Hello. ¿Cómo están? Aquí les traigo la segunda entrega de este loco y trágico fanfic.
Desde ya, quiero agradecer enormemente todo el apoyo que recibí en el primer capítulo. ¡GRACIAS! Por leerme a pesar de lo que escribí y por darme mucho amor aún así. ¡Los adoro!
También quiero agradecer muchísimo a las páginas Inuyasha Fanfics y Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma por compartir y darle difusión a mi historia :3 No se dan una idea lo mucho que me ayudan y lo mucho que valoro esto. ¡Muchas gracias! Sigan esas páginas porque encontrarán un contenido increíble.
Quiero dedicarle este capítulo a mi bella hermana DAIKRA, porque este en especial contiene algo que vino de ella, además de que siempre estoy pensando en ella cuando escribo lo que sea jajaja. No sé si esto, más que un regalo, sea una patada (?) Pero la intención está, I love you so much :3
Sin más, nos vemos en las N/A al final.
Cordura
El aire se había vuelto irrespirable. Denso, tenso, como si inspirar causara un dolor ardiente que quema todo a su paso.
También se había vuelto horriblemente frío. Ya estaba fresco antes, pero ahora se sentía como si estuvieran a temperaturas bajo cero, como si no hubiera abrigo suficiente para calmar esa sensación.
¿Así se sentía la desesperanza? ¿El desaliento?
¿La vida esfumándose de un ser humano?
Sea lo que sea, era insoportable, y mientras una parte de él deseaba huir y estamparse contra cualquier cosa y desaparecer, la otra simplemente no podía moverse.
Ni un maldito centímetro.
Sentado en el helado suelo con sus brazos apoyados sobre sus rodillas, hecho un ovillo, se encontraba el hanyō de perdidos ojos dorados, con lágrimas secas pegadas y pronunciadas bolsas que se habían formado justo debajo de sus cuencas. El pasar de las horas oscureció el cielo, pero ni un rastro de sueño se asomó por su semblante. Ni siquiera un bostezo. No hacía más que observar el dormido, pálido y apagado rostro de la sacerdotisa que se encontraba a menos de un metro de él, siendo esta la única parte del cuerpo que había quedado a simple vista. Todo el resto se encontraba bajo el haori del híbrido, quien había decidido taparla con el mismo, acobijarla bajo sus ropas, como si el frío del anochecer le fuese a causar molestia. No quería seguir viendo sus heridas y su sangre recordándole permanentemente ese instante en el que la había perdido para siempre.
¿Cuánto tiempo había pasado de ese momento realmente? ¿Ocho, nueve horas? No tenía idea. Tampoco le importaba. Así pasara meses o años en esa misma posición, en ese mismo lugar, siempre daría igual.
Ya todo daba igual.
El viento, lejos de acariciar, arremetía contra su melena plateada con fuerza. Sabía que no iba a dormir, ni aunque estuviera loco.
El silencio sepulcral que reinaba la atmósfera fue interrumpido a la mañana siguiente por los pasos de la exterminadora y el monje, quienes parecían estar regresando de otro sitio. De hecho, eso era lo que estaban haciendo. Sango había decidido que no podía quedarse allí más tiempo, frente al cadáver de la azabache. Que necesitaba irse a llorar a otro lado donde Inuyasha no estuviera, porque sabía que ponerse a hacer eso frente a él empeoraría todo. Como era lógico, Miroku la acompañó, aludiendo a que el medio-demonio también necesitaba su tiempo a solas.
Pero ya era momento de hacer algo. Kagome no podía quedar ahí… y ellos debían regresar a la aldea. La batalla contra Naraku estaba en su auge y no podían desatenderla, por más que quisieran.
Pensar en entablar esa conversación con el hanyō provocaba poderosos nervios en ambos compañeros. El peliplata parecía una bomba que explotaría en cualquier momento, o un volcán a punto de erupcionar. Pero no les quedaba tiempo.
—Inuyasha… —se animó la castaña, con la voz más suave que pudo poner pese a tener la garganta aún doliéndole por los gritos.
El dueño del nombre ni se inmutó, pero ella sabía que la había escuchado, así que prosiguió: —Debemos volver a la aldea, Inuyasha.
