿Qué sucedió? —Ahora su tono cambio, ya que la dulzura dejo paso a un tono serio.

—Ah...yo... —Ni siquiera sé cómo explicarle lo que había pasado sin que pensara que por fin había perdido la cordura. —...creo que...imagine cosas...

—Kokoro. —Me llama por mi nombre con tal seriedad que termino por estremecerme. —¿Viste algo en el espejo?

Esa pregunta me descoloco por un momento y mi cabeza se inclinó hacia un lado sin comprender del todo a que venía tal pregunta.

—¿En el...espejo...? —Mi mirada viajo de papá hacia el espejo que solo reflejaba mi pálido rostro y recuerdo cual puede ser el problema.

Es curioso como las fobias parecían ser algo que se trasmitía de generación en generación dentro de nuestra familia, porque los hombres del clan Ayers tienen eisoptrofobia y se aseguraban de deshacerse de cualquier espejo que se cruzara en sus caminos solo para no verse reflejados en ellos.

Aún recuerdo que, al mudarnos a esta casa, todos los espejos fueron destruidos por papá en un ataque de pánico que se desencadeno al momento de verse en un espejo que se encontraba en el recibidor de la casa. Ni el espejo del baño se salvó de la purga de hace ocho años atrás y termino en la basura tan destruido que casi parecía haber sido pulverizado hasta convertirse en polvo brillante.

—Si, en ese espejo que tus amigas te regalaron, aun cuando te dije que no lo aceptaras.

Antes de tener este espejo que papá aborrece con toda su alma, usaba un pequeño espejo de estuche para poder acomodar mi cabello y estar lo mejor presentable al salir de casa. Vivía quejándome de la estúpida fobia de papá con mis amigas, porque me parecía injusto que no me dejara tener mi propio espejo dentro de mi habitación y discutir por tal ridiculez; eso fue lo que llevo a mis amigas a regalarme mi propio espejo en mi decimoquinto cumpleaños y esperando que ya dejara de molestar con el tema. Bueno, funciono y después de tener una larga discusión entre gritos con mi padre sobre el espejo que entro en su casa, quedamos en que lo guardaría la mayoría del tiempo dentro del armario de mi habitación.

Ahora la mirada de papá parecía decir que en cualquier momento lanzaría el espejo por la ventana si decía algo equivocado.

—Kokoro. —Volvió a llamarme por mi nombre y mi mirada se volvió a posar sobre mi padre, lo cual fue un grave error porque sentí mucho miedo al ver su feroz mirada fija en mí. —Contéstame cuando te hablo.

Lo mire un momento y después regrese la mirada al espejo que parecía inofensivo sin la imagen de esa sombra por detrás.

—No hay nada en el espejo. —Le miento descaradamente con el valor que había perdido minutos atrás. —Solo había una cucaracha caminando en la pared detrás mío y me entro el pánico.

—¿Es así?

—Si.

Se que estoy mirando al hombre que me enseñó a mentir desde que estaba en la cuna, posiblemente el único que ha logrado diferenciar mis mentiras de la verdad por ser mi padre, pero incluso el alumno puede llegar a superar al maestro en algún momento de su vida.

Y yo sabía que había superado a mi padre hace mucho tiempo...

Mantuvo su ambarina mirada sobre mí por demasiado tiempo buscando alguna señal de mi mentira. Buscando algún gesto que terminé por delatarme, pero estaba manteniendo un rostro estoico hasta que lo vi suspirar con cierta derrota.

—De acuerdo. —No sabía si lo había convencido o simplemente daría por terminada la conversación al ver mi falta de cooperación, pero me había salvado de algo mucho peor si contestaba con sinceridad. —Se que te dan asco las cucarachas, así que puedo creerte en esta ocasión.

Discretamente me siento aliviada por haberlo engañado.

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Aquel mal presentimiento con el que había despertado en la mañana se intensifico después del extraño evento del espejo, pero tuve que aparentar calma durante los siguientes minutos para no levantar sospechas frente a mi papá.

Baje las escaleras con mis cosas y me tope con mi padre leyendo su periódico sobre el mullido sofá de segunda mano. Ya llevaba puestas sus lentillas para que sus ojos aparentaran ser normales y vestía cómodamente su viejo pijama que consistía en una camiseta de mangas cortas de color azul marino y pantalones deportivos de color gris.

—Ya me voy. —Le aviso.

