Capítulo 10.
Múnich.
"FOTOS EXCLUSIVAS DEL ENTRENAMIENTO A PUERTAS CERRADAS DEL BAYERN MÚNICH", rezaba el encabezado de la última edición de Sport Heute. "EL ENTRENADOR SCHNEIDER VA CON TODO EN ESTA TEMPORADA".
El hombre dejó la taza de café a medio terminar sobre el escritorio, junto a la edición de Sport Heute que su primer asistente le había hecho llegar. Se sentía en parte molesto y en parte divertido ante el atrevimiento que demostró mademoiselle Shanks de publicar las fotografías que tomó en el entrenamiento al que entró sin ser invitada. Eso sí, no se podía negar que las fotos eran estupendas, el entrenador estaba sorprendido de que, aún con el traje de Berni puesto, Elieth hubiera sido capaz de capturar imágenes tan buenas.
Rudy Frank Schneider llevaba dos temporadas como entrenador del Bayern Múnich, después de su etapa como entrenador de la selección alemana sub-19 con la que no consiguió ganar el título mundial (el cual obtuvo Japón, para variar), pero a pesar de la desastrosa derrota contra Brasil en las semifinales, el hombre había recibido todo el apoyo por parte de la Federación Alemana de Fútbol para que continuara como entrenador de la selección, a pesar de lo cual él decidió renunciar para aceptar volver al Bayern, ya que antes de capitanear a la selección juvenil de Alemania, mucho antes de eso, Rudy Frank ya había sido entrenador del equipo de Múnich, así como también lo fue del Hamburgo (en donde tuvo su gran tropiezo como entrenador, al pelearse con una de las estrellas del equipo, lo que a la larga ocasionó que el hombre acabara cargando bultos en el puerto de Hamburgo); casualmente (o tal vez no tanto), Rudy Frank casi siempre había estado al mando de los equipos en los que su hijo jugó activamente. El hombre no sabía si esto se debía a que el destino le marcaba que debía guiar a su hijo en el camino que había decidido recorrer y que era el mismo que él había seguido anteriormente, o si simplemente los directivos de los equipos en los que ambos habían estado se dieron cuenta de que ellos dos hacían una muy buena dupla de padre e hijo. Rudy Frank era un buen entrenador, no, más que eso, era un entrenador excepcional, con una visión que pocos tenían, en gran parte debido al hecho de que había sido un buen jugador, de los que marcan épocas. A pesar de esto, Rudy Frank sabía bien que su hijo estaba destinado a desplazarlo, a ser mejor que él.
Karl Heinz era bueno, muy bueno; había comenzado a brillar desde una temprana edad, llamando la atención de los cazatalentos deportivos y ganándose el sobrenombre de "el Káiser", un apodo que había sido usado por uno de los más grandes futbolistas alemanes de la historia, lo que demostraba el enorme potencial que todos veían en él (al menos, al fin habían dejado de llamar a Karl Heinz como "el hijo del entrenador chapucero", apodo que le otorgaron cuando su padre tuvo problemas con uno de sus futbolistas, en las épocas en las que era entrenador del Hamburgo). Rudy Frank sentía orgullo al pensar que su hijo superaría sus hazañas, que él sería el tipo de jugador que marca no sólo una época sino el estilo de toda una nación, y el papel que desempeñaría el hombre en la vida de Karl sería el de su mentor, su mayor entrenador. Por eso había aceptado, en parte, la oferta del Bayern, sabía que los próximos años serían determinantes en el futuro de Karl Heinz y él quería estar presente, tenía que estar presente. Por otro lado, también deseaba conquistar como entrenador los títulos que había obtenido como jugador, y la Bundesliga y la Champions League estaban entre ellos. Rudy Frank valoraba el instinto nato de su hijo, y había hecho caso de las sugerencias que él dio para las nuevas contrataciones del equipo (lástima por el fallo en conseguir al portero), así como las técnicas especiales que estaban poniendo en práctica en el torneo, pero en esta ocasión, por primera vez, el entrenador llegó a dudar que su hijo estuviese actuando con cordura.
Media hora antes, Rudy Frank había recibido la visita de su primogénito, en una entrevista que el entrenador ya se había visto venir. Cuando Karl Heinz vio las fotos y el reportaje de mademoiselle Shanks, lo primero que hizo fue ir a buscar a su padre para preguntarle su opinión al respecto, no podía esperarse otra cosa, y Rudy Frank no tuvo reparos en decirle lo que pensaba.
- Lo que verdaderamente tengo ganas de hacer es demandar a la reportera.- respondió el hombre, con una expresión carente de emoción.- No sólo se introdujo sin permiso a nuestro entrenamiento y tomó fotografías sin mi consentimiento, también robó la botarga de nuestra mascota.
- No puedes estar hablando en serio.- Karl lucía genuinamente sorprendido.- ¡Verdaderamente estarías cometiendo un error si lo haces! Y estrictamente hablando, no se robó la botarga, la devolvió al irse.
- Ya lo sé.- suspiró Rudy Frank, apesadumbrado.- Tanto lo de la botarga como que demandar sería una mala idea. Ya me lo dijeron los abogados: al parecer, mademoiselle Shanks tiene razón al decir que su padre es el embajador de Francia y demandar a su hija podría causar un conflicto internacional con el gobierno alemán, con todo y que esa mocosa se comportó muy mal. Además, ella podría alegar que tiene inmunidad diplomática y con eso se zafaría del problema.
