Enemigo primordial
Capítulo 9
Les llevó un rato llegar una tienda de alquiler de vehículos, y aun así les costó convencer al chico que atendía al público, aunque en esta ocasión era un grupo mucho menor, pues solo estaban Percy, Aelita, Jamily, Magnus y Zia. Pero si llegan a un sitio un grupo tan variopinto y con cara de pocos amigos era normal el recelo del muchacho, que les dejó un coche viejo a un precio razonable.
Su destino era la actual España, a Emérita Augusta, la moderna ciudad de Mérida. Sería Percy el primero en conducir, luego Aelita, y así sucesivamente pues los demás no sabían conducir. Aunque no tuvieran carnet en regla ninguno de los dos, sabían manejar un coche y Zia ya se iba a encargar de hacer unos falsos por si la policía les paraba usando un hechizo de percepción. Aunque claro, teniendo en cuenta que en Estados Unidos se conduce por la izquierda, y que en Europa continental se va por la derecha, al hijo de Poseidón le costó en un inicio no chocarse por todos los lados, y no se estampó contra una furgoneta en la primera rotonda porque Zeus no quiso. Tras ese incidente y los gritos de pánico de los demás, el chico pidió calma y se centró en ir por donde debía, yendo por detrás constantemente de alguien, hasta llegar a la carretera.
-Percy, conduces como una ancianita, ¡Písale!- Magnus reía por la cara de enfado que ponía el aludido, y rápidamente aceleraba.
En cuanto hacía eso Zia le ordenaba frenar por que se estaba pasando de la raya, y golpeaba a Magnus en la cabeza para que no hablara más.
-Aelita, en cuanto lleguemos a una gasolinera te pones tú al volante, no quiero morir joven- Percy rápidamente le replicó.
-No hace falta, ya no le pisaré tanto- era en esos momentos cuando uno de los semidioses más poderosos del mundo ponía ojitos de pez.
Y cuando hacía eso, ya Annabeth había avisado que era demasiado mono para discutirle nada, así que Zia acababa cediendo. A Jamily aquello le resultaba por un lado gracioso, porque sería la típica conversación de amigos, y por otro lado triste, pues ella no contaba con demasiados amigos. Casi toda la gente que ella conocía o estaba muerta o vivía en Nueva Roma, donde ella casi nunca estaba por vivir en el Campamento, y allí los reclutas iban y venían. Muchos sobrevivían, es verdad, pero normalmente hacían sus amistades y no interactuaban con los oficiales, y ella no se llevaba demasiado con ellos. Prefería estar con las tropas a estar con los de su rango, algo poco común y que le había granjeado más de una pelea en su día con Octavio, y luego con Reyna. Ella aludía a que ella era centurión, no un colega de cantina, pero al final Jamily hacía lo que quería. Ser perro viejo tenía sus ventajas.
-¡Me abuuuuurrooooooo!- al rato la voz de Jack, la espada divina de Magnus, resonó por el vehículo- ¿Dónde está esa sexy espada, tío?- y se puso justo delante de Percy, tapando parte de su visión.
Aelita, que iba en el asiento del copiloto, la tomó de la empuñadura y la quitó de en medio, justo a tiempo para que Percy pudiera esquivar al coche que casi se lleva por delante- ¡Estúpida espada, casi nos matas!- gritó molesta.
A punto estuvo de lanzarla por la ventana, por suerte Magnus logró que entrara en razón y se la devolviera, jurando que no volvería a salir de su forma de runa. La chica de pelo rosa simplemente se cruzó de brazos, irritada. Desde el inicio había estado recelosa y parecía cabreada con el mundo, cosa que en cierta medida podían entender. Ella y su grupo se habían tirado casi toda su vida solos, alejados de sus padres y teniendo que sobrevivir en un mundo extremadamente hostil, sin un campamento de referencia, y en algunos casos incluso teniendo que vivir bajo el yugo de tiranos como era Perseo. Si a eso se le suma tener que meterse en una misión suicida de una gente a la que ni le iba ni le venía, que acababa de conocer, y a quienes consideraba el origen del mal mismo, era una mezcla perfecta. Se notaba a la legua que ella no quería estar allí, sino que era una imposición. Cuando le preguntaron, ella simplemente apoyó su cabeza en el cristal de la ventana pero no dijo nada. En ese momento se instauró un silencio algo incomodo que nadie se atrevió a romper hasta horas después, que Percy se detuvo en una gasolinera para descansar y estirar las piernas.
-¿Cuánto nos queda?- preguntó estirándose Zia- Pues no sé, igual llegamos de madrugada a España- respondió Aelita entonces.
