Helloooo, mis bellos lectores. Mil disculpas por la tardanza. Los que me siguen en mi página de Facebook Iseul sabrán que tuve unas semanitas ocupadas por lo que no podía sentarme a escribir, pero ya finalmente pude, y estoy muy ansiosa, porque este capítulo es super importante.

Todo esto ocurre por el capítulo 20 de Kanketsu-Hen.

Espero que lo disfruten tanto como yo disfruté al escribirlo :3

Agradezco enormemente a la página Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma por recomendar esto y avisar de las actualizaciones, las adoro! :')

Nos leemos en las N/A ;)


Elección

En todo el viaje, la sacerdotisa no había podido evitar sentirse un tanto incómoda. No le gustaba en lo absoluto poner al hanyō de ojos dorados en situaciones que lo hicieran sentir mal, pero estaban ante una emergencia. Se suponía que ya habían quedado de acuerdo en que ella pelearía junto a ellos para destruir a Naraku y no podía dejar que un incidente, por más grave que fuera, le impidiera ayudar a sus amigos.

Tampoco pudo evitar mirarlo y pensar en que era lastimosamente obvio que él le estaba ocultando algo. Lo conocía demasiado, cada pequeña expresión que con el tiempo había aprendido a descifrar. Inuyasha siempre había tendido a ser un libro abierto con ella, incluso dándole explicaciones que ella creía «no merecer». Su sinceridad, aunque brusca, siempre fue una cualidad que a ella le había atraído mucho. ¿Por qué justo ahora no podía sentirla? ¿Por qué parecía que se esforzaba tanto por «hacerle creer» algo que no era? Explotaría si no daba pronto con alguna explicación.

Además, las cosas no dieron mejores indicios cuando, en medio de la pelea contra Magatsuhi, este soltó un «¿Cómo es que sigues viva?» seguido de un Inuyasha convertido en un manojo de nervios atacándolo sin pausa, como si eso fuera a impedir que el maldito diga algo que no debía decir.

Definitivamente, algo estaba pasando. No era ninguna tonta.

Y su respuesta llegó en el momento menos esperado cuando, de repente, tras creer que estaban fuera de peligro por el momento, Naraku hizo su aparición y enredó a Kagome en sus garras. Que si la vida de ella a cambio del fragmento de Kohaku, que si el pequeño queriéndose sacrificar y su hermana, quien había ignorado sus heridas para ir a luchar con ellos, haciendo todo lo posible por impedirlo.

—No te preocupes, hanyō, que igual te queda poco tiempo.

¿Poco tiempo? ¿Para qué? ¿Por qué Naraku decía algo como eso justo ahora? Será que el muy desgraciado vio la expresión desconcertada y descolocada de la colegiala tras su frase, que no dudó en presionar sobre ese punto nuevamente.

—¿Qué? ¿No lo sabías? —lo disfrutaba, de eso estaba muy segura—. Inuyasha acortó su vida a solo tres míseros años para que vuelvas a la vida.

Y en ese instante, el mundo de Kagome Higurashi se derrumbó.

Todo se puso en cámara lenta, y todo se oía lejano. Los insultos de Sango hacia Naraku, Inuyasha gritándole que se callara, mientras él explicaba algo de un demonio de la encrucijada.

Lo que le había quedado claro: que Inuyasha moriría en tres años e iría al infierno por haber vendido su alma a un demonio que la trajo de regreso de la muerte.

Quiso vomitar. Su estómago era un nido de nervios y todo le daba vueltas. Pero sus orbes chocolate no dejaban de perforar con la mirada la figura del medio-demonio, quien también tenía sus ojos clavados en ella, pero no hacía nada para negarlo. Nada.

No podía mover un solo músculo, no podía respirar, no podía pronunciar ni una palabra. Naraku se la hizo fácil, dejándola inconsciente justo después de abofetearla con toda esa realidad. Para cuando recuperó la consciencia, estaban en medio de la batalla, y no pudo hacer más que concentrarse en la misma y cooperar, indicar dónde veía el fragmento, y toda la cosa, aunque por dentro solo quería morirse.

