Holaaaaaa c: ¿Cómo están? Aquí les traigo un nuevo capítulo c:
Contexto antes de leer: si no recuerdan bien, les aconsejo ver el episodio 19 de Kanketsu Hen, que es cuando Magatsuhi encuentra a Kohaku, porque digamos que este capítulo del fanfic es como una versión diferente de eso, que se une a los sucesos anteriores, obviamente.
Agradezco muchísimo a la página Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma por compartir esta historia! :3
Nos vemos en las N/A al final c:
Juicio
—No… puede ser… —susurró la castaña, absolutamente anonadada, sin quitar la vista de sus dos amigos acercándose, imposibilitada de pestañar. De manera automática, su semblante palideció.
¿Cómo podía ser posible? ¿Qué demonios había ocurrido en esos casi tres días? ¿Inuyasha hizo algo o…? Un millón de preguntas le atravesaron la mente en cuestión de segundos, pero ninguna iba a obtener una respuesta inmediata. Miroku estaba tan perplejo como ella, pero su rostro se encontraba bastante más sereno. Era normal en él camuflar un poco sus emociones.
Cuando aterrizaron, la sacerdotisa salió corriendo en dirección a ellos. Ambos la veían acercarse cada vez más, con las mismas manchas de sangre sobre su uniforme que tenía cuando la vieron por última vez sin vida tras discutir con Inuyasha, solo que se veían secas y más apagadas.
—¡Chicos! —los llamó con voz alegre mientras se aproximaba, mostrándose feliz de verlos.
Inuyasha prefirió quedarse atrás, como si eso lo fuese a salvar de una confrontación. No iba a arriesgarse a que uno de ellos haga que Kagome se entere de que había muerto justo en estos momentos.
—Kagome… —el monje murmuró su nombre, aún incrédulo.
Ellos la habían visto morir, no había duda. ¿Cómo es que ahora estaba frente a ellos sonriendo tan… viva?
—Qué bueno verlos… —pronunció al llegar hacia ellos—. Ya estoy bien, Inuyasha me contó lo que ocurrió… —la sonrisa se borró del rostro de la miko tras decir esto último, teniendo en cuenta que probablemente ellos también habían tenido mucho miedo de perderla. Se preguntaba si, quizás, la expresión tan pasmada de ambos se debía a lo sorprendidos que estaban de verla otra vez… o…
Claramente, no se imaginaba lo que pasaba por la cabeza de esos dos.
—Lamento mucho haberlos preocupado… —añadió, volviéndose a sentir culpable al respecto. Realmente odiaba preocuparlos justo ahora que estaban con tantos problemas encima—. Por suerte, Inuyasha pudo ocuparse de mis heridas, así que ya estoy mejor…
—Kagome… —pronunció Sango, en voz baja, y aun totalmente incapaz de caer en esta realidad en la que su amiga estaba hablándole justo en frente de ella, cuando creyó que la había perdido para siempre.
Miroku no pudo evitar mirarla desconcertado. ¿Que Inuyasha se «ocupó» de sus heridas? Sus heridas… ¿mortales? ¿Aquellas que la mataron? Empezó a comprender que Kagome no parecía saber que había muerto, y que Inuyasha probablemente le había armado otra versión.
—¿Kohaku sigue dormido? —la azabache miró directamente a la castaña.
—S-sí.
Kagome comenzó a notar la actitud bastante extraña que tenían sus amigos, provocándole dudas e incomodidad. Los silencios eran densos, las miradas muy tensas y su instinto le indicaba que algo raro estaba ocurriendo.
—Debo volver a casa para cambiarme de ropa. Pero volveré en cuanto antes, ¿si? —rompió el silencio. Debía irse rápido si no quería que nadie más la viera así, pudiendo asustar a más de uno con su uniforme ensangrentado, pareciendo un personaje de High School of the Dead. Con sus cosas a cuestas y lista para huir de más silencio incómodo, comenzó a caminar en dirección al pozo, dejando a sus amigos con miles de preguntas en la boca y desconcertados como nunca antes.
