¡Holaaaaaa! ¿Qué tal? De nuevo, perdón por la tardanza :( Cosas pasaron y me tomó días terminar el capítulo, pero aquí está. Yo misma narro algunas cosas que pasaron en los capítulos del manga/anime para ponerlos en contexto n.n
Lo primero que quiero hacer es recomendar un fanfic. Se trata de Flores de Cementerio de Kao no nai tsuki. ¡ES UNA OBRA DE ARTE! Necesito que vayan a leer ese fic porque lo van a amar muchísimo. También contiene angst, como este, así que si se lo permiten, vayan a leer, no se van a arrepentir. Está en emisión todavía, y aquí estoy yo como loca esperando la actualización :') ¡Vayan a leer!
Quiero agradecer enormemente a la página Inuyasha Fanfics por haber recomendado esta historia para la Semana de Kagome :3 ¡MIL GRACIAS! Saben lo mucho que significa para mí :')
También agradecer muchísimo a la página Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma por siempre estar pendiente de las actualizaciones y recomendarme. Las adoro, de verdad, mil gracias.
¡Sigan a estas páginas que son HERMOSAS!
Sin más, nos vemos en las N/A al final ;)
Promesa
Una nueva y fresca mañana se había instalado en el Sengoku. El sol usaba sus rayos para acariciar cada zona en la que se posaban, emanando una calidez reconfortante. La brisa matutina hacía danzar ligeramente a las frondosas copas de los árboles que rodeaban la aldea. Debajo de uno de estos se encontraba el hanyō de ojos dorados, con su espalda apoyada sobre uno de los troncos. Su rostro reflejaba una tranquilidad leve, como hacía rato que no pasaba, probablemente con sus pensamientos invadidos por solo una cosa: Kagome.
Luego de ese poderoso, intimidante e inolvidable momento entre ellos, una sensación agridulce se había enquistado en su corazón. Por fin le había confesado a la sacerdotisa su verdad, y esta vez por fin la había escuchado. Pudo cumplir su deseo de sentir sus labios, de poder besarla sin miedo alguno, de sentirla suya entre sus brazos. Pero entre medio de esos recuerdos se colaban aquellos en los que veía los hermosos pero vidriosos orbes chocolate, llorando desesperadamente tras saber la verdad. Enfadada, desmoronada, rota. Estas cosas lo hacían pensar que él no se merecía a alguien como ella, que solo le traía disgustos y, en el momento en el que le toque irse, la haría pedazos.
Pero no podía soportar la idea de alejarla de él mismo. Estaba siendo egoísta una vez más, porque lo único que su corazón anhelaba era pasar cada minuto de lo que le quedara de vida con ella a su lado. Así, sentiría que todo habría valido la pena.
Porque realmente necesitaba que valga la pena.
De pronto, su viaje mental se vio interrumpido por una voz familiar que le habló con calma.
—Inuyasha.
El híbrido levantó la mirada para encontrarse con la exterminadora de demonios frente a él, sorprendido por su presencia, pero no se inmutó.
—¿Cómo está Kohaku? —inquirió Inuyasha con cierta amabilidad, aunque su tono de voz era más bien frio.
La muerte del hermano menor de Sango había sido un golpe extremadamente duro para todos. Había sucedido de forma repentina, cuando creían que todo estaba fuera de peligro por el momento. Sin anestesia, el último fragmento le fue quitado a Kohaku, arrebatándole la vida en el proceso. Justo cuando él había aceptado su vida, que estaba bien vivir a pesar de lo que lo obligaron a hacer, y que ahora lucharía junto a ellos.
Inuyasha enloqueció intentando descifrar dónde estaba Naraku en ese instante, y aunque Kagome había logrado localizarlo, fue en vano. El sin vergüenza nada más habló para burlarse de la debilidad del hanyō, culpándolo de no haber podido salvar al joven exterminador, ni a Kikyō, ni a Kagome, y que por eso ahora iba a morir. Desapareció, dejando a una Sango absolutamente devastada con su pequeño en brazos, y al resto llorando de impotencia y dolor.