—Vuelvan ustedes, quiero estar solo. —contestó de inmediato, con voz y expresiones casi robóticas.
La exterminadora dirigió su derrotada mirada hacia el monje, como si le pidiera ayuda, pero luego la regresó al híbrido.
—No sé cómo decirte esto, pero si dejamos pasar más tiempo, no podremos enterrarla en la aldea.
Escuchar la palabra «enterrar» provocó una especie de choque eléctrico doloroso en el interior de Inuyasha, obligándolo a apretar sus dientes. Sonaba duro, pero Sango tenía razón. No les alcanzaría las horas para regresar con ella en buen estado y a su vez darle sepultura en la aldea a la que pertenecía. No era que emprender el viaje de vuelta con su cuerpo sin vida a cuestas fuera la mejor idea de todas. Aunque, tampoco entraba en los planes de nadie armar su lápida en un lugar tan lejano ni ser testigos de cómo su cuerpo iba a descomponerse frente a sus ojos.
Pero enterrarla significaba realmente entender, materializar y ser consciente de que Kagome se había ido para siempre. Y el hanyō seguía rehusándose a aceptarlo.
—No nos hará bien quedarnos aquí, a ninguno. —añadió.
—No me importa, váyanse.
—Está bien, pero nos la llevamos.
—Ni te atrevas.
Las últimas palabras de Inuyasha fueron acompañadas de una mirada amenazante que la castaña sintió como dos dagas que atravesaron su cuerpo. No podía reconocerlo en estos momentos, porque esta versión del hanyō parecía haber perdido la cordura. Pero, lo peor de todo, es que lo entendía.
—Inuyasha, tú tampoco puedes quedarte. Naraku obtendrá el último fragmento de Kohaku y sabes que tenemos que impedirlo. —Miroku decidió intervenir, con menos dulzura que la exterminadora.
—No me interesa. Naraku puede destruirlo todo si quiere, no me importa. —volvió a su pronunciación carente de emociones, regresando su mirada a la nada. En estos momentos, realmente nada le importaba, sus palabras eran sinceras. Podía un rayo partirlo por la mitad en este instante y él ni se inmutaría.
Ninguno de los dos esperaba esa respuesta en lo absoluto. Eran conscientes que el más afectado de todos, por lejos, era Inuyasha. Pero tampoco podían permitir que el mundo entero se destruyera por ese motivo. Él mismo tenía una venganza personal contra Naraku que parecía haber dejado de lado. Y no solo él, tanto el monje como la castaña también. No podían tirar todo eso por la borda como si no significara nada.
La exterminadora volvió a retomar la situación y lo enfrentó: —¿Qué pretendes, entonces? —inquirió enojada, con sus manos apoyadas en su cintura, signos de que estaba perdiendo la paciencia.
Lo único que obtuvo fue silencio, porque ni el medio-demonio sabía la respuesta.
Sango dejó que transcurrieran unos segundos antes de volver a hablar. —Inuyasha… —pronunció con más calma, arrodillándose a su lado y colocando su mano sobre el hombro del peliplata—. Kagome no querría que abandonásemos la lucha contra Naraku. Ella querría que sigamos adelante… —su voz comenzó a quebrarse y sus ojos volvieron a llenarse de gruesas lágrimas—. Y una vez que lo derrotemos, podremos llorarla todo el tiempo que necesitemos… Pero no podemos bajar los brazos justo ahora.
Y estaba siendo totalmente honesta. Deseaba poder derrumbarse, abandonarlo todo y llorar a su única amiga por mucho tiempo. Deseaba tener la certeza de que el mundo esperaría a que ella recuperara sus fuerzas para seguir avanzando. Pero eso era imposible. Las circunstancias no se iban a detener por ella, Naraku no se iba a detener por ella. Debía salvar a su hermano, de lo contrario, no solo tendría que llorar a Kagome.
O quizás ni podría hacerlo, porque moriría.
—Seguro pensabas lo mismo cuando pretendías matar a tu hermano y suicidarte, ¿no es así? —clavó sus orbes de oro en ella y escupió con ironía, atacando salvajemente a su compañera con estas palabras. A este punto, ni siquiera él sabía si era capaz de reconocerse a sí mismo.
