¡Holaaaaaaa! ¿Cómo han estado? Por fin pude terminar y publicar este capítulo. Estuve casi una semana escribiéndolo, ¡es el capítulo más largo que publiqué en la vida! Espero que vayan a disfrutarlo a pesar de su duración, y que les sea lo menos pesado posible.

Quiero agradecer como siempre a la página Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma por compartir esta historia. ¡Significa mucho para mí! :3

Presten atención a las N/A del final ;)


Este capítulo es RATING M


Juntos

Apenas dos días habían pasado desde el regreso de Kagome al Sengoku. Las cosas permanecieron bastante tranquilas, quizás más de lo que le habría gustado. Por supuesto, se había puesto increíblemente feliz tras enterarse de que sus mejores amigos, el monje y la exterminadora, ya tenían en vista una boda muy pronto. Fue la primera en felicitarlos y en postularse para ayudarlos en todo lo que necesitaran, y les deseó lo mejor del mundo. Sin dudas, se lo merecían.

El hanyō de ojos dorados también se mostró contento con la noticia, aún con el detalle de que ya lo sabía desde antes. En un pequeño viaje al cual Miroku lo llevó —o más bien, arrastró— para distraerlo de la ausencia de la azabache, le comentó la propuesta que iba a hacerle a su compañera ni bien regresaran. Ahora, simplemente había confirmado la respuesta por parte de la castaña.

Sin embargo, la joven del futuro no dejaba de notar que un aura extraña rondaba a Inuyasha desde su vuelta. Si bien no se mostró reacio en ningún momento a ella, ni a su compañía, y que sí que tuvieron sus pequeños momentos a solas en los que lograban besarse y abrazarse antes de que fuera a dormir en la cabaña de la anciana Kaede, no podía dejar de sentir que había algo que lo perturbaba.

Algo que lo mantenía ausente, abstraído.

Sabía que indagar en las emociones del híbrido no era precisamente una tarea fácil, pero era el único camino para poder sentirse tranquila. Lo conocía bien, y tenía en mente que era capaz de torturarse en silencio por un sinfín de razones. Solamente quería liberarlo, porque era consciente que ella era capaz de calmar esa cabeza tan testaruda.

No fue hasta esa tarde que se lo encontró recostado sobre un tronco, observando el paisaje sin expresión alguna. Dudó por unos segundos en si era buena idea interrumpir su aparente paz, pero recordó a lo que había ido. Se aproximó a él con pasos lentos y casi inaudibles, pero el hanyō se percató de su presencia mucho antes.

Claro, su aroma delatador. A veces, lo olvidaba.

—Hola… —lo saludó con un tímido tono de voz mientras se sentaba a su lado.

—Hola —respondió él mirándola a los ojos, cálidamente, como si su presencia de pronto hubiera cambiado ligeramente su humor—. ¿Cansada? —regresó su vista al frente.

—Sí, día agitado. Estuve ayudando a Sango con los preparativos de la boda. ¿Qué tal tu día con Miroku?

—Bien, nada interesante que contar.

Se produjo un silencio momentáneo entre ellos. No era incómodo, pero le permitió a Kagome volver a sentir esa carga emocional pesada proveniente del medio-demonio. ¿Cómo haría para sacarle información? ¿Qué decirle para hacerlo abrir la boca? No estaba segura de su siguiente paso.

—Mira, no falta mucho para la puesta de sol —se sorprendió de que fuera él quien rompió ese silencio esta vez. Le echó un vistazo al paisaje, confirmando lo que Inuyasha había dicho hacía unos segundos—. Conozco un lugar de donde puede verse mejor —se puso de pie y se inclinó hacia adelante, como siempre hacía cada vez que ella debía subirse a su espalda, y le extendió la mano—. ¿Subes?

Kagome lo miró un tanto extrañada por unos breves segundos, pero finalmente aceptó la invitación y se acomodó sobre él.


—Wow, es realmente hermoso. ¿Cómo es que no hemos venido aquí antes?

Estaban lo suficientemente alto como para tener una imagen perfecta de toda la aldea, pero lo más fascinante era la claridad con la que podían ver al sol desplegando sus últimos rayos anaranjados, hundiéndose poco a poco en el horizonte. Aquello era un espectáculo brillando resplandeciente sobre sus rostros; resaltaba aún más el chocolate en el iris de Kagome, cosa que atrajo inmediatamente la atención del hanyō. No encontró manera disimulada de quedarse observándola mientras la ligera brisa movía sus cabellos azabaches a su gusto.

—No lo sé… —respondió desconcentrado antes de devolver la vista al panorama.

Una atmósfera silenciosa volvió a instalarse alrededor de ellos; minutos sin palabras en los que ambos se concentraron en ver al astro desaparecer. Pero el peliplata seguía mostrándose inquieto, al juzgar por las veces en que se volteó a mirarla, como si hubiese algo que no se animaba a decir queriendo escapar de sus labios.

