¡Holaaaaaaaa! Uffff, un mes después, lo siento mucho, de verdad. Me sentía muy mal por no poderles traer una nueva entrega, pero estaba super BLOQUEADA. Quienes me siguen en mi página Iseul sabrán de esto... pero bueno, pude deshacerme de ese maldito bloqueo, y aquí estoy otra vez.
También tuve problemas para definir bien cómo contaría este capítulo. Eso me demoró :c Fue difícil.
Muchas gracias a mis lectores bellos por esperarme y por comprenderme. Los adoro muchísimo!
Nos vemos en las N/A al final uwu
Pertenencia
Fue en ese entonces cuando, sin previo aviso, sin nada que indicara que algo así pasaría, un enorme Meidō Zangetsuha se abrió detrás de la sacerdotisa de ojos chocolate, arrastrando su cuerpo entero dentro del mismo.
—¡INUYASHA!
—¡KAGOME!
Sus gritos se hicieron eco dentro de ese universo, que fue testigo de sus manos luchando hasta el cansancio por agarrarse, sin éxito. A Kagome parecía que se la había tragado la tierra, literalmente.
Tampoco había rastros de aquel pozo que conectaba ambas épocas. En un abrir y cerrar de ojos, la reciente destrucción de Naraku había pasado a un décimo plano para el hanyō de ojos dorados, robándole cualquier atisbo de esperanza o felicidad tras haberse por fin librado del ser que había jodido su vida años atrás, y la de sus amigos. De pronto, lo único que ocupaba su cabeza era encontrar a Kagome.
Porque lo que le quedaba de vida realmente dependía de eso.
Sin pensarlo dos veces, abrió él mismo el portal a la Luna Infernal con un corte de Tessaiga.
—¡AGUANTA, KAGOME! ¡VOY A ENCONTRARTE PASE LO QUE PASE!
—Nunca perteneciste a la Época Feudal.
Tras despertarse de ese tipo de sueños en los que su vida sin Inuyasha siempre se sentía mal, la azabache se encontró sumida en la oscuridad más profunda que alguna vez pudo sentir. De nada sirvió gritar los nombres de sus familiares, de sus amigos, ni del mismo hanyō. No importaba qué tan fuerte se desgarrara la garganta, la voz de la Perla se encargaba de recordarle a cada momento que jamás nadie la escucharía, y que ahí había estado encerrada los últimos tres días.
Que si no pedía el deseo de regresar, se quedaría allí para siempre.
—Ni siquiera deberías estar aquí. Tu moriste, ¿recuerdas? Todo fue alterado por tu regreso.
Claro que lo recordaba, claro que sabía que cada segundo de su vida era un regalo naciente de un sacrificio; el sacrificio de la persona que más amaba en este mundo. Y si había algo que temía con todo su corazón, era no volver a verlo jamás.
Si lo deseo… ¿puedo regresar?
—¡SE EQUIVOCAN! ¡KAGOME NO NACIÓ PARA ESO!
La estruendosa y desesperada voz del hanyō resonó en todo el interior de la Perla, contestando con furia y determinación a aquellos demonios que le habían anunciado el trágico e inminente destino de la sacerdotisa. ¿Cómo esas lacras podían decir tan libremente que Kagome debía luchar dentro de la joya por el resto de la eternidad y que ese era su destino?
¿Con qué derecho reducían la vida de la colegiala de esa manera?
Kagome me enseñó a sonreír, a confiar en las personas. Kagome fue la razón por la que pude hacer amigos, y confiar en ellos. Derramar lágrimas por los otros, comprender la verdadera fuerza y amabilidad. Todas esas cosas las aprendí de Kagome.
Allí, acorralado por quién sabe cuántos demonios, el híbrido reflexionaba sobre lo mucho que Kagome había cambiado su vida, todo lo que ella había generado en él. El sentimiento de gratitud hacia su amada era tan grande que no cabía dentro de su pecho.
Kagome nació para encontrarme. Y yo, también nací para ella.
Estaban destinados, y esa era la única verdad. El amor hacia esa mujer lo había llevado a cometer una locura, pero jamás sintió arrepentimiento.
Él había nacido para ella, y por ella moriría. No importaba nada más.
—¿Preferirías pasarte la eternidad en esta oscuridad solitaria?
Ante la actitud indecisa y corruptible de la sacerdotisa, la Perla intentó echar más sal a la herida.
