¡Holaaa! c: Les vengo a traer el siguiente capítulo de esta historia.

Un pequeño recordatorio para el contexto es que andamos por casi el final del anime/manga, pocos capítulos antes de que vayan al interior de Naraku. Recuerden que Kohaku está inconsciente y que en cualquier momento, él lo vendrá a buscar. Solo mantengan en mente esto.

Sin dudas, estos sucesos cambiarán y/o alterarán varias cosas que suceden en el final de la historia canon de Rumiko.

Sin más, nos leemos en las N/A al final c:


Reencuentro

Si lo que acababa de hacer realmente iba a funcionar, eso quería decir que Kagome, en estos precisos instantes, ya debía estar de regreso. Y ese pensamiento no hacía más que producir unas imponentes ansias que se extendían por cada centímetro del cuerpo del hanyō de ojos dorados. Sería totalmente feliz una vez haya comprobado que había vuelto a la vida, una vez ella esté abrazándolo y pueda sentir nuevamente el suave calor de su cuerpo. Por eso, saltaba entre los árboles y corría con desesperación. No podía ni tenía que perder ni un segundo más. Si ya estaba despierta, eso implicaba que se iba a encontrar dentro de una cueva a oscuras, sin nadie a su lado, y que probablemente tendría miedo. No iba a entender nada de lo que estaba ocurriendo.

Cada paso que daba, lo daba con el corazón colgando en sus manos. Su respiración era agitada pero no solo por sus rápidos e impacientes movimientos. No podía dejar de imaginar su cálida sonrisa y la calma que le provocaría verla otra vez adornando su rostro.

Por momentos, se preguntaba… ¿Recordará todo lo que ocurrió? ¿Habrá vuelto sabiendo que había muerto? ¿Recordará… las palabras que le dijo antes de partir? ¿Volverá con recuerdos de su estadía en el otro mundo?

Sango… Miroku… ¿Cómo iba a hacer para explicarles todo lo ocurrido? ¿Lo perdonarían por haber hecho semejante cosa?

¿Lo perdonaría la misma Kagome?

Se vio forzado a ahuyentar esos pensamientos con un leve sacudón de su cabeza. Eso no era importante ahora mismo. Solo quería enfocarse en encontrarla una vez más.

Después de unos largos minutos que parecieron eternos, por fin sus ojos lograron divisar la cueva en la que había dejado a la sacerdotisa. Solo bastó acercarse un poco más para dar con la figura femenina vestida de colegiala haciendo un último esfuerzo por salir de la misma.

Kagome…

Sus orbes engrandecieron y comenzaron a irradiar un potente brillo, uno que creía que jamás iba a volver a tener. Sus pulmones se cerraron, impidiendo el paso del aire por la gran corriente de emociones que estaba fluyendo en su interior.

Viva. Estaba viva.

El pacto había funcionado. Kagome había regresado a la vida. Estaba comprobándolo con sus propios ojos, que de repente empezaron a batallar contra las lágrimas que rodeaban sus cuencas.

Su corazón volvió a palpitar tan fuerte como recordaba que lo hacía cada vez que tenía a la azabache frente a él. Lo único que lo atormentaba era la expresión asustada que portaba, por lo que no tardó mucho en por fin hacerse notar.

—¡Inuyasha! —la sacerdotisa gritó aliviada al verlo y caminó rápidamente en su dirección.

Su voz… escuchar su voz pronunciando su nombre otra vez lo hizo sentir como si hubiese sido él quien había vuelto a la vida. De hecho, en realidad, lo hizo.

—Kagome… —alcanzó a murmurar completamente anonadado y perdido en las facciones tan perfectas de Kagome, en su delicada piel que había recuperado su color. Ni bien la tuvo lo suficientemente cerca, la envolvió en sus brazos tan fuerte y desesperadamente como nunca antes lo había hecho.

Su magnífico aroma lo abrazó con dulzura, sintiéndolo tan excelente como antes, sin ningún indicio de falta de vida en él. Podía sentir nuevamente el calor que emanaba su cuerpo debajo de sus brazos y de sus dedos, con la esperanza de que esa sensación lo hiciera olvidar lo horrible que se sintió tenerla tan fría entre sus manos.

Escuchó su respiración, y en ese momento no existía sonido más hermoso que ese. Enredó sus dedos en sus hebras azabaches y dejó que su nariz se perdiera entre las mismas.