—Entonces... el pozo no ha vuelto a abrirse —faltando poco para que el atardecer termine, el medio-demonio dejó caer esa afirmación.

—No. Ya han pasado dos días y… nada —suspiró Kagome, sin dejar de apreciar el paisaje. Desde que cruzó el pozo para regresar a la época feudal, no volvió a ver actividad. Supuso entonces que fue solo un viaje de ida, y a pesar de lo que significaba, estaba bien con eso.

Inuyasha dejó fija su atención sobre la sacerdotisa luego de que le respondiera. Mil cosas parecían cruzarle la mente en esos instantes, cosas que le preocupaban, cosas que le provocaban miedo. Finalmente, cerró sus ojos y exhaló antes de volver a hablar.

—¿Eres feliz aquí?

La pregunta sacó a Kagome de su lugar. Frunció el ceño antes de conectar su desconcertada mirada con la de él.

—Claro que soy feliz aquí. Siempre he sido feliz aquí… —respondió, muy segura y firme, pero preocupada por la duda. ¿Por qué le preguntaba algo así? ¿No era obvio?

Y entonces le cayó la ficha. ¿Era esa la razón por la cual el hanyō había estado tan perturbado estos días? ¿Le preocupaba si era feliz a su lado? ¿Cómo dudaba de algo así? Definitivamente, sabía que había estado torturándose con ideas erróneas. Debía aclararle lo más rápido posible que ella no se arrepentía en lo absoluto de haber elegido volver al Sengoku.

—Inuyasha, ¿esto es por lo que…?

—Empezó a llover —la interrumpió de pronto, poniéndose en estado de alerta al ver gruesas gotas de agua repentinas golpear contra el suelo—. Estamos algo lejos de la aldea. Debemos buscar dónde resguardarnos.


La noche hizo su entrada triunfal junto a una poderosa tormenta. En menos de diez minutos, se había formado un diluvio, en el cual la sacerdotisa y el hanyō habían quedado atrapados. A pesar de la velocidad innata del híbrido, les habrá tomado al menos media hora de viaje encontrar un lugar para guarecerse; una gran casa que parecía pertenecer a alguien con buena posición económica, ubicada en lo profundo del bosque.

Lo que les servía a ellos era la amplia galería que rodeaba la estancia. No molestarían a nadie, y bajo su techo podrían permanecer hasta que la lluvia pare, aunque sea un poco.

Kagome se bajó de la espalda de su compañero, resoplando tras verse empapada de pies a cabeza. Inuyasha no se quedaba atrás, encontrándose igual o más mojado que ella.

—Mal día para alejarse de la aldea —se quejó por lo bajo mientras se sacudía como un perro para quitarse algo de agua.

—Por la vista, creo que valió la pena —comentó la azabache con dulzura, intentando animarlo para que no llegue a sentirse culpable.

No contaban con que, unos instantes después, una señora mayor abriera las puertas de la casa de par en par y los encontrara usando su propiedad como refugio. Sus facciones inmediatamente se volvieron piedra.

—¿Niños? —los llamó la aparente dueña de casa, con expresión confusa y algo sorprendida.

—Oh, señora, discúlpenos. Solo estábamos resguardándonos de la lluvia —contestó la sacerdotisa con una extraña mezcla de amabilidad y temor, anticipándose a una posible mala reacción por parte de la señora. El hanyō ya estaba preparándose para tener que irse otra vez.

—¡Oh! Por favor, ¡pasen! Este lugar está lleno de habitaciones vacías. Entren, así pueden secarse y descansar. Ya es tarde —pero fueron rápidamente sorprendidos con su increíble gentileza. Su voz sonaba muy simpática, y realmente no podían encontrar algo raro en sus intenciones.

Kagome e Inuyasha se miraron desconcertados por unos segundos.

—Es usted muy amable, pero realmente no queremos molestar.

—Si ya conocen las tormentas de esta zona, saben que no dejará de llover hasta que amanezca. Vamos, no es ninguna molestia —insistió con cortesía mientras hacía un ademán en dirección a la casa. Enseguida, movió su atención hacia la figura del medio-demonio y sonrió—. ¿Ella es tu esposa?

El corazón de la colegiala dio un vuelco tras escuchar eso último. Abrió sus orbes en señal de sorpresa y se quedó inmóvil. A su contraparte lo conquistaron los nervios, sorprendido y alborotado por la pregunta de la señora. Pero no se hizo esperar, y con su rostro sólido y cargado de convicción, respondió:

—Sí.

Kagome volteó en su dirección de la forma más disimulada posible, completamente ruborizada, sin poder creer lo que acababa de soltar. Seguramente tenía una razón, pero… qué agallas.

—¡Muy bien! Entonces les daré una habitación compartida. Acompáñenme —finalizó antes de perderse dentro del recinto, esperando que la sigan.

Ambos volvieron a intercambiar miradas circunstanciales antes de entrar.