Pero la mente de Kagome se encontraba analizando todo. Había llegado a la conclusión de que la Perla jamás le concedería su verdadero deseo. No lo hizo con Kikyō, ni con Naraku. Había que pedir el deseo correcto, y ella ya sabía cuál era. De todas formas, un temor denso invadió cada centímetro de su cuerpo al no saber qué sería de ella si lo hiciera…
—¡KAGOME! ¿PUEDES OIRME? ¡KAGOME!
Hasta que el sonido de su voz desintegró cualquier ápice de miedo. Él estaba ahí, buscándola…
Inuyasha… Siempre ha venido por mí. Incluso cuando estaba en otro mundo inalcanzable…
De pronto, recuperó las fuerzas y se puso firme. La claridad se extendía por su interior, al igual que un sentimiento cálido.
Ya no temo más…
—No pediré ningún deseo.
Prisionero de una desesperación asfixiante, Inuyasha no estaba siendo capaz de encontrar la luz que lo llevara hacia la sacerdotisa. Por momentos, caía en las palabras engañosas de esos demonios que le repetían que le había dado falsas esperanzas, y que ahora sí que pediría un deseo, por su culpa. No podía permitirlo, ¡no podía perderla así!
—¿Meidō no… Tessaiga?
Pero la vio. Y allí cortó.
Sus inmutables orbes dorados se posaron inmediatamente sobre la figura que más ansiaba ver. A solo unos metros de él, por fin… la había encontrado.
—Kagome…
La oscuridad dejó de importar. La soledad dejó de importar. La misma Perla dejó de importar en ese pequeño segundo en que sus orbes chocolate vieron aparecer al hanyō.
—Inuyasha…
Por fin pudo respirar, lo que provocó que las cuencas de sus ojos se inundaran de lágrimas de un momento a otro.
El próximo movimiento fue una intensa y deseada unión de sus cuerpos, con sus brazos entrelazados y sus aromas acariciando su olfato. Les fue imposible reprimir el deseo de fundir sus bocas en una sola, una vez más. Porque la cercanía jamás era suficiente.
—Quería verte…
Sin dejar de abrazarse, ambos se pararon firmes frente a la Perla. Con Inuyasha a su lado, Kagome ya no temía su propio destino. Ya sabía perfectamente qué deseo tenía que pedir.
—¡Shikon no Tama! ¡Desaparece!
Para siempre…
El pozo reapareció tres días después tras una columna de luz, junto a Inuyasha y Kagome. Cuando la colegiala se encontró de vuelta en su época, saltó del mismo y corrió impaciente hacia sus familiares, que no pararon de gritar su nombre desde que la vieron otra vez.
—¡Mamá! —envolvió sus brazos sobre ella rápidamente, tan fuerte como nunca antes lo había hecho.
—Estaba tan preocupada… —sollozó, sintiendo una felicidad plena al tener a su hija con ella después de días de angustia.
—Inuyasha me salvó… —pronunció Kagome entre lágrimas, no queriendo jamás volver a sentir ese miedo horrible—. Inuyasha, graci-
Justo cuando se disponía a dirigirle la mirada para agradecerle, observó horrorizada cómo el hanyō comenzó a desaparecer de repente. Con una expresión desencajada, se aproximó a él para ver qué ocurría.
—¿Inuyasha?
Pero no llegó a hacer nada. La figura de Inuyasha se había desvanecido en un abrir y cerrar de ojos.
—¡INUYASHA! —gritó preocupada, apoyando sus manos sobre los bordes del pozo y echándole un vistazo dentro para no encontrar nada que le diera una respuesta o pista sobre lo que acababa de suceder.
Esto no puede ser…
Del otro lado, el híbrido se dio cuenta que estaba dentro del pozo una vez que las luces se fueron. Cuando comprendió lo que estaba pasando, su desconcierto fue mutando hasta transformarse en desesperación.
¿Qué?
Era imposible estar dentro del pozo, era imposible estar allí. El portal se abría siempre antes de tocar el suelo… ¿Cómo es que ahora estaba rodeado de huesos?
—¿Kagome?
Se puso de rodillas y colocó ambas manos sobre el suelo.
—¡KAGOME!
A la vez, la colegiala hacía lo mismo. No soportó la ansiedad y dio un salto dentro del pozo nuevamente, para estamparse contra el frio fondo.
Esto no podía estar pasando.
Al igual que él, se puso de rodillas y golpeó el duro suelo con sus manos, una y otra vez.
