Enemigo primordial
Capítulo 2
Una vez que bajaron del avión, ambas seimidiosas anduvieron por el aeropuerto de Nueva York hasta la salida. Como en el de partida, muchos espíritus de las tormentas pululaban entre los aviones, pero nadie parecía reparar en ellos, mejor así, porque si los mortales los vieran cundiría el caos. En eso estaba pensando Jamily cuando vieron a la comitiva del Campamento Mestizo esperándoles a la salida de la zona de desembarco, con una gran pancarta que ponía sus nombres, el símbolo del águila de Roma, y el del campamento griego. Recibiéndoles estaban Quirón, el centauro milenario en su sillita de ruedas, Argos, el conductor del coche del Campamento y vigilante de seguridad, y una semidiosa que ninguna de las dos oficiales romanas conocía. Era morena y de ojos castaños con algunas pecas, y llevaba la camiseta naranja del campamento con el Pegaso en el centro.
-Bienvenidas a Nueva York, chicas- dijo Quirón, afable, mientras les tendía la mano. Jamily le respondió al saludo y Hazel no dudó en darle un cariñoso abrazo al centauro, que no dudó en dejarse hacer, mientras paternalmente acariciaba la cabeza de la semidiosa.
-Venimos en misión diplomática, ¿recuerdas, Levesque?- bromeó ligeramente la otra, a lo que la aludida simplemente respondió separándose un poco de Quirón y sonriendo algo.
-Os presento a Marin Foreman, semidiosa griega- el director del Campamento Mestizo señaló a la joven que les acompañaba y que empujaba suavemente la silla de ruedas del centauro.
-¿Quién es tu padre o madre divino?- preguntó curiosa Hazel, pero la muchacha sólo suspiró- No lo sé, no me han reconocido aún, me temo…- comentó.
Jamily tuvo que intervenir al ver la cara de su compañera- Bueno, los dioses son algo olvidadizos con sus promesas, mírame a mí, llevo años de centurión y aún no me han reconocido- le dijo.
Marin sonrió ligeramente- En realidad es más divertido así, estar con los hijos de Hermes, que te pueden robar en cualquier momento o hacerte una broma pesada te mantiene alerta- aseguró.
Quirón simplemente escuchaba en silencio la conversación entre las tres semidiosas. Como personaje sabio que era, se le daba mejor oír que hablar, y le gustaba especialmente cuando era Marin la que hablaba. Su serenidad y capacidad de diálogo había evitado más de una batalla en la cabaña del dios mensajero, y muchas veces había intervenido en las constantes disputas entre los hijos de Ares y Atenea. No sabían quién era su progenitor divino, pero este tenía buenos motivos para sentir orgullo por su hija mortal. Aunque, como bien dijo Jamily, los dioses suelen preocuparse más por otras cosas que por sus descendientes, a pesar de la promesa que les obligó Percy a hacer de reconocer a todos sus vástagos.
-Espero que vuestra estancia en nuestro Campamento sea de vuestro agrado, señoritas- comentó Quirón, ya en la zona de aparcamiento, donde esperaba el flamante coche que usaban para moverse por el mundo mortal.
Argos ayudó al director a montarse en el asiento del copiloto, y abrió las puertas para que las tres jóvenes se pudieran montar, para luego él mismo colocarse en el asiento del conductor. Condujo por las calles de Nueva York con facilidad hasta la zona de Long Island, donde se desviaron para tomar la carretera que llevaba a la zona del Campamento griego. Jamily recordaba bien esa zona, la tuvo que estudiar en el intento de asedio cuando Octavio quiso acabar con los griegos, justo antes de la caída final de Gaia. Por suerte no llegó a correr la sangre de semidios por las laderas, por que hubiera sido una verdadera sangría. Los monstruos que había llevado allí ese loco habrían acabado con facilidad con todos los semidioses de ambos bandos, incluido el propio Octavio, y la victoria de los gigantes hubiera sido casi cosa hecha, con los dioses demasiado ocupados echándose en cara sus miserias y huyendo.