Era ella, su Kagome, no había dudas de eso. Después de ese par de días que los calificó como los peores de su vida, lo único que quería era tenerla así para siempre. Protegida, unida a él. Era realmente todo lo que quería.

Quien no había correspondido su abrazo al instante fue la misma colegiala. Verlo actuar de esa manera y recibir ese gesto tan de repente, aun con todas las preguntas que rondaban en su cabeza, la habían dejado en un estado de desconcierto y confusión.

—Inu…-

¿Qué había pasado? ¿Por qué Inuyasha estaba actuando de esa manera? ¿Y por qué su abrazo era tan fuerte que le provocaba dolor en aquellas profundas heridas que parecían aún estar ahí? De todas maneras, no dejó pasar muchos segundos hasta rodearlo con sus brazos también, aún si su rostro seguía viéndose confundido.

—¿Inuyasha? —inquirió con preocupación en su voz.

El aludido, muy a su pesar, dejó de abrazarla, pero colocó ambas manos sobre los hombros femeninos, reusándose a perder el contacto directo. Posó sus dorados orbes sobre los chocolate, y se dejó perder en su mirada por unos pocos segundos.

Era increíblemente hermosa, aunque nunca haya tenido las fuerzas para decírselo. También tenía unas increíbles ganas de besarla, más aún después de haberle gritado en su cara que la amaba, porque tenerla tan cerca le recordaba a aquel día en su habitación.

Ver vida en esos ojos lo hizo olvidar por un momento el instante en que presenció esa misma vida esfumándose de ellos, como una especie de pesadilla que iba a atormentarlo por el resto de sus días. Ver vida en esos ojos lo hizo olvidar por completo que había hecho un trato con un demonio para lograr eso mismo, justamente. Ver vida en esos ojos le hizo sentir que todo, absolutamente todo, iba a valer la pena. Que lo que ocurriese de aquí en más no iba a cambiar nunca su decisión ni los fuertes sentimientos que latían por ella.

—L-lo siento. —titubeó para disculparse por la rudeza de su abrazo.

—¿Estás bien? ¿Qué pasó? ¿Dónde estabas?

Kagome lucía realmente preocupada y eso lo inquietaba.

—¿No… recuerdas nada?

—No… no mucho.

—¿Qué es lo último que recuerdas?

La azabache se tomó un momento para pensar, desviando la mirada de su compañero por unos instantes.

—Solo recuerdo que estábamos en una pelea con un demonio y… luego sentí un fuerte dolor aquí. —llevó su mano hacia la zona frontal de su cuerpo, en donde había sido herida de muerte—. Pero todo se volvió negro después de eso. No recuerdo nada más.

Entonces no. La sacerdotisa no recordaba su propia muerte. Ni siquiera tenía idea de que había muerto, lo que, por un lado, era bueno. Eso le daba más chances al híbrido de que ella nunca se enterase de lo que él había hecho para regresarla.

Siendo un momento tan trágico para todos y sobretodo para el medio-demonio, era un alivio que eso no estuviera en la memoria de Kagome.

Lo malo, quizás… era que no se recordaba a ella misma confesando sus sentimientos, por ende, tampoco recordaría que Inuyasha también le dijo que la amaba. Pero, en realidad, eso era lo de menos. Solo bastaba con que uno de los dos lo supiera, ¿no?

—Ya veo… —el peli-plata se rascó su cabeza y dirigió sus orbes hacia otro lado porque no iba a mentirle mirándola a la cara—. Sí, ese demonio te hirió. Casi te perdemos…

Ja, ja… «casi»

La azabache lo miró consternada. Ahora entendía el por qué de ese abrazo. Ahora entendía por qué sus ropas estaban teñidas del apagado rojo proveniente de la sangre seca. Ahora entendía por qué sentía un leve ardor en su pecho y estómago. Seguramente, había estado muy herida y al borde de morir, por lo que preocupó mucho a Inuyasha…

—Pero pudimos salvarte. —esbozó una ligera sonrisa de alivio—. Los de las aldeas vecinas me ayudaron a curarte, y… —se sentía horrible teniendo que mentirle tanto, estando tan acostumbrado a siempre ser sincero con ella, pero no había otra opción. Un nudo se le formó en la garganta impidiéndole seguir, tanto por las mentiras que soltaba como por los propios recuerdos de lo sucedido haciendo estragos en su mente—. Estoy feliz de verte de pie otra vez, Kagome.