La exterminadora dirigió sus orbes cargados de ansiedad al hanyō de ojos dorados, buscando con desesperación alguna respuesta en él. Él la miró de regreso, pero no le dio tiempo a decir nada, simplemente se fue detrás de la sacerdotisa. Ambos lo siguieron con la mirada por unos segundos, para luego ir tras él.
Al llegar, la azabache se sentó sobre el pozo y esperó al híbrido. Tanto él como ella estaban a punto de saltar, pero la voz femenina los interrumpió.
—Inuyasha.
No lo iban a dejar irse tan tranquilo. Al menos no sin recibir una maldita explicación. El medio-demonio conservó su mirada seria y determinante sobre el monje y la exterminadora, pero temiendo en su interior que dijeran cualquier cosa que hiciera sospechar a la sacerdotisa. Definitivamente, debía confrontarlos antes de que todo explote.
—Ve, yo te seguiré luego. Déjame que hable con ellos. —le dijo a Kagome. Lo mejor era que se fuera antes de que todo se volviera más obvio.
—Claro… —contestó la colegiala casi al instante, sin comprender mucho el panorama. Imaginó que debían hablar sobre lo que pasó en esa última pelea que la dejó tan malherida, o dar explicaciones. Iba a saltar, pero se detuvo. Le dirigió su contrariada mirada chocolate al medio-demonio—. Oye, Inuyasha... —lo llamó—. No es necesario que me acompañes. Noto a los chicos bastante preocupados… creo que es mejor que te quedes con ellos para vigilar a Kohaku. —la joven propuso con calma y al borde del susurro, con su usual cálida voz. No quería traerle más problemas a nadie y la culpa estaba haciendo mella en su interior otra vez.
—Yo quiero ir contigo, así que no insistas. En un rato estaré ahí, solo será un momento. —contestó tajante y determinado. No quería perderla de vista, aún si sabía que iba a su época más segura y con su familia. Simplemente no quería perder ni un minuto más estando lejos de ella. Así que le dejó claro eso.
La azabache resopló resignada. Realmente podía ser muy terco…
—Está bien. —sabiendo que sería en vano insistir, ahora sí se puso en posición para saltar.
Cuando lo hizo y desapareció tras el haz de luz, el híbrido regresó su atención hacia Sango y Miroku, cuyos orbes castaños y azul profundo parecían listos para confrontarlo.
—Creo que nos debes una explicación. —inició la exterminadora, señalando el pozo al cual acababa de saltar la joven a la que creían muerta hacía apenas algunos minutos—. ¿Qué hiciste? —insistió, en tono de reproche y con cierto miedo en su voz.
El hanyō guio sus orbes al pozo por unos segundos, corroborando que definitivamente no estaba listo para decirles la verdad.
—Inuyasha… ¿Qué hiciste? —volvió a arremeter su compañera, cada vez más desesperada—. ¿Có-cómo que Kagome está…?
—Hice lo que tenía que hacer. —respondió tajante y con la mirada esquiva. Aún si ellos se oponían por completo a su decisión, el trato ya estaba hecho y él no se arrepentiría nunca.
—No fue gracias a Sesshōmaru, ¿verdad? —esta vez habló el monje, portando más serenidad que su amiga. Intentaba descifrar por sí mismo los sucesos de los cuales no estaban al tanto.
—Intenté que fuese él, pero… —sin poder mentir al respecto, el híbrido había comenzado a bajar la guardia. A su mente llegaron los instantes en que Sesshōmaru empuñó a Tenseiga solo para corroborar que no iba a servir de nada.
—Entonces… ¿cómo? ¡Ya dinos! —persistente y alterada, la castaña se acercó unos pasos más hacia el medio-demonio.
La ansiedad e insistencia de Sango lo ponían realmente nervioso.
—¡No insistan! ¡Lo importante es que está viva! —vociferó a la defensiva.
—Pero ella no lo sabe, ¿cierto? —Miroku volvió a meterse en el interrogatorio. El corazón del hanyō comenzó a latir más rápido, sintiéndose preso y cada vez más acorralado—. Ella no sabe que murió. Y si no se lo dijiste, es porque no quieres decirle cómo la trajiste de vuelta.