En lo que menos se dio cuenta, se encontraba entre los brazos del híbrido, liberada de Naraku por fin. Pero lo primero que hizo tras verse ahí fue bajarse violentamente y alejarse del contacto del peli-plata. No hizo más que darle la espalda.

Fue entonces cuando, ahí en la cumbre, con el viento helado erizándole la piel, Inuyasha supo que no había vuelta atrás. La distancia que la azabache había puesto entre ellos ardía desesperadamente, y que su boca no liberara ninguna palabra tampoco era de ayuda. Al contrario, solo aumentaba su ansiedad.

—¿Es verdad? —Kagome pronunció finalmente. En su voz no quedaba rastro de calidez ni dulzura como siempre solía ser. En esa voz solo podía oir desesperanza, desilusión, decepción. Tan fría como jamás la había escuchado. El flequillo de la joven tapaba sus ensombrecidos ojos, como si quisiera ocultar la desolación que nadaba en ellos.

—¿Eh? —a pesar de que esperó impaciente a que dijera algo, el hanyō fue sorprendido por la pregunta. Juraba por los cielos que nunca había temblado así en su vida.

—Lo que Naraku dijo… ¿es verdad?

Sabía que las probabilidades de que Naraku haya mentido con esto eran prácticamente nulas. Aún así, necesitaba oirlo de él. Necesitaba la confirmación por parte del mismo Inuyasha antes de finalmente explotar. Necesitaba oír de su boca la explicación de su sospecha, de por qué en todo momento sintió que algo no estaba bien, que el híbrido le estaba ocultando algo. Esa necesidad impedía el paso del aire hacia sus pulmones, y ese silencio sepulcral que se había instalado entre los dos era la inaudible respuesta a la que tanto le temía.

Tanto…

Por otro lado, el peliplata simplemente se vio derrotado. Todos los esfuerzos que había hecho por evitar que Kagome se entere… Naraku se los había mandado a volar en un segundo, así como a todo lo que tenía que ver con él, así como hace cincuenta años. Respiró hondo y cerró sus ojos. Parte de él sabía que este momento llegaría. De nada serviría alargarlo más.

—Sí…

Pero imaginaba el corazón de la colegiala rompiéndose con ese «sí». Y solamente quería huir. Huir hasta que los tres años que le quedaban hicieran lo suyo con tal de no ver ese rostro que tanto amaba ser apagado por sus propias palabras.

La sacerdotisa inspiró de manera profunda y hasta sonora, porque la falta de aire era real, física, dolorosa. Sintió cada milímetro de su cuerpo tensarse hasta el extremo, volviéndole imposible cualquier movimiento. Rígida, con la mirada desenfocada y el alma destrozada, Kagome no hacía más que negar en su mente, una y otra vez.

—No… esto no… —su voz salió airosa y temblorosa, como si tuviese miedo hasta para hablar—. No puede ser cierto… no puede ser.

Porque no podía ser. Aún ni siquiera lograba asimilar el hecho de que ella había muerto. ¿Realmente había dejado este mundo? Sus heridas entonces… ¿habían sido mortales? Por más que odiaba el hecho, todo cobraba sentido. La actitud de sus amigos al verla, los huecos argumentales en la historia del hanyō, el cambio repentino de comportamiento que él había empezado a tener con ella... Sus visiones borrosas, su molesta e irritante sensación permanente de que algo no encajaba. Jamás habría imaginado que era ella misma.

Que era ella misma la que no encajaba… en el mundo de los vivos.

Que tres metros bajo tierra era donde debía estar, y no aquí, sufriendo por enterarse que el hombre al que amaba con locura moriría después de un tiempo porque eso fue lo que acordó para que regresara.