Esto último lo pronunció mirándola de frente, porque eso sí que era verdad. Estaba más que feliz…

Un pequeño sentimiento de culpa se instaló en el corazón y la mirada de la miko, quien se aproximó aún más al hanyō para apegarse a su pecho con ternura, apoyando su cabeza sobre el mismo.

—Lamento mucho haberte preocupado, Inuyasha… —posó una de sus delicadas manos cerca de uno de los hombros masculinos. No quería imaginar los angustiantes momentos que seguramente el híbrido había vivido hasta este entonces. Él siempre se preocupaba mucho por ella y siempre tenía en mente la promesa que le había hecho esa noche a la par de su cama. Pensó que probablemente no había parado de culparse por «haber dejado» que ella se lastimara, cuando ella siempre pretendió hacerle entender que había cosas que él no podía evitar, y que siempre se sintió protegida a su lado. Que la había salvado incontables veces, pero él nunca se conformaba con eso.

Por otro lado, el peli-plata tragó duro tras el repentino, nuevo y cercano contacto con la sacerdotisa. En su rostro se divisaba una extraña mezcla entre mejillas sonrojadas y unos ojos a punto de explotar en llanto. Seguramente, ella podía sentir lo rápido que su corazón golpeaba contra su pecho, dejándolo completamente en evidencia. Tenerla así de cerca otra vez era el mejor regalo que había podido obtener.

Sin embargo, se sentía terrible ocultándole la verdad. Si ella tan solo supiera que él no estuvo simplemente preocupado, sino devastado, roto, hecho trizas y que prácticamente intercambió su vida por la de ella…

Lo odiaría, estaba seguro que lo odiaría.

—Gracias por cuidarme… —susurró la colegiala, cerrando sus ojos y esbozando una pequeña sonrisa. Le debía todo a este hombre del cual estaba enamorada con locura y al que no podía decirle nada al respecto porque no se atrevía. Bueno, al menos eso era lo que ella creía.

—Siempre lo haré… —contestó el hanyō en el mismo tono, rodeándola con su brazo nuevamente y apretándola un poco más contra sí mismo.

Jamás se cansaría de sentirla así. Sintió que, finalmente, podía respirar con calma.

Permanecieron unidos de esta manera por unos breves minutos, hasta que un pensamiento cruzó por la mente de la azabache.

—Oye, pero… ¿Dónde están Sango y el monje Miroku? —inquirió confundida y preocupada tras no ver a sus amigos ahí, interrumpiendo el abrazo, pero sin quitar sus manos del pecho del medio-demonio.

—Debían volver por Kohaku, ya sabes. —contestó Inuyasha, intentando contener el nerviosismo causado por esa pregunta que solo le recordaba qué demonios iba a hacer cuando lo vieran regresando a la aldea junto a ella.

—Nosotros también deberíamos volver entonces. —ahora sí se soltó de él por completo, dándose la vuelta para regresar a la cueva por su mochila, arco y flechas.

El híbrido la tomó del brazo para impedir que diera un pasó más.

—Estuviste muy herida, Kagome. Primero necesitas descansar. —le habló alterado. De solo pensar en verla de nuevo en una batalla, su estómago se cerraba y hasta le provocaban ganas de vomitar. Deseaba nunca jamás volver a ponerla en peligro, encerrarla en una burbuja si pudiera, para no revivir ese trauma nunca más.

—Lo sé, pero… Naraku vendrá por Kohaku en cualquier momento. No podemos quedarnos aquí.

—Prométeme que te resguardarás en tu casa un tiempo. Al menos, solo unos días…

—Inuya-

—Kagome. Prométemelo.

La colegiala le dirigió una mirada molesta, pero luego resopló. No había manera en que ella pudiese decirle que no a algo que él le pidiera, y menos de esa manera. Volvió a recordar el miedo en el que pensaba que el híbrido habría estado inmerso en esos días en los que ella estuvo «ausente».

—Está bien. De todas formas, tengo que volver por ropa. —se miró su camisa y falda escolar con manchas enormes esparcidas por toda la tela—. Pero solo unos días.

—Gracias.

El hanyō exhaló aliviado. Acto seguido, subida a su espalda, la sacerdotisa y el medio-demonio emprendieron la vuelta en medio de la nocturnidad.