Sango miró al monje absolutamente desconcertada y con sus ojos bien abiertos. Todo lo que exponía tenía total sentido. Y el silencio de Inuyasha no ayudaba en nada a hacerle pensar diferente. Sin dudas, el peliplata se había metido en un gran lío del cual no quería pronunciar palabra. Pero ella no tenía tiempo para esperar a enterarse por sí sola o por terceros. Si el híbrido creía que podía jugar con sus sentimientos, estaba totalmente equivocado. Si no había sido la espada de su medio-hermano, entonces no era nada bueno. La desesperación se empezó a transformar en ira, y su miedo en ganas de arrancarle la respuesta a golpes.
—¡¿QUÉ DEMONIOS HICISTE?! —el furioso grito de la castaña sonó por varios metros a la redonda. La misma ira la hizo agarrarlo de su haori para empujarlo contra el pozo. El hanyō, instintivamente, colocó sus manos sobre los bordes del mismo para evitar que lo tire, incluso sabiendo que no pasaría nada malo si lo hiciera, simplemente cruzaría a la época moderna.
—Sango… —sorprendido por el agresivo movimiento de su compañera, intentó mediar y ubicarse en el medio.
Ante el silencio del híbrido, volvió a picar.
—¡HABLA!
—¡¿DE QUÉ SIRVE?! —explotó el peliplata, harto, cansado, y excesivamente alterado. Su grito llegó a asustar ligeramente a la exterminadora—. ¡YA ESTÁ HECHO! ¡NO VAN A CAMBIARLO Y NO QUIERO QUE LO HAGAN! —con la menor agresividad posible, se quitó la mano de Sango sobre su haori—. No entienden que yo… haría lo que fuera por…
Bajó la guardia nuevamente y evitó a toda costa mirarlos a la cara. Le era aún muy difícil de asimilar que, terminados esos tres años, debía morir y entregar su alma. Recibir más y más reproches no lo ayudaba en nada.
La castaña escuchó cautelosamente cada palabra del medio-demonio, y en cuanto comprendió y descifró lo que estaba ocultando, no pudo reprimir el sentimiento devastador que la invadió de repente.
—No me digas que… —hizo una pausa para digerir lo que ella misma estaba por decir—. Usaste… al demonio de la encrucijada.
El ojidorado sintió un muy pequeño alivio al no ser él quien tuviera que decirlo. Dejó que su silencio y su rostro deshauciado hablaran por él.
—Inu…yasha… ¿por qué? —habiéndolo confirmado, el sentimiento devastador se había hecho aún más grande.
—Yo… lo siento… —ahora sí se animó a mirarlos a la cara, arrepintiéndose al instante tras toparse con sus miradas llenas de miedo, desilusión y desesperanza.
—No puedo creerlo… —susurró incrédula.
Miroku se aproximó unos pasos más cerca de sus compañeros.
—¿Cuánto tiempo te dieron?
Esa pregunta era aún peor. Estaba empezando a irritarle el hecho de que todos conocían a ese demonio menos él. Claro, también sabía que, por protegerlo, ellos jamás se lo hubieran mencionado.
—Chicos…
—¡¿CUÁNTO?! —gritó Sango.
—Tres años.
El monje se llevó una de sus manos a su cabeza y cerró sus ojos, deseando que todo fuera una estúpida broma. La exterminadora se mostraba más y más alterada con cada segundo que pasaba. ¿Tres años? ¿Nada más que tres años? Eso no podía ser cierto…
—¿Cómo es que has hecho algo así? ¡Te irás al maldito infierno! ¡Le entregaste tu alma a un demonio! ¡¿En qué estabas pensando?! —le reprochaba mientras lo samarreaba de los hombros, pero sin mucha fuerza. La ira ya estaba siendo reemplazada por la tristeza, y eso le quitaba todo el ímpetu.