Fueron guiados hasta una habitación bastante espaciosa, con un elegante futón cubierto de sábanas blancas. Algunos adornos colgando en la pared le daban un toque hogareño, pero las velas en distintos puntos del lugar le daban un aura romántica. El ambiente se sentía cómodo, confiable y cálido; indudablemente, iban a pasar una noche muy confortable.

—…Y eso es todo. Si desean comer algo, no duden en avisarme —añadió la simpática dueña tras una explicación de todo lo que tenían a su disposición en la casa.

—Por favor, no se haga problema. Con esto estamos muy bien, muchas gracias —contestó Kagome, aún asombrada por semejante hospitalidad. Sabía que era usual que los lugareños les dieran techo cuando viajaban días y días tras Naraku, pero por lo general, era por algo a cambio. Los ayudaban con algún exorcismo, o eliminaban algún demonio que estuviera molestándolos. Esta vez, era totalmente desinteresado. La época feudal no dejaba de sorprenderla nunca.

La señora se despidió de ambos y los dejó solos para que se acomodaran.

Inuyasha se quitó el húmedo haori rojo y lo apartó en un costado. Echó un vistazo hacia la sacerdotisa, quien se encontraba batallando con un paño para poder secar mínimamente su cabello.

—Creo que deberías quitarte eso —le dijo, refiriéndose a su pequeño saco lila, que albergaba más agua que todo el resto de su vestimenta. Las mejillas de la miko se colorearon tras esta petición, pero tenía razón. Lo dejó colgando en una percha, quedando con nada más que la camiseta bordó de tirantes que traía debajo.

Luego, se sentó sobre el futón para seguir secando su cabello. Observó al hanyō de reojo mientras este exprimía sus hebras plateadas.

—La señora cree que soy tu esposa... —comentó al aire, sin siquiera detenerse a pensar por qué. Quizás, simplemente quería ver su reacción. No era algo que podía pasar por alto, así como así.

—Sí… —contestó él, fingiendo distracción, pero en realidad su semblante se había vuelto a deprimir, como si de pronto todos esos pensamientos que había dejado a un lado volvieran a acecharlo.

Después de unos segundos en silencio, quien la miraba de reojo ahora era él, atento a cada uno de sus movimientos y expresiones.

—¿Eso te molesta? —se lanzó a preguntar, con tintes de angustia en su voz.

La sacerdotisa volvió a abrir sus grandes luceros, atónita. Se distrajo por un momento de lo que estaba haciendo.

—¿Qué? ¡No! —se apresuró en responder—. Cómo va... a molestarme eso... —ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que el color se le había subido hasta los pómulos esa noche.

Un enorme lío se le había formado en la cabeza. ¿Acababa de confirmarle que no le molestaría casarse con él? ¡¿Cómo?! ¿Era alguna clase de proposición? ¿Había quedado como una precipitada o había estado bien decir lo que dijo? Deseaba que se la tragara la tierra, porque Inuyasha estaba siendo muy tramposo con sus cuestionamientos. Cerró sus ojos, un poco avergonzada, e intentó volver a su labor.

Si bien su respuesta le había gustado, el semblante afligido del hanyō no había cambiado. Se quedó pensativo con la vista fija en algún punto aleatorio de la habitación, con esa notoria inquietud haciéndose presente nuevamente en su lenguaje corporal. Habrán transcurrido un par de minutos en los que ninguno de los dos emitió sonido alguno, hasta que…

—¿Te gustaría que eso fuera verdad?

Kagome paró en seco.

—¿Qué?

Alzó su pasmada mirada para encontrarse con la figura del medio-demonio sentándose junto a ella en el futón. Anatómicamente, no era posible engrandecer aún más sus orbes, pero lo haría si pudiera. ¡¿Qué acababa de decir?! No podía siquiera respirar con normalidad, mucho menos cuando él estuvo lo suficientemente cerca como para tomar su mano. En ese momento, creyó que moriría, sintiendo como ninguna parte de su cuerpo era capaz de reaccionar y sus músculos se tensaban cada vez más.

—Kagome, en estos dos días no he dejado de pensar en el hecho de que dejaste toda tu vida en el otro lado del pozo para venir aquí... y yo... —empezó con su explicación de manera pausada, pero con voz firme. Sus faroles de oro se conectaron inmediatamente con los chocolate, y de allí no se movieron. Reveló por entero la razón por la cual esos días se había sentido desconectado, angustiado. Tenía sobre sus hombros la enorme presión de la vida que Kagome había dejado atrás simplemente para estar con él, y temía no estar a la altura de eso. Al menos, eso era lo que él creía.

—Qu...-

—No me queda mucho tiempo, pero... ¿soy egoísta por querer que te quedes a mi lado aun así?

¿Era egoísta sentirse a gusto con Kagome eligiendo vivir junto a él en la época antigua, a pesar de que solo iba a poder estar tres míseros años con ella? Él lo veía así, pero no podía reprimir esa sensación, ni el sentimiento de alegría que le generaba. Lo más importante era que ella no lo percibiera así.

