¡Holaaaaaaaaa! ¿Cómo estáaaan? Tanto tiempo T_T DISCÚLPENME, de verdad, sé que me tardé horrible. 2 meses y 2 días para ser exacta... pero realmente estuve muy bloqueada. De hecho, me costó escribir y terminar este capítulo, no porque fuese difícil, sino porque me estuvo costando mucho concentrarme en escribir. Pero no quería dejar que pasara más tiempo... así que hice mi mejor esfuerzo. Espero que lo disfruten mucho!
Intentaré volver al ruedo y publicar más seguido como antes. Extrañaba mucho hacerlo. ¡Gracias por todo el apoyo! Los amo.
Nos vemos en las N/A al final :3
Proyección
6 meses después…
Inuyasha y Kagome decidieron unir sus vidas y sus almas en una modesta pero muy preciosa ceremonia un par de semanas después de la boda de sus amigos, Sango y Miroku, convirtiendo en realidad la afirmación que el medio-demonio le hizo a la señora que les había brindado hospedaje, y reafirmando la promesa que se habían hecho en aquel momento:
Aprovechar cada día, juntos.
Y los días fueron pasando. Juntos vivieron la noticia de que la exterminadora y el monje serían padres, y la alegría poco a poco iba predominando entre ellos. Ambas parejas construyeron sus hogares ayudándose mutuamente, Inuyasha continuó trabajando junto a Miroku. Kagome se despojó de su vestimenta del futuro para darle lugar a su traje de sacerdotisa y comenzó su entrenamiento con la anciana Kaede, y Sango empezó a prepararse para ejercer su labor de madre, ya que solo le quedaba menos de la mitad del camino para conocer a su futuro hijo o hija. Todo parecía encaminarse, todo parecía ir por donde debía… salvo por una cosa.
La maldición de Inuyasha.
Medio año había transcurrido desde aquella noche en que el hanyō de ojos dorados por fin había tomado la decisión de buscar la manera de salvarse. Medio año en el que habían ocurrido muchas cosas, bastante buenas de hecho, pero ninguna que implicara un verdadero avance en cuanto a la situación del híbrido. Era lo único que no podía permitirles a ambos vivir una felicidad plena. Kagome no dejaba de pensar en lo diferentes que serían las cosas si el tiempo no estuviera contado y si no tuvieran que buscar desesperadamente una manera para revertir esa situación; probablemente ellos también podrían iniciar una familia como sus amigos, preocuparse nada más por vivir cada día, uno al lado del otro… pero no podían considerar nada de eso hasta no resolver ese asunto y, odiaba tenerlo en cuenta, pero tenía que ser consciente que ni siquiera estaba asegurado que lo lograrían.
Quizás no, y tendría que despedirse de Inuyasha en dos años y medio; la peor pesadilla que podía penetrar su mente.
Pero también tenía que pensar que, si su ahora esposo no hubiese hecho eso, ella no estaría aquí. Ella no sería su esposa, ella no lo habría besado, ella no se habría entregado a él en cuerpo y alma como lo hizo…
Ella hubiese permanecido tres metros bajo tierra, sin ningún tipo de oportunidad. Entonces… ¿Por qué se sentía tan culpable cada vez que se relajaba por un momento? ¿Por qué sentía que cada segundo era extremadamente valioso como para «perderlo» en algo cotidiano? ¿Realmente debía sentirse así de enojada todo el tiempo? Si a fin de cuentas, solo gracias a Inuyasha se le fue permitido poder experimentar todo eso.
Por eso, luego de que lograran instalarse por fin, la sacerdotisa comenzó a mover los hilos. Empezó a hacer distintas preguntas que le dieran una idea de qué hacer, de qué camino tomar.
¿Quién le dio el dato de ese demonio? ¿Cómo hizo para invocarlo? ¿Cómo era? ¿Cómo se dio el pacto?
Que Inuyasha se haya tenido que besar con la demonio en cuestión fue un detalle que dejó pasar por alto, pero no pudo evitar sentir una pequeña molestia. Pero cuando se enteró que había sido nada más ni nada menos que Sesshōmaru, su cuñado, quien había proporcionado la información, se enfureció por completo. También se mostró incrédula cuando Inuyasha lo defendió ante los agravios provenientes de los labios de su esposa. Después de todo, él en realidad le estaba agradecido. Si su medio-hermano nunca se lo hubiese dicho, no sabría qué sería de su vida en estos momentos habiendo tenido que aceptar la muerte de Kagome sin peros.