Pero, unos segundos después, la luz de Kikyō apareció, devolviéndole la vida. Kohaku abrió sus ojos nuevamente, y Sango sintió cómo esa vida regresaba a su propio cuerpo también. El pequeño tenía una nueva oportunidad, y eso era lo único que importaba.
—Bien, está descansando por ahora. —contestó la exterminadora con timidez, llevándose uno de sus mechones castaños detrás de la oreja.
Dudó de su próximo movimiento, pero se animó a acercarse más hacia el hanyō hasta arrodillarse frente a él. El medio-demonio arrugó la frente, extrañado por ese gesto, pero sin causarle molestia alguna.
—Quería… pedirte disculpas —inició Sango, levantando la mirada que tenía sobre el suelo para llevarla hasta los orbes dorados—. Siento que fui muy dura contigo y dije cosas… Lo lamento.
Las palabras de la castaña lo tomaron desprevenido, eso no lo iba a negar. Pestañó un par de veces, pensando en lo que debía contestarle. ¿Disculpas por qué? Si en ese momento empezó a recordar que él había sido más duro con ella que ella con él.
—No tienes nada de qué disculparte. —contestó con sinceridad.
—Yo sé que sí… porque te juzgué. Me puse furiosa cuando me enteré lo que… hiciste —aún le costaba hablar del pacto como si fuera algo normal—. Pero cuando tuve a Kohaku muerto en mis brazos otra vez, yo… —su voz comenzó a quebrarse a pesar de su esfuerzo por no llorar. Sus orbes cafés empezaron a irradiar un brillo particular—. No podía soportarlo y… te entendí. Llegué a pensar en hacer lo mismo —explicó con un nudo en la garganta mientras evadía su mirada—. Lo lamento, de verdad…
Una pausa se produjo entre ambos. El medio-demonio se quedó mirando a ningún punto en particular mientras procesaba lo que Sango acababa de decirle. Era verdad que en estos últimos días las cosas habían estado tensas entre ellos, ya que ella había sido quien peor había reaccionado al asunto. No se sentía bien estar así, mucho menos estando a nada de enfrentarse verdaderamente al culpable de todas sus desgracias. Pero había interiorizado que esa reacción fue normal. Después de todo, él hizo algo que absolutamente nadie podía tomarse bien.
Realizó un gesto impropio de él, pero necesario. La exterminadora se sorprendió de sentir la mano del híbrido sobre su hombro izquierdo, y dirigió rápidamente su mirada hacia su figura.
—Todo está bien, Sango. Yo también lamento haber sido duro contigo.
Sango vio la sinceridad brillando en esos orbes dorados. Con sus propios ojos aún vidriosos, sonrió con calidez. Realmente lo quería mucho, y le dolía en demasía lo que se suponía que deparaba su destino. Pensar en eso siempre le robaba cualquier sonrisa que se asomara sobre su rostro.
—Sabes que vamos a hacer todo para salvarte, ¿verdad? —intentó asegurarle aún sin tener idea cómo.
Tras escuchar eso, el hanyō evadió su mirada al instante. ¿Cómo decirle que no podían hacerlo? No quería romper el momento o causar más problemas. Simplemente se limitó a sonreír de lado, no muy convencido.
—Claro…
A los pocos segundos, el monje hizo su aparición. El híbrido aprovechó la interrupción para retirarse de la escena e ir al pozo en busca de la colegiala.
Debido a todo el caos que se había desatado en su vida últimamente, Kagome había olvidado por completo el hecho de que había hecho un examen para ingresar al instituto. El miedo de no aprobar se esfumó de su mente, siendo reemplazado por uno mucho peor: el miedo de perder a Inuyasha. De pronto, todos los aspectos de su vida cotidiana en su época moderna habían pasado a un segundo, tercer o cuarto plano. En su cabeza solo permanecía latente el momento en el que se enteró que el hanyō de cabello plateado no viviría más de tres años a partir de ese momento y que, una vez muerto, pasaría a un estado de mayor sufrimiento. A pesar de haberle prometido que lo salvaría, realmente no tenía idea cómo. De solo pensarlo, gruesas lágrimas se reunían en las cuencas de sus ojos, que al acumularse en demasía caían por inercia. Una empujaba a la otra y, de esa forma, por sus mejillas corría una catarata imposible de detener. Así, cada vez. Le angustiaba tanto que sentía que se ahogaría en cualquier momento. Por instantes, solo la salvaba el recordar ese agridulce beso entre ambos en el que sus sentimientos fueron esclarecidos. Se repetía a sí misma constantemente que él la amaba, que realmente la amaba, a un punto en el que era innegable por el enorme sacrificio que había hecho. Jamás iba a poder devolverle lo que hizo, no le alcanzaría el tiempo. Joder, hasta moriría por él, pero se sentía egoísta de solo pensarlo, como si profanara el deseo de Inuyasha de verla con vida.