—Inuyasha... —susurró al borde de las lágrimas. Las cuencas de sus ojos ya resguardaban algunas listas para caer, proporcionándoles un brillo acuoso.

—Quiero aprovechar cada día contigo, todo lo que pueda. Es todo lo que quiero. Pero... ¿tú quieres eso?

Esa era la pregunta real. La que más miedo le provocaba, la que más inseguridad le generaba, la que más le daba vueltas en la cabeza y no lo dejaba estar tranquilo. Ese era su malestar, por lo cual ella lo había notado deprimido. No quería condenarla a una vida que no anhelaba, jamás lo resistiría. Prefería el rechazo, por más que le doliera. Cuando vio la primera lágrima rodar por rostro, su corazón dio un vuelco desesperante.

Para su fortuna, ella sonrió a través de esa lágrima, y posó suavemente su mano sobre la mejilla del híbrido.

—Cómo no voy a querer algo así, Inuyasha... —sollozó, con un revoltijo de emociones creando un nudo en su garganta. Claro que una parte de ella quería saltar de la emoción por la sutil e inesperada propuesta, pero se preguntó en su interior si algo de lo que dijo o hizo desde que había llegado fue lo que despertó esa duda en su compañero, porque se detestaría si había sido ella misma la que le dio a entender algo así. ¿Cómo pudo dudar de eso? ¡Si quedarse a su lado era lo que más deseaba en el mundo! Sintió pena de saber que pasó dos días martirizándose una y otra vez con eso, como si no fuera suficiente tortura todo lo que había vivido hasta ese entonces—. Yo sé perfectamente lo que hice tras cruzar ese pozo. Yo no quería vivir en un mundo sin ti, no quería esa vida. Lo único que deseo es estar a tu lado, así sean tres o cien años.

El agitado corazón del hanyō pudo calmarse, por fin. Inspiró hondo, sintiendo cómo la esperanza regresaba tanto a sus facciones como a su mirada, ahora encandilada y serena. La conocía tanto que sabía que no estaba mintiéndole para hacerlo sentir mejor. Era de verdad, cada palabra suya era real. Ambos deseaban lo mismo y, a pesar de todo, se sentía plenamente feliz, casi cuando creyó que jamás podría sentirse así de nuevo.

Sin embargo, la sacerdotisa parecía tener algo más que decir.

—Pero si me convierto en tu esposa, tienes que prometerme algo —añadió, mirándolo con determinación—. Tienes que prometerme que me dejarás encontrar la manera de librarte de esto.

El híbrido bajó la vista y se removió inquieto. Su cuerpo entero seguía oponiéndose a esa petición, no importaba qué tanto le insistieran.

—Ya hablamos de esto... —exhaló molesto, pero más asustado que otra cosa. Kagome mostraba signos de estar alterándose, y desesperándose. Las lágrimas en sus ojos se intensificaron de un segundo a otro.

—Por favor… ¡Yo quiero estar contigo el resto de MI vida! Tienes que dejarme hacer todo lo que tenga en mi poder para salvarte —se llevó su mano a su pecho para señalarse, escandalizada. ¿Por qué no podía entenderla? Quería poder vivir hasta los 80, o quizás 90 años, para seguir despertándose junto a él hasta el último día de su vida. No quería que una horrible e injusta maldición se lo arrancara antes de tiempo, mucho menos luego de unirse al hanyō para siempre.

Nervioso y temeroso, Inuyasha la tomó de los hombros y clavó sus temblorosos orbes sobre ella.

—Kagome, casi te pierdo cuando fuiste envenenada. Te tuve… sin vida entre mis brazos —unas imponentes ganas de llorar lo atravesaron luego de pronunciar esas palabras con la voz quebrada, con ese terrible recuerdo en su cabeza atormentándolo, pero no sucumbió—. Casi vuelvo a perderte en el interior de la Perla. Creí que no te volvería a ver después de destruirla... No quiero volver a sentir eso nunca más —negó una y otra vez con la cabeza—. No quiero... No quiero volver a ponerte en riesgo —aferró con desesperación una de sus manos a la cintura de la colegiala, y la trajo más cerca de él. Con su corazón latiendo a mil por hora, inspiró su intenso y embriagador aroma—. No puedo… —susurró a un par de centímetros de su boca, manteniendo sus ojos cerrados. Una profunda necesidad de cercanía lo acorraló de repente. La necesitaba cerca, demasiado cerca.

La joven apretó sus párpados al tacto, y tragó saliva. La proximidad del hanyō era adictiva, y peligrosa.