—No podía dejarla morir, chicos… no podía… —le dolía en el alma ver a sus amigos así de devastados por su culpa, lo que provocó que su voz se quebrara al borde de las lágrimas—. Yo… la amo…
—Y si la amas… ¿cómo crees que ella se va a sentir cuando se entere que irás al infierno? —la joven lo miró seriamente a través de sus orbes llorosos—. ¿Cómo te sentirías tú si te enteraras que ella hizo lo mismo por ti?
Ante este pensamiento, su rostro perdió algo de color. Imaginar la situación en reversa era un castigo millones de veces peor que lo que le esperaba. ¿Que si cómo se sentiría él? Querría destruirlo todo y haría hasta lo imposible por sacarla de ese trato, cosa que el mismo demonio le ordenó que no hiciera. A toda costa, debía evitar que la sacerdotisa lo sepa. No solo por protegerla del dolor, sino porque no quería que ella interfiriera y terminara pagando otra vez por sus errores.
—No puede enterarse. —sentenció, rogando con la mirada brillosa—. Mátenme, entréguenme al demonio ahora mismo si quieren, pero por favor, no le digan…
Vio la lástima asomarse por los ojos de sus amigos, y eso le dolió. Solo esperaba que ellos comprendieran que esto no era fácil para nadie, y mucho menos un capricho. Se trataba de la vida de Kagome, y con eso no se metía nadie.
De todas formas, no hubo tiempo para seguir lamentándose, porque el claro cielo de la mañana se vio conquistado de pronto por unas nubes negras que cargaban cientos de demonios que provenían de Naraku. El olor que emanaban era inconfundible.
—¡Kohaku! —fue lo último que dijo la exterminadora antes de correr hacia la cabaña de Kaede con desesperación.
Tras cruzar el portal a través del pozo, la joven del futuro había llegado por fin a su hogar. Permaneció varios minutos sin salir del templo, ideando un plan para entrar a su casa sin que su mamá, su hermanito o el abuelo notaran su presencia, al menos hasta que llegara al baño. ¿Cómo iba a explicar toda esa sangre en su uniforme? Bueno, de poder, podía explicar, meter alguna mentirilla de que era sangre de Inuyasha, o algo así. Pero preocuparía a su mamá a niveles extremos y realmente no tenía las energías para lidiar con eso, o con su abuelo dándole más y más de sus viejos amuletos para «protegerse» en las batallas. Tuvo la suerte de ver el instante en que su madre salía junto con Sōta para llevarlo a la escuela, y al viejo Higurashi pegado en las escaleras para despedirlos, por lo que aprovechó la distracción para meterse en la casa.
Una vez dentro, tomó algo de ropa cómoda de su armario y se dirigió al baño. Mientras el agua llenaba la tina, se quitó su camisa frente al espejo. Pudo observar tanto ella misma bajando la mirada como en su reflejo las dos gruesas cicatrices que quedaron instaladas en su pecho y en la boca del estómago. No se las había visto hasta este momento, pero tampoco se sorprendió más de lo esperado, ya que el dolor punzante que la atacaba por momentos provenía de esos dos puntos exactos, y ya se había estado tanteando por encima de la ropa.
Se ven muy profundas… ¿Cómo es que pudieron curar algo así?
Con ese pensamiento rondando su mente, acercó una de sus delicadas manos hacia una de ellas, y la tocó suavemente con sus dedos. Cerró los ojos al tacto, no solo por el pequeño ardor proveniente del roce, sino porque un par de instantes se reprodujeron en su mente como flashes. Vio en cámara lenta cómo las lanzas se incrustaban en su cuerpo, sintiéndose atravesada nuevamente. También podía jurar que sintió cómo su cuerpo se desplomaba contra el suelo luego de eso. Ante el miedo provocado por esas imágenes tan vívidas, que incluso parecían más que simples recuerdos, abrió sus ojos otra vez, acompañado de un grito ahogado, encontrándose con su reflejo desvanecido sobre el espejo empañado por el vapor.