Karl rió ante la entonación que su padre le dio a la palabra "mocosa", pues más que molesto, Rudy Frank sonaba auténticamente divertido. El entrenador le echó un vistazo a la fotografía enmarcada que se encontraba en su escritorio, en donde se podía apreciar a una versión más joven de sí mismo acompañado de su hermosa esposa, de un Karl de aproximadamente dieciséis años, y de su hija menor, Marie, los cuatro muy sonrientes frente a una flamante casa nueva. Esa foto había sido tomada el primer día que los Schneider llegaron a Múnich para comenzar una nueva vida, afortunadamente los cuatro juntos, tras un año de vagar en la incertidumbre. Había pasado mucho tiempo desde ese entonces, pero Rudy Frank todavía tenía (y tendría para siempre) las cicatrices de las heridas que se causó en su época de cargador de bultos del puerto de Hamburgo, en esa etapa de su vida en donde la fortuna le dio la espalda. Ahora, sentado frente a su escritorio con parte de su promisoria descendencia frente a él, Rudy Frank daba gracias porque sus mayores preocupaciones en esos momentos eran una joven indiscreta y un portero excesivamente orgulloso, en vez de la aterradora posibilidad de no seguir encontrando trabajos que le permitieran sacar adelante a su familia.
- Pero también es cierto que está sentando un mal precedente.- continuó el señor Schneider, enfocándose en el presente.- ¿Qué sucederá si algún reportero llega a descubrir cómo se consiguieron esas fotos? No quiero a múltiples Bernis pululando por el campo en busca de reportajes. Ni a mascotas de otros equipos, dicho sea el caso.
- Lo mismo pensé yo, así que hablé con Lily al respecto.- respondió Karl, de inmediato, echando una mirada fugaz a la fotografía de su familia.- Ella me ha asegurado que Elieth se siente particularmente avergonzada por lo que tuvo que llegar a hacer para conseguir colarse en nuestros entrenamientos, de manera que duda mucho que lo vuelva a repetir, o que le cuente a alguien cómo obtuvo esas fotos.
- ¿Y eso bastará?.- el hombre seguía albergando sus dudas, pero cambió el gesto al ver la expresión molesta de Karl.- Algo tenemos que hacer con respecto a esa muchacha, o volverá a tratar de colarse para conseguir otro reportaje.
- ¿No has escuchado el dicho que dice: "Si no puedes contra tu enemigo, únetele"?.- cuestionó Karl.
- ¿Qué es lo que tienes en mente?.- Rudy Frank se recargó en su asiento.
- Darle las exclusivas del equipo a esa mocosa.- respondió Karl, tomando el ejemplar de Sport Heute.- No puedes negar que las fotografías que tomó son muy buenas.
- Sí, lo son.- admitió el hombre.- Pero eso ya lo sabíamos, que la chica es buena fotógrafa. ¿Eso, y la amenaza de un bombardeo por parte de Francia, son suficientes motivos para convertirla en nuestra "reportera oficial"?
- ¿No crees que exageras un poco con lo del bombardeo?.- Karl soltó una carcajada honesta.
- Si el padre es igual a la hija, y por lo que sé, es así, creo que hasta me estoy quedando corto.- gruñó el entrenador.
- En todo caso, sería una razón más que válida.- el joven futbolista dejó de reír y puso una expresión seria.- Pero no es sólo eso, su artículo, a pesar de todo, nos favorece y mucho, casi hasta parece como si le hubiésemos pagado para que hablara bien de nosotros. Si le damos las exclusivas podríamos controlar lo que deseamos que escriba y evitaremos una nueva incursión no deseada, tanto de ella como de otro reportero que por algún motivo llegara a descubrir su técnica. Si anunciamos que estamos dándole la exclusiva de los entrenamientos a una revista, frenaremos a las demás.
- O los azuzaremos más.- replicó Rudy Frank, quien enarcó las cejas en un gesto dubitativo.- Aunque tu idea funcionase, ¿estás seguro de que ella es la indicada? Pensé que esa joven no te agradaba, no hacen más que pelear en cuanto se ven. ¿Quién me garantiza que no van a pasarse discutiendo todo el tiempo? Podría ser que tengas razón en lo que mencionas, hijo, pero opino que sería mejor traer a otro corresponsal de Sport Heute en vez de a frau Shanks.
- Ella no me agrada para nada.- replicó Karl, de inmediato. Una vocecilla en su mente le gritó que era un mentiroso, pero él la mandó callar.- Pero vuelvo al punto de que sus fotografías son impecables. No estamos seguros de si otro reportero tomará imágenes de igual calidad, aunque trabajen para la misma revista. Te daré mi palabra, no discutiré con la señorita Shanks en el tiempo que ella esté aquí, me mantendré apartado el mayor tiempo posible. Y estoy seguro de que Elieth es la mejor opción, hemos visto su trabajo y, por mucho que me moleste admitirlo, tiene una reputación intachable. No cualquier reportero habría logrado mantener el secreto de nuestra técnica especial durante tanto tiempo.
- Bueno, eso es verdad.- aceptó Rudy Frank.- Temí ver un reportaje especial sobre esa técnica el lunes siguiente al día en que la perfeccionamos, mucha fue mi sorpresa al ver que Sport Heute decidió pasarlo por alto. Está bien, déjame pensarlo, y te diré después mi decisión.