Inuyasha cerró sus ojos tras escucharla negar de esa manera. Tampoco sabía qué hacer o decir…

—Kagome…

—Morirás en tres años… por mi culpa… —soltó, al borde del susurro, llevando una de sus manos hacia la cicatriz en su pecho para apretar su puño con fuerza sobre la misma, odiándola, odiándose. Porque liberar a través de su boca que el medio-demonio moriría, lo materializaba aún más. Porque al pronunciar esas palabras, le ardían los labios, como si alguien estuviese quemándoselos con fuego, y toda su garganta se deshacía en cenizas.

El aludido frunció el ceño de inmediato.

—No, Kagome… —se acercó a ella rápidamente con la intención de colocar su mano sobre el hombro femenino—. No es-

—¡NO! —pero apenas sus dedos lo rozaron, la azabache, al ritmo de un grito, se sacudió para quitárselos de encima, con una furia creciente y fuera de control. Se dio la vuelta para tenerlo cara a cara finalmente, revelándole sus orbes chocolate enrojecidos y brillosos, hundidos en lágrimas y grandes como platos, perforándole hasta el fondo de su ser—. ¡NO ME DIGAS QUE NO ES MI CULPA! —gritó desesperadamente, con la voz y el alma rotas.

¿Cómo no sería su culpa? Si desde el día uno, el híbrido siempre tuvo que velar por su seguridad, cuidando sus espaldas. Porque ella era una simple humana sin entrenamiento que había llegado a una época que no era suya a destruir una joya invaluable, y a hacerle a todo el mundo la vida más difícil. Porque, aunque Inuyasha parecía a gusto con ser su protector, sabía que más de una vez había sido herido por su culpa, por su maldita culpa. Por no poder ser más fuerte, por siempre tener que ser el blanco. Sus poderes habían sido sellados, dejándola aún más inútil. Un demonio equis le había arrebatado la vida. UN DEMONIO EQUIS. ¡¿Cómo no iba a ser su puta culpa?! Si ahora era él quien moriría en su lugar, por salvarla a ella, siempre a ella…

Más de una vez, el pensamiento o la idea de que habría sido mejor no conocerlo se le había asomado a la mente, más que nada cuando ella se sentía lastimada por él. Pero… ahora realmente lo sentía, y no por ella, sino por el hanyō. Si no conocerlo significaba que él iba a poder seguir viviendo, entonces…

—¡¿POR QUÉ HICISTE ESO?! ¡¿POR QUÉ?!

—Kagome…

—¡NO TENÍAS POR QUÉ HACER ESO! No tenías… —el aluvión de lágrimas sin control la obligó a bajar su intensidad al hablar, dejando más en evidencia lo derrotada que se sentía ante este hecho— que sacrificar tu vida por mí…

Una de sus manos viajó hasta su rostro, y lloró incesantemente encima de ésta. Su mano iba acumulando una a una las lágrimas que recorrían con rapidez sus rosadas mejillas. Apretó sus ojos con impotencia, permitiendo que la cascada se hiciera más abundante.

Él no tenía por qué hacerlo. Su vida ya había sido lo suficientemente dura como para encima no tener el lujo de descansar en paz una vez abandone este mundo, y para colmo, hacerlo mucho antes de tiempo. Tres años para un ser que vive cientos o miles… es que tenía que ser una puta broma. ¿¡Cómo pudo estar de acuerdo con algo así!?

El híbrido la observó contrariado, imposibilitado de poder decir o hacer algo que la calmara. Deseaba con todas sus fuerzas poder abrazarla, acariciarla… Joder, hasta besarla incluso, hasta que dejase de llorar, y decirle que no había otra persona en el mundo con quien él quisiera pasar esos tres años que no fuese ella. Pero se quedó ahí, inmóvil, petrificado, con la mirada perdida.

Hasta que las palabras de Kagome hicieron click en su interior.

No tenías que sacrificar tu vida por mí.

Tenía razón.