Estaban a unos 100 kilómetros de la frontera aún, y les quedaban aún unas cuantas horas de viaje, pero iban a buen ritmo. Gracias a ir en coche no se habían encontrado casi con monstruos, de vez en cuando habían visto alguno pero de lejos y en bosques o fincas aledañas a la calzada, pero estos ni se habían fijado en ello. Los nórdicos habían dicho, sabiamente, que ir como humanos les hacía parecer humanos normales y no semidioses. La magia atrae a la magia, y aunque para cortocircuitar la cabeza de los mortales iba bien ser lo más mágicos posible, para pasar desapercibido para los monstruos lo ideal era justo lo contrario: aparentar ser humanos. Y no había nada más humanos que cinco adolescentes haciendo un viaje con un coche de alquiler por la costa francesa.
-Pues comemos y seguimos- Aelita entonces bajó del coche y fue hacia un bar cercano, sin esperar a los demás.
Los demás se miraron, tendrían que hablar con ella en algún momento, pero la dejarían por ahora. Cerraron el vehículo, y fueron tras ella. La vieron ya dentro del edificio, colocada en la barra y hablando con el camarero. Parecía estar bastante cómoda en esa situación, pues cuando acabó se dirigió hacía una mesa para seis, y se sentó. Los demás se aproximaron a ella, y la imitaron. Una vez que la camarera les apuntó la comanda, se instauró de nuevo un silencio tenso, que solo se cortaba por la respiración de ellos, y cuando Magnus mordisqueaba un poco las migas de su pan.
-Qué? ¿Pasa algo?- inquirió Aelita de pronto- Os habéis callado de pronto- añadió.
Jamily la miró -Eso te preguntamos a ti- la aludida la miró.
Frunció algo los labios. No le gustaba hablar de ella, no con desconocidos. Pero entendía que ellos eran sus nuevos compañeros, y que iba a pasar unos cuantos días con ellos, aunque le molestara. Así que decidió hablar, ¿qué podría perder? Carraspeó, jugueteó algo con la cuchara a su derecha, y comenzó.
Su madre humana era una embajadora francesa en los Estados Unidos, pero en unos días de vacaciones, en los que solía volver a casa, conoció a su padre, Dagda. De esa unión ella se quedó embarazada, el dios no volvió a dar señales de vida, y Anthea (así se llamaba) tuvo que volver a EEUU embarazada de dos semanas. Allí permanece hasta que tiene que tomar la baja, momento en el cual, vuelve a Francia, donde da a luz a una joven niña que es sorprendentemente parecida a su padre divino, aunque eso Anthea entonces no lo sabía, pensaba que era un cabrón más que se había divertido con ella y la había abandonado tras eso.
Meses después conocería a otro hombre, Waldo Schaeffer, con quien se acabaría casando cuando la pequeña Aelita tenía 5 años, y de quien obtuvo su apellido por petición de la madre. Así estuvieron hasta la muerte de Anthea en extrañas circunstancias cuando su hija tenía 7 años. A partir de entonces, la semidiosa sabría de su verdadera naturaleza, que le sería revelada por su padre adoptivo. Y si bien ella realmente le quería, prefería vivir sola y no dañar a nadie por su parte sobrenatural, que ya para ese entonces ella sabía que había sido la causante de que su madre muriera. Desde entonces y hasta hace pocos años ella vivió sola, primero en las calles y luego en el campo, hasta que conoció a Samuel, con quien se juntaría y poco a poco irían formando su grupo celta. Ellos eran su familia, y estaba dispuesta a todo por ellos.
-Me recuerda a Annabeth…- murmuró Percy. Por desgracia, esa era la tónica general para los semidioses, aunque estaba claro que la vida por allí era más dura.
-Lo malo es aprender por tu cuenta prácticamente todo. Somos muy pocos, y eso es bueno, pero también tiene sus cosas negativas, claro- les explicó.
Tenía sentido para ellos. Bueno, porque pocos tenían que pasar por una vida así de dura. Malo, porque estaban solos en eso, apenas había adultos semidioses, y sus familiares adultos rara vez podían cuidarles, bien por desinterés, o por ser incapaces de poder cuidarles como se suponía debían ser cuidados, aprendiendo de su cultura y sus dioses. Waldo, por lo menos, le mandaba dinero periódicamente, que ella compartía con los demás para poder estar cómodos. Habían acabado creando un micro campamento en la zona cercana a la costa atlántica, pero con esa misión actual tuvieron que desmantelar, aunque fuera temporalmente, su pequeño proyecto.
-Bueno, ahora no estaréis solos. Lo juro por Jupiter- Jamily entonces le tendió la mano. Aelita dudó, pero la acabó tomando en silencio.