Una inexplicable angustia se apoderó de su rostro mientras terminaba de quitarse lo que le faltaba de su vestimenta para meterse a la tina. El agua cálida abrazó su cuerpo desnudo y la sumió en la relajación por unos breves minutos, pero no los suficientes. El dolor de sus heridas seguía punzante, y además tenía que ocuparse de limpiar la sangre restante de su cabello y algunas otras zonas de su piel.
Todo le parecía tan extraño, como si las explicaciones que Inuyasha le había dado hasta el momento no hubieran sido suficientes. ¿Por qué había despertado sola en una cueva en medio de la noche? ¿Por qué razón él no estaba con ella? ¿Será que estaba en alguna aldea cercana cumpliendo algún favor por haber recibido ayuda de ellos? ¿Cómo es que se había logrado recomponer en tan poco tiempo?
¿Por qué Sango y Miroku me miraban como si estuvieran viendo a un fantasma? ¿Por qué tenían que hablar con Inuyasha?
Obviamente, el momento que más dudas le había despertado era el encuentro con sus amigos. La manera en que ellos la miraron y la dificultad que tuvieron para responderle o siquiera hablar la habían dejado muy desconcertada. Pero todo intentaba atribuirlo al estrés que estaban viviendo con Kohaku, o que a lo mejor no esperaban verla de pie tan pronto…
Entonces sí era raro que me sanara tan rápido…
Para ella, había sido un abrir y cerrar de ojos. Estaban contra un demonio estándar y de repente despierta en una cueva sola. No era poca cosa el haberse enterado que estuvo al borde de la muerte, al borde de perderlo todo, de no ver nunca más a su mamá, a Sōta, al abuelo, a sus amigos… a Inuyasha. Que, de haber muerto, no habría podido despedirse de nadie, que se habría ido con muchas cosas por decir, y que ahora tendrían que enfrentarse a Naraku sin ella…
Naraku…
Si un tonto demonio había logrado herirla a tal magnitud, entonces contra Naraku estaba perdida, más ahora que sus poderes estaban sellados. Resopló, derrotada, desilusionada y decepcionada de sí misma. ¿Estaba segura que era capaz de ayudar a sus amigos en esta lucha, o solo estaba caminando hacia la muerte segura? ¿Qué tan valiosa era en esta batalla? ¿Realmente valía la pena que Inuyasha arriesgara su vida por ella?
Inuyasha…
Lo que más le dolía, era haberle causado dolor. Lo conocía tanto, que podía ver el sufrimiento escrito en cada centímetro de su rostro, y eso le desgarraba el alma. Pero había algo en su mirada dorada —tan apagada en este último tiempo— que la dejaba descolocada.
¿Por qué tenía esa extraña sensación de que algo no encajaba? ¿Por qué tenía esa extraña sensación de haberse despertado de un sueño muy largo, o como si hubiera vuelto de algún lugar?
Eso no tenía sentido alguno…
Luego de unos minutos más, salió de la tina, dispuesta a dejar esos cuestionamientos a un lado por un rato. Guardó su cuerpo en una salida de baño y envolvió su cabello en una toalla. Tomó su uniforme escolar y salió de allí. En el cuarto de lavado, metió su ropa en la lavadora y suspiró aliviada.
—Con suerte, quedará como nuevo y nadie aquí se dará cuenta. —se murmuró a sí misma mientras veía su camisa, su corbata, su falda y sus medias girar dentro del electrodoméstico.
Ya en su habitación, apenas sus ojos divisaron la cama, caminó hacia esta con rapidez y se desplomó. Había estado inconsciente un buen tiempo, pero no significaba que haya descansado, precisamente, así que no fue raro que sus párpados comenzaran a entrecerrarse en el instante en que su cabeza tocó la almohada.
—Inuyasha ya debería haber venido… —arrastró las palabras mientras bostezaba y se acurrucaba entre las cobijas—. Supongo que… ya vendrá… —pronunciando esto último con somnolencia, la azabache quedó dormida en un santiamén.