«—Voy a tener una charla con él. Le exigiré que nos ayude a revertir esto. —sentenció la azabache, cruzándose de brazos, completamente decidida. El hanyō resopló. Sabía que iba a tener que lidiar con eso luego.»
Entre todos concluyeron que la mejor idea era encontrar a alguien más en la misma situación de Inuyasha. Alguien que estuviera cerca de cumplir su contrato, para saber qué pasaría, cómo, y así poder anticiparse. Si lograban salvar a esa persona, tendrían la respuesta para hacer lo mismo con el medio-demonio. Kagome puso todas sus esperanzas en eso y contactó con el anciano Myōga para que los ayudara a encontrar a ese alguien.
«—Este demonio dijo que era conocido en el otro mundo. Por alguna razón, quería mi alma, y no iba a esperar tanto tiempo para sacármela.
El problema vino cuando Inuyasha tuvo que dar el dato de que solo a él le habían dado tan poco tiempo. Que el resto recibía diez años por cualquier deseo que quisieran obtener.
—¿Cómo que diez años? ¿De qué hablas? —cuestionó Kagome. Su cuerpo entero pareció tensarse en ese instante. Su corazón arremetía fuerte contra su pecho y su respiración se empezó a volver errática.
—No pude obtener más que lo que me dieron. Ese fue el trato. —contestó el híbrido, sin más.
—Qué dices… —sonó la temblorosa voz de la sacerdotisa, encerrando sus dedos en un puño—. ¿Cómo? ¡¿Podías tener más?! ¡¿POR QUÉ ACEPTASTE ALGO ASÍ SABIENDO QUE PODÍAN DARTE MÁS?! —se oía desesperada y quebrada, luchando por no perder aún más el control. No quería entender por qué su esposo había aceptado algo como eso. En su mente, lo lógico era desistir o insistir en una mejor negociación.
—¡No estaba en posición de negociar, Kagome! Por poco y me dan solamente un año…
—¿Qué?
—¡Se iba a ir sin darme absolutamente nada! Créeme que preferí tres años a nada… —no sintió necesario volver a explicar que él habría aceptado ese maldito trato, aunque le hubiesen dado solo diez minutos de vida.
—Inuyasha… —los ojos chocolate de la miko se invadieron de lágrimas de un segundo a otro. Cada vez que se enteraba de algo nuevo, sentía que la cosa iba a peor.»
La búsqueda de dicha persona tardó más de lo esperado. No es como que fuera fácil encontrar a alguien que haya hecho esa clase de pacto y que estuviese en sus últimos días. Pero justo ahora, habiéndose cumplido medio año, el anciano Myōga volvió finalmente a la aldea, y parecía traer nuevas noticias.
—¡Anciano Myōga! —la sacerdotisa salió de su hogar exaltada y ansiosa por la visita de la pequeña pulga—. Dígame que ya encontró a alguien, por favor… —cada día en que no obtenían algo, era un día perdido. Al juzgar por la expresión que portaba el aludido, intuía que no venía con las manos vacías como las veces anteriores. Poco a poco, el hanyō, el monje y la exterminadora iban sumándose a la reciente reunión.
—Para fortuna de ustedes y para desgracia de él, sí. —contestó finalmente. Las facciones de Kagome se suavizaron, a la vez que sus ansias se calmaron, pero no lo suficiente. Aún quedaba saber el contexto.
—¿De quién se trata? —inquirió la castaña.
—Su nombre es Tatsuo. Sus tierras están a un día de viaje de aquí.
—¿Sabe que iremos? —esta vez hizo su entrada el monje de ojos azules.
—Aceptó su visita porque le dije que eran los únicos que podían ayudarlo.
Aquel dato no pasó desapercibido para el híbrido, quien rápidamente le dirigió una mirada cargada de incertidumbre mezclada con molestia.
—Myōga… no sabemos si seremos capaces de hacer eso. —molesto por las falsas esperanzas, y las promesas difíciles de cumplir. No lo conocía de nada, pero Inuyasha empezaba a reflejarse ligeramente en ese hombre que irían a visitar.