Los ojos de la castaña se abrieron como platos, decepcionada, lastimada hasta la médula y furiosa. Las lágrimas acumuladas en sus cuencas formaban un equipo con la ira que irradiaba su mirada. Quitó con lentitud su mano del hombro masculino, como si le costara digerir lo que acababa de escuchar.
—¡¿QUÉ DICES?! —vociferó e intentó golpearlo, atacarlo con lo que sea, pero el monje se interpuso rápidamente, impidiéndolo—. ¡ESO FUE MUY DIFERENTE! ¡CÓMO TE ATREVES A DECIR ESO! —volvió a soltar, forcejeando con Miroku para acercarse al hanyō. El aludido simplemente regresó su mirada al horizonte sin decir nada más.
—Sango… —el monje puso sus manos sobre los hombros de la exterminadora y la miró intensamente, pidiendo clemencia—. No es él, por favor…
Sango dirigió su dolida mirada hacia Miroku, escuchó sus palabras, cerró sus ojos y bajó la guardia. Todos estaban demasiado alterados y alguien debía poner un freno. Además, había sido justamente Inuyasha quien la había detenido en ese momento y quien le había devuelto la esperanza y las ganas de luchar por su hermano menor. Se sentía en deuda, y quería hacer lo mismo por él, pero sintió que era prácticamente imposible. Eso la hacía sentir impotente.
El monje, una vez que la exterminadora se calmó, caminó hacia el híbrido.
—No pienses que no comprendemos tu dolor. Nosotros más que nadie sabemos lo que Kagome es para ti. Pero es justamente por ella por quien debes luchar. Crees que no puedes vengarte porque quien la mató ya está muerto, pero te equivocas. El culpable de todo sigue siendo Naraku, y es con él con quien completarás tu venganza, no lo olvides. —hizo una pausa para colocar una mano sobre su hombro—. La pérdida es parte de la vida, pero no la define. Tienes que seguir adelante por ella… —tuvo que terminar su discurso ahí, porque su voz estaba a punto de quebrarse. Sus azulados ojos se habían cristalizado.
El hanyō permaneció mirando a la nada por unos segundos más, hasta que decidió ponerse de pie. Levantó su mirada hacia su amigo y la mantuvo fija sobre él.
—Perder a Kagome sí define mi vida.
Derrotado, el monje no supo decir nada más. Suspiró, abatido. Dio media vuelta y regresó junto a Sango.
—Vámonos.
La castaña lo miró desconcertada en lo que Miroku pasó de largo y empezó a caminar fuera de allí. Corrió hacia él y lo detuvo.
—No podemos dejarlo así. ¿Y si acaso él…? —cuestionó Sango, temiendo lo peor.
—No lo hará. Sé que no lo hará.
Decisión tomada. Ambos emprendieron su viaje de regreso a la aldea, sin Inuyasha… y sin Kagome, dispuestos a enfrentar a Shippō y a la anciana Kaede con la horrible noticia.
Otra vez solo y aún de pie, el híbrido dirigió su mirada nuevamente hacia el cuerpo de la sacerdotisa, dejando escapar una lágrima que había estado reteniendo todo ese tiempo.
No mucho tiempo después de que se marcharon, el hanyō de ojos dorados buscó un refugio para permanecer con la sacerdotisa debido a que una ligera llovizna había empezado. Encontró una cueva a unos doscientos metros de donde estaban anteriormente. Quizá fueron solo doscientos metros, pero fueron los metros más amargos de toda su vida, cargando en ese trayecto el inerte cuerpo de la azabache, cuya frialdad quemaba bajo sus dedos.
La acomodó dentro de la misma y volvió a sentarse a su lado. El semblante del medio-demonio era el de un hombre que lo había perdido todo en la vida.
—Nos quedamos solos… —se animó a hablar al borde del susurro, consciente de que ella no iba a escucharlo, aunque deseando que sí lo hiciera—. Forcé a Sango y Miroku a irse sin nosotros.
Sabía que había actuado como un idiota, pero no pudo controlarlo. Lo mejor que pudieron haber hecho fue dejarlo solo, porque así tendría la posibilidad de pensar sin presión.
—Me preguntaron si qué pretendía con esto y la verdad es que no tengo idea. No sé qué estoy haciendo aquí, contigo… —tomó aire y suspiró con pesar—. Lo único que sé es que no puedo dejarte ir, Kagome…
Y no había prueba de eso más grande que esta escena.