—¡INUYASHA! ¡INUYASHA!
Nada.
Días… exactamente siete. Una semana entera. Ciento sesenta y ocho horas, que se sintieron como toda una vacía eternidad. Recostada en su cama, peleando por no abrir sus ojos, deseando que un golpe la devolviera nuevamente a la inconsciencia. Nada más despertar era recordar que ese pozo, el portal que la llevaba a ver al amor de su vida, estaba cerrado, y que no sabía cómo abrirlo, cómo solucionarlo.
Perdió la cuenta de la cantidad de veces que saltó, deseando hasta delirar que unas luces la abrazaran y la transportaran hacia esa ansiada época. Sus rodillas y codos llenos de moretones no mentían. Perdió la cuenta de la cantidad de veces que se arrodilló frente al pozo solo para llorarle, y gritarle que se abra porque necesitaba ver a Inuyasha. Estaba harta, realmente harta.
¿Cuánto más soportaría esto? No estaba segura. Casi no probaba bocado, al punto de hacer que su madre se enoje. ¿Era normal no sentir nada de hambre por tantos días? Ni estando enferma le había pasado algo como esto.
Pero es que no solo era el hecho de no poder verlo, sino tener en la mente a cada minuto el aviso de que, si no lo solucionaba nunca, Inuyasha moriría sin ella. Por quien había dado la vida, no estaría ahí para despedirlo, para estar a su lado en sus últimos días. Y no solo moriría, sino que iría al maldito infierno… a sufrir por el resto de la existencia. Entonces, ese pensamiento se transformaba inmediatamente en un nudo en su garganta, y otro en su estómago. La comida que apenas tocaba su boca le provocaba náuseas.
Pensó que moriría.
No era capaz de ver con claridad, porque sus ojos jamás dejaban de estar hinchados. No existía momento en que no tuviera ganas de llorar, a veces dándose el gusto, a veces no, pero el sentimiento siempre estaba ahí, pendiendo de un hilo.
Las clases en el instituto ya habían comenzado. Le parecía tan curioso lo ansiosa que estaba por entrar y lo mucho que se había esforzado en el examen de admisión para que, de la nada, todo eso dejara de importar.
Su hermanito tuvo que llegar al punto de evitarla para no verla así. Su abuelo no tenía la energía para ningún chiste o regalo, incluso. Su mamá se daba la cabeza contra la pared, porque aún intentando comprenderla, sabía que había algo que Kagome no estaba diciéndole.
¿Y es que cómo explicarle a tu madre que moriste de una forma violenta, y que el hombre que amas hizo un pacto en el que dio su vida para regresarte? Y que es por eso que no puedes soportar la idea de no volver a verlo. Porque no hay tiempo.
No hay tiempo.
Hizo el intento de bañarse. Nunca había pasado tanto tiempo sin hacerlo, pero es que hacer cualquier movimiento con su cuerpo era increíblemente doloroso y pesado. Además, lo terrible de eso era desnudarse y volver a ver esas cicatrices sobre su pecho. No pudo evitar desplomarse sobre la tina y llorar, y llorar, y llorar…
Para tanto dolor, prefería haberse quedado muerta.
La suave brisa movía con desdén las hebras plateadas del hanyō. Sentado en una rama en lo más alto de un árbol, buscando inconscientemente algún lugar que no le recuerde a Kagome, aunque la parte consciente sabía que eso era imposible. Su rostro reflejaba una amargura intensa, una angustia casi palpable y una frustración latente. Sus orbes dorados habían dejado de brillar desde aquel día, porque aquello que lo provocaba ya no había vuelto a aparecer.
Y por más que prácticamente no había podido volver a dormir desde ese entonces, sus ojos no habían soltado ninguna lágrima, y una muy, muy pequeña parte de él se sentía tranquilo.
Tranquilidad, probablemente aquello que estaba manteniendo cerrado el pozo, aún sin ser consciente de eso.
Kagome por fin estaba segura, y eso era lo único en que centraba sus pensamientos. Estaba viva, con su familia, a salvo. Jamás volvería a vivir la pesadilla de perderla como la perdió en ese momento. Jamás volvería a tener su cuerpo inerte entre sus brazos. Ahora, ella tendría una vida. Estudiaría, estaría con sus amigos, con su madre, su abuelo, su hermano… Viviría la vida que le pertenecía y que le fue arrebatada injustamente. Ya no pasaría peligros ni situaciones riesgosas a su lado. La regresó sana y salva, y así se quedaría.