Aún no podía creer lo lejos que ese medio-demonio había ido por ella. Justo cuando dudaba de si era correspondida o no, la respuesta llegó de la manera más inesperada posible. Y más injusta también.
Pero lo haría, aunque no sabía cómo, lo haría. Lo salvaría de ese cruel destino, así sea lo último que haga.
Inspiró hondo y trató de concentrarse. Estaban en medio de la ceremonia de graduación. Sus amigas no pararon de preguntarle el por qué de su expresión de angustia en un momento tan «feliz» e importante como ese. Kagome sinceramente no sabía qué contestar.
Tras recibir las felicitaciones y abrazos por parte de su familia, regresó a su casa. En lo único que pensaba era en regresar al Sengoku para estar con el híbrido, como si cada minuto que podía pasar a su lado fuera tan valioso como el oro mismo. Dicho sea de paso, el mismo hanyō había insistido en acompañarla en la ceremonia, porque él también quería atesorar cada segundo de su vida junto a ella. La azabache se negó, inventando alguna tonta excusa para tapar la verdadera razón…
Que verlo ahí en ese momento la haría llorar sin consuelo, y nadie entendería nada, ni por qué. Que se le haría difícil mantener la compostura. Tampoco podría dar explicaciones.
Pero nada lo iba a retener por mucho tiempo. El corazón de Higurashi dio un brinco cuando se lo encontró al regresar a casa. El aire de pronto dejó de fluir hacia sus pulmones, y ahogó un suspiro. El hecho de que él la esperase para regresar era algo tan normal en su vida pero, de repente, tomó otra connotación. No pudo evitar correr hacia él y abrazarlo con fuerza. Cerró sus ojos y dejó que su aroma amaderado invadiera sus fosas nasales, embriagándola, tranquilizándola.
Como un bálsamo para su alma rasgada.
El hanyō correspondió inmediatamente, atesorándola en sus brazos con dulzura. Que los estuvieran viendo daba igual. Ya esas cosas daban igual. Su relación había madurado de golpe, de un segundo a otro. La situación lo ameritaba, por más mal que pese.
—¿Te fue bien? —preguntó Inuyasha por lo bajo, con tintes de curiosidad, separando su abrazo un poco para mirarla a la cara.
Kagome asintió sin quitar sus brillosos orbes chocolate sobre los dorados. El peliplata esbozó entonces una pequeña sonrisa.
Tras ese momento, la familia Higurashi insistió en que ambos se quedaran a comer para festejar. Sin ninguna negativa, los cinco compartieron un delicioso almuerzo. Las miradas cortas pero cómplices y llenas de sentimiento no paraban de ir y venir por parte de la colegiala y el híbrido.
Al finalizar, los dos subieron a la habitación de la joven. Kagome comenzó a preparar su mochila para volver al Sengoku mientras el hanyō la observaba ir y venir desde la cama, con tranquilidad, y hasta obnubilado. Pero esa expresión adorable se borró repentinamente tras caer en la idea de que estaba preparando todo para irse a pelear contra Naraku junto a ellos. Fue entonces cuando un escalofrío espantoso lo recorrió de pies a cabeza.
No podía dejarla ir. No podía dejar que Naraku la tocara o le hiciera daño. No podía volver a sufrir aquello que lo había destruido por completo, y por lo cual sacrificó su vida. Sabía que no sería fácil, pero tenía que intentarlo. Kagome tenía que escucharlo.