—No voy a arriesgarme —contestó, y entonces tomó el rostro de su amado con ambas manos para mirarlo fijamente—. Tú me has salvado una infinidad de veces. Has venido por mí más veces de las que puedo admitir. Diste tu vida por la mía, estoy viva gracias a ti. No voy a despreciar eso —continuó mientras lo acariciaba—. Pero no voy a quedarme de brazos cruzados. Dije que no iba a abandonarte —pegó su frente a la suya. Una nueva lágrima escapó y viajó por su cara cuando sus párpados volvieron a cerrarse—. No quiero... perderte...

El cálido aliento del medio-demonio acariciaba el vértice de sus labios, haciéndole totalmente imposible el no pensar en chocarse contra los suyos y dejar que todo fluya como debía fluir. El corazón de la colegiala latía y golpeaba contra su pecho a una velocidad incalculable. No era la primera vez que pasaban la noche juntos y solos en una habitación, pero sí era la primera vez que lo hacían plenamente conscientes de sus sentimientos mutuos, de sus planes futuros como pareja y sin la presencia de nadie de quien tengan que esconderse. Poco se reconocía a sí misma por las cosas que atravesaban su mente en estos instantes. La vista de Inuyasha con sus hebras plateadas empapadas no ayudaba en nada a dispersar esas ideas.

—No puedo... perderte... —balbuceó mientras sentía cómo ambos rostros se acercaban febriles a su pronto contacto. Cuando sus bocas finalmente colisionaron con pasión, ya no existía nada que pudiese detenerlos. No había tiempo para respirar cuando el deseo de saborear hasta el más recóndito lugar de sus cavidades bucales era más fuerte que todo. Mientras ladeaban sus cabezas y alternaban espacios para profundizar la unión de sus labios, el hanyō presionó los dedos que rodeaban la cintura de la colegiala, y con su mano libre viajó desesperado desde su mejilla hasta su nuca para acercarla, en su intento por acortar aún más la distancia entre ambos.

—Te amo… —Inuyasha logró pronunciar en la fracción de segundo en que sus bocas se separaron para tomar aire y luego volver a fusionarse. Al escuchar esto, Kagome suspiró embelesada dentro del beso, segura de que perdería el juicio si lo oía decirlo una vez más.

La lluvia torrencial que repiqueteaba con fuerza en el exterior le había otorgado un toque de frescura a la noche, pero el interior de sus cuerpos ardía impaciente por dejarse llevar entre besos y caricias que se deshacían en su piel.

Con el pasar de los minutos, la intensidad con la que se devoraban había aumentado escalonadamente. Tanto así que, sin darse cuenta, ambos fueron descendiendo lentamente hasta que Kagome quedó totalmente recostada sobre el futón, con Inuyasha encima de ella. Siguieron y siguieron, hasta que fue él quien empezó a bajar la potencia de su encuentro hasta poner un freno. Aunque hacer eso llegaba hasta doler, no quería que nada se le fuera de las manos. Sentía que en cualquier momento era capaz de perder el control, así que se obligó a parar.

—Kagome… —pronunció su nombre con pesar, en voz baja, mientras recuperaba aire—. Si seguimos así, yo… No quiero que tú…

Trastabilló, pero ya no podía negarlo, ni resistirse a lo que su cuerpo, su alma y su corazón le pedían. Deseaba a esa mujer como a nada más en este mundo. Deseaba reclamarla como suya, recordarle a quién le pertenecía. Deseaba demostrarle cuánto la amaba, y fundirse con ella en un solo ser. Era consciente que, si continuaba por el camino en el que estaba, solo habría un desenlace, pero no quería ser el único que anhelara eso. Jamás querría incomodarla o coaccionarla para hacer algo que no quería.

Por suerte, fue interrumpido rápidamente.

—No quiero que pares —la muchacha lo miró fija y seriamente, con los pómulos acalorados. Si el híbrido pensaba que era el único con ese deseo, estaba muy equivocado. Kagome no podía pensar en una mejor manera de terminar lo que empezaron, y cada centímetro de su ser clamaba por la presencia del amor de su vida.

Los orbes de oro se sintieron presos de los mares chocolate, haciendo que el acto de apartar la vista de ella sea una tarea imposible. Su húmedo cabello azabache caía y se añadía a la piel expuesta de sus hombros, brillante por las gotas de agua que aún seguían allí. Desde el minuto uno en que la conoció, el hanyō encontró a Kagome muy atractiva y hermosa, pero en este preciso momento, la veía irresistible. Pudo sentir la convicción en sus palabras, y ni un ápice de miedo o duda. Eso lo tranquilizó sobremanera, a la vez que lo puso demasiado ansioso. Le costaba dar con la realidad en la que por fin iba a demostrarle físicamente a la colegiala todo lo que sentía por ella.

Así que, volvió a acercarse a sus labios hasta quedar a solo unos milímetros.

—¿Estás segura? —susurró con voz ronca, esperando solo un más para perderse en ella y dar rienda suelta a su hambre voraz.

—Sí… —la calidez del aliento de la azabache al exhalar esa respuesta fue una tentación directa para que, un segundo después, sus bocas volvieran a estamparse con desesperación.