Aún puedo sentir su aroma…
—¿Cómo pudo pasar esto? Yo… —cerró sus ojos con dolor—. Yo había jurado que te protegería con mi vida. Yo estaba totalmente dispuesto a dar la vida por ti, aunque creo que ya sabías eso…
Recordó como flashes el momento en que Kagome se enojó con él cuando arriesgó su vida para salvarla de Tokajin. Podía admitirlo, él realmente no sabía si iba a recuperar sus poderes a tiempo. Pero eso no importó, solo quiso salvarla.
—Aquel día en tu habitación, yo te prometí eso… —abrió sus orbes dorados, mostrando que comenzaron a humedecerse nuevamente—. Maldita sea, hasta íbamos a besarnos…
No pudo evitar ruborizarse un poco al remembrar aquel instante en que la había tenido deliciosamente cerca, a punto de unir sus labios a los de ella. Con su corazón golpeando fuertemente contra su pecho, y sosteniendo su delicada mano con firmeza.
—No sé por qué no intenté besarte otra vez antes de irnos. Me acobardé porque estaba tu familia. Qué estúpido fui… —sonrió de lado por un breve segundo—. Pero sí quise hacerlo, te juro que sí… Simplemente pensé que íbamos a tener otra oportunidad. Que cuando acabase todo, yo iba… —apretó su puño con fuerza mientras sentía un nuevo nudo instalársele en la garganta—. Iba a pedirte que te quedes conmigo, en esta época. Porque yo sufría cada vez que te ibas a tu casa por días. Y tenía miedo que cuando acabásemos con Naraku, tú fueras a decidir irte de aquí para siempre.
Su voz ya había comenzado a quebrarse con sutileza. Había partes de su cuerpo que no podía controlar, y temblaban con potencia.
—Por eso quise besarte ese día y te hice esa promesa. Estaba preparándome para pedírtelo… Pero ahora solo pienso en que tuve que decírtelo antes. Escuchar lo que sentías por mí antes. Decirte que te amaba antes, y no ahora… no así… —finalmente se liberó de sus propias cadenas y dio rienda suelta a su tristeza, llorando sin poder detener una sola lágrima de las que caían por sus mejillas como cataratas.
¿Cómo evitarlo? Si en su mente no paraba de reproducirse la voz de Kagome diciéndole que lo amaba, y que siempre lo había hecho. Lo que tanto había anhelado escuchar, en el momento más imperfecto de todos.
—Yo… sé que mis acciones muchas veces parecían ambiguas… pero jamás te mentí, Kagome. Sé que te merecías más, que te lastimaba cada vez que me iba… —tomó aire—. con Kikyō.
Se dio cuenta tarde, porque él nunca logró entender por qué Kagome se enfadaba tanto o quedaba tan intranquila cuando él se iba. Siempre creyó que con ser consciente de sus propias intenciones, no estaba haciendo nada malo y eso era suficiente. Pecaba de inocente, o ingenuo, pero a sabiendas o no, ella terminaba lastimada de alguna manera, y eso lo quemaba por dentro.
—Pero esa jamás fue mi intención. Yo- yo siempre buscaba estar a tu lado… —volvió a apretar sus párpados, provocando la caída de más lágrimas—. ¿Cómo no hacerlo? Es decir… eras lo mejor de mi vida. Tú me salvaste de todo.
Ella se había convertido en su esperanza, en su razón para seguir adelante. Conocerla fue su salvación.
—Cuando Kikyō murió, tú me salvaste. Siempre estuviste ahí para mí, incluso cuando no te merecía… —recuerdos de cuando la voz de Kagome lo volvía a la realidad empezaban a acecharlo—. Volviste por mí cuando yo solo pensaba en despedirme de ti… —no pudo evitar quebrarse aún más tras recordar el momento en el que había decidido proteger a Kikyō y eso significaba decirle adiós a Kagome—. ¡Pero yo quería que te quedaras conmigo! —vociferó con desesperación, llevando su mano hacia su corazón—. No podía soportar la idea de estar lejos de ti, pero no sabía cómo decírtelo. Y volviste… te quedaste a mi lado a pesar de todo… —hizo una pausa para intentar recuperar su voz—. Te quedaste a mi lado aún cuando hacía todo mal. Me entendiste y me abrazaste cuando sentía que había perdido el rumbo…
Como aquella vez en que se había transformado en un yōkai y había perdido el control.