—¿Preferían perder esta única oportunidad por ser sincero? —ni corto ni perezoso, el anciano cuestionó con ingenio. Se vio obligado a hacer todo lo posible por cumplir con lo que le pidieron en pos de ayudar a su amo, así que, si debía mentir un poco para lograrlo, no se iba a cohibir.
Un silencio repentino se coló entre ellos, que de manera tácita le otorgó la razón a la pulga.
—¿Cuánto tiempo de vida le queda? —la miko hizo el esfuerzo de preguntar, aunque su voz haya sonado poco estable.
—Unos cinco días, como mucho. Así que, les aconsejo que preparen todo y viajen lo más antes posible.
Kagome agachó la cabeza y tomó aire al recibir y procesar las palabras de Myōga. Los demás simplemente se miraron entre ellos.
Solo cinco días. Solo eso tenían para encontrar una respuesta.
Ya con todo finalmente preparado, la azabache se tomó unos minutos para poder despedirse apropiadamente de la única que no podía acompañarlos en ese viaje debido a su estado.
—Sango… ¿Estás segura de que estarás bien? —inquirió, colocando una mano sobre el hombro de su amiga mientras le regalaba una mirada compasiva. Sentía que la estaba abandonando en medio de su embarazo, y peor aún, que era la culpable de dejarla sin su esposo por unos días, pero realmente necesitaban que el monje vaya con ellos.
—Tranquila, Kagome. Estoy segura. No serán muchos días y algo de soledad no me vendría mal. Aprovecharé para ponerme al día con algunas cosas. —contestó la castaña con una sonrisa cálida y sincera. Entendía la situación a la perfección, y quería hacer todo lo que estuviera a su alcance para ayudar. Para nada le molestaba que tuvieran que irse—. Además, la anciana Kaede estará cuidándonos. —tras pronunciar estas últimas palabras, llevó ambas manos a su pequeña pero abultada barriguita para acariciarla con dulzura. La escena enterneció a la sacerdotisa, al punto tal que no pudo contenerse de abrazarla con mucho cariño. Inmediatamente, la exterminadora le devolvió el gesto.
—Cuídate mucho. —murmuró la joven de ojos chocolate al cerrar sus ojos.
—Ustedes también. Realmente deseo… que lo salven.
No hacía falta especificar a quién; salvar a ese hombre, o salvar a Inuyasha... una cosa significaba la otra. Lo único que quería es que eso se hiciera realidad.
Tras un día de un tenso viaje, el hanyō, la sacerdotisa, el monje y la gata demonio llegaron a las tierras de las cuales el anciano Myōga les había hablado; vastas, llenas de verde y con construcciones del más alto nivel, pudieron observar de todo lo que era dueño el moribundo hombre que los estaba esperando, y se dieron una idea de cuál podría haber sido el deseo del mismo. Sin embargo, eso era lo que menos importaba. Sus diez años llegaban a su fin y en lo único que debían enfocarse era en buscar la manera de evitar su muerte. Kagome era consciente de que esto podría convertirse en un gran paso y avance para ellos, como también podía ser un simple vistazo a un futuro desgarrador que no lograrían cambiar. No era fácil hacerse la idea de que iban a conocer a alguien que, si no encontraban solución, podría ser Inuyasha en un par de años. La cabeza de la azabache no dejaba de dar vueltas en ese pensamiento, por lo que se sentía demasiado nerviosa y alterada. La ansiedad estaba haciendo un hueco en su pecho, que engrandeció al ser finalmente recibidos por quien parecía ser la esposa de este hombre, lista para contarles todos los detalles.
—Que ustedes estén aquí nos da muchas esperanzas. No hay nada que quiera más que mi adorado esposo se salve de esta enfermedad. —comentó la mujer luego de darles la bienvenida a su vistoso y gran hogar. Su larga cabellera, negra y brillante como la noche, caía cuidadosamente sobre sus delicadas prendas, difíciles de ver en las aldeas aledañas. Era joven, y poseía facciones muy bellas, pero su rostro no hacía más que reflejar una profunda tristeza.