Después de unos minutos en silencio, la azabache fue sorprendida por una mano que cerró la solapa de su mochila y luego se colocó encima de la suya, llamando su atención por completo. Se dio la vuelta para encararlo, encontrándose con una mirada dorada seria, determinante pero cargada de miedo.
—¿Qu-qué haces? —inquirió desconcertada, sin comprender aún ese movimiento por parte de Inuyasha.
—Kagome… —pronunció su nombre como si le pesara, porque de antemano sabía que no iba a ser fácil decírselo— Tienes que quedarte.
La sacerdotisa lo miró confundida por unos segundos, hasta que poco a poco su semblante fue transformando el desconcierto en molestia.
—Inuyasha… ya hablamos de esto. —contestó fastidiada, evadiendo los orbes dorados que parecían perforarla mientras seguía doblando algunas prendas. Unas imponentes ganas de llorar la acorralaron en ese instante, porque tan solo pensar en no estar a su lado mientras él libraba la batalla de su vida la lastimaba profundamente.
—Lo sé, pero ahora las cosas son diferentes.
El hanyō tenía muy presente que se lo había pedido antes de la tragedia. Habían quedado en algo, pero las circunstancias habían cambiado.
—Sí, muy diferentes —sollozó. Ahora sí enfocó sus vidriosos ojos en él, pero de manera seria, y hasta irónica. Le parecía un descaro, como si ignorara el hecho de que quien se iba a morir era él, no ella—. Con más razón no puedo abandonar esta lucha.
El peliplata resopló, dándose unos segundos extra para pensar. Realmente quería convencerla, pero era tarea imposible. Si antes se había rehusado, ahora era mucho más difícil que accediera.
—Kagome… esta batalla no será como las otras. —insistió mientras la seguía a donde sea que la colegiala se moviera mientras preparaba sus cosas.
—¿Crees que no lo sé a estas alturas? ¿Alguna vez eso me ha dado miedo? —replicó, paró en seco y lo miró fijo. La insistencia del híbrido estaba haciendo que pierda la calma—. La luz de Kikyō ya no está. Todo esto nos fue dejado en nuestras manos. No puedo hacerme a un lado ahora.
Le irritaba que quisiera dejarla al margen nuevamente, como si después de saber la verdad ella fuera capaz de quedarse a un costado esperando tranquilamente a que todo terminara. ¿Estaba loco o es que no la conocía?
Lo que Kagome había dicho tenía toda la lógica del mundo, no había manera de discutirlo. Pero Inuyasha deseaba ignorar eso y nada más enfocarse en el hecho de que ansiaba protegerla. Eso era lo único que quería que ella entienda.
—Pero… si algo llega a pasarte en la pelea, yo… —habló entrecortado, con dificultad. Dentro de su cabeza solo se reproducía la muerte de la azabache una y otra vez, forzándolo a que todo lo demás le diera igual—. No puedo pasar por eso otra vez. No quiero perderte. —añadió con determinación, y con dolor a la vez. La sujetó de la muñeca con suavidad y la atrajo hacia él para que no siguiera llenando su mochila, y al mismo tiempo para tenerla cerca.
Sabía que Naraku la tenía entre ceja y ceja, a ella especialmente. Sabía que era muy probable que, con sus trucos, arremetiera contra Kagome en un momento de descuido. En una batalla final siempre hay pérdidas, y no podía soportar o concebir la idea de que fuera ella, otra vez. Sabía que estaba siendo egoísta, pero eso era lo de menos. No podía hacerle entender su desesperación y eso lo ahogaba.
Pero quien se sentía incomprendida era Higurashi. Era muy simple. Ella misma no sabía si viviría 60 o 70 años más después de esto, en cambio, él…
—La que te va a perder soy yo, Inuyasha.
Soltó, enfrentándolo, con toda la tristeza que esa frase escapando de sus labios le provocaba. Soltó, con sus ojos embebidos en lágrimas, incapacitada de contenerse más. El que tenía los días contados era él, no ella. La que tenía que vivir con la idea de que en apenas tres años iba a verlo morir para seguir sufriendo era ella, no él.
—Si tú mueres en esta batalla, irás al infierno. Soy yo la que tiene derecho a exigirte que te quedes, no tú.