- Muy bien, papá.- Karl hizo el ademán de marcharse.- ¿Crees que ocasionaría una guerra nuclear entre Francia y Alemania si le obsequio a frau Shanks un disfraz de Berni?
Rudy Frank contestó con una carcajada.
Pero a pesar de lo que su hijo le había dicho, Rudy Frank no se sentía plenamente convencido de darle las exclusivas del equipo a Elieth Shanks; su instinto le decía que Karl Heinz no tenía por ella un interés meramente profesional. El entrenador tomó la fotografía enmarcada de su escritorio y contempló a sus dos hijos, tan jóvenes y llenos de vida y suspiró. Karl Heinz nunca se había mostrado muy interesado por una mujer hasta antes de conocer a mademoiselle Shanks, pero también era cierto que él ya no era un niño, y que de cualquier manera, por muchos intereses personales que hubiera de por medio, el joven siempre había buscado el bienestar general del equipo, incluso por encima del suyo.
Mirando la fotografía, Rudy Frank se dio cuenta de que su hijo, a pesar de parecerse a él, poseía unos rasgos más finos que los suyos, influencia de la herencia de su madre. El hombre se preguntó si la incapacidad para negarle algo también le vendría de ella.
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Hamburgo.
El equipo Hamburgo recibió en el Imtech Arena a su rival de la cuarta jornada de la Bundesliga, el Stuttgart. A pesar de jugar en casa, el Hamburgo no pudo llevarse el triunfo debido a que el arco del equipo contrario fue fuertemente protegido por Dïeter Müller, el Gigante de Acero, el guardameta titular de la selección de fútbol de Alemania. El récord de ese hombretón había sido impecable tanto en la Bundesliga como con la selección, teniendo sólo la mancha de ese 5-0 contra Brasil en la semifinal del mundial sub-19 jugado en Japón, llegando a considerarse como uno de los mejores guardametas del mundo y una futura promesa del fútbol alemán. Hacía mucho tiempo que Wakabayashi no se enfrentaba a él (Japón y Alemania no llegaron a verse las caras en el mundial sub-19), por lo que tenía la curiosidad de saber si su antiguo rival había conservado sus habilidades, y Genzo constató con gusto que Müller seguía teniendo todo a su favor para convertirse en una leyenda.
"¡Y en el partido del Hamburgo contra el Stuttgart…", bramó el entusiasta comentarista, "… ni el Súper Great Goal Keeper Wakabayashi, ni Dïeter Müller, el Gigante de Acero, cedieron un gol, por lo que el marcador termina empatado a cero!".
Al finalizar el encuentro, ambos porteros se acercaron para saludarse y presentar sus respetos. Müller estaba perfectamente enterado del asunto que traía Wakabayashi con el Bayern (al igual que todos los futbolistas de la Bundesliga), por lo que no pudo evitar sonreír al hacerle un último comentario.
- Tu próximo adversario es el Bayern Múnich, Wakabayashi.- dijo.- ¡Véncelos! Si ustedes ganan se reactivará el torneo, y así el Stuttgart también tendrá una oportunidad de ser campeón.
- Ya veo.- Genzo sonrió a medias y después señaló a alguien que tenía a su espalda.- La ventaja es que contaremos con un jugador clave para ese partido. Durante el encuentro de hoy sólo hizo una aparición, pero ya se ha recuperado y tiene también la intención de ganar. ¿Cierto, Kaltz?
Hermann Kaltz, mascando con parsimonia su eterno palillo de dientes, se acercó con paso diligente a los dos porteros.
- Sí, así es.- junto a los guardametas, el joven parecía un Gulliver en la isla de los gigantes.- El jugador que se entrega más en el campo en realidad soy yo, Kaltz, maestro de obras.
- En ese caso, no necesitan que les desee suerte.- Müller sonrió a su compañero de selección.- ¡Derroten al Bayern y rompan con su racha ganadora!
- No necesitas ni decirlo.- Kaltz también sonrió.
"El Hamburgo pasó todas las pruebas", pensó Genzo, mientras se dirigía a los vestidores. "Schneider, el próximo partido será todo un reto para nuestros equipos invictos. Es para este solo partido que me entrené desde antes del comienzo del campeonato. Nosotros ganaremos el duelo contra el Múnich. ¡Este partido es el más importante del principio de temporada!".
- La Bundesliga acaba de comenzar.- dijo Kaltz, dándole alcance a su compañero de equipo.- ¡Pero si el Bayern no nos detiene seguiremos con nuestro impulso! En este partido se los vamos a demostrar, Gen-san.
- Así será.- sonrió Wakabayashi, seguro como nunca.
"Prepárate, Schneider. Hasta aquí llegó tu racha de invicto".
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Múnich.
Stefan Levin se preguntó durante cuánto tiempo más tendría que seguir resistiendo el acoso de esa mujer. Sus compañeros de equipo seguían tomándoselo a broma, pero a él comenzaba a resultarle molesto. Seguramente Débora Cortés era una buena chica, Lily así lo aseguraba, pero también era cierto que resulta ser un tanto… asfixiante. O "entusiasta", de acuerdo a palabras de Sho, pero resultaba que a él no lo acosaba cada que podía, así que tal vez por eso se lo tomaba tan a la ligera.
- Si tanto te molesta, deberías hablar con ella directamente.- le dijo Lily, cuando Stefan acudió a verla.- Deb no es una mala chica, sólo es muy extrovertida. Si tú le pides que te deje en paz, seguramente lo hará.