—Lo sé —respondió. Firme, sin dudas. Jamás lo había tenido tan claro. Kagome alzó la mirada por un momento—. Sé que no tenía que hacerlo. Fue una elección mía.

La colegiala paró de llorar casi al instante y lo miró desconcertada.

—¿Qué?

—Yo elegí traerte de regreso, Kagome. Yo… —se señalaba a sí mismo mientras pronunciaba sus palabras en un tono más cálido— te elegí.

La inmovilidad volvió a atacar el cuerpo de la sacerdotisa. Con sus orbes tan abiertos como le permitía su anatomía, sintió que otra vez el aire tenía problemas para pasar. ¿Cómo es que aún así, él se paraba frente a ella a decirle que fue una elección… como si no estuviera arrepentido? Creía que todo esto era una locura y su desesperación volvió a hacerla reaccionar, llevándola a escupir palabras, una tras otra, llena de impotencia, rabia y tristeza.

—P-pero cómo… ¡Inuyasha! ¡VAS A MORIR! ¡VENDISTE TU ALMA! ¿Cómo es que pudiste aceptar un pacto así? ¡¿POR QUÉ HICISTE EST-?!

—¡PORQUE TE AMO!

Simple, conciso. La amaba, y esa era la razón de todo. Nadie parecía entender que esto había sido una elección. Jamás se sintió obligado, esto era lo que él quería. Quería recuperar a Kagome, quería verla viva otra vez. Eso era lo único que le importaba, porque ella lo era todo para él. Según su perspectiva… ¿de qué le servía una vida larga sin la mujer que amaba? Su elección fue ella. Eligió a Kagome, por encima de su propia vida, por encima de todo. Y nadie lo iba a convencer de lo contrario. No había arrepentimiento, no había duda. Él siempre había estado dispuesto a sacrificar su vida por la de la sacerdotisa, y lo haría una y mil veces más si fuera necesario.

Porque la amaba, sin más.

Y de pronto, se encontró gritando esa verdad, otra vez. Agradecía poder decírselo y estar seguro de que ella lo estaba escuchando, y no como aquella vez…

Kagome ahogó un grito que murió en la palma de su mano.

—¡Juré protegerte con mi vida y no pude cumplirte esa promesa! —vociferó nuevamente, dejándose caer de rodillas al suelo, absolutamente desmoronado y haciendo lo posible por no mirarla a los ojos—. No puedo vivir sin ti, Kagome… creí que ya te habías dado cuenta.

A este punto, nadie podía negarlo, ni siquiera él mismo.

—Jamás me arrepentiré de esto así que… Ódiame, ódiame si eso quieres.

Tenía mucho miedo al rechazo de la azabache, demasiado. Sabía que probablemente ella no sería capaz de perdonarlo, y eso lo mortificaba. Pero ya no había nada más que pudiera hacer. La verdad de sus sentimientos estaba servida en bandeja frente a los ojos de la miko, y en cierta forma, se sintió liberado. Lo que ella quisiera hacer con eso… bueno, eso era otra cosa que escapaba a su control.

Una avalancha de sentimientos se estaba formando en el interior de la sacerdotisa. No lograba asimilar una cosa, que pronto otra la golpeaba. Acaso… ¿Acaso acababa de oír que Inuyasha la amaba?

No podía estar sorda, ni ciega, ni nada. La amaba, él la amaba. Por eso había hecho todo esto. Y entre toda la mierda que estaba sintiendo en esos momentos, escuchar esa confesión fue como ver una flor en terreno no fértil. De pronto, sus piernas comenzaron a temblar y parecían a punto de perder el equilibrio. La tensión en su cuerpo se aflojó, y el aire empezó a llegar hasta sus pulmones. Sus sentimientos eran correspondidos… él estaba enamorado de ella, como ella de él.