Aunque eso significara no verla jamás.
Además, pensaba en que incluso sería mejor para ella no verlo morir. Sabía que iba a causarle mucho dolor su partida, así que era bueno que no estuviera alrededor para ver su final, como si… aún en la lejanía, estuviera protegiéndola.
Y se sentía bien con eso.
Bueno, al menos los primeros tres días. Al cuarto, esa idea ya no le estaba pareciendo tan fácil.
Al quinto, empezó a sentirse asfixiado. Como si alguien estuviera oprimiéndole el pecho con fuerza, sin dejarle respirar. Se sentía solo, aunque estuviera rodeado de sus amigos… Aquellos que no dejaban de preguntarle sobre dónde estaba Kagome, si por qué creía que el portal se había cerrado definitivamente, y más preguntas que no sabía cómo responder.
Al séptimo, no resistió las ganas de volver a ir al pozo.
Se quedó parado allí unos minutos, contemplándolo. Podía jurar que no eran simples recuerdos, que su mente realmente estaba recreando escenas de Kagome saliendo de allí con su mochila amarilla, sonriéndole como siempre lo hacía, insuflándolo de esa energía que solo ella irradiaba.
Y empezó a darse cuenta de lo mucho que le hacía falta esa energía… De cómo su vida parecía no tener ningún sentido sin su presencia.
¿Realmente iba a vivir así los tres años de vida que le quedaban?
Fue entonces que esa desesperante sensación de asfixia volvió a apoderarse de él. De un instante a otro, se vio respirando con dificultad y a sentir un sudor muy frio.
¿Iba a valer la pena morir sin verla una vez más? ¿Acaso olvidó que Kagome también deseaba estar a su lado cada segundo restante?
Un nudo se instaló en su garganta, y las ganas de llorar empujaron con rudeza contra la pared interna de sus ojos.
De pronto, necesitaba ser egoísta. Necesitaba pensar en él mismo, y en que quería una vida con ella, así fuera corta… no importaba.
Que quería volver a besarla con locura, a sentir su calidez, y su aroma tan magnífico.
Que quería volver a oír su voz, y acariciar su cabello, y decirle que la amaba cuantas veces fuera necesario. Que quería que su rostro fuera el último que viera antes de partir…
Y si ese pozo no se abría, eso jamás ocurriría. Si ese pozo no se abría, la habría perdido otra vez. Quizá no de la forma tradicional, pero era otra manera de perderla.
Y esa tranquilidad poco a poco empezó a abandonarlo. Lo único que deseaba era verla otra vez. Quería ser él quien la protegiera, quería ser él quien la hiciera suya, quería ser él y solo él.
No le parecía justo que su historia de amor fuese tan efímera en una vida que se suponía ser tan larga como la de un medio-demonio.
Colocó ambas manos sobre los bordes del pozo y miró dentro. La oscuridad era una tortura…
Cerró sus ojos por unos instantes, y los abrió cuando escuchó un sonido en el interior. Ya no veía los huesos… ¿Qué estaba pasando?
Secó su cabello con una lentitud impropia de ella. Se vistió con un pequeño saco lila pálido y una falda azul. Se puso unos zapatos ligeros y salió de su casa, dirigiéndose al pozo otra vez. Se quedó parada frente a él por unos segundos, intentando evadir sus ganas de llorar por enésima vez en el día. Se suponía que debía ir a casa de Ayumi para buscar sus libros e intentar ponerse al día con el instituto por órdenes de su mamá, pero realmente no tenía fuerzas para eso.
No… hasta que escuchó un sonido proveniente del pozo. Le pareció oír una brisa, así que no dudó ni un segundo en acercarse.
Sintió cómo la vida le regresaba al cuerpo al ver el cielo del otro lazo del pozo. Se llevó la mano a la boca a la vez que sus ojos finalmente sucumbieron ante las lágrimas. El portal estaba abierto…
Su madre, quien seguía los pasos de Kagome para comprobar que iría a donde debía ir, realizó el mismo desvío que su hija. Estaba por regañarla cuando la encontró llorando, pero al darse vuelta, pudo ver en el rostro de la azabache que no era por tristeza que estaba así, sino todo lo contrario.
—¡Mamá!
La llamó entusiasmada, desbordada de emociones. La señora se acercó con cautela y desconcierto, y fue cuando llegó hasta ella que comprendió todo.