- No quiero causarme un lío con ella, es tu amiga y hay una alta probabilidad de que en algún momento me la vuelva a encontrar.- replicó él.- Será muy incómodo para todos cuando eso llegue a pasar.
- No tiene por qué ser así, no vas a ser grosero con Débora, sólo le vas a pedir que te deje en paz.- Lily frunció el ceño.
- Aun así, temo que se lo vaya a tomar a mal.- insistió Levin.- Además, en cierto modo es responsabilidad tuya porque tú la invitaste a venir.
- Hablas como si te hubiera traído una plaga, ¿no crees que estás exagerando?.- protestó Lily, ciertamente molesta.- Es mi amiga, no es una loca cualquiera… Bueno, sí, está un poco deschavetada pero eso no la hace una mala persona.
- ¿Deschavetada?.- Stefan enarcó las cejas.- No entiendo.
- No importa.- Lily hizo un gesto de fastidio con la mano.- Hablaré con ella, pero lo mínimo que se esperaría de ti es que le pidas de una manera cortés y decente que por favor te deje de acosar.
El sueco admitió que Lily tenía razón. No hablaría bien de él el que dejara que sólo Lily se encargara de ponerle un alto a su amiga, Stefan también debería decirle un par de palabras, cuando menos: hablar con Débora, aclararle que se sentía halagado (¿Lo estaba? Sí, un poco) por su interés pero que él no tenía deseos algunos de iniciar una relación por… ¿Por qué razón, exactamente?
De inicio, Stefan creyó que su justificación era que el fútbol profesional era demasiado absorbente y que eso le quitaba tiempo para mantener cualquier relación. Él no era el único en tener esta mentalidad, también Sho, Schneider y algunos otros de sus compañeros la compartían, de manera que era perfectamente normal que Levin no quisiera involucrarse en una relación amorosa que seguramente se iría por un tubo debido a sus múltiples compromisos. Sin embargo, en esos momentos Sho intentaba tener algo serio con Nela, a pesar de lo mucho que él se quejó de que el tiempo no le alcanzaba para conseguirse una novia. Cuando Stefan le preguntó por qué había cambiado de parecer con respecto a tener pareja, Sho le contestó que el amor es algo de lo que el ser humano no puede escapar para siempre, por más ocupado que esté, y que prefería intentar ser feliz a pesar de los problemas que arrepentirse después por no haberlo hecho. Schneider le había dado la razón, asegurando que si él encontraba a una mujer que lo hiciera sentirse vivo, seguramente haría lo mismo que Sho, tener una relación con ella por más ocupado que estuviera. Levin se sentía ciertamente incómodo ante el cambio de pensamiento de sus amigos, pero ninguno entendió la razón. Sin embargo, el sueco sabía que muy seguramente sus compañeros de selección, Frederick, Brolin y Larsson, sí comprenderían el por qué Stefan se negaba tanto a encontrar el amor.
Cuatro años atrás, Levin había perdido al que él consideraba como el amor de su vida.
Ella se llamaba Karen Katherine y era, tal vez, la chica más dulce que Suecia hubiese tenido el honor de ver nacer. Ella y Levin se conocieron de niños y se hicieron novios cuando ambos eran adolescentes, pero a pesar de su corta edad él estaba seguro de que quería pasar con ella el resto de su vida. Cuando ambos tenían diecisiete años, Levin le propuso matrimonio, no importándole que los familiares y amigos de ambos pensaran que ellos eran muy jóvenes. Karen aceptó casarse con él, y ambos forjaron el sueño de ser felices en Colonia, en Alemania, ciudad en donde Stefan jugaba con su equipo de ese entonces, el FC Köln. Sin embargo, Karen falleció después de ser arrollada por un autobús cuando se apresuraba a llegar al partido de su novio, tras haberle pedido a la estatua de una virgen* que protegiera a Stefan de las lesiones y que ayudara a su equipo a salir victorioso. Antes de morir, Karen le pidió a su prometido que cumpliera su sueño de ser el mejor jugador del mundo, dejando a Stefan sumido en la más profunda tristeza, un sentimiento que más tarde habría de convertirse en una rabia sorda contra el mundo. Había pasado mucho tiempo desde entonces, pero gracias a sus compañeros de la Selección Sueca, a su entrenador, a la mejor amiga de Karen, Sherry, y, había que decirlo, también gracias a Tsubasa Ozhora, Stefan había conseguido salir del túnel oscuro por el que comenzó a transitar tras la muerte de su prometida.
Sin embargo, a pesar de que se recuperó y dejó atrás su odio y amargura (con lo cual su estilo de juego cambió, para bien, ya que antes Levin se dedicaba a lesionar jugadores a diestra y siniestra), Stefan decidió cerrar, casi inconscientemente, el paso a su corazón. Él creía que después de Karen no habría otra mujer que pudiera hacerlo sentir vivo, el joven estaba convencido de que sólo existía un amor destinado a él, y ese amor había sido Karen, de manera que estando ella muerta no tendría caso perder el tiempo intentando encontrar a alguien que la sustituyera. Stefan incluso llegó al extremo de ignorar los sentimientos de Sherry, quien fuese la mejor amiga de Karen y que ahora lo era de él; el joven no ignoraba que Sherry se había enamorado de él, pero Stefan no conseguía verla como algo más que una amiga, pues estaba firmemente convencido de que nunca podría llegar a amarla, no como había amado a Karen, de manera que prefirió hacer caso omiso de las señales que ella le enviaba, y utilizó el consabido pretexto del futbolista profesional ocupado para ir poniendo distancia, esperando que el tiempo le hiciera ver a Sherry que él no era para ella. Y así había sido desde entonces con cualquier otra mujer que se interesara por él, Stefan siempre había sabido mantener a las chicas alejadas, sin darles motivo de esperanza… Por lo menos, hasta antes de la aparición de la Dra. Cortés.