Sabía que jamás iba a odiarlo, ni aunque quisiera. Le costaría aceptarlo o perdonarlo, por supuesto. Habría deseado oír esa verdad en otro tipo de situación, en la que pudiese sentirse plenamente feliz, y no agridulce, como ahora. Porque saber que la amaba de esa manera le provocaba una inmensa felicidad. Pero no quería perderlo… no cuando justo estaban en las puertas de una posible vida juntos.

¿Tan injusta tenía que ser la vida?

Solo quería amarlo, y solo quería que la ame. Quería tiempo, mucho tiempo a su lado. Y pensar en que no lo tendría, solo…

—Inuyasha…

Pronunció su nombre con una voz completamente quebrada. Sus ojos no dejaban de soltar lágrima tras otra, y la fuerza para mantenerse en pie simplemente la abandonó. Así como él, cayó de rodillas al suelo, desmoronada, pero solo para poder envolverlo entre sus brazos desesperadamente. Se aferró al hanyō como nunca antes lo había hecho, y sobre su pecho lloró, y lloró, y lloró desconsoladamente. Su llanto era sonoro e intenso, y sentía que no podía parar. La presión del agarre de sus delicadas manos sobre la espalda del híbrido aumentaba a cada segundo, pero era todo lo que podía hacer, era la única manera de descargar todo lo que quemaba dentro. Lo perdería, él moriría, y no podía con eso. Era inaguantable y ese abrazo no era suficiente para calmarla.

Inuyasha la recibió de inmediato y la atesoró entre sus brazos una vez más. Hundió su nariz entre sus hebras azabaches y se dejó embriagar por el aroma que tanto conocía y tanto le encantaba. La abrazó con pasión, la presionó contra su pecho como si su vida dependiese de aquello, acariciaba su cabello con dulzura en un vago intento por detener su llanto. Odiaba con toda su alma escucharla llorar de esa forma, más aún cuando jamás la había visto así, pero entendía, entendía absolutamente todo. Solo quería tenerla allí y no soltarla nunca jamás.

Tras unos minutos así, Kagome decidió tomar la mejilla del híbrido con una de sus manos y pegar su frente con la de él. Abrió sus húmedos orbes y lo miró con determinación.

—Haré hasta lo imposible por salvarte, ¿me oyes? No voy a dejar que mueras…

Era una promesa.

El medio-demonio cerró sus brillosos ojos dorados y exhaló con fuerza. Aquellas palabras rompieron con su dureza y lo forzaron a soltar una lágrima. Sabía que no era el momento para decirle que no podía ni iba a dejarla hacer nada para evitarlo, recordando la advertencia que el demonio le dio. No se lo diría, no hoy. Solo se calmó viendo que ella no lo estaba rechazando, y que le permitía poder tenerla tan cerca, tan deliciosamente cerca que se sentía embelesado.

Y él no era el único. Kagome también se sentía obnubilada. Los labios del híbrido se encontraban a apenas unos centímetros de distancia de los suyos. Inconscientemente, sus ojos chocolate se dirigieron hasta ese punto, activando el deseo ardiente de probarlos. Ella ahora sabía que él la amaba, pero… ¿él sabía que ella también? ¿Cómo decirle sin palabras que él también era correspondido?

Como el deseo era mutuo, el acercamiento se fue dando de manera paulatina por ambas partes. Inuyasha podía sentir poco a poco el cálido aliento de la miko acariciarle el vértice de su boca, arrebatándole lo poco que le quedaba de cordura. En un arrebato, sus labios finalmente colisionaron, cumpliendo con el anhelo que venían guardando desde aquella vez en la habitación de la joven. Kagome no quitó su mano de donde la tenía inicialmente, y el hanyō sí se animó a tomarla suavemente de la nuca para profundizar la unión.

De repente, todos los problemas a su alrededor desaparecieron, al menos así se sentía mientras sus bocas eran una sola. No había lugar para pensar en nada más que ese glorioso momento, ahí en la cumbre, en medio de todo el caos.

El beso era suave, pero no por eso menos apasionado. Sus labios se buscaban con movimientos lentos y envolventes, dándose el tiempo de explorar y saborear cada centímetro.