De aquí en más, cada movimiento siguiente se fue dando de manera natural, como cuando la azabache separó sus piernas a los costados para dejar que el hanyō se acomodara sobre ella. Sus labios se exploraban mutuamente mientras sus lenguas se tocaban y jugaban en su interior. No perdían la oportunidad de morderse entre sí, succionando levemente, y abarcando toda la boca del otro como si devorasen el más delicioso banquete. Los gemidos que brotaban tímidamente de la garganta de Kagome morían en la de Inuyasha, acción que aumentaba el delirio en la mente del medio-demonio, llevándolo a aferrarse a su cintura como si su vida dependiese de eso.

El peliplata se dirigió ahora al cuello expuesto de su amada. Empezó depositando suaves besos en la zona, pero no pudo evitar ir a más tras escuchar las pesadas exhalaciones de la joven. Desde ese lugar, era el principal testigo de cómo sus vellos se erizaban ante el contacto, algo que le pareció mágico. No mucho tiempo después, fue la sacerdotisa quien, con manos torpes y temblorosas, comenzó a jalar del kosode del hanyō con el fin de liberar el torso masculino por completo. Esa parte de su cuerpo no era desconocida para Kagome en lo absoluto, pero el contexto actual era sumamente íntimo, lo que provocó que ambos se enrojecieran al instante. La azabache no se resistió de desviar su mirada para inspeccionar su marcada figura y llevar inconscientemente su mano hasta posarla sobre uno de los pectorales. Ese hombre simplemente la hacía perder la razón.

Chocolate y oro volvieron a atravesarse en ese momento. Con delicadeza, el híbrido colocó su mano sobre la de la miko, para luego entrelazar sus dedos con la misma y llevar todo su brazo hacia atrás, sosteniéndolo allí. Volvió a brindarle atención a sus labios, alternando con su cuello y clavícula mientras que, con la mano que le quedaba libre, viajaba de principio a fin por las curvas soñadas de Kagome, a la vez que ella se perdía y se extasiaba con su amaderada esencia.

En una de esas idas y vueltas por su silueta, se animó a acariciar una de sus montañas aun cubiertas por la tela. Dicha acción estremeció a la joven, tomándola desprevenida. Al ver que su reacción fue positiva y electrizante, no dudó en intensificar su agarre sobre la misma, abarcándola por completo y presionando firmemente, pero con blandura.

—Inuyasha… —gimió con timidez, cerrando sus ojos al tacto.

El medio-demonio continuó hasta que su curiosidad y su excitación latente le rogaron que despoje a la sacerdotisa de la ropa que encerraba ese paraíso. Con una parsimonia destacable, enrolló la camiseta de tirantes hacia arriba hasta deshacerse de esta. Kagome escudriñó el semblante de su compañero de inmediato tras haber quedado solo con su sostén de encaje, ya que una cosa que le preocupaba había quedado a la vista: sus cicatrices.

Tenía miedo, esa era la verdad; miedo de que ver ese suceso inmortalizado en su piel vuelva a sumirlo en un bucle mental desesperante. También vergüenza, porque no eran lo más estético del mundo, pero al fin y al cabo eran el recordatorio del sacrificio por amor, de su propio renacer. Se iban a quedar instaladas como un tatuaje para siempre, fluctuando entre ser una bendición o una maldición.

Notó el rostro disimuladamente alterado de Inuyasha cuando él acercó sus dedos y posó sus yemas delicadamente sobre esas marcas. Las delineó con suavidad, pero también con temor. No quería que las imágenes de la tragedia lo atacaran repentinamente y arruinaran por algún motivo el momento tan especial que se estaba dando entre ellos. Luchó contra eso, y creyó que perdería, hasta que la mano de Kagome se apoyó sobre la suya, insuflándolo de seguridad, arrancándolo de ese trance y transmitiéndole con sus orbes chocolate que todo estaba bien ahora; ella estaba viva, a su lado, gracias a él.

Aquello funcionó como un bálsamo. Dejó a un lado sus pesadillas y bajó hasta alcanzar los labios de su amada para mezclarse con ellos nuevamente. No tardó en regresar a la atmósfera pasional que los rodeaba; desde su boca viajó hasta su cuello, con el fin de volverse a activar y entretenerla para poder quitarle la prenda. Con un poco de ayuda de la colegiala, la extrajeron, quedando así sus valles completamente expuestos, y con eso, las mejillas de la joven ruborizadas de un segundo a otro. Estaba desnudándola, y no de manera accidental esta vez.