—¿Cómo se supone que siga sin ti? ¡NO PUEDEN PEDIRME QUE HAGA ESO! Era yo el que debía morir, no tú… —sollozó—. Cómo pude fallar así, cómo pude dejar que esto te pasara… —dirigió sus orbes hacia el rostro femenino una vez más—. ¿Qué le voy a decir a tu hermano, a tu abuelo… a tu mamá? —abrió sus ojos aún más, contrariado—. ¿Qué le voy a decir a Shippō?
El solo hecho de pensar en la desgarradora reacción del pequeño zorrito que adoraba a Kagome lo partía en mil pedazos.
—Yo prometí que no tendrías el mismo destino que Kikyō. ¡TÚ NO IBAS A TENER ESE DESTINO! ¡NO IBA A PERMITIRLO! —las lágrimas volvieron a arremeter contra las paredes de sus ojos, sumándose a su grito desesperado—. Fallé a mi promesa. Te fallé… le fallé a la persona más importante de mi vida…
No pudo reprimir el impulso de llevar su mano hacia una de las mejillas de Kagome para tocarla con gentileza mientras la miraba con el alma destruida.
—¿Cómo se supone que viva con eso?
Volvió a apretar su puño.
—¿Qué se supone que debo hacer? Kagome… —lloró porque pronunciar su nombre ahora le provocaba un dolor físico inaguantable.
Quitó la mano de su mejilla y se hizo más hacia atrás. Su mirada cambió drásticamente a una más fría y llena de ira.
—¿Qué se supone que debo hacer? —repitió, pero furioso.
Se puso de pie y le dio un puñetazo a una de las paredes de la cueva, rompiendo parte de la misma.
—¿¡QUÉ SE SUPONE QUE DEBO HACER!?
Dirigió sus orbes hacia la salida de la cueva, como si buscara alguna respuesta en la lluvia que caía incesantemente. Su expresión volvió a cambiar de repente, volviéndose más determinada y dispuesta a lo que sea. Dejó de llorar y se limpió las lágrimas restantes en su rostro.
—Debo encontrar a Sesshōmaru.
:0 Ah caray. ¿Funcionará que lo busque o no? ¿Qué dicen ustedes?
Me sentí linchada por las N/A del capítulo anterior por ser muy cínica (?) pero ya fuera de bromas, todo esto me duele, no solo por lo que les estoy haciendo a los personajes que más amo, sino por lo super relacionada que está esta historia con las escenas de la serie que les hablé, que por años me destrozaron (y siguen haciéndolo) De hecho, lloré escribiendo este capítulo. Simplemente me gusta hacer de cuenta que estoy ok, pero no lo estoy (?) jajaja.
¿Qué tal les pareció esta entrega? Realmente me intriga saber sus opiniones, además de que soy muy feliz leyéndolas.
Nos veremos pronto en la siguiente actualización ;3
Respondiendo a usuarios no registrados:
Stephanie: ¡Bella! Muchísimas gracias! :3 Qué bello saber que me sigues y me lees. Mil gracias por tu review :')
Manu: ¡Hola otra vez! No respondí más porque ya la historia anterior terminó, jaja. Vi algunos capítulos de Yashahime, pero realmente me aburrieron. No planeo verlos. Sesshomaru y Kagura no me habría disgustado, pero siempre le fui más al SesshRin, obviamente si hubiera tenido un desarrollo o algo habría sido mucho mejor, pero bueno. No suelo shippear personajes de series diferentes jaja. Y gracias por la recomendación de la historia, seguramente me pasaré a leerla c: ¡Muchas gracias por tu review! Espero que hayas disfrutado el capítulo c:
Guest: ¡Muchas gracias! Wow :') espero que disfrutes este capítulo tambien!
Xio046: ¡Muchas graciaaas! Lo siento por hacerte llorar :c pero me hace feliz que me hayas leído y hayas sentido la historia. Muchas gracias por tu review :3
Con amor, Iseul.