Como compensación, los demás también contaron sus vidas, aunque fuera de forma superficial. Ya habían hablado en parte en veces anteriores, cuando había ratos muertos, pero eran tantos y tanta la información que dar y procesar, que muchas veces mezclaban cosas. Por eso venía bien recordar, y, cuando se volvieran a ver, contar sus experiencias.
-Por cierto… ¿Vosotros tenéis dinero? Porque yo tengo dólares sólo…- murmuró Percy. Aelita alzó una ceja entonces, pero antes de que dijera nada, Jamily se levantó entonces- Tranquilos, ya he pagado yo todo antes, cuando fui al baño- tomo sus cosas de la mesa y les miró.
Ella se hundió de hombros- Soy la oficial de mayor rango aquí, es mi deber. Vámonos- ordenó, girándose.
Para ese momento ya todos habían comido, y sólo quedaba Magnus tomando su postre, una manzana. Tuvo que levantarse pues los demás no hacían prisioneros cuando se movían, y salieron por la puerta. Fueron a su coche, y montaron de nuevo, momento en el que Aelita se puso al volante. En cuanto se sentó, sacó de una bolsa que llevaba unas pinturas azules, y para sorpresa de todos, pintó con los dedos el motor del aparato, mientras murmuraba palabras celtas.
-Mur sped, más velocidad- indicó Aelita, arrancando el coche. Pero este comenzó a dar tirones sin acabar de arrancar del todo, piso a fondo el embrague, y se detuvo. Probó de nuevo, y esa vez sí pudo moverlo sin incidentes, aunque los demás se habían asustado.
Fue entonces que ella demostró que no tenía nada que envidiar en pericia a un piloto de fórmula uno, pues manejaba el vehículo con facilidad, como si montara a caballo. Condujo con fluidez entre los coches, y aunque el velocímetro marcaba el tope al que podía ir el vehículo, era claro que iban bastante más deprisa de lo que podían ver. Todos estaban pegados a los asientos, pero no decían nada. Estaba bastante centrada en conducir y en no llevarse a nadie por delante.
-¿Qué piensas hacer cuando lleguemos a la frontera?- preguntó al poco rato Jamily. Ella no parecía tener intención de detenerse en ningún momento.
Aelita sonrió de medio lado- Ya veréis-
Aquello no les quitó demasiado el nerviosismo a los demás. Ella parecía estar demasiado cómoda en esa situación. O eso, o deseaba llegar cuanto antes a España y por eso le daba igual ir a la velocidad del rayo por la autopista. En cualquier caso, y para sorpresa del grupo, nadie les paró en ningún momento. Se fijaron en que ella parecía murmurar de vez en cuando, mientras las pinturas que tenía por la piel brillaban ligeramente. Debía estar usando magia, una muy potente o que sabía manejar sin problemas, dado que no titubeaba al hablar, y que se movía como un gato entre los coches pese a la velocidad. Sin duda era una chica llena de sorpresas. El único problema: si le aprietas, el coche consume más. Y claro, se acabó agotando la gasolina tras un par de horas.
-¿Lleváis dinero? Bueno, da igual- murmuró. Acabó entrando en una vía de servicio, y paró en frente de una de las estaciones de gasolina.
Fue entonces que abrió la tapa del depósito, y empezó a llenar. Los demás salieron del vehículo, Magnus temblando ligeramente y con un ligero tono amarillo en el rostro pero los demás estaban bien.
-Asumo que quieres acabar tú el viaje…- murmuró Percy, cruzándose de brazos. Ella no respondió, pero parecía poner una cara de diversión que ellos no supieron interpretar.
-Sí, si tengo que fiarme de una abuelita como tú, nos daría la madrugada- rio ella. Los demás, exceptuando el propio Percy, rieron algo. Este bufó y se cruzó de brazos, refunfuñando un poco.
Al menos ella ahora parecía de mejor humor- Voy a pagar, id entrando al coche- pidió.
Estos así hicieron, y la vieron entrar en la tienda cercana. Salió dos minutos más tarde, cargada con un par de bolsas que tendió a los que iban detrás. Eran unas bolsas de patatas y aperitivos varios, junto a un par de botellas de agua fresca, y refrescos. Para sorpresa de los demás, había incluida una botella de ron.
-Nunca se sabe cuándo habrá que desinfectar una herida, y nos servirá para animarnos llegado el momento- afirmó.
Los demás se miraron. Ella notó cierta desaprobación en sus ojos- No podré entrar en modo berserker si estoy sobria, para poder hacerlo necesito estar o medio borracha o drogada con setas, ¿qué preferís?- se notaba la molestia en su mirada.