"Es como si no lo entendiera, o como si no le importara", pensó Stefan, pasándose una mano por el pelo. "Claramente le he demostrado que no estoy interesado, pero eso a ella parece no interesarle".
Una voz interior, la cual se parecía mucho a la voz de Sherry, le cuestionó a Stefan el por qué no estaba interesado en volverse a enamorar. Karen había muerto cuatro años atrás, y a él le esperaba toda una vida por delante, ¿de verdad pensaba que podría pasarse tantos años sin sentir algo especial por alguien? Ese alguien no tendría por qué ser forzosamente Sherry (aunque, ¿quién mejor que ella, considerando que había sido tan cercana a Karen y sería, tal vez, la otra única persona en el mundo con la que podría compartir sus recuerdos de ella? Bueno, no, probablemente no sería tan buena idea, considerando que existía la alta posibilidad de que Levin viera a Karen a través de Sherry, en vez de verla sólo a ella), pero sí podría ser alguien más. ¿La doctora Cortés? No, ella no, sin dudarlo, era demasiado empalagosa y Stefan no la conocía lo suficiente, pero sí podría ser otra mujer.
La mente del joven le daba vueltas a estos pensamientos mientras se acercaba a las dos amigas de Lily, las cuales, para variar, se encontraban en Säbener Straße; Nela debía estar ahí por Sho, por mucho que asegurara que iba a ver a Lily, y Débora… Bueno, ella había ido a ver a Levin, casi seguro.
- Ésta es una buena oportunidad como cualquier otra.- se dijo Stefan, entre dientes, parafraseando a Shakespeare.- Si ha de hacerse, que se haga con premura.
Débora se sorprendió mucho cuando Stefan le dijo que tenía que hablar con ella; habitualmente él se mantenía apartado y no hablaba mucho, por lo que cualquier cosa que el joven quisiera decirle seguramente se trataría de algo verdaderamente importante. De lo que la joven no se sorprendió fue de que Stefan le pidiera que dejara de buscarlo tanto, porque su presencia afectaba su concentración. Débora tenía que reconocer que él fue muy cortés: no usó la palabra "acoso", pero ella podía leerlo en sus ojos. Levin se limitó a decir que él no se sentía preparado para conocer chicas y salir con ellas, y que deseaba enfocarse exclusivamente en su carrera profesional. Débora sólo pudo pensar en que los ojos azules de Stefan reflejaban una enorme tristeza oculta.
- De acuerdo.- dijo ella, muy tranquila.- Discúlpame si te he molestado, no era ésa mi intención, sólo quería conocerte mejor, pero entiendo que tú prefieras mantener tu espacio. Espero que no te moleste que venga a ver a Lily de vez en cuando.
- Claro que no, yo no tengo derecho a prohibirte eso.- Stefan se sintió inexplicablemente cohibido.- Puedes venir cuando quieras, o acudir a nuestros partidos, no tengo por qué oponerme.
- Menos mal, comenzaba a gustarme esto de apoyar al Bayern, realmente son un buen equipo.- Débora sonrió levemente.- Bueno, gracias por aguantarme un rato, fue un placer conocerte.
Stefan estuvo tentado a ofrecerle la mano, pero consideró que sería un gesto que estaría de más porque, al fin y al cabo, él y Débora no eran ni siquiera amigos. Pensando en si debería añadir alguna otra cosa, estuvo a punto de desearle suerte cuando fue interrumpido por la llamada de auxilio de un hombre que salió de un pequeño cubículo ubicado en un lugar relativamente cercano a donde se encontraban ellos.
- ¡Ayúdenme, por favor!.- gritó el hombre, haciendo grandes aspavientos.- ¡Creo que mi mujer va a tener a nuestro hijo!
Nela, Sho, Débora y Stefan intercambiaron miradas entre sí y después se acercaron al hombre que gritaba; los dos futbolistas lo reconocieron como Roland, uno de los encargados del área de almacén de Säbener Straße. Según recordaba Stefan, la esposa de Roland, Ula, estaba embarazada de ocho meses… O quizás de nueve, a juzgar por lo que su marido gritaba. Cuando los cuatro jóvenes llegaron al cubículo, descubrieron a Ula apoyada contra el escritorio de su marido, respirando entrecortada y agitadamente, cubierta de sudor.
- ¿Qué sucede?.- preguntó Débora, mirándola con fijeza.
- Mi mujer vino a traerme el almuerzo y sus dolores empeoraron.- musitó Roland, apretándose las rollizas manos.
- Creo que mi bebé ya va a nacer.- gimió la mujer.- ¡Ayúdenme, por favor!
- ¿Cuándo comenzó con las contracciones?.- Débora se acercó a ella y le puso una mano en el vientre.
- Hace como hora y media, pero no les di mucha importancia.- respondió Ula, aguantando el dolor.- Mis otros cuatro hijos no nacieron tan rápido.
La joven doctora se mordió el labio inferior; siendo éste su quinto embarazo, a Ula sólo le haría falta estornudar para sacar al bebé cual balón de sóccer disparado por cualquiera de sus dos futbolistas acompañantes. Debido a que la señora había tenido cuatro partos previos, era normal que el quinto avanzara tan rápido y sin tanto aviso como los primeros.