Cuando sus montañas quedaron regaladas para la vista del medio-demonio, casi que podría jurar que vio sus luceros dorados brillando poderosamente. El rubor de la azabache pasó a un segundo plano y desapareció en el momento en que Inuyasha cambió el rumbo de sus besos; ahora los depositaba con dulzura en sus cicatrices, en cada línea dibujada sobre su pecho y estómago. Continuó por allí hasta desviarse a sus senos, de los cuales se adueñó rápidamente, dejando que su cara se perdiera entre ellos, atrapando entre sus dientes sus botones rosados y despiertos, lamiendo y succionándolos con frenesí. Mientras atendía a uno, frotaba y estrujaba el otro. Los jadeos de la sacerdotisa aumentaron su volumen y sus repeticiones y, en consecuencia, también su propia dureza, la cual arremetía con fuerza contra su hakama, implorando salir.

Delirante, volvió a buscar su boca y acalló el siguiente gimoteo. Volcó un poco de su peso contra el pequeño cuerpo de su amada, permitiéndose a ambos sentir sus torsos desnudos rozarse ardientemente. Kagome se aferró a la espalda descubierta de Inuyasha, y este respondió con una embestida casi automática. Fue allí cuando la cordura de la joven la abandonó por completo al sentir su dura anatomía presionarse sobre su feminidad, como una clase de anticipo a lo que se venía. Las sensaciones fogosas se concentraron en su vientre bajo, y la humedad de sus partes íntimas era cada vez más perceptible.

—Me vuelves… loco… —masculló agitado sobre su hombro, preso de la locura, hasta volver a sumergirse en su cuello. Posó su mano sobre el muslo de Kagome, y a palma abierta acarició y apretujó todo a su paso hasta llegar a sus glúteos escondidos bajo la falda azul. Se le hacía difícil creer que toda esa piel que quemaba debajo de sus caricias era completamente suya, pero ahí estaba, dándolo todo para demostrárselo.

Explorando, se encontró con el borde de su ropa interior, y siguió su camino con sus garras hasta el frente. Con especial cuidado y unas ansias enormes, se introdujo en el interior de sus panties para alcanzar el tacto directo con sus pliegues.

Aquello fue como encontrar el oasis. La calidez con la que fue bienvenido no hizo más hacer su extensión saltar una vez más contra la vestimenta que aún la mantenía cautiva.

—Ahh, Inu… yasha… —jadeó nuevamente tras sentir los dedos masculinos ir y venir entre esas texturas irregulares, ayudado por la viscosidad de su propia excitación. Estos se resbalaban con facilidad, otorgándole a la joven un placer que no supo cómo describir. El hanyō lo sabía por las expresiones que portaba su rostro, con el ego subido hasta la cabeza por ser él la razón de esos ojos apretados y, con los fuertes gemidos que liberaba, se dio cuenta que no podía resistirse más a la idea de enterrarse en esa húmeda cavidad. Deslizó la prenda por sus piernas hasta quitarla. Lo mismo con su falda. Luego, rebosante y con torpeza, desató el nudo de su hakama y tiró hacia abajo para sacárselo. En cuanto su hinchada y enrojecida intimidad quedó liberada, fueron los orbes chocolate de Kagome los que brillaron esta vez.

Invadida por la tentación y las ganas de indagar, sumadas a su sed por el medio-demonio, acercó una de sus manos al abdomen del híbrido. Delineó sus músculos con detenimiento y detalle, como quien recién está descubriendo un tesoro, e hizo todo el trayecto hasta llegar al valle de su entrepierna.

Inuyasha resopló impaciente, sofocado por la sensación de quemazón que los delicados dedos de su amada le provocaban en su piel. Esto la envalentonó a finalmente tomar su extensión entre los mismos y realizar ligeros movimientos hacia arriba y hacia abajo. Se maravilló al sentirlo latir en su palma, orgullosa de ser ella la razón de esa reacción.

—Kago… me —serró los dientes y dijo su nombre con la fiebre tomando el control de sí mismo, obligado a cerrar sus ojos mientras ella lo recorría en su longitud.

Decidió terminar con esa tortura placentera cuando se acomodó justo en la zona íntima de la colegiala. Con la punta, rozó cuidadosamente la entrada, sin dejar de observar a su compañera por cualquier cosa que sucediera. Ella envolvió sus brazos en su cuello una vez más, y se preparó para alojarlo en su interior. En cuanto quiso adentrarse, no solo fue recibido por esa misma calidez en la que sus dedos habían sido protagonistas, sino también por una pesada presión. Volvió a escrutar su mirada en búsqueda de aprobación, inseguro y temeroso de llegar a lastimarla, pero en sus ojos solo encontró confianza, certeza y, principalmente, amor.

Contuvo su respiración mientras se deslizaba poco a poco y con suavidad por las paredes internas de Kagome, quien respondió aferrándose con ímpetu a su espalda e inconscientemente encerrándolo entre sus piernas. Apretó los párpados y respiró hondo al ser asediada por un potente ardor, pero los húmedos besos de Inuyasha sobre el trayecto de su cuello hasta su boca disiparon lentamente todas las sensaciones de molestia.

—¿Estás bien? —inquirió en un susurro, muy cerquita de su oído. Los labios de su amada se curvaron en una sonrisa plena. Asintió al instante y se dejó llevar por las nuevas sensaciones que su cuerpo estaba canalizando.