Antes de caer rendida en ese profundo sueño, había alcanzado a ver la hora en su reloj despertador, por lo que, cuando abrió sus ojos otra vez, pudo darse cuenta que permaneció dormida al menos una hora. Tuvo la breve intención de regresar a su descanso, pero cayó en la cuenta de que Inuyasha no estaba presente, y eso le daba una mala sensación. El muchacho había insistido mucho en seguirla, así que era raro no verlo en su ventana velando por su sueño, o sentado a la par de su cama.
Realmente, no tenía ninguna prueba, pero tenía el presentimiento de que algo malo había ocurrido y que tenía que volver al Sengoku de inmediato. La presión sobre su pecho no la iba a dejar en paz hasta que no corroborara lo que estaba temiendo, así que, lo más rápido que pudo, tomó su uniforme escolar de repuesto, preparó sus cosas en su mochila y partió rumbo a la Era Feudal nuevamente.
Al cruzar el pozo, el ambiente cargado de una atmósfera maligna fue lo primero que la recibió.
—Algo va mal…
Con la preocupación a flor de piel, corrió sin parar hasta dar con la cabaña de la anciana Kaede, la cual estaba completamente destruida. La expresión de Kagome reflejó un terror indescriptible ante tal imagen.
—Sango, monje Miroku… ¡Inuyasha!
Inmediatamente, se acercó, topándose con una escena desalentadora. La exterminadora, con una gran herida en el hombro, luchando por mantenerse consciente. El monje, recostado sobre los escombros, batallando contra el veneno que había absorbido su Agujero Negro. No había rastros de Kohaku, y toda la zona desprendía una energía horrible, digna de alguien como Naraku, o Magatsuhi.
Tampoco había encontrado al hanyō, hasta que repentinamente salió de los escombros con un puñetazo.
—¡Inuyasha! —soltó aliviada de verlo allí, con vida, prácticamente ileso y con todo el deseo de ir a abrazarlo, pero se contuvo cuando escuchó el jadeo de su amiga lastimada, volteando en su dirección—. Sango…
Mientras el híbrido se encargaba de Miroku y murmuraban algo acerca del Agujero Negro, Kagome se concentró en asistir a la exterminadora.
—¡Esa herida es terrible! —pronunció muy angustiada mientras la sostenía entre sus brazos.
—Kohaku… —la castaña susurró con dificultad—. Persigan a Kohaku…
Lo sabía, algo muy malo había ocurrido. Exactamente lo que NO tenía que ocurrir. Kohaku en manos de Naraku era el final para todos. Tan rápido como pudo, tomó de su mochila el kit de primeros auxilios y comenzó a encargarse de la herida de su compañera.
—No te preocupes, Inuyasha y yo iremos tras él.
En el instante en que esas palabras llegaron a los oídos del híbrido, este abandonó los reproches que le estaba escupiendo a Miroku por haber arriesgado su vida sabiendo que el agujero de su mano era una bomba de tiempo. Se giró en dirección a la sacerdotisa, odiando por completo la idea de llevarla al medio de la pelea nuevamente, y mucho más siendo Magatsuhi el contrincante. Una sensación horriblemente pesada conquistó su pecho y le impedía respirar con normalidad.
Era el miedo, un miedo intenso.
—No, tú te quedarás aquí y ayudarás a Sango y a Miroku. —se opuso fervientemente a la miko.
—No voy a dejar que vayas solo tras él. —contestó la azabache, totalmente determinada, sin dejar su labor de paramédico.
—Kagome… —pronunció su nombre, totalmente ofuscado, preparando un nuevo «no vendrás conmigo» para lanzarle, intentando disimular lo más posible la verdadera razón por la cual no quería llevarla con él. Demasiado había sufrido como para volver a ponerla en riesgo y exponerse a perderla otra vez… simplemente no.
—¡No! Iré contigo quieras o no. Sé que estuviste preocupado por mí, pero sabes que me necesitas para ver los fragmentos… —usó la carta que más poder le daba, mirándolo fijamente a los ojos una vez hubo terminado de vendar la herida de Sango—. Así que no insistas.
—Kagome… tiene razón… —añadió con dificultad el monje.
