Enemigo primordial

Capítulo 10

Una vez que se despidieron de los demás, el grupo de Annabeth, Walt, Jeremy, Hazel y Alex era el que más suerte tenía. Se encontraban en la moderna Lyon, y tenían que llegar a París. No tenían que cambiar de país, ni tomar coches ni nada, pues tenían trenes, autobuses, avión… de todo para poder ir. Tras decidirse, decidieron que la opción más rentable, al menos en tiempo, era ir en tren. El avión, aunque cómodo, tomaría dos horas solo en entrar y salir del aparato, y el autobús, aunque fiable, también sería algo lento en comparación con el tren. Por ello, compraron billetes para todos por internet con ayuda del padre de Annabeth, y se dirigieron hacia la estación rápidamente, su transporte salía en media hora. Una vez allí, se acercaron a la dársena correspondiente, y se sentaron en unos bancos.

-Por ahora no es una misión muy… intensa- comentó Jeremy, entonces.

Annabeth cruzó los dedos- No lo digas muy en alto… Nunca se sabe lo que puede pasar, mejor no tentar a la suerte- respondió.

Alex se rio un poco- ¿Os parece poco intenso tener que cruzar el océano, luchar contra una serpiente gigante, y empezar una guerra contra una mafia sobrenatural?- preguntó divertida.

-Bueno, poco intenso no… más bien, un buen calentamiento- añadió Hazel, con una sonrisa afable.

Walt permanecía en silencio mientras veía a los demás hablar. El dios-mago, al compartir dos entidades un único cuerpo, compartían muchas cosas. Entre ellas, el conocimiento de Anubis, aunque se parecía a veces más a un adolescente que a un dios por su desconocimiento del mundo, aunque Osiris, que coincidía en ser su jefe y suegro, le había enseñado bastante. Y el propio Walt también. La dualidad que tenía ahora era rara a veces.

-La guerra esa… no sé si nos debemos meter, la verdad- dijo Jeremy- Pero ya estamos en ella metidos tras ayudar a esa semidiosa, Aurora, y tras todo lo ocurrido con Rea y demás- comentó Alex.

-En todo caso, como bien dice ella, ya poco se puede hacer. No sé vosotros, pero me he enfrentado a cosas peores que un semidios enfadado- les dijo Annabeth.

-De todas formas, somos un equipo, estamos aquí para ayudarnos- miró directamente a los ojos de Jeremy, que no parecía muy convencido- Si uno cae, el otro le levanta. Para los semidioses es vital, yendo en solitario solo nos espera la muerte, pero juntos… somos más fuertes de lo que parece- la nórdica suscribía eso.

-Los mismos dioses lo dijeron. No incluían nada de celtas, pero decían claramente que sólo héroes muertos, magos y los 7, todos juntos, pueden vencer. Los siete se refieren a los semidioses griegos y romanos, los magos a nuestros amigos, y a los héroes a los einherjar, pero si estáis aquí y nadie ha dicho nada… por algo será- les explicó ella.

-A mí me interesa esa parte de la unión, de todas formas. Es decir, ¿tan poderoso es el Caos?- comentó Annabeth entonces- Quiero decir, nunca hasta ahora nos habíamos juntado para nada, ni siquiera para evitar el fin del mundo propio de cada mitología, y ahora nos hemos juntado cinco culturas diferentes- razonó ella.

Eso era verdad. Lo único que podía contar como mezcla fue cuando héroes griegos y romanos colaboraron para evitar que Gaia y compañía destruyeran el mundo, pero, siendo realistas, la romana era la griega con otros nombres, y algunos cambios menores en la forma de ser de los dioses. Por lo demás, era prácticamente igual todo: los mismos dioses, las mismas criaturas mágicas, los mismos héroes y personajes importantes… Y ahora, y por decisión de los dioses, estaban junto a otras tres culturas que nada o casi nada tenía que ver con la suya.

-Es interesante lo que dices, Annabeth- señaló Watz- Los dioses egipcios somos muy antiguos, más que los vuestros, y el contacto entre unos panteones y otros ha sido escaso y concentrado en las épocas más antiguas, a partir de un punto cada grupo se fue a su lado del mundo y los lazos, aunque se mantenían, no eran demasiado intensos- les explicó.

-Si los dioses se conocían, eso quiere decir que en algún punto tuvieron que verse por primera vez, y por lo que oí de ese griego que vino a ver a Odín en Asgard, ¿Cómo se llamaba?- Alex se llevó una mano al mentón.

-Probablemente fuera Mercurio, bueno, Hermes- dijo Hazel. La chica chasqueó los dedos en señal afirmativa.

-¡Ese! Bueno, pues parecía que conocían a muchas otras culturas, aunque según dijo, muchas ya han desaparecido. ¿No os parece interesante?-

Jeremy se sorprendió por eso- Tienes una teoría, asumo- comentó Anubis, apoyando sus codos en las rodillas. Estaba interesado por la misma.

La aludida asintió- Los dioses… Necesitan a la humanidad. No sé en qué sentido, pero creo que así es. Si no, no tendría sentido lo que dijo Hermes- explicó.