El hanyō exhaló extasiado al sentir cómo la presión inicial fue desapareciendo al sentirse más libre para salir e ingresar de la fogosa cavidad femenina. Despojado de su raciocinio, controlado por el deseo y la lujuria, y desbordado por el amor que sentía por Kagome, comenzó con su vaivén de caderas, acoplándose perfectamente con el pequeño cuerpo que se arqueaba debajo de él, sujetándose de las sábanas. Con cada nueva embestida, un nuevo gemido era arrancado de la colegiala, y un nuevo gruñido masculino cargado de placer llegaba a sus oídos. Juntos, conformaban la intensa melodía de dos personas que se amaban profundamente.

Había momentos en los que Inuyasha regresaba a la boca de la joven a devorarla sin frenos y sin cohibirse, en parte por la necesidad de saborearlos, y en otra para dejar morir esos jadeos dentro de él, porque seguir escuchándola gemir así haría que todo termine demasiado pronto. En otros, prefería perderse en el hueco de su cuello para inspirar su magnífico aroma, mientras tomaba impulso para seguir hundiéndose dentro de ella, cada vez con más velocidad.

Con el correr del tiempo, sintió como las uñas de Kagome se adhirieron a su espalda como si su vida dependiese de eso, y sus muslos presionaron cada vez más fuerte contra sus caderas. Dirigió sus encandilados orbes dorados hacia el rostro de su mujer, para ver sus facciones desencajarse por el placer que le estaban provocando sus rítmicas estocadas. Jamás olvidaría ese paisaje; el brillo de su sudor distribuido por su frente adornada con sus húmedos cabellos, sus párpados apretados, y su nombre pronunciado al borde de la hermosa agonía…

—Inu… yasha…

Las paredes internas de la joven se ciñeron sobre su propia pulsante anatomía, y al juzgar por el largo gemido que brotó de su garganta, supo que había alcanzado su punto cúlmine. No pasaron muchos segundos más hasta que él la siguió, totalmente inspirado por dichos sonidos. No resistió más y tras un par de erráticas embestidas, se derramó dentro de ella, sumamente agitado y soltando gruñidos guturales que le arrebataron una sonrisa de éxtasis a su compañera, quien lo envolvió en sus brazos de inmediato mientras él se perdía en el abismo.

A ambos les tomó unos minutos poder regularizar su respiración. Permanecieron así, desnudos y abrazados debajo de las sábanas. La cabeza de la sacerdotisa descansaba en el hueco formado entre el brazo y el pecho del hanyō; desde ahí podía escuchar los latidos de su corazón ir bajando su ritmo con lentitud. Sintió la somnolencia haciéndose lugar entre ellos, ya que tenían el clima perfecto para dormir, y sus músculos se adormecían segundo a segundo.

—Juntos —justo cuando creyó que sus ojos se cerrarían por sí solos, la voz del híbrido se escuchó. Kagome frunció levemente el ceño y esperó a que terminara de hilvanar su idea—. Juntos buscaremos la manera de salvarme.


Ufffff, bueno :3 Quería, tanto para mí como para ustedes, escribir y regalarles un capítulo con mucha carga emocional de las lindas, en medio de tanto drama. Un lemon (o lime, no sabría cómo definirlo, lo hice suave intencionalmente) liberador de todas las tensiones que han habido hasta el momento. El capítulo es largo porque necesitaba darles todo el contexto antes de pasar a lo candente. Espero que lo hayan disfrutado :3

Les confieso que me emocionó poder escribir un lemon/lime con Kagome vestida con ropa de la época actual jajaja me exaspera describir su traje de sacerdotisa, ok? ¡LO ADMITO! Y por si se lo preguntan, sí, Kagome seguía con la misma ropa del final del manga/anime, pero SE BAÑÓ, OK? SOLO PASARON DOS DÍAS. (xd)

Ahora bien, es necesario advertirles esto. Esta historia la catalogué como angst/tragedia por una razón. No es mi idea hacer un fanfic romántico esta vez, por lo que el final tiene más pinta de ser agridulce que totalmente dulce o perfecto :( Es para que vayan haciéndose la idea, a pesar de que aún no tengo definido un desenlace específico.

Quiero agradecerles SUS PRECIOSAS REVIEWS! Son lo que me impulsa a seguir siempre, y las amo con todo mi corazón. ¡MUCHÍSIMAS GRACIAS POR SU APOYO! De verdad!


Manu: ¡Hola! :3 Muchas gracias por tu review! Respondiendo a tus preguntas, soy de Argentina n.n y no puedo darte ese regalo porque no estoy interesada en escribir algo así D: Si vi que hay un manga de HNY, por el momento, parece ser mejor desarrollado que el animé. Y no, no vi Maison Ikkoku ni Lum aún c: En fin, gracias por tu review!


Con amor, Iseul.