Magnus iba a decir que uno de sus antiguos compañeros de cuarto, X, podía hacerlo sin estar en ese estado, aunque luego recordó que era Odín disfrazado, así que decidió ahorrarse el comentario. Aelita suspiró, mientras salía a toda prisa del sitio. En cuanto estuvo de nuevo en carretera el hechizo sobre el coche volvió a activarse, y condujo a toda velocidad, justo como antes, hasta las inmediaciones de lo que debía ser la frontera con España. Durante el trayecto no pudieron ver demasiado del paisaje por la alta velocidad, y aunque iban seguros de las habilidades al volante de la celta, lo pasaron mal cuando casi se queda encajada entre dos camiones portugueses que trataban de adelantarse en una cuesta. Cuando se vio con peligro de quedar aplastados ella pisó el acelerador a tope y le bajó dos marchas de golpe, así que el vehículo salió disparado, no sin antes ella proferir varios insultos más propios de un vikingo enfadado que de una joven del siglo veintiuno. Precisamente a los cuarenta minutos de salir ya se podía ver la parte de la carretera destinada al paso fronterizo.
-Supongo que nadie de los aquí presentes ha pillado pasaporte, si es que lo tiene hecho, ¿verdad?- preguntó entonces, mirando por el retrovisor.
Percy iba a decir algo, e incluso se llevó las manos a un bolsillo del pantalón, pero se quedó en silencio.
Aelita suspiró, y aceleró- Lo haremos por la vía divertida, entonces-
La sonrisa que puso les puso algo nerviosos. Jamily sabía que, con la Unión Europea, había libre movimiento entre los países miembros, pero la única que podía pasar por ahí sin pasaporte era la propia Aelita, a la que le bastaba con el documento de identificación francés. Los demás, al ser todos estadounidenses, y Zia, que era egipcia, lo necesitaban obligatoriamente. De haber ido en otras circunstancias seguramente hubieran caído en ese detalle, pero no fue el caso. Aun así, por la actitud de la celta, no parecía dispuesta a parar. Al contrario, aceleró todavía más, y comenzó a hablar en celta de nuevo.
-¡Grot fuder Dagda, jelk mis ast nane mis curmo uvercarmen dis kalen!- ella se rodeó entonces de una intensa energía color azul celeste, que rodeo al coche entero. Ellos vieron que la luz alrededor, así como todas las cosas, se distorsionaban de golpe, para un segundo más tarde avanzar por el otro lado de la carretera. (1)
-¡¿Qué ha sido eso?!- gritó Magnus, alterado, mientras Jack pedía a voces que lo volvieran a hacer.
Se dieron cuenta entonces que la chica al volante cabeceaba y que su nariz sangraba un poco, así que Percy agarró el volante, y le gritó a Zia, que iba de copiloto, que pisara el freno y el embrague a la vez por el amor de los dioses. Ella obedeció al instante y lograron parar el coche tras casi estrellarse contra un árbol. Tras salir del mismo vieron que humeaba un poco y que incluso vibraba ligeramente, pero por lo demás parecía bien, aunque las ruedas parecían para el arrastre.
Magnus tuvo que sujetar a la francesa para que no callera al suelo cual muñeco, y fue a peor cuando se puso a vomitar. Desde luego que esa magia le había pasado factura. Percy se llevó los dedos al puente de la nariz, necesitaban liderazgo en ese grupo.
-¡Magnus, ocúpate de ella! ¡Zia, vigila que nadie se acerque, Jamily, conmigo vas a mover el coche, esperemos que las ruedas puedan continuar con el viaje, o estaremos jodidos de verdad!- el tono de su voz no daba señal de que fuera a aceptar una réplica, pero eso a la centurión poco le importó.
-¿Quién te puso al mando? Es Zia, si mal no recuerdo, la que se decidió que nos dirigiría, ¿recuerdas, hijo de Poseidón?-
Su aparente calma contrastaba con el hecho de tener la espada sacada y lista para batirse contra el griego, que gruñó algo. Pero ella llevaba razón, no podía oponerse a las decisiones de Zia, pero su espíritu de liderazgo era mayor que unas normas recién puestas. Nunca le fue bien con las normas, y en momentos así le salía solo. Con una mirada se disculpó con la joven, y ella carraspeó.
-Ya que Magnus está ayudando a Aelita a reponerse, será mejor que movamos el coche, pero con uno bastará, que otro se coloque al volante para moverlo y comprobar que arranca- los otros dos asintieron.
Miró a la romana entonces- Tú encárgate de comprobar que nadie nos ha visto, aunque estemos a unos metros de la calzada hay árboles de por medio, pero por si acaso- pidió.