—Mamá, yo…
—Kagome, está bien…
Solo bastó una mirada para que entendiera que todo estaba bien. Que podía saltar, una vez más. El llanto ahora era de ella, quien se sintió feliz de ver a su hija animada otra vez, pero deseando que la vida las reencontrara nuevamente.
Del otro lado, el híbrido estaba a punto de tirarse en el portal para ir en busca de Kagome, pero fue ella quien lo sorprendió escalando desde dentro.
Con los nervios a flor de piel, extendió su mano para que ella la tomara, y de un solo y fugaz movimiento, Kagome finalmente había regresado al Sengoku.
Finalmente, había regresado a sus brazos.
—¡Inuyasha! —sollozó con desesperación, y acto seguido, se tiró a sus brazos.
—Kago… me.
El medio-demonio la recibió, aún shockeado, aún conmocionado por lo que estaba ocurriendo, casi como si no pudiera creerlo.
—Tenía tanto miedo de no volver a verte… —lloró sobre el hombro masculino, aferrándose a él con locura, temiendo que cualquier cosa los separara de nuevo. Inspiró su amaderado aroma con ímpetu, porque jamás imaginó lo mucho que llegaría a extrañar ese olor.
La calidez de los brazos femeninos sobre su torso provocó un choque eléctrico en todo su cuerpo. Se sentía obnubilado, así que dejó que sus párpados cayeran sobre sus orbes de oro. Embelesado por la fragancia propia de la sacerdotisa, con un nuevo aire de tranquilidad extendiéndose en su interior. Todo lo que quería y necesitaba estaba ahí. Todo estaba bien ahora.
—Kagome…
No podía hacer más que pronunciar su nombre. Las palabras le habían sido arrebatadas. Había sido solo una semana, pero el temor de no verla nunca más estuvo presente en cada segundo. Y lo peor era que no iba a poder esperarla mucho tiempo si alguna vez regresaba.
Sabía que sus acciones hablaban por él, más que cualquier cosa. Así que, con suavidad, tomó el mentón de la azabache y dirigió sus labios hacia los de ella. En un único y certero viaje, sus bocas se encontraron, confirmando una vez más lo mucho que se pertenecían el uno al otro, y que así iba a ser por siempre. Las promesas se reanudaron, volvieron a estar vigentes. Él la protegería con su vida, y ella haría lo que sea por salvarlo. Una nueva oportunidad se hizo presente, regalándoles esperanza. Un mar de cálidas sensaciones les indicaba que todo iba a estar bien.
Al menos, por ahora.
Por ahora (?) Ok... bueno. Me fue difícil definir qué cosas contaría del anime/manga sin aburrirlos, porque en teoría son cosas que ya vieron y ya conocen, por eso no las describo mucho y solo lo suficiente, pero era necesario nombrar algunas cosas, dadas las circunstancias en las que están. Cambiar algunos diálogos, adaptándolos a lo que está ocurriendo en esta historia, y dejar algunos otros muy importantes, como el de Inuyasha que todos aman y yo no soy ninguna excepción :3
Kagome diciendo que Inuyasha siempre ha ido por ella, incluso cuando estaba en un mundo inalcanzable... /llora.
Las partes que describen las experiencias de Kagome e Inuyasha durante esa semana separados las escribí con la canción Broken Parts de Smash Into Pieces, que obviamente recomiendo leer escuchándola, es hermosa y muy emotiva... no pude evitar llorar :(
Decidí separarlos, sí, porque no había manera de evitar eso, pero arreglé todo para que tenga algo de sentido... espero haberlo logrado, ya me dirán ustedes. No quería que fuera mucho tiempo, ya saben por qué, y dejé que todo fluya alrededor de esa idea. El pozo se cerró por Inuyasha y se mantuvo cerrado por Inuyasha, por sus sentimientos. Como que lo di vuelta, un poco, digamos xD Espero que haya quedado claro.
De paso les recomiendo mi fic Una vez cada tres días, en el que relato la experiencia de Inuyasha sin Kagome en esos 3 años que estuvieron separados. De paso XD Ya que estamos hablando del tema JAJAJA.
MUCHAS GRACIAS por sus reviews PRECIOSAS. Saben que las amo con el alma y que son mi inspiración para todo.
Mención especial a mi hermana DAIKRA porque... Conexión de mentes anoche, no? Un poquito? JAJAJAJ :3
Con amor, Iseul.