-Veo que el campamento está más lleno que nunca…- comento en ese momento Hazel, que tenía parte de la cabeza fuera por el hueco de la ventana.
Efectivamente, podían ver que en prácticamente todas las zonas del Campamento Mestizo estaban llenas de semidioses, algunos jugaban con los pegasos, otros montaban en canoa, o practicaban esgrima en grupo, o se dedicaban a correr de un lado a otro con bolsas en las manos. Desde luego, nadie parecía estar aburrido o sin nada que hacer ese día.
-Así es, este verano muchos han decidido venir aquí a pasar sus vacaciones, más de lo habitual, a decir verdad- aseguró Quirón.
Sería Marin la que siguiera- Supongo que en parte ha influenciado la noticia de que iba a venir una delegación romana oficial, eso debió animar a muchos a venir- les dijo.
Las dos semidiosas romanas sonrieron un poco, y se mantuvieron en silencio hasta que llegaron a la zona cercana al árbol que protegía el Campamento, donde se situaba el Vellocino de Oro, y hasta hace muy poco, también la hija de Zeus, Thalia, lugarteniente de la diosa Artemisa. Allí, se bajaron del coche, donde les esperaban dos de los semidioses griegos más conocidos de esa generación: Leo Valdez y Annabeth Chase. El muchacho era latino, de pelo moreno revuelto y ojos castaños que destilaban picardía. Por su parte, la chica era rubia de ojos grises, bastante más seria que su compañero, cosa que rápidamente comprobó Jamily ya que Annabeth en seguida posó su vista sobre ella, y la analizó de arriba abajo en pocos segundos.
-Semidioses, espero que las reuniones que se desarrollen aquí sean igual o hasta mejores que las que se hicieron en la Nueva Roma- habló Quirón, ante la cierta tensión entre las dos semidiosas.
-Eso espero yo también. ¿Cuándo será la primera reunión? Estoy algo cansada del viaje- dijo Jamily, retirando por primera vez su vista de Annabeth.
Seria esta la que respondió- Si os parece bien, esta noche haremos una fiesta para celebrar vuestra llegada, y ya mañana a primera hora comenzaremos las reuniones- propuso.
Hazel asintió y sonrió, conforme. Como ese plan le parecía bueno, Jamily también asintió. Quirón sonrió, Annabeth a veces era bastante intransigente, cosa que se compensaba con Leo, que era justo al revés. Era una conjunción extraña, pero efectiva, al menos cuando estuvieron en territorio romano.
-Por cierto, pensaba que los principales líderes romanos eran los pretores, Reyna y Frank- comentó entonces la hija de Atenea.
Jamily sonrió de medio lado- Los pretores son los legisladores, y los principales líderes de la república. Me temo que no podían abandonar Nueva Roma, tienen demasiado trabajo que hacer, y sus funciones son personalísimas- respondió.
Leo frunció ligeramente el ceño- ¿Qué significa eso? Ni que tuvieran que estar encadenados- bromeó. Hazel le dio un ligero golpe con el pie.
-Significa que no pueden delegar funciones. Al fin y al cabo, son los representantes, elegidos por la gente- le respondió.
Leo se quejó del golpe pero no tomó represalias, no por que no quisiera, sino por que Annabeth le lanzó una mirada fulminante para que se portara. A ojos de la rubia, no era momento de bromas. Quirón asistía a esa escena con aparente calma, pero se alegraba que hubiera buena sintonía. No por nada tres de los cuatro habían compartido misión.
-¿Pasaremos la noche en la Casa Grande?- preguntó entonces Hazel, cambiando de tema. A eso sería el centauro el que respondiera, mientras caminaba a paso lento a su lado.
-Así es. Ahora sois diplomáticas, no unas semidiosas más. Merecéis un trato de honor, así se determinó al principio- contestó.