Sí, tenía razón, y odiaba que la tenga en este momento. La necesitaba, pero no quería necesitarla, no para esto. La situación era cada vez más desesperante, y no podía seguir retrasando la búsqueda de Kohaku.
—Kagome… —dijo Sango al borde del susurro, con sus ojos rojos y las lágrimas acumulándose en sus cuencas, atrayendo la atención de la colegiala. Ella no se había dado cuenta, pero la exterminadora se las pasó observándola con detenimiento mientras la azabache la curaba. Después del enfrentamiento con Inuyasha y tras descubrir la razón de su regreso de la muerte, del sacrificio que el hanyō tuvo que hacer y lo mucho que eso le dolía, por fin había caído en la realidad en la que su amiga, su hermana del alma, había regresado. Que la vida, por las razones que fuesen, se la había devuelto, y eso, en medio de toda la conmoción por su hermano, la hacía muy feliz. No pudo evitar emocionarse, y rodearla con el brazo que tenía sano en un sincero, cálido y fuerte abrazo que le debía desde que se la había encontrado por primera vez tras la tragedia—. Estoy muy feliz de que estés bien…
Guardó el secreto del medio-demonio aún sin estar de acuerdo, porque lo único que importaba en ese momento era que Kagome había vuelto a la vida. De eso se encargarían después, y harían lo que sea para ayudarlo. Después de todo, sabían lo que Kagome era para Inuyasha, así que no había mucho para juzgar. Ella probablemente habría hecho lo mismo en su situación…
La miko, desconcertada pero gratamente sorprendida por ese gesto, le devolvió el abrazo tras unos segundos en los que se quedó estática sin saber cómo responder.
—Sango… —cerró los ojos, sintiendo el cariño de su amiga, pero al instante, los abrió para mostrar su mirada triste y confundida aun mientras seguía unida a ella. Ese sentimiento de que algo extraño estaba ocurriendo volvió a invadirla, dejándola desorbitada—. Gracias… —terminó el abrazo, pero colocó ambas manos sobre los hombros de Sango—. No te preocupes. Encontraremos a Kohaku y lo traeremos de regreso. —añadió con determinación para darle fuerzas a su compañera y, a su vez, para disipar esos pensamientos que la atormentaban.
La castaña le dedicó una sonrisa a través de las lágrimas que adornaban sus mejillas, y asintió con la cabeza levemente. El monje observó la escena bastante complacido y contento de verla otra vez, aún sabiendo la verdad del asunto. Pero él comprendía bastante bien la posición en la que se encontraba su compañero de batallas. Él mismo no estaba muy alejado de una situación similar. Se estaba sacrificando a sí mismo usando el kazaana para proteger a Sango y poder acabar con Naraku de una vez, y no le importaba morir en el proceso. No era quién para juzgar al peliplata tampoco.
—Vamos, Inuyasha. —insistió la sacerdotisa, tomando todas sus cosas para partir.
Aún completamente en desacuerdo con llevarla consigo, y con un nudo instalado en su garganta, el hanyō la subió a su espalda y ambos desaparecieron al instante de la aldea.
:0 Bueno. Solo digo que la escena de Sango, Miroku e Inuyasha fue la que más me costó :c Inicialmente había hecho a una Sango mucho más agresiva xDD pero pensé que no quedaba bien y le bajé un poco. Igual sí estaba muy enojada...
Mi escena favorita es la escena de Kagome sola en la tina. Disfruté mucho escribiéndola, sobretodo pensando en una personita... *tos tos* c: esa misma personita también me inspiró para la pequeña escena de Kagome y Sango uwu DAIKRA diosa mía, I love u.
¿Qué creen que vaya a pasar? ¿Kagome se va a enterar o no? ¿Cómo creen que reaccione?
Agradezco MUCHÍSIMO sus reviews, las amo con todo mi ser. Amo saber cómo los va impactando esta historia :3 así que sus comentarios y opiniones son muy importantes para mí y ya les responderé a todos!
Nos vemos en una próxima entrega c:
Con amor, Iseul.