Lo señaló, furiosa y a la vez destrozada. Su pecho subía y bajaba notoriamente porque respirar le costaba trabajo. Empezó a sentir los hilos acuosos bajar por sus mejillas, pero los limpió con sus puños de inmediato y aclaró su garganta.
—Lucharemos juntos. Derrotaremos a Naraku. Y cuando todo esto termine, buscaré la manera de salvarte. —sentenció, y volvió a quitarle la mirada de encima, sintiendo que no había lugar para discutir más nada.
Pero Inuyasha se alarmó por esa última afirmación, y automáticamente le soltó la muñeca.
—Kagome, no. No hay forma de salvarme, no insistas.
Lejos de mostrarse nervioso como realmente estaba, su semblante desolado se fundió rápidamente a uno más áspero y hosco. La azabache le devolvió la mirada casi al instante porque no esperaba esa respuesta en lo absoluto, y mucho menos en ese tono.
—Pero… ¿Qué estás diciendo? ¡No lo sabes!
—Sí, lo sé. Te recuerdo que este pacto fue mi decisión y solo quiero que lo dejes así. —persistió con dureza.
¿Es que se podía ser más terco acaso? Tenía ganas de golpearlo. No sabía cómo maniobrar para intentar mantener la poca calma que le quedaba. Su repentino tono hostil la sacaba de sus casillas.
—¿Acaso pretendes que me quede de brazos cruzados esperando tu muerte?
Esa frase caló hondo en el medio-demonio, obligándolo a apretar sus párpados. Desde otro punto de vista, era claro que le estaba pidiendo algo ridículo. Liberó su tensión exhalando con pesadez.
—No… es lo que pretendo —bajó un poco la guardia y empezó a perder su dura fachada, dando lugar al nerviosismo que realmente lo estaba invadiendo—. No es que no quiera salvarme, es… que no puedo salvarme.
El recuerdo de esas palabras lo hundía en un pozo de ira y desesperación.
«Si llegas a hacer cualquier cosa para escaparte de esto, el pacto se anula. Kagome vuelve a ser carne podrida en un segundo. Así que, te advierto, no intentes nada.»
Deseaba poder darle esperanzas, pero simplemente no podía. No si eso significaba ponerla en el riesgo de perderla otra vez.
—¿Cómo que no puedes? —cuestionó preocupada, alterada y confundida a la vez.
Inuyasha exhaló nuevamente. Levantó sus dos soles y los conectó con los de ella. Sus labios estaban a punto de dejar ir otra verdad que la destrozaría, y no estaba listo para eso. Aún así, no había forma de seguir evadiéndolo.
—Este demonio me dejó claro que no puedo hacer nada para escaparme del pacto —hizo una pausa—. Si intento algo, tú mueres. ¿Lo entiendes? Mueres. Así que no, no voy a arriesgarme.
Cruzó los brazos y quitó gradualmente sus orbes dorados de la figura femenina. No tanto por seguir fingiendo dureza, sino porque no sabía cómo enfrentarla luego de lo que acababa de soltar. Había seguridad en su voz, porque definitivamente no quería arriesgarla, pero seguir lastimándola era lo que no podía soportar.
Su seriedad se fue al carajo cuando se obligó a observar la reacción de Kagome. Pudo notar la tensión en los músculos de sus piernas, sus puños apretados, tanto que sus nudillos se tornaron blancos. Vio sus mares chocolate volver a ser conquistados por miles de lágrimas que se acumularon en segundos, y su rostro furioso, transformado por la frustración que no la dejaba respirar.
—Kagome…
—¿Cuándo pensabas decírmelo?
Se sintió el mayor de los patanes nuevamente. Si había algo que odiaba con toda su alma era mentirle, tener cosas ocultas de ella. No había sido su intención, nada más no había encontrado momento para decírselo. De todas formas, el daño ya estaba hecho.
—Eres un…
Su voz salió airosa y quebrada. Ya ni siquiera sabía cómo insultarlo realmente. Es que tampoco estaba precisamente enojada, sino frustrada, desesperadamente frustrada. No había sido suficiente saber que perdería al amor de su vida, sino que ahora tampoco podía siquiera intentar hacer algo para impedirlo. La situación no podía ser más desastrosa y caótica.