—Haremos todo lo que esté a nuestro alcance, señorita. —contestó el monje amablemente, pero con una presión que se instaló en su corazón tras escuchar esas palabras. ¿Esperanzas? Se lamentaría demasiado si nada de esto salía como esperaban.
—¿Podría… comentarnos los síntomas? Es decir… cómo comenzaron, cualquier dato nos… ayudaría mucho. —Kagome soltó aquella pregunta como si al hacerlo miles de agujas rasparan contra su garganta. Para ser sincera, no quería saberlo, tendría que estar loca para querer indagar sobre eso. Pero sabía que debía, sabía que los ayudaría, sabía que esta podía ser una única oportunidad. Inuyasha no pudo hacer más que mirarla, admirado por su fortaleza, porque acababa de hacer algo que ni él mismo se animaba a hacer.
La mujer no tardó en contestar.
—Él siempre ha sido un hombre sano, con mucha energía. Siempre nos ha cuidado y brindado todo lo que nuestro hijo y yo necesitáramos. —comenzó a relatar con una tenue sonrisa—. Pero todo pasó tan rápido… De una semana a otra, se vino abajo. Comenzó a toser sangre y a debilitarse como nunca antes. No sé qué clase de enfermedad sea, pero actuó demasiado rápido… —con la sonrisa desvanecida y la voz llena de angustia, ella continuó. La tensión era visible en las posturas corporales del híbrido y el monje con cada palabra pronunciada clavándose en su interior y generándoles una imagen mental de lo más deprimente. —Lo más extraño de todo son las cortadas en su piel. Llegué a pensar que se había vuelto loco y él mismo se las provocaba para luego negarlo, pero… Lo vigilé una noche entera, él no hizo nada. Cuando despertó, estaba repleto de ellas y perdía muchísima sangre. Creí que moriría en ese instante. —Kagome sintió que, si escuchaba algo más, vomitaría en ese instante, y no por asco, sino por la horrible sensación que se había formado en su estómago de imaginar que quien tendría que atravesar todo eso sería la persona que más amaba en el mundo. Su mente quiso perderse y divagar para no seguir exponiendo sus oídos a todo eso. Disimuladamente, echó vistazos alrededor y dio con una puerta que parecía ser la de la habitación donde tenían a ese hombre. Lentamente, caminó hasta allí.
—Pero si resistió hasta ahora, tiene que ser por algo… Les ruego que lo salven. Mi hijo apenas tiene diez años, no puede perder a su padre tan pronto… —era cuestión de tiempo que la esposa comenzara a llorar casi desesperadamente delante de quienes se suponía que venían a ayudarlos.
Mientras Miroku intentaba consolarla e Inuyasha simplemente permanecía estático, la sacerdotisa encontró la puerta semiabierta, y sabía que estaba a punto de hacer algo que no haría estando en sus cabales, porque sería considerado descortés. Pero no pudo con su curiosidad, no pudo con su terrible miedo de que todo lo que estaba relatando esa señora sea verdad. Tenía que verlo con sus propios ojos, tenía que encontrar algo que le dijera que esa mujer estaba exagerando, que no era tan así, que ese hombre…
Empujó la puerta y lo vio. Sus ojos se engrandecieron, y sus pulmones se cerraron y no dejaron que más aire entrara en ellos. Todo en ella permaneció inmóvil mientras confirmaba que sí.
Que todo era verdad. Que todo era más que una pesadilla que acababa de empezar.
Joder :( debe ser horriblemente duro para todos, pero más para Kagome... ¿Cuál creen que haya sido el deseo de este hombre? Ya dejé algunas pistas jejsj.
Perdón si sienten que este capítulo no está a la altura de los demás. No quise estancarme en dar más detalles, sino simplemente en ponerlos al día y en contexto. Es más como un capítulo de transición para lo que viene. De todas formas, espero que lo hayan disfrutado :3
Vuelvo a disculparme por la demora. Les agradezco profundamente a DAIKRA y GabyJA por animarme a continuar, por hacerme sentir ganas de escribir nuevamente y traerles la actualización que más me ha costado. Las amo mucho!
MUCHÍSIMAS GRACIAS por sus BELLAS REVIEWS! Las estaré respondiendo en breve a todas, GRACIAS, ME HACEN MUY FELIZ! :3
Con amor, Iseul.