-Ya entiendo por que en la Nueva Roma nos metieron en la zona donde vivían los pretores…- comentó entonces Leo- Nos lo dijeron al principio, Leo- añadió rápidamente Annabeth, rodando los ojos.
Este se paró unos segundos a pensar, mientras sus dedos jugueteaban con su cinturón portaherramientas y ponía el ceño fruncido, generando las risas de Hazel, así como una sonrisa traviesa en la otra semidiosa griega. Era evidente la complicidad que había entre ellos, cosa que alegró a Jamily, ya que eso facilitaría mucho las cosas. Poco más tarde, llegaron a la Casa Grande, y entraron al edificio. Para poder entrar, Quirón se colocó en su silla de ruedas de nuevo, y se movió con facilidad por los pasillos de la casa hasta su despacho, donde esperaba el Señor D y la cabeza de guepardo disecada viviente. El animal mordisqueaba unas golosinas, mientras el dios aparentemente leía una revista. Evidentemente esto no era así, pues estaba del revés, pero prefirieron omitir ese dato.
-Señor D, los representantes de la Nueva Roma han llegado- dijo Quirón, mientras se colocaba al lado de la mesa.
Este ni miró al centauro- Que bien…- murmuró simplemente- ¿A que hora llega el pedido?- preguntó.
Los griegos suspiraron, mientras Hazel miraba con curiosidad al dios, y Jamily simplemente contemplaba impertérrita como este no hacía ademán alguno por interesarse.
-¡Ave, Baco, dios del vino, la fiesta y la fertilidad! Nos honra con su presencia, y pedimos audiencia con usted- le saludó, juntando los tobillos en un gesto marcial y con la espada en alto.
El dios sí que reaccionó a este saludo, alzó el rostro, y sus ojos brillaron ligeramente de color morado, así como sus ropas, que pasaron de ser ropa hawaiana a una camiseta morada con un gorro de paja y un báculo con una piña en lo alto al lado.
-¿Quién eres, y como te atreves a llamarme por el nombre romano en el campamento griego?- preguntó, peligrosamente.
La muchacha no se amilanó- Formo parte de la delegación romana, señor. Hemos venido a afianzar la paz entre ambos campamentos, y deseamos contar con su beneplácito para poder realizar tan noble tarea- le respondió, solemne.
El dios, entonces, volvió a su forma griega, retomó la revista, y siguió con su actitud pasiva- Bueno, haced lo que os de la gana- dijo, simplemente.
-Señor, supongo que ya conoce a Hazel Levesque, es hija de Plutón- dijo tras unos segundos Quirón- La otra es Jamily Mendez, ambas son oficiales romanas, y….- el Señor D interrumpió en ese punto al centauro.
-¿De quien es hija Jumila?- preguntó. La aludida frunció ligeramente el ceño pero Annabeth le rozó el brazo ligeramente con un dedo y le pidió guardar silencio.
-No lo sé, señor. No me han reconocido aún- respondió la aludida. El dios entonces la miró callado, por unos segundos. Para sorpresa de todos, se le quedó mirando por unos segundos, con los ojos vidriosos extrañamente enfocados en ella y con mirada seria.
-Ya veo…- comentó- En fin, pasadlo bien, no os emborrachéis y esas tonterías. Ala, fuera- les dijo, mientras les despedía con la mano, deseando que se fueran cuanto antes.
Estos asintieron, y se marcharon de allí, mientras hablaban tranquilamente, aunque el dios pasó olímpicamente – como corresponde a alguien de su estatus – hasta que estuvo sólo. En ese instante, dejó la revista a un lado, tomó un dracma, y lanzó agua al aire para crear un arcoíris, e invocó a la diosa del arcoíris, Iris, para mandar un mensaje. Pagó su dracma, y comenzó la comunicación.