Quería huir, correr con todas sus fuerzas y desaparecer. Quería golpear cosas, destrozarlas, y sacar a la luz toda la mierda que la corroía por dentro.
Inuyasha no pudo evitar acortar la distancia entre ellos e intentar envolverla entre sus brazos en un gesto desesperado por calmarla.
—¡No, déjame! —Higurashi puso un poco de resistencia moviendo los brazos e intentando zafarse sin fuerza—. ¡Suéltame! ¡No me… toques! —pero ante la insistencia del hanyō por abrazarla, se dejó llevar y respondió. Cerró sus ojos, se aferró a él y lloró sobre el hombro masculino. El híbrido no se resistió a pasar sus dedos entre sus suaves hebras azabache mientras le acariciaba la espalda con su otra mano. Jamás se cansaría de esa cercanía que parecía quemar por no ser suficiente.
La calidez de su amado sirvió de analgésico para todo el dolor que la estaba golpeando. De a poco, su frustración fue remitiendo hasta que quedó solamente el deseo de sentirlo así por siempre.
Tras unos segundos, Inuyasha se apartó un poco para poder tomarla del mentón y así poder fijar sus mares dorados sobre ella.
—Mi único deseo es… —en cuanto comenzó a acariciar su comisura con el pulgar, sus ojos guiaron su atención hacia ese punto, sin disimular las ganas que tenía de devorarlo— terminar con todo esto y pasar mis últimos tres años a tu lado —cerró sus ojos y exhaló—. Solo eso…
—Inuyasha… —la sacerdotisa también cerró sus ojos tras sentir el cálido aliento del hanyō acariciarle el rostro y no pudo evitar susurrar su nombre con cierto anhelo.
En un arrebato, Inuyasha afianzó más su agarre sobre su mejilla, extendiéndolo hasta el cuello femenino, y lo usó de impulso para aplastar sus labios contra los de ella. Su otra mano la usó para posicionarla sobre la cintura de la colegiala, haciendo una leve presión para pegarla a su cuerpo. Mientras tanto, sus bocas se fundían en una sola, se envolvían y se devoraban con una sutileza ardiente. Para el medio-demonio, los suaves labios de Kagome se sentían como la gloria misma, prendiendo fuego todo a su paso, embriagándolo con una pasión con la que sintió que perdería el control si no se detenía pronto. Para Higurashi, el sabor del híbrido era adictivo, al punto tal que no se sentía capaz de poner un freno a su húmedo beso. Pero debía hacerlo si no quería ser encontrada en medio de este acto por algún miembro de su familia.
Así que ambos se detuvieron, pero no se alejaron.
—Inuyasha… —colocó su mano sobre la mejilla sonrojada del peliplata mientras mantenía sus orbes cerrados— no quiero perderte… —susurró con dolor mientras lo acariciaba.
Sintió en ese instante cómo el hanyō aumentó la presión de su agarre sobre ella tras escuchar eso.
—No voy a rendirme —sentenció, abriendo sus ojos para clavar su mirada sobre él—. No voy a abandonarte. Buscaré la manera, porque siempre hay una manera —pegó su frente a la de él—. Y ahora, lucharemos juntos, como lo hemos hecho todo este tiempo. Aunque no quieras, me necesitas ahí —sonrió levemente con dulzura—. ¿Está bien?
Inuyasha volvió a dejar ir un suspiro. Si alguien era más terco que él, esa era ella. Sintiéndose derrotado, solo pudo pensar en hacer una cosa.
—Entonces, déjame reafirmar mi promesa —la tomó de la mano como aquella otra vez en esta misma habitación, y perforó sus orbes chocolate con su propia mirada—. Te protegeré con mi vida.
Kagome volvió a cerrar sus ojos, enternecida y emocionada por sus palabras y por los recuerdos que estas le trajeron.
—Creo que ya hiciste suficiente. —bromeó casi sin querer, volviendo a aferrarse al pecho del medio-demonio.
.-.-.