Esta así hizo. En la carretera había bastante ir y venir de gente, pero eso no quitaba que era mejor prevenir que curar, más con los posibles monstruos que por allí podía haber. Y como si lo hubieran pensado por allí apareció un cíclope enorme. Tenía una túnica de piel de cordero cubriendo su cuerpo, que estaba sorprendentemente bien trabajado. Su rostro estaba cubierto por un casco típico griego, grande como un camión pequeño, y con una única rendija para su gran ojo, que era de un verde intenso. En su mano izquierda llevaba una gran espada de bronce celestial, mientras que en la derecha portaba un escudo del tamaño de un autobús. Con sus cinco metros de alto, a Percy le recordaban a las titánicas criaturas con las que se tuvo que enfrentar antes de enfrentar a Gaia. Parecía que una de esas bestias había salido antes de tiempo de Tartaro para enfrentarle de nuevo.
Pero era raro, normalmente esas criaturas se caracterizaban por ser topes y estúpidos, cuya aptitud más alta era la de manejar con brutalidad una gran maza, a más grande, pesada y maciza mejor. Pero este no tenía ese aspecto, este parecía ser extrañamente listo para cómo eran los suyos. Entonces se fijó en ellos, y agudizó su vista.
-Así que era cierto…- su voz grave y profunda se hizo sentir en las entrañas de todos ellos, como si cientos de tambores retumbaran a la vez.
Percy no lo dudó, sacó a Contracorriente y se lanzó a por él sin siquiera darle opción. El chico dio un salto en la pierna del cíclope, y a punto estuvo de clavarle su espada en el cuello, pero este le lanzó contra un árbol cercano, usando para ello su escudo. Pese al ataque no parecía especialmente molesto.
-Supongo que si digo que me envía Jápeto, me creerás, hijo de Poseidón- esas palabras le dieron a Percy en lo más profundo.
Se acordaba perfectamente del titán. En su día, pelearon Annabeth, Nico y él contra Jápeto, que acabó hundiéndose en el río Lete, que quitaba los recuerdos. Tiempo después, cuando cayeron al Tártaro, él y Annabeth le encontraron de nuevo, esa vez bajo el nombre de Bob, y este les guio a través de ese infierno hasta las Puertas de la Muerte, donde se sacrificó por ellos. O eso creían, pues ahora aquel cíclope decía que venía en su nombre.
-¡¿Y por qué debía creerte?!- le gritó, pero antes de que pudiera decir más, el cíclope se había esfumado de delante.
En su lugar, vieron un camino que discurría por el bosque. El sendero parecía acabar en lo alto de una colina cercana, y aunque todo su razón le decía que era mejor no ir por allí, algo dentro de él le decía justo lo opuesto. En ese mar de dudas estaba cuando la celta se acabó de recomponer, y abrió los ojos.
-¿Qu… qué?- parecía bastante confundida.
Percy miró entonces a los demás. Ellos claramente por su rostro de confusión habían visto tan nítidamente como él al cíclope, y habían escuchado sus palabras. Pero la duda seguía en él, no se podían fiar de nadie salvo de ellos mismos, eso lo había aprendido con el paso del tiempo y las experiencias.
-Ese sendero os llevará por una ruta segura- el cíclope apareció de pronto entre los árboles, una vez más.
-Será mejor que os deis prisas, héroes. Vuestro enemigo no tendrá misericordia, y cuando se alce, a la luz del tercer día con la caída de la hija de la serpiente, os aseguro que querréis tener aliados- con esas palabras volvió a desaparecer.
Percy se puso nervioso, ya tenían bastante con la profecía de las Nornas y con Las hermanas del Destino como para que ahora un cíclope haga lo mismo. Pensaría que es todo una ilusión de no ser por que el golpe que se dio contra un árbol al ser lanzado por el monstruo fue bien real.
-¿Qué habrá querido decir con lo de hija de la serpiente?- preguntó entonces Magnus. Todos se hacían esa misma pregunta.
-No sé si creerle. Me huele raro todo esto, la verdad… ¿Sabéis si por aquí vive alguien que sepa de magia o algo así?- Percy suspiró cuando todos se hundieron de hombros.
Iban a seguir discutiendo cuando Magnus se dio cuenta de un detalle: el coche con el que venían había desaparecido. Lo buscaron con la mirada por todos lados, pero del vehículo sólo quedaba el recuerdo. Eso debía ser, en palabras de Percy, obra de aquel estúpido cíclope, que se la había jugado al grupo mientras estaban demasiado ensimismados con sus pensamientos. Antes de que nadie pudiera dar malas ideas o gritar, o hacer nada, ella dio la orden: tendrían que seguir el sendero que aquella criatura había creado para ellos. Tenía claro que, de quererles muertos, y teniendo en cuenta los poderes que parecía tener, ya podría haberlo hecho varias veces.
-¡Luego si nos la juegan no seré yo el que diga "os lo advertí"!- exclamaba Percy, nada conforme con la idea.