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Mientras, el resto estaban dando una vuelta por el Campamento, para mostrar a Jamily como era este, pues Hazel en parte ya lo conocía. Lo primero que visitaron fue la zona de las cabañas, un total de veinte cabañas se alzaban a lo largo de un semicírculo, donde en la zona central estaban las cabañas de los dioses principales del Olimpo, y otras tantas de varios dioses menores que contaban con hijos mortales, aunque seguramente hubiera muchos dioses menores con hijos, pero estos, una vez más, seguían sin cumplir en muchos casos el tener que reconocer a sus hijos. Visitaron algunas de las mismas por dentro para que vieran como eran por dentro, sobre todo la de Hermes, que estaba hasta arriba de gente, incluida Marin, que hizo un tour rápido por la cabaña. Después, pasaron a la zona de los establos de los pegasos, que relincharon al ver a los semidioses entrar.
-¿Habéis montado alguna vez?- preguntó Annabeth. Hazel alzó la mano- Lo más cercano fue una vez en la que Frank se transformó en águila gigante y yo volaba sentada en su grupa- dijo.
A eso la otra romana negó- No he tenido ese privilegio. Lo que tenemos en la Nueva Roma son grifos sobre todo, aunque Reya tenía su propio pegaso- les dijo.
Annabeth asintió, y acarició la crin de uno de los animales, pensativa. Iba a hablar cuando por allí aparecieron algunos campistas, y estos parecían furiosos. Uno de ellos tenía la camiseta totalmente manchada con pintura multicolor, mientras entre varios corpulentos hijos de Ares tenían agarrados a unos gemelos bien conocidos para los griegos.
-¡Annabeth, estos pesados hijos de Hermes no dejan de intentar robarnos cosas, y esta vez le hemos pillado con las manos en la masa!- le dijo.
La aludida se acercó. Los hijos del dios de la guerra se disponían a entregar a los hermanos Stoll, cuando estos se zafaron del agarre y salieron corriendo riéndose. Los otros rápidamente les siguieron, aunque cayeron al suelo por resbalarse con el suelo, que tenía un líquido sospechosamente lubricante formando pequeños charcos colocados estratégicamente en las zonas por donde pasaría cualquier persona normal.
-Esos eran Travis y Connor Stoll, hijos de Hermes, gemelos, y el azote del campamento. Son buenos líderes de su cabaña, pero unos bromistas natos. Vigilad que no os echen polvos picapica en la ropa, o cosas peores- les informó Annabeth.
Las romanas se miraron, curiosas- Imagino que esos dos les habrán intentado robar algo a los hijos de Ares, cayeron en una trampa puesta por estos, pero como siempre se han librado de cualquier castigo- comentó divertido Leo.
-En la Nueva roma algo así no pasaría…- murmuró Jamily. Eso llegó a oídos de la hija de Atenea pero esta no dijo nada. Era mejor evitar cualquier posible conflicto, pero su orgullo helénico fue superior a su sentido de Estado.
-En la Nueva Roma tendréis vuestro derecho milenario, pero nosotros preferimos arreglar nuestros problemas de otra manera- respondió, mientras andaban.
Y obviamente la otra tomó el guante- Ese derecho milenario, como tú le llamas, aún se estudia en Europa y es la base del derecho moderno de los países de ese lado del Atlántico, Annabeth- le dijo.
La chica sonrió de medio lado- Bueno, eso explica por que en EEUU tenemos otro sistema, cualquiera se fía de algo que tiene dos mil años y aún se aplica- ese contraataque no sorprendió a la otra, que rápidamente respondió.
-Cierto, nuestro sistema, pese a tener tantos años, es mucho mejor. ¿A quien se le ocurre basarse en las sentencias para hacer derecho? Por favor…- comentó. (1)
Annabeth no dejó mostrar que ese debate le empezaba a gustar- Nosotros al menos no tenemos ciento cincuenta millones de leyes que en la realidad no se aplican ni la mitad- aseguró.