No mucho después de eso, todos partieron al interior de Naraku, armados de valor y listos para darlo todo en la batalla final. El hanyō se las pasó manteniendo a Kagome a su lado y dentro de su rango de visión, sabiendo que cualquier paso en falso podría significar algo atroz. No se imaginó que su misma naturaleza de medio-demonio la pondría en peligro tras acercarse cada vez más a la Perla profanada, convirtiéndolo en un demonio completo e hiriendo a quien intentaba proteger con todas sus fuerzas.
Los pocos segundos en los que recuperó la conciencia, se sintió horriblemente atormentado y desesperado. Naraku le estaba recordando en todo momento que había matado a la mujer que amaba.
¿Él? ¿Matando a Kagome? Ni siquiera era algo lógico. No podía ser. Pero el olor de su sangre hervía justo debajo de sus narices, y tras mirarse sus manos manchadas… Era 2 más 2. Algo le había hecho a la sacerdotisa.
Su calvario no duró demasiado, ya que fue sumido en la inconsciencia de su naturaleza demoníaca nuevamente. Fue la voz de su amada quien lo devolvió a la realidad, como siempre. Fue gracias a ella que pudo recuperar a Tessaiga y hacerle frente a quien intentaba controlarlo. Volvió a respirar cuando la tuvo entre sus brazos y su poder espiritual libre de sellos le quitó por completo las manchas de su rostro. Su embriagador aroma le impedía apartar su mirada de esos orbes chocolate que se alegraban tanto de verlo después de lo sucedido. En su cuerpo solo latía el deseo de besarla otra vez, pero con su medio hermano presente en la escena, eso estaba complicado…
El miedo volvió a apoderarse de él cuando, en un pequeño instante, Byakuya de los Sueños cortó a Kagome con una hoja de la Luna Infernal. Corrió hacia ella para inspeccionarla, pero se veía bien, no había herida alguna. Aquello lo dejó hundido en un mar de preguntas al respecto.
No imaginó que sus respuestas vendrían justo después de que Kagome destruyó a Naraku finalmente.
«En ese momento, le pedí un deseo a la Perla de Shikon. El momento en que Byakuya de los Sueños te cortó.»
¿Un deseo? ¿Qué clase de deseo podía pedir Naraku en un momento como ese y por qué algo referido a Kagome?
«Cuando yo muera, ese deseo se cumplirá.»
O.O Bueno, todos ya conocen ese deseo, ¿no? Así que se dan una idea de lo que abordaré en el capítulo siguiente.
Todo este capítulo me llevó a re-ver muchas escenas del anime para intentar darles todo el contexto. Incluso lloré con el final otra vez xD Cosas que pasan.
No se enojen mucho conmigo que les regalé otro beso Inukag! Bueno, en realidad amé escribirlo, mi alma lo necesitaba. Otra verdad sacudió a Kagome, pero veremos cómo se desarrolla lo siguiente. La escena entre Sango e Inuyasha me parece bastante linda también.
Quiero mencionar a mi amada hermana DAIKRA, porque ella mencionó mientras hablábamos la madurez de golpe que tuvo la relación de Inuyasha y Kagome, y quería mencionarlo en el fic también, porque ella siempre hace comentarios que me dejan pensando sobre mi propia historia. ¿No es una genia? Sí, la amo jajajaja.
LES AGRADEZCO TANTO por sus reviews HERMOSAS! No saben lo feliz que me hacen con cada una.
Respondiendo a usuarios no registrados:
Manu: ¡Hola! Muchas gracias por tu review :) Me alegra que el capítulo te haya gustado! Con respecto a tus ideas, están buenas! Ya veré en un futuro, por el momento estoy enfocada en este fanfic. Gracias!
Anonimo: ¡Awwww muchísimas gracias! Me encanta que te esté gustando esta historia! Muchas gracias por tu review :')
Stephanie: Perdón por hacerte lloraaaar! T.T Pero me siento feliz de que aún estés disfrutando esta historia :') Muchísimas gracias por tu review, bella!
Charito3803: ¡Muchísimas gracias por tu review! :') Qué linda! :') Me alegro de poder entretenerte! :')
Con amor, Iseul.