En ese instante, Kagome jamás imaginó que ese beso le reproduciría en su mente como flashes un momento que hasta ese entonces no había logrado recordar.

«—Inuyasha… —lo nombró dulcemente para que vuelva a escucharla—. Te amo… —sonrió con calidez—. Siempre te he amado…

Kagome… —sollozó fuertemente—. ¡KAGOME! ¡YO… YO TAMBIÉN TE AMO! ¿ME OYES? ¡TE AMO! ¡POR ESO NO PUEDES DEJARME, MALDITA SEA!»

Con las voces lejanas, pero claras, la sacerdotisa entonces remembró que esas habían sido las últimas palabras que escuchó antes de morir. Comprendió que se despidió de él confesándole sus sentimientos, y su alma se quebró aún más tras recordar la reacción del medio-demonio. Seguiría en contra de lo que hizo y siempre lo estaría, pero ahora podía comprenderlo un poco más. ¿Cómo no volverte loco cuando la mujer que amas muere frente a tus ojos, en tus brazos y confesándote su amor finalmente? Es que ella habría querido hacer lo mismo. Habría hecho hasta lo imposible por verlo otra vez.

En medio del beso, abrió sus ojos repentinamente cuando esas imágenes llegaron a su cabeza, causando que más lágrimas comenzaran a derramarse de los mismos. Volvió a cerrarlos para tomar el rostro de Inuyasha con ambas manos y besarlo aún con más fuerza y frenesí, como si aún no fuese suficiente, como si lo necesitara aún más que antes.

Porque Kagome Higurashi se negaba rotundamente a dejarlo ir.


Emm... bueno... yo... /c esconde. Finalmente, ella se enteró. ¿Qué opinan de su reacción? A mí me hizo pedazos cuando estaba imaginándola. Es que todo esto es muy fuerteeeee. Esta es la escena difícil de la que les hablé en mi página, porque por supuesto que fue difícil, pero realmente amé escribirla.

Quienes aquí hayan visto toda la serie Lucifer de Netflix, quizás hayan notado la referencia que hice [SPOILER]. «Te elijo porque te amo» es una de las frases que le dice el protagonista a su amada antes de sacrificarse por ella, y me dejó hecha un mar de lágrimas. Sentí la necesidad de usarlo aquí también porque encajaba perfecto. Claro que lo que Inuyasha hizo fue una elección. Él la ama y punto. Hago una mención especial a mi bella Gabriela Jaeger que sé que va a entender esto perfectamente :')

El abrazo de Kagome a Inuyasha también está inspirado en el abrazo de Mikasa a Eren en Shingeki no Kyojin, cuando él sale del titán por primera vez. ES QUE AMO HACER REFERENCIAS A OTRAS COSAS QUE AMO, OK? Por eso este fic es tan especial para mí ;_; /llora.

¡MUCHÍSIMAS GRACIAS por sus PRECIOSAS REVIEWS! Son mi combustible para seguir adelante. Las amo y los amo a ustedes! Díganme qué piensan de este capítulo :')


Respondiendo a usuarios no registrados:

Manu: ¡Muchas gracias por tu review! Me alegra que te esté gustando este fic. Solo reitero que Kikyō ya está muerta aquí, por eso no va a aparecer jaja. Y que solo quiero escribir Inukag. No escribo de Ranma porque, aunque me guste, solo vi el anime una vez y simplemente no tengo ganas de escribir sobre eso. Solo del Inukag. Pero gracias n.n

Franchesca: ¡Hermosa! ¡Qué bueno verte por aquí otra vez! :') Super feliz de que te esté gustando, muchas gracias por tus reviews!

Guest: ¡Wooow! ¡Qué bello review! Qué hermosas tus palabras, muchísimas gracias. Me siento muy feliz de que estés disfrutando esta historia y espero seguir teniéndote por aquí :') ¡Muchas gracias!


Con amor, Iseul.