Leo, Hazel y Marin no podían hacer más que observar como ambas semidiosas debatían intensamente sobre el tema, siendo incapaces de intervenir por no tener ni idea de esas cosas. Es verdad que en la Nueva Roma los soldados muchas veces estudiaban mientras estaban de servicio, y Jamily era un de esas personas. A ella no le había dado apenas tiempo, así que no había usado ese sistema, pero su compañera sí, y se notaba. Estuvieron así hasta que llegaron a la zona de las pistas de baloncesto, fútbol, tenis, y la arena de combate, donde en esos instantes se estaba dando un combate a espadas entre los hijos vivos de dos de los grandes dioses.
-Maldita sea, sesos de alga…- murmuró Annabeth, acercándose rápidamente. Percy Jackson luchaba ágilmente contra Nico Di Angelo, aunque el primero se encontraba en dificultades ante la inusitada fuerza del segundo, que tenía una gran vitalidad pese a su aspecto más de enfermo moribundo antes que de un sano adolescente.
Este se giró por unos instantes a contemplar a los recién llegados, cosa que el otro aprovechó para desarmarle y colocar el filo de su bronce celestial en la barbilla.
-Que conste que me han distraído…- murmuró, ante la sonrisa de suficiencia de Percy, que se mostraba orgulloso de su victoria.
-¡Hola Annabeth!- le saludó este, pero ella le recibió con un codazo- Te hacía en otro sitio, Jackson- le recriminó.
Este suspiró- Bueno, llegué hoy, pero como no te encontraba vine aquí, y aprovechando que estaba Nico…- la diatriba del chico fue cortada rápidamente por el otro muchacho.
-Me ofreció pelear, y acepté- dijo, simplemente. Por unos segundos posó su vista en Jamily, y cierta curiosidad brilló en sus ojos, pero no dijo nada, y se colocó bajo la sombra de algunos árboles.
Las dos romanas y Marin le imitaron, y contemplaron divertidos como la pareja discutía, hasta que ella le besó en la boca, el chico se quedó estático unos segundos, y después la acabó siguiendo hasta el resto.
-Este imbécil que tengo por novio es Percy Jackson. Te presento a Jamily Mendez, centurión de la 2ª Cohorte del Campamento Júpiter, y miembro de la delegación romana que ha venido en visita diplomática a nuestro campamento- le presentó.
Él le tendió la mano y ella se la estrechó, en un gesto cordial- Tú eres el famoso Percy, entonces. El hijo de Poseidón, y héroe griego que participó en la Profecía de los 7- dijo ella, a lo que el otro asintió.
-Así es. Yo… Bueno, no te vi en el Campamento Júpiter el poco tiempo que estuve por allí- dijo el chico, pero la otra le restó importancia.
-Normal, estabas demasiado atento a otras cosas, además al principio todos te debíamos parecer iguales- le dijo, a lo que Percy asintió.
-Le estábamos enseñando el Campamento. Esta noche celebraremos una fiesta de bienvenida, y mañana empezaremos las negociaciones- le indicó Annabeth.
-Aún le molesta que no fuera uno de los representantes griegos- intervino entonces Nico, divertido, mirando al otro mestizo.
Este hizo un mohín, lo que provocó las risas del resto- ¿Habéis ido a ver a la Oráculo?- preguntó entonces Nico, a lo que Annabeth negó.
-Supongo que la veremos para cuando estemos en la cena- intervino Marin- Ella me dijo que estaría fuera casi todo el día hasta entonces- añadió.
-Supongo que habláis de Delfos- comentó Jamily, a lo que los griegos asintieron.
Tras eso, siguieron con la visita, aunque de hecho poco quedaba. La última parada, según el plan de Annabeth, era visitar la cueva donde se pasaba el día pintando Rachel, la oráculo de la época moderna, pero si no estaba, prefería no entrar por si acaso. Por ello, decidieron ir al salón comedor, donde los sátiros, ninfas y demás ya ultimaban los preparativos para la gran cena.
-Si queréis daros una ducha antes de la cena, esta no empezará hasta dentro de media hora- la voz que oyeron era la de Quirón, que ya se encontraba por allí, poniendo orden entre las criaturas míticas del campamento, y organizándolas para que todo saliera a la perfección.