La mañana del día tres había dado comienzo. El exterminador de demonios menor, hermano de Sango, aún seguía inconsciente dentro de una de las cabañas de la aldea, con la suerte de que Naraku aún no había dado noticias de nada. Pero aún así, la castaña no podía ni inspirar tranquila, ni siquiera sabía si dormía realmente, o si solo cerraba sus ojos y hacía la mímica. Su cuerpo se encontraba tan cansado y falto de energías, y su mente tan aturdida. No podía parar de pensar en la tragedia de Kagome. La veía morir en sus recuerdos una, y otra y otra vez.

—Ya serán casi tres días, su Excelencia. ¿Cómo es que aún no ha regresado? —le comentó al monje preocupada cuando se lo encontró saliendo de la cabaña—. ¿Qué… debe estar haciendo ahora? Haberlo dejado solo fue un error… —añadió, más para sí misma como un reproche, y se llevó una de sus manos a su frente, en señal de molestia.

—No lo sé, Sango… —Miroku aprovechó el momento para acariciar su espalda en señal de consuelo—. Pero regresará, en algún momento tendrá que hacerlo.

Habían tenido la «buena suerte» de que, al llegar, no habían sido obligados a darle explicaciones a nadie todavía. Regresaron justo cuando la anciana Kaede, junto a Shippō y Rin, estaban preparando todo para irse los tres a una pequeña villa cercana que necesitaba de la ayuda de la sacerdotisa mayor. Estaban esperando a que alguno del equipo volviera para dejar a Kohaku en buen cuidado.

Sango y Miroku no tuvieron las fuerzas suficientes para decirles, en el preciso momento en que les preguntaron dónde estaban Inuyasha y Kagome, que ella había muerto. Simplemente, no podían. No podían cargar con la imagen de la reacción del pequeño zorro, ni ver cómo esto le afectaba a la anciana que tan al pendiente estaba de ellos siempre. Creyeron que sería mejor esperar a que regresaran de su viaje y, de paso, darse unos días para asimilar lo que debían anunciar. Para responder algo, nada más dijeron que se atrasaron en el camino y que ya iban a llegar.

Jamás se imaginaron que esa frase que lanzaron como mentira se convertiría en una insólita verdad. Jamás pensaron que los verían regresar a ambos.

Entre los árboles se divisaba la figura del hanyō saltando de rama en rama con la azabache abrazada a su cuello, con el viento moviendo sus cabellos con rudeza.

Las expresiones dibujadas en los rostros del monje y la exterminadora eran irreproducibles. Una mezcla entre sorpresa, incredulidad, confusión, miedo y enojo que se preparaba para hacer ebullición en cualquier momento.


:0 Uy, la que se le viene a Inuyasha xD Pero bueno, al menos... él y Kagome ya pudieron reencontrarse! :') Ya no me odien tanto por ahora, sí? Jajaja.

Iba a incluir la reacción de Sango y Miroku en este capítulo. De hecho, ya la había escrito, pero no estaba muy convencida, así que decidí dejarlo aquí para más suspenso 7u7

Quiero agradecer MUCHOOOOOO sus PRECIOSAS REVIEWS. Ay, las amoooo, de verdad, me encantan, muchísimas gracias. Me hacen extremadamente feliz. Me tiene muy sorprendida el gran recibimiento que está teniendo esta loca historia. LOS AMO EN SERIO.

Recuerden que a quienes tienen cuenta les respondo por mensaje privado (:


Respondiendo a usuarios no registrados:

Manu: ¡Hola! Muchas gracias por tu review :) La verdad que sí es bastante oscuro, y yo creo que será un fic de más de 10 capítulos. La verdad que casi nada de Yashahime me interesa, así que no sé sobre sus ships o si aparece el hijo o hija de Koga, realmente no me atrae nada. Y tampoco escribiría algo de Sesshomaru y Kagura. No es un ship del que me interese hablar. Y gracias por tus ideas. Muchas gracias por tu comentario (:

Guest: :c jajaja sí, lo sé, es muy poco, me siento una perra (?) No puedo adelantarte si se entera o no :0 pero ya lo sabrás. Muchas gracias por lo del Amo Bonito uwu y Muchas gracias por tu review! Te mando un abrazo :')

Stephanie: Omg muchas gracias :') me hace feliz saber que esto te está interesando! Espero que este nuevo capítulo también te guste :'3

Moroha: Pobre nuestro bebé, pero qué más podía hacer :( Muchas gracias, linda!


Con amor, Iseul.