Pero ya Jamily le había convencido de obedecer. Como buena romana, era amante de las normas, del orden y de las disciplina, al contrario de los griegos, que eran más de improvisar. Sería duro, sin la hija de Atenea al lado, pero al menos estaba acompañado en esa ocasión, pensó. Con esas, comenzaron a andar.
La distancia hasta la colina no era demasiada, apenas unos quinientos metros en una suave pendiente. El mar, que estaba cerca, rugía con el viento que soplaba, levantando el oleaje del Cantábrico, que bañaba las costas de ese lado del mundo. En el resto del mundo lo llamarían Atlántico, pero allí tenía ese nombre local, Percy lo sabía gracias a que tuvo que estudiar esas y más cosas para entrar a la Universidad de Nueva Roma.
-Fijaos, un templo…- murmuró Aelita. Durante el trayecto parecía estar bastante mejor gracias a que le dio el aire.
Efectivamente, en lo más alto podían ver un templo en un extraño y extraordinario caso de perfecta conservación, pese a estar a la intemperie. Estaba compuesto el suelo por grandes losas de mármol, siendo las columnas de rocas bien pulidas, con los dinteles formando una franja con decoraciones de los dioses olímpicos, teniendo el techo forma de triángulo, con frisos bien esculpidos en la roca. El aire en la zona se sentía ligeramente pesado, y a Magnus todo aquello no le gustaba nada. Ni a él ni a los demás, incluso Jack permanecía en silencio.
-Mi amo Jápeto no solo me pidió daros ese mensaje- la voz, ronca como el sonido del motor de un camión, ya era reconocible por los héroes.
Aquel extraño cíclope apareció de nuevo, con la misma indumentaria de antes. Se rodeó entonces de una ligera aura color dorada, y fue entonces que su cuerpo se vio protegido por una armadura color plata hecha de una mezcla de oro imperial y bronce celestial. Estaba bellamente bruñida, y para el gusto de Jamily, sería más que digna de un alto oficial romano.
-Sé que vais a por los anillos de Urano. Pero no os será tan fácil- afirmó. Una ligera sonrisa se formó en su rostro. Daba verdadero miedo, a Percy eso no le gustaba nada.
Antes de que pudieran responder, se lanzó a por ellos con una agilidad impropia de alguien de su constitución. Todos tuvieron que dar un salto atrás, y sacaron sus armas de combate. Jamily se colocó a su izquierda e intentó clavar su espada en el tobillo del cíclope, pero sus protecciones eran muy duras, pero poco pudo intentarlo ya que de un movimiento rápido, apartó su pierna. Al mismo tiempo tenía que defenderse de los ataques de Jack, que voló directo a su ojo, pero detuvo el ataque con su escudo, derribó a la espada mágica, y cortó a la mitad la esfera de fuego que le lanzó Zia usando su espada, que ni se inmutó por las temperaturas de las flamas. Tampoco sirvió de mucho que Aelita hiciera aparecer del suelo unas hiedras, que ataron al cíclope de las manos, pues este se deshizo en niebla para aparecer a unos metros, con Percy en su espalda intentando punzar su cuello con Contracorriente.
-¡Si esto es todo lo que sabéis hacer, moriréis en la primera prueba, mortales!- bramó el cíclope, mientras lanzaba por los aires de nuevo al hijo de Poseidón.
Este cayó al suelo, pero rápidamente se recompuso, y con los ojos llenos de furia, se rodeó de una energía azul marino, y del suelo brotaron grandes fuentes de agua, que formaron una gran ola de diez metros que lanzó contra el cíclope. Eso debería haber servido, pensó el semidios, pero cual fue su sorpresa que la criatura no solo había sobrevivido, sino que incluso había logrado romper la columna de agua que se le venía encima y usarla a su favor, pues el suelo embarrado ahora dificultaba los movimientos de los demás héroes, no así los de su enemigo, que se movía con facilidad con el suelo resbaladizo.
-No lo entendéis aún, ¿verdad?- una vez más se rodeó de esa energía dorada, alzó su espada, y la lanzó contra ellos.
Esta se clavó a pocos metros de los pies de Zia, que se mantuvo firme en su sitio. Analizaba los movimientos del cíclope. Carecía de puntos ciegos, y no parecía tener aperturas ni en su armadura ni en su postura, que le permitía tener su defensa y ataque bien coordinadas. Sin duda era un guerrero a tener en cuenta, muy alejado de lo que habían conocido Percy o Jamily.
-¡Morid, héroes!- el grito del cíclope les sacó de sus pensamientos a todos, y por poco no les ensartaban con su arma.