Con un asentimiento, el grupo se separó, y las dos oficiales de la Nueva Roma se acercaron hasta la Casa Grande, donde habían dejado su equipaje. Al no saber muy bien que debían ponerse, decidieron ponerse sus mejores galas de centurión, las mismas que llevaban en los desfiles que de vez en cuando hacían, y cuando se debían presentar ante los Pretores. Ante todo, protocolo.
-Son buena gente…- comentó Jamily, mientras se desnudaba para entrar a la ducha, ya en el baño.
Hazel, que se encontraba sentada en una silla con una toalla encima, asintió- Yo ya conocía a la mayoría, sí- respondió.
-El tal Nico era tu hermano, ¿verdad?- preguntó, a lo que la hija de Plutón asintió. Esta se había dado cuenta de como miraba a su compañera, acrecentando la sensación que ella venía sintiendo desde hacía tiempo.
Desde que la conoció, unos meses antes, había sentido cierta atracción por la otra semidiosa. No romántica, sino más bien un apego innato hacia su persona, que le había caído bien desde el minuto uno, así como buena parte de los legionarios con los que se había relacionado hasta que tuvo que partir de misión, pero con ella esa sensación iba a más. Para más inri, su hermano, a quien la compañía humana no suele agradar, parecía sentirse cómodo con Jamily al lado, cosa que nunca antes había pasado, con las excepciones de Percy Jackson y Will Solace. Claro que en caso de su amiga no debía ser atracción más allá de que también le caía bien, ya que su hermano era gay. En eso pensaba cuando notó que la otra chica salía de la ducha, ya tapada con una toalla, y con un gesto la invitó a ducharse también. Hazel asintió y rápidamente se introdujo en el plato de ducha, cosa que Jamily aprovechó para salir del baño y arreglarse. Secado el pelo, se colocó su armadura, que estaba resplandeciente, su mejor casco, y su espada dorada al cinto. De su bolsita de viaje, además, sacó la misiva diplomática que le había llevado a viajar hasta allí, tan lejos del que consideraba su hogar desde que tenía uso de memoria.
-Espero que todo vaya bien…- murmuró. La misión de Los 7 fue exitosa gracias al trabajo en equipo de griegos y romanos, y eso había sido una señal del que era necesario reestablecer los lazos de unión entre ambos grupos, y para eso no bastaba que unos pocos fueran amigos. Todos debían hacer un esfuerzo por encontrar puntos en común y llevarse bien, para así luchar juntos en los posibles conflictos que fueran a nacer en el futuro.
En eso estaba pensando cuando Hazel también salió del cuarto de baño, aunque en su caso ya estaba plenamente arreglada. Con una sonrisa, Jamily se levantó y se dispuso a salir, seguida de la otra. Abajo, esperaban ya Quirón y un muy aburrido Dionisio, que ni siquiera se había intentado arreglar y tener un aspecto mejor para la cena de gala que se iba a desarrollar. Juntos, se dirigieron al Salón Comedor, donde esperaban todos de pie, con las ninfas y los sátiros esperando a un lado para cuando iniciara el banquete. Tras un vigoroso aplauso, las invitadas y los dos directivos del Campamento se colocaron en su posición, y Quirón se disponía a hablar cuando el fuego central, que normalmente era usado para realizar las ofrendas a los dioses, se alzó de golpe una decena de metros hasta el cielo, pero sin aumentar su calor, cosa rara, desde luego. Todos los campistas se asustaron de eso, más cuando una figura salió del fuego, una con forma humana.
-Hestia…- murmuró Dionisio, atónito por lo que veía. La mujer era alta, de belleza helena, con el pelo negro rizado y ojos pardos. Su piel era ligeramente morena, y llevaba unas ropas sencillas pese a ser una diosa.