Papá levanto la mirada de su periódico con calma y observo hasta el más mínimo de mis rasgos solo para terminar con sus ojos ámbar fijos en el broche que adorna mi ropa.

—Cuida ese broche.

—Lo hago siempre.

—Lo sé, pero no olvides que ese amuleto es lo que te protege cuando sales de casa.

Intento no poner los ojos en blanco ante sus palabras, porque todos en la familia Ayers tienen la creencia de que este broche es alguna clase de amuleto de protección que el mismo Nova Ayers heredo de su padre.

Un amuleto de protección, si claro, como si habláramos de una joya mágica. Que ridículo.

—Esta noche voy a llegar un poco más tarde.

—Está bien, entonces te dejo la comida en el refrigerador y luego la calientas en el horno. —Hablo sin tomarlo como algo negativo, ya que siempre pasaba las noches comiendo sola porque él estaba ocupado en el trabajo. —Solo te pido que no regreses bañado en sangre como la última vez, ¿quieres?

—No prometo nada, porque es imposible no ensuciarme en el trabajo. —Le observo llevarse una mano a un mechón de cabello algo largo y examinarlo con desinterés. —Pero llevo algo de ropa para cambiarme después de trabajar.

—Supongo que es algo. —Suspire con rendición ante la realidad. —Hare algo de pasta para esta noche.

—Me gusta la pasta carbonara.

—Anotado. —Acomodo la mochila sobre mi hombro y camino en dirección al recibidor para tomar mis llaves. —Te aviso cuando regrese de clases.

—De acuerdo. —Escucho el sonido del papel a mis espaldas, dejándome saber que ha vuelto a la lectura del periódico.

Sobre el viejo recibidor de madera caoba gastada, ya que fue comprada en un anticuario, había un plato de cerámica que contenía las llaves de la casa. Así que tome la llave que tenía en adorno que había hecho con un antiguo frasco que mi bisabuelo me regalo de pequeña, un frasco redondo que cabía en la palma de mi mano y que contenía un polvillo de un curioso color azul; el frasco tenía una tapa de corcho y cera de vela terminaba por sellarlo para que nada de su contenido escapara. Siempre me había gustado el frasco cuando lo veía en la repisa de la oficina de mi bisabuelo, al final termine obteniéndola luego de prometer no usar su contenido, por más que fuera tan llamativo. Y termine convirtiendo el frasco en adorno para llavero y deje la antigua etiqueta que se había vuelto amarilla por el tiempo, allí donde se leía con una envidiable caligrafía del siglo XIX: "Fairy Dust"

—Kokoro.

—¿Qué sucede? —Me doy la vuelta para verlo aún sentado en el sofá, pero nuevamente con la mirada fija en mí. —¿Papá?

—Sabes que te amo con todo mi corazón, ¿verdad?

Parpadee confundida por sus palabras.

—Si, yo lo se. —Por alguna razón siento como esas palabras me traen dolor mientras hablo con él. —Yo también te amo con todo mi corazón. Y te agradezco que me hayas cuidado desde que era bebe, porque hiciste algo que ningún chico a tu edad haría. Gracias, papá, por amarme hasta el final.

—Gracias por permitirme ser padre. —Y me sonríe con tristeza, como si esta fuera una despedida.

Tengo ganas de correr hacia él y abrazarlo, de dejarme esconder del mundo entre sus cálidos brazos. Tengo ganas de que me arrulle como a una niña pequeña, que me bese la frente y que me diga que todo iba a estar bien, pero...

—Vete. —Me dice sin dejar esa mirada triste en mi persona. —O se te hará tarde.

Me trago las emociones que estaban intentando salir a flote. Únicamente sonrió ladinamente, dejando entrever mis filosos colmillos antes de darle una despedida efusiva mientras doy algunos pasos de espaldas a la puerta.

—¿Tarde? Disculpa, pero la presidenta jamás llega tarde, únicamente los estudiantes se adelantan. Y aunque llegue tarde, el director jamás me regañaría. —Casi digo con un tono de superioridad, jactándome de mi posición privilegiada.

Me vuelvo para darle la espalda y abrir la puerta en dirección a la calle, observando como el paisaje se había vuelto muy distinto al habitual.

—Me...voy... —Por alguna razón me comienzo a sentir agotada y el sonido de la voz de papá ahora es solo un molesto ruido sin sentido.

Doy un vacilante paso hacia adelante...

...para entrar por el oscuro pasillo.

—Oh no...

Oh sí.

Aun estas en una pesadilla.