Zia, al ver que poco estaban logrando atacando por los flancos de uno en uno, decidió coordinar a todos. Estaba claro que había que romper sus defensas, de tal forma que pudieran llegar a su carne, y para ello necesitaban que sus protecciones o se rompieran o se cayeran, pues estaba claro para la maga que no le iban a ganar en habilidad de combate. Pese a tener de su lado un semidios que había vencido a ejércitos enteros y una experimentada centurión, así como un gran héroe nórdico con una espada mágica, no estaban llegando a nada. Y eso la asustaba, pues pese a estar rodeada de grandes mentes en lo referente al combate, no estaban logrando nada. Tendrían que trabajar todos a una. Fue entonces que en su cabeza se formó una idea.
-¿El bronce celestial y el oro imperial aguantan bien el calor?- preguntó entonces. Magnus la miró con extrañeza, pero Jamily sonrió.
-Aelita, ¿Cuál es tu magia de fuego más potente?- preguntó. La chica se lo pensó unos instantes, para entonces mirar al cíclope.
En sus manos aparecieron dos esferas de fuego, que juntó- Puedo hacer un lanzallamas pero durante unos segundos- fue entonces que Percy entendió.
-¡Lanzalo, Aelita!- gritó, y ella entonces obedeció. En cuanto el ataque alcanzó al enemigo, este detuvo las flamas con su escudo.
La temperatura era tan alta que incluso la superficie del mismo se enrojeció ligeramente, y fue entonces que Percy lanzó un chorro de agua lo más fría que pudo. En cuanto el agua tocó esa zona, oyeron el quejido del metal, pero se mantuvo en su sitio. A ojos inexpertos, parecería perfectamente, pero con su agudeza visual, Aelita pudo ver una ligera grieta en el escudo. Fue entonces que ella hizo aparecer varios hielos con los que atacó al cíclope. Este cortó los trozos con su arma, pero antes de verse liberado, Zia le lanzó dos grandes llamaradas, de las que se defendió de nuevo con el escudo. Y una vez más, notaron como su defensa iba a menos. Y es que no solo sus protecciones se resentían, él mismo iba a menos por los bruscos cambios de temperatura.
-¡Lo vais entendiendo!- gruñó el cíclope entonces, momento en el que lanzó al suelo su escudo.
De un tirón se quitó las protecciones del pecho y piernas, quedando prácticamente al desnudo salvo su arma. Incluso se quitó el casco, revelando una larga melena color marrón, con trenzas gruesas como el brazo de una persona, y decorada con algunas perlas bastante bellas. Se estremecieron al ver que las trenzas tenían vida propia y que se movían como el pelo de Medusa, pero en esa ocasión por lo menos no eran serpientes ni el ser que las portaba te podía convertir en piedra con tan sólo mirarte a los ojos, era algo al menos. Los cinco entonces se lanzaron a una contra el cíclope. Aelita usaba su hielo para inmovilizar al cíclope, mientras Percy y Jamily usaban sus espadas para intentar abrirle tajos en las piernas. Por su parte, Magnus saltaba por sus brazos con la ayuda de Zia, mientras era impulsado por la magia de Sumarbrander, que vitoreaba su nombre como si fuera una animadora de un partido. Pero antes de que pudieran lograr nada, el cíclope se deshizo en niebla, así que todos tropezaron, e incluso el héroe nórdico cayó al suelo.
-Mucho mejor… -oyeron su voz en el viento.
Todos tragaron saliva con nerviosismo. Le vieron aparecer en lo alto de las escalinatas que llevaban al templo. En esa ocasión no contaba ni con su espada, simplemente tenía un taparrabos cubriendo su cuerpo, sin ningún tipo de defensa ni de ataque. Su único ojo brillo con algo de diversión entonces, cosa que no les gustó a los demás ni un pelo.
-En este templo os encontrareis un regalo de mi amo. Espero que lo sepáis agradecer… -murmuró, para después desparecer de nuevo en forma de niebla.
En esa ocasión, y por primera vez, en vez de disolverse en el aire a causa del viento, se introdujo en la tierra, generando en el punto de entrada varias grietas que, tras brillar, desaparecieron, como si no hubiera pasado nada. El grupo entonces se miró, no sabían si debían fiarse de ese ser o no. Era evidente que si les quisiera muertos ellos ya lo estarían, y parecía estar poniéndoles a prueba con ese combate, pero entrar a un templo así por las buenas… Era todo demasiado misterioso. Pero por alguna razón, al saber que hablaba en nombre de Jápeto, eso tranquilizó a Percy, que, con cautela y con su arma en la mano, se introdujo lentamente en el templo. Sin añadir nada, los demás le siguieron, no por que quisieran, sino por si pasaba algo ellos pudieran intervenir cuanto antes. Usando el fuego de Zia avanzaron a paso lento.
-Hace frío aquí…- comentó Aelita, su aliento se volvía vaho.