-Hola, amado sobrino- dijo esta, afable, mientras se acercaba. Según se alejaba, el fuego volvió a su tamaño normal- Me apenó el castigo de mi hermano hacia ti, pero desde luego era justo, espero que lo comprendas- le dijo, a lo que el otro giró el rostro, algo molesto, pero incapaz de rechistar a su tía.
-Noble Hestia, es un honor su visita…- murmuró Quirón, pero ella le detuvo con un suave gesto de la mano- Suelo venir al Campamento Mestizo y al Júpiter a menudo, pero… Vosotros no me soléis ver, me temo- dijo, eso sonó más a reprimenda que a otra cosa.
Pero en seguida mostró una cálida sonrisa, y se acercó a Marin Foreman, que estaba junto a los hijos de Hermes. Estos rápidamente le hicieron un hueco a la diosa, que se sentó junto a la joven. Antes de que nadie pudiera decir nada, sobre la testa de ella apareció un fuego vigoroso y cálido que resplandeció como una estrella, y que daba un calor sereno y regio a todos los presentes en su interior.
-Yo juré en la era mitológica no casarme o tener hijos, y durante siglos lo mantuve- comenzó. Por respeto, todos guardaban silencio, incluso los hermanos Stoll.
-Pero… Digamos que decidí romper ese juramento por una razón- dijo, mientras acariciaba afectuosamente el pelo de su hija. Marin miraba a la diosa con impresión.
-¿Cu-Cual?- preguntó, pero la diosa simplemente bajó ligeramente la vista- Delfos pronto os dará una profecía, pero antes, otra deidad debe reconocer a su hija- comentó, mientras miraba directamente a Jamily. Esta permanecía en silencio, analizando la situación.
Precisamente, y ante las miradas de todos, sobre la testa de la oficial romana apareció una granada brillante con seis pepitas y una rosa al lado, que iluminaban con fuerza la sala. Dionisio, pese a toda esa luz, no dejaba de mirar la figura que se observaba sobre su cabeza, atónito. Quirón, ante la mirada del dios, confirmó lo que él ya pensaba. Sólo un dios, mejor dicho, diosa, tenía la granada como símbolo: Persefone, reina del Inframundo, esposa de Hades, e hija de Demeter. Hestia sonrió al ver el símbolo de la diosa sobre la joven.
-Y ahí está- comentó- Vale, sí, las dos se supone que no hemos tenido ningún hijo mortal, yo ni siquiera debería tener hijo o hija alguno, pero es necesario. Lo que ví… Sólo así se podrá evitar algo tan terrible- les explicó.
La voz de la diosa, lejos de ser grandiosa, era maternal y dulce, lejos de lo que uno esperaría de la diosa olímpica más antigua, más si uno piensa en ella como una de las diosas más poderosas. Aún así, nunca destacó, nunca quiso poder, hasta cedió su trono por el presente Dionisio para evitar conflictos en la familia.
-¿Qué debemos esperar, gran Hestia?- preguntó Quirón, ligeramente tenso. En esos momentos era el único capaz de hablar. La diosa se apoyó ligeramente en la mesa, y pensó por unos segundos la respuesta.
-¿Recuerdas al semidios Dimestres, hijo de Hermes?- preguntó. El centauro se quedó pensativo, acariciándose la barba sin decir nada. Sería Dionisio quien respondiera.
-Yo estuve ahí el día que Zeus trajo su cadáver carbonizado, así que lo recuerdo perfectamente…- murmuró el dios, con el rostro bajado y especialmente serio.
-Ese semidios, pese a ser el hijo del mensajero divino, era capaz de usar el rayo sin siquiera pedir permiso a mi hermano. Eso, por supuesto, no le sentó nada bien, más si no era el primer mestizo en tener poderes que pertenecían a alguno de los ascendientes del dios en cuestión- les explicó Hestia.
Todos los semidioses permanecían en silencio. Cuando los dioses hablaban, los mortales callaban y escuchaban.