- Voy a llamar una ambulancia.- manifestó Roland, pálido como la cera.
- No hay tiempo.- negó Débora; había visto ya el líquido transparente que escurría por las piernas de la mujer, formando un charco en el piso.- Este bebé va a nacer ahora.
- ¿QUÉ?.- gritaron Sho, Stefan, Nela y Roland a la vez.- ¡Tienes que estar bromeando!
- De ninguna manera.- negó Deb.- Si de algo sé es de partos, y sé que éste no va a aguantar a llegar al hospital.
- Al menos llevémosla al área médica.- dijo Stefan.- Está mejor equipada que este cubículo.
- Cambié de opinión: no voy a llegar.- Ula hizo un enorme esfuerzo para no pujar.- No puedo dar ni un paso más… ¡Este bebe viene YA!
- Ayúdenme a acostarla.- pidió Débora. De inmediato, Sho y Stefan se acercaron para apoyar a las mujeres, recostando a la embaraza sobre una alfombra un tanto raída que se encontraba frente al escritorio de Roland.
- ¡No puede tener a ese bebé aquí!.- exclamó Sho, tan pálido como Roland.- ¡Tal vez tú sepas algo sobre partos, pero nosotros no!
- ¿Tienes alguna mejor idea?.- Débora lo miró fijamente. Acababa de revisar a la mujer y se dio cuenta de que el bebé prácticamente ya estaba coronando.- A menos que quieras que lo tenga a medio camino, lo mejor es prepararla para que dé a luz aquí.
- ¡Háganle caso a esta mujer, por el amor de Dios!.- Ula soltó un chillido.- ¡No aguanto más!
- No se preocupe señora, está usted de suerte.- le dijo Nela, con una sonrisa tranquilizadora.- Mi amiga, aquí presente, es ginecóloga, y es la mejor de Alemania.
- ¿De verdad?.- la cara de Roland mostró un profundo alivio. Su mujer trató de decir algo, pero el dolor la hizo soltar un gruñido ininteligible.
- No estoy segura de si soy la mejor de Alemania, yo me conformaría con decir que la mejor de Múnich.- rió Débora, mientras palpaba el vientre de la mujer.- Pero tengan la seguridad de que he atendido más partos que cualquiera de los demás que están aquí. De cualquier modo hay que avisarle a Lily y al cuerpo médico para que vengan a ayudarme, y hay que traer una ambulancia para que lleven a la señora y al bebé al hospital a que les hagan una revisión.
- Yo iré a buscar al Dr. Stein.- manifestó Roland, ansioso por ayudar.
- No, usted quédese para darle apoyo a su mujer.- ordenó Débora. A pesar de estar en una situación difícil, ella comenzó a sentir la adrenalina correr por sus venas en un vigoroso estímulo, lo que la puso de buen humor.- Levin, ¿podrías encargarte de eso? Llama una ambulancia primero, y después busca al cuerpo médico, por favor.
- Por supuesto.- Stefan no dudó en obedecer a la chica, la única que parecía saber lo que estaba haciendo.
- Sho y Nela, necesito que me consigan algunas cosas: toallas o sábanas o algo que absorba, un balde con agua y, de ser posible, guantes y algo con qué lavarme las manos.- pidió Débora.- Sé que tal vez les pido algo imposible de conseguir, pero espero que puedan encontrar algo parecido por ahí.
- No hará falta buscar mucho, estamos cerca del almacén.- respondió Sho, sonriendo levemente.- Si Roland nos presta sus llaves sacaremos lo que nos pides.
El hombre se apresuró a entregarle su juego de llaves a Sho; Nela dudó entre seguirlo o quedarse a apoyar a su amiga.
- ¿Estarás bien tú sola?.- preguntó la inglesa.
- Sí, no te preocupes.- Deb sonrió.- Consígueme lo que necesito, sólo no se tarden mucho besuqueándose, por favor.
- ¡No vamos a besuquearnos!.- exclamó Nela, sonrojándose a más no poder.
Sho ya iba rumbo al almacén, pero Débora alcanzó a escuchar su risa.
Roland trataba de darle ánimos a su mujer, aunque parecía que a ésta le hubiese dado lo mismo si su marido hubiese estado ahí o bailando en los anillos de Saturno; sin embargo, Débora no estaba preocupada por eso, sabía que a las parturientas les daba igual si el esposo las acompañaba en esos momentos tan dolorosos, pero el haberle dado una labor específica a Roland lo había tranquilizado, que era lo que Deb esperaba. No quería tener a un marido corriendo como desquiciado ni, mucho peor, a uno desmayado en el suelo.
- Ya llamé una ambulancia y Lily ya está enterada de lo que sucede.- dijo Stefan, poniendo una mano en el hombro de Deb.- Viene hacia acá con una camilla y el Dr. Stein. ¿Necesitas algo más?
- Sí, un cojín o algo qué ponerle debajo de las caderas para que resulte más fácil el parto.- respondió ella.- ¿Alguna idea?
- Veré qué encuentro.- respondió él, dando vueltas por el cubículo. Regresó en menos tiempo del que Deb esperaba, con un par de cojines que encontró en la silla de Roland.- ¿Esto te sirve?