El templo estaba a oscuras, con las columnas casi sin decoración, pero se sorprendieron que en parte de la misma, sobre todo en la baja, había diamantes, rubíes, esmeraldas… y toda clase de piedras preciosas. A la mitad, decoraciones de animales, plantas, sátiros, centauros y demás criaturas fantásticas, incluyendo hombres; en el tercio superior, podían ver estrellas brillar, así como en el techo, que, en cuanto llegaron a una zona más interna ni necesitaban fuego pues brillaba como la vía láctea. De hecho, la misma galaxia era la decoración. En el suelo, por el contrario, lo que brillaban eran más piedras preciosas. En las paredes vieron que había la estampa de los dos seres más antiguos en su unión: Gaia y Urano. En otro mural se mostraban a los titanes luchando contra los Olímpicos, y en la tercera pared estaban estos últimos gobernando un mundo en constante cambio a juzgar por la enorme mezcla de sucesos. Era una construcción que poco tenía de humana, más al ver en el fondo un pequeño altar con lo que, desde donde estaban ellos, parecía haber un objeto largo con forma tubular. Cuando se aproximaron, vieron como el objeto se rodeaba de una energía color índigo, y se alzó de golpe. Se dividió en cinco partes, todas del mismo tamaño, y cuatro de las mismas se fueron como un rayo de luz en diversas direcciones, quedando junto a ellos sólo una de las piezas, que se quedó flotando por encima del altar.
-¿Qué…?- Aelita se acercó hacia allí, junto a los demás, y acercó su mano hacia el objeto.
Este brilló de nuevo en color índigo, y una luz que emanó del objeto iluminó la pared de fondo. Vieron palabras en griego antiguo, que Percy leyó en voz alta.
-Aquí reposa la Guadaña del titán Cronos. Su poder sobre el tiempo y el espacio es absoluto, quien la porte será el amo y señor del Universo. Cuídese Zeus de su dueño.
Guardaron silencio, asimilando aquellas palabras. Estaba claro que sólo tenían una parte, pero, si por algún causal del destino ellos lograban tener las otras cuatro partes, no tenían ni idea de como unirlas de nuevo. Cuando Percy se disponía a tomar la parte que tenían delante, esta también se convirtió en un haz de luz índigo, y salió del templo a tal velocidad que ellos ni pudieron verlo. El chico gruñó un poco.
-Está claro que aquí poco más podemos hacer…- murmuró al rato Jamily, mientras ponía los brazos en jarra.
Los demás no pudieron hacer otra cosa que asentir- No podremos ir demasiado lejos, con el coche destrozado…-
Aelita llevaba razón, pero a la centurión eso le pareció poco relevante- Nos irá bien estirar las piernas, si con suerte encontramos una granja podremos coger caballos, o ir en tren o autobús- afirmó, mientras se giraba.
Zia la miró- Pensé que la líder era yo…- la otra sonrió algo- Mis disculpas- se giró entonces.
-¡Ya, pero no dudaste en echarme la bronca!- exclamó Percy, lo que provocó que la otra le mirara con diversión.
-Yo soy una oficial desde los 13, y ahora tengo casi 20. Llevo el mando en la sangre, Percy- le explicó.
Sin añadir más se dio la vuelta y ando hacia la salida. Los demás no tuvieron más opción que seguirla. Una vez que estuvieron fuera estuvieron discutiendo un rato qué hacer y a dónde ir para continuar su viaje, incluso Aelita buscó en su móvil opciones que seguir.
Se decidieron por ir a las cercanías de la carretera por la que circulaban anteriormente, así que recorrieron de nuevo el camino hasta ver de fondo los árboles que se encontraron en primer lugar. Cual fue su sorpresa al ver que el coche, anteriormente destrozado, ahora estaba como recién salido del concesionario, y con un par de bolsas de comida en los asientos de atrás. No había notas de ningún tipo, pero Percy intuyo que era un favor de su… colega de infortunios en el Tartaro, Jápeto. Con esas, montaron al vehículo, aunque en esa ocasión decidieron por unanimidad que sería Percy el que condujera para evitar incidentes, y aunque Aelita lo discutió vehementemente al principio acabó por darles la razón.
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(1) Gran padre Dagda, ayúdame y hazme superar este desafío
La mitología celta aquí incluida es bastante compleja aunque poco ha sobrevivido hasta nuestros días, aquí se da una visión algo simplificada que, con el tiempo, se irá perfilando.
Hasta aquí el capítulo de hoy, espero que os haya gustado, y que apoyéis este fanfic. Ni Percy Jackson ni ninguno de los personajes de las sagas de Rick Riordan me pertenecen. ¡Dicho esto, que la inspiración os acompañe!