-Por ello, el rey del Olimpo tomó la decisión de restringir las líneas de herencia genética entre nosotros y nuestros hijos, con tres excepciones. Persefone, Artemisa, y yo misma no tenemos esas restricciones, y doy gracias por ello- aseguró.
Dionisio se atrevió a intervenir en ese momento- El Olimpo se… cabreará mucho, Hestia. Sobretodo Zeus, ya sabes lo maniático que se pone cuando algo se le va de control, y esto… Maldita sea, esto es algo que se supone no iba a pasar nunca- murmuró, se le veía realmente asustado.
Ante cualquier otro el dios de la locura se hubiera vuelto una alimaña de ira y rabia, pero no ante Hestia. La diosa sonrió de medio lado y se recolocó el pelo- Zeus será un dios poderoso, pero no puede controlar lo que todos hagamos. Además, él será el rey, pero yo soy la mayor, cuidé de los Olímpicos cuando estábamos en el estómago de Cronos, y he mantenido a la familia unida durante siglos. Dionisio, tu más que nadie sabe lo que he hecho por esta familia nuestra- dijo, con voz suave.
El otro asintió- Hemos ocultado nuestra descendencia por tantos años, sin reconocerlas, precisamente para protegerlas. Además, su poder tarda más en madurar, la hija de Persefone tiene 18 años y aún no ha demostrado poder alguno, y mi propia hija tiene cerca los 19 e igualmente no ha demostrado ninguna habilidad especial- les explicó.
-Zeus las hubiera matado sin contemplaciones de haberlas reconocido antes, pero ahora… Ahora no se atreverá a hacerlo- dijo, con una sonrisa pícara en el rostro.
Con eso, se levantó, y se acercó al fuego, con su hija de la mano. Con un gesto, pidió a Jamily que se acercara, cosa que la oficial romana hizo sin rechistar- Antiguamente Delfos me pertenecía, hasta que se lo cedí a Apolo para lograr calmar su sed de poder, como no- comentó- Eso me da ventajas, unido a mi poder sobre el tiempo heredado de Cronos, puedo ver lo que va a pasar gracias a que controlé al oráculo más importante- sus ojos entonces brillaron ligeramente como las llamas de la fogata.
-Rachel, oráculo, di tu profecía, por favor- pidió. En seguida, la adolescente, como un resorte, se levantó, y sus ojos brillaron de color verde. La voz de Delfos habló a través de su boca.
-Dos semidiosas imposibles
A Los 7 ellas se unirán
Héroes muertos y hechiceros
También lucharán
Y juntos, contra las fuerzas
Del enemigo primordial
Al que sólo podrán vencer
En perfecta unidad
Cuando acabó de recitar, Rachel volvió en sí y empezó a toser con fuerza. En pocos segundos empezaron a caer rayos en las inmediaciones del Campamento, pero ninguno llegó a tocar el interior, aunque estaba claro que el dios del rayo se encontraba furioso. Hestia, lejos de asustarse, miró al cielo y sonrió un poco, para luego mirar a los semidioses.
-La profecía es la que habéis escuchado. Yo la pude ver a través del tiempo, por eso me aseguré de que se pudiera cumplir. Seré una diosa que poco se inmiscuye en política, pero os aseguro que en esta ocasión era imprescindible. Ahora me tocará aguantar la reprimenda de mi hermano, pero le explicaré la situación. Y no temáis, porque si algún dios se atreve a haceros daño, me aseguraré de darle buenos motivos para replanteárselo- aseguró.
Con eso, se introdujo de nuevo en las llamas, dejando a unos atónitos semidioses que aún tenían que asimilar toda esa información. A lo tonto se habían metido en una nueva misión, y esto tenía pinta de ser tan sólo el inicio de lo que se planteaba como una de las mayores aventuras de la generación.
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(1) El sistema legal anglosajón, que es el usado en EEUU y en buena parte de los países de habla inglesa, se basa más en el uso de la jurisprudencia (las sentencias judiciales) que en las leyes, al contrario que el sistema europeo.