- Sí, y mucho.- Débora ayudó a poner los cojines debajo de Ula.- Ahora necesito un objeto filoso con el que pueda cortar el cordón umbilical, y algo con qué amarrarlo para que no se desangren ni el bebé ni la madre. ¡Ah! Y también requiero algo que me sirva para aspirar al bebé, tal vez una pajilla, un popote o similar.
- Yo tengo una navaja.- Roland soltó la mano de su mujer para meterse la mano al bolsillo de su pantalón y entregar el objeto a Levin.- Y sobre mi escritorio hay un jugo de los de caja que traen una pajita de plástico para beber, espero que eso sirva para el bebé.
- Perfecto, ahora sólo me falta algo con qué amarrar el cordón.- comenzó a decir Débora, pero Stefan ya se estaba quitando las agujetas de los zapatos de fútbol, para después entregárselas a la chica.- Con esto servirá, gracias.
Nela y Sho regresaron del almacén con un cargamento de toallas, así como una cubeta llena de agua y un jabón de los que se les dan a los jugadores para bañarse en los vestidores. Débora cortó las agujetas de Stefan en cuatro trozos e higienizó la navaja lo mejor que pudo con el agua del cubo y el jabón; después se lavó rápidamente las manos y se las secó, tomando posteriormente una toalla para amarrársela como si fuera el mandil de un carnicero. Ya se había hecho a la idea de que su ropa iba a quedar arruinada, pero aun así trataría de evitar el mayor daño posible. Débora se sorprendió mucho cuando Nela le ofreció un par de guantes de látex para exploración médica y algunas sábanas desechables y compresas.
- Al parecer, el almacén también guarda los insumos del equipo médico.- sonrió la chica.- Lástima que no pude encontrar otra cosa que te sirviera más.
- Eso es tener suerte. No te preocupes, con lo que me han traído bastará.- manifestó Débora, mientras se colocaba los guantes; Nela y Stefan se apresuraban a poner más toallas debajo del cuerpo de Ula, por encima de los cojines.- Bien, estamos listos. Vamos, señora, ha llegado el momento. Tengan preparadas unas toallas para cuando nazca el bebé.
Daba la impresión de que Ula no hubiese aguantado más. A pesar de todo, Débora no pudo evitar notar la ironía de la situación, en México era bastante normal, por desgracia, que hubiesen partos clandestinos en los hogares o a plena calle por falta de camas o por falta de prevención de las madres, pero que eso ocurriera en Alemania le parecía bastante chusco. Sho, Levin y Nela observaron cómo la mujer de Roland prácticamente expulsaba al bebé en cuestión de segundos; la psicóloga ya había entrado a partos anteriormente (más por gusto que por necesidad), de manera que ya estaba acostumbrada, pero para Sho y Levin fue toda una novedad.
- Creo que voy a vomitar.- manifestó Sho, pálido.- Esto del nacimiento es lo más asqueroso que puede existir en la vida. ¿De dónde sacaron eso de que es un "hermoso" milagro? Será un milagro, ¡pero de hermoso no tiene nada!
- No exageres, aunque tienes toda la razón.- Débora sonrió mientras ayudaba al bebé a nacer.- El parto es un evento bastante sucio.
- Asqueroso es la palabra.- gruñó Sho, en voz baja.
- Guarda silencio.- Levin le dio un codazo para que se callara, sin quitar la mirada de la escena que tenían delante.
Cuando el bebé nació, Débora se apresuró a amarrar el cordón umbilical con los cuatro trozos de agujeta y después lo cortó con la navaja, dejando dos amarres del lado de la madre y dos del lado del niño. Posteriormente tomó el popote de plástico, lo introdujo con delicadeza en las fosas nasales y en la boca del bebé y aspiró, cuidando a su vez de no tocar las secreciones con su propia boca; ella sintió un inmenso alivio cuando la recién nacida, pues se trataba de una niña, soltó un fuerte berrido. Nela ya había comenzado a limpiar al bebé lo mejor que podía con una de las gruesas toallas blancas del equipo cuando al fin aparecieron Lily y el Dr. Stein, seguidos por un par de enfermeros que llevaban una camilla.
- Nos haremos cargo del bebé.- dijo Lily, tomando a la niña de los brazos de Nela para comenzar a estimularla. Al menos la castaña había tenido tiempo de colocarse una bata desechable encima de su bata blanca.
- ¿Está bien mi bebé?.- manifestó Ula, agotada.- ¿Qué es, niño o niña?
- Creo que estará bien, aunque habrá que llevarlo al hospital para darle antibióticos preventivos, vacunas y demás.- contestó Lily, quien ya había visto los amarres del cordón hechos con agujetas.- Pero decir el sexo del bebé siempre es honor del ginecólogo.
- Tuvo usted una niña, señora.- dijo Débora, sonriente también.- Muchas felicidades.
Roland y Ula se miraron, mitad llorando y mitad riendo, compartiendo esa felicidad agridulce que sienten los padres que han sobrevivido a un parto difícil. Débora cubrió a Ula con más toallas limpias, mientras los enfermeros trataban de subirla a la camilla portátil, ayudados por Stefan. Lily y el Dr. Stein ya habían acabado de limpiar a la bebé y la habían envuelto en una toalla, pero a pesar de eso la pequeñuela comenzaba a presentar los síntomas del enfriamiento.
- Está afectándole el frío, hay que trasladarla lo antes posible al hospital.- ordenó el Dr. Stein a los enfermeros.
- Necesitamos algo más con qué calentarla.- dijo Lily, preocupada, cargando a la recién nacida.
- Quítate tu chamarra.- le pidió Nela a Sho, sin pensarlo. Éste la obedeció sin rechistar y se la ofreció al Dr. Stein.
Cuando la ambulancia llegó, Ula ya estaba cuidadosamente envuelta en toallas y sábanas desechables, con su bebé recién nacida envuelta en la chamarra deportiva de Sho. Los paramédicos ayudaron a los enfermeros a subir a la mujer y a su hija al vehículo para llevarla al hospital.
- Hecha en el Bayern Múnich.- comentó Sho, quien había recuperado su color y su buen humor.- El primer bebé nacido en Säbener Straße.
- Esa niña será una gran fan, ya desde ahora viste una chamarra oficial del equipo.- manifestó el Dr. Stein, sonriente.- O quizás llegue a ser una gran futbolista, uno nunca sabe.
- Sí, pero, ¿por qué tenía que ser mi chamarra?.- protestó el chino; Lily soltó una risilla a su lado.
- Porque eres un buen hombre, Sho Shunko.- respondió Nela, con una sonrisa dulce, haciéndole sentir a él que todo había valido la pena.
Roland subió a la ambulancia cuando su mujer estuvo bien acomodada, y Débora hizo el intento de hacer lo mismo, pero fue detenida por Stefan.
- ¿Te irás con ellos?.- preguntó.
- Claro. Después de todo, ella es mi paciente.- contestó la joven.- Debo terminar lo que empecé, pero en un área adecuadamente equipada para eso. Los veré después.
En el hospital, Débora se hizo cargo de Ula y del bebé, acabando lo que comenzó en Säbener Straße; después de asegurarse que su paciente estaba cómodamente instalada en su habitación, y de saber que la bebé estaba siendo convenientemente atendida por el servicio de Pediatría, la residente de ginecología se dio un largo baño en el cuarto de residentes, cambiando su manchada blusa ("Ni modo, tendré que tirarla al contenedor de residuos biológicos, no tiene remedio") por ropa de repuesto que siempre tenía en su casillero para emergencias. Antes de marcharse del hospital, la joven pasó a ver a Ula, quien esos momentos descansaba; Roland le contó a Débora que el pediatra de la niña había dicho que ella se encontraba bien y que, una vez que confirmaran que los estudios de laboratorio no tenían alteraciones, se las entregarían para que Ula le diera de comer.
- Le doy las gracias, doctora Cortés.- al parecer, Roland se había tomado la molestia de averiguar su nombre.- No sé qué habríamos hecho sin usted.
- No fue nada, sólo hice mi trabajo.- Débora se mostró humilde.- Me da gusto que todo haya salido bien.
- De verdad tuvimos mucha suerte de que usted anduviera por ahí.- insistió Roland.
- Bueno, eso puede agradecérselo al joven Stefan Levin.- replicó Débora, sin ápice de amargura pero sí con algo de tristeza.
- Estuve hablando con mi mujer.- los ojos de Roland brillaban; por fortuna, no notó la expresión triste que había cruzado a toda prisa por el rostro de la joven.- Ambos estamos de acuerdo en ponerle Débora a nuestra quinta hija.
Por respuesta, la chica soltó una risilla de complacencia, ruborizándose. Al salir del hospital, Débora pensó que, a pesar de la petición de Stefan de que lo dejara en paz, el día no había sido tan malo, pues había ayudado a traer una vida nueva al mundo y sin muchas complicaciones a pesar de que la situación había llegado a ser adversa. Tan absorta estaba en este pensamiento que ella no se dio cuenta de que alguien la seguía hasta que la persona en cuestión le puso una mano sobre el hombro. Al girarse, Deb descubrió con sorpresa que se trataba de Levin.
- ¿Qué estás haciendo aquí?.- preguntó ella, sorprendida.
- Después de lo que acabas de hacer, te mereces una buena cena.- respondió Stefan, con una sonrisa ligera. Se le veía tímido y ciertamente avergonzado, como si hubiese recordado las palabras que le dijo a la chica un par de horas antes, pero también con expresión de que estaba dispuesto a olvidarlas, aunque fuese por un momento.- Vamos, yo invito.
Por supuesto, ésa era una invitación que Débora no iba a rechazar.
Notas:
- *La versión en español que yo leí del manga Captain Tsubasa World Youth decía que Karen le rezaba a una virgen, pero en una versión en inglés vi que se trataba de la estatua de una diosa "soltera". Supongo que eso varía de acuerdo a la traducción del país.
- Las últimas palabras que le dice Kaltz a Genzo en el partido del Hamburgo contra el Stuttgart no se las dice en esa escena en el estadio, sino en el campo de entrenamiento del Hamburgo un día antes del juego contra el Bayern, pero las incluí en el partido contra el Stuttgart para poder obviar con toda intención la alusión que se hace a Tsubasa Ozhora en la escena original pues, aunque resulte irónico debido a que él es el protagonista de la serie, no tengo ninguna intención de incluir a Tsubasa en esta historia a menos que sea estrictamente necesario.
- Tengo entendido que Kaltz es de los pocos (sino es que el único) que le dice "Gen-san" a Genzo en el manga (ni siquiera Tsubasa le llama así), lo que indica el grado de amistad y confianza que hay entre estos dos. Sin embargo, como Kaltz es alemán, veo poco probable que le agregue el sufijo "san", a menos que lo haga como muestra de reconocimiento a la cultura de Genzo.