Annabeth pensó unos instantes antes de decir nada- También pudo ser por una guerra entre diferentes panteones- añadió- Y, conociendo a los dioses, no me extrañaría tampoco- continuó.

Lo demás asintieron. Ambas teorías tenían sentido, pero aún no tenían la suficiente información como para sacar conclusiones. En ello pensaban cuando oyeron por megafonía que su tren estaba llegando a la estación, así que tomaron sus cosas y se levantaron. Efectivamente, el aparato llegó a los pocos minutos, y se abrieron las puertas una vez que estuvo totalmente detenido, así que entraron y se sentaron en el vagón que le correspondía en torno a una mesa lo suficientemente grande como para que todos cupieran cómodamente. Se colocaron Jeremy, Annabeth y Walt en un lado, y al otro Hazel y Alex.

-El viaje serán unas dos horas, no creo que tengamos demasiados problemas- comentó la hija de Atenea entonces.

No le gustaba tentar demasiado a la suerte, pero prefería actuar como líder y dar ánimos. Al no estar Zia allí, tenían que tener a alguien al mando, y decidieron que sería ella, pocos minutos después de separarse del grupo para ir a su misión específica. Ella estaba con su cabeza a toda máquina, planificando sus movimientos una vez que bajaran en París, para intentar llegar cuanto antes a la zona en la que se encontraba Lugdunum. Pero ella, como buena semidiosa, sabía que una cosa era lo planeado y otra lo que pasaba al final. Y, como suele pasar, eso mismo ocurrió. Mientras recorrían la campiña francesa, podían ver en la lejanía, por zonas boscosas, centauros correr, sátiros bailar con ninfas, pegasos volar por el cielo, e hipogrifos pastar por los campos. Mientras miraba todo aquello maravillada, Hazel divisó a lo lejos un destello de luz color índigo, que fue seguido por un fuerte rugido. De pronto, de bajo la tierra, apareció un inmenso cuerpo, que se alzó imponente unos cuatro metros desde el suelo. Se trataba de un cíclope, a juzgar por su único ojo, y portaba una larga espada dorada, un escudo, y con tan solo una túnica cubriendo su cuerpo. Antes de que Hazel diera la voz de alarma, desapareció en el viento, pero la chica aún tenía el susto en el cuerpo.

-¿Habéis visto eso?- preguntó la chica, señalando en la dirección en la que lo había visto.

Jeremy abrió los ojos, trataba de dormir y la voz de ella le había sacado del adormecimiento que llevaba.

-¿Qué viste?- preguntó Annabeth. La romana podía manejar La Niebla, y si ella había visto algo, seguramente fuera algo real y no ninguna alucinación.

La aludida se lo explicó. Era raro, que un cíclope tan armado apareciera de golpe, y más aún que desapareciera tan rápido como apareció. Por experiencia, cualquier criatura que apareciera de esa forma no sería algo que fuera a ser derrotado fácilmente. Estuvieron a la espera de que algo malo pasara los siguientes veinte minutos, pero al no pasar nada relevante de nuevo se acabaron relajando. Era extraño, pero de vez en cuando podían tener suerte, o al menos eso pensaban ellos. Con esa idea en mente, el viaje siguió sin más contratiempos, hasta que Jeremy divisó, a varios kilómetros de llegar a París y en una de las ciudades aledañas, a lo lejos en el campo, lo que parecía un conjunto de edificios antiguos. Muy antiguos. Desde allí sólo se veían tejados de madera, pero la empalizada de madera era bastante reveladora.

-Está por allí Lugdunum, ¿qué hacemos?- preguntó Walt, señalando en esa dirección.

-Nos quedan un par de paradas antes de llegar a París centro, podríamos bajar aquí e ir en coche hasta la ciudad antigua- añadió.

Ante esa idea los demás simplemente asintieron, así que bajaron en la siguiente parada, que por suerte estaba en las cercanías del campo, así que casi podían ir andando hasta las cercanías de la vieja Lugdunum. Una vez que salieron de la estación de tren, se dirigieron hacia la carretera, que quedaba cerca de allí, y pasaron por encima de la misma usando una plataforma elevada. Desde la misma se podía ver a lo lejos la Ciudad de la Luz, estando al otro lado zonas con pequeñas parcelas, casitas de campo, zonas cultivadas, y, en general, un paisaje bastante idílico que contrastaba con la urbe que tenían a escasos kilómetros, y que era un mundo totalmente aparte. Una vez que llegaron al nivel del suelo, y aprovechando que no había apenas circulación en esos momentos, cruzaron la carretera a paso veloz hasta llegar a una zona con árboles, donde pasaron a pisar tierra en vez del cemento de la calzada. Estando ya todos en un sitio seguro, y asegurándose que nadie les seguía, se introdujeron entre los árboles. Anduvieron unos minutos en silencio hasta salir a una zona más despejada, y tuvieron que detenerse de golpe al ver un grupo de personas trabajando el campo.

-Vamos a esquivarles…- murmuró Annabeth mientras intentaban permanecer desapercibidos.

-¿Y como vamos a pasar por tantos campos desapercibidos? Debe haber alguna manera…- murmuro Walt.

Hazel vio su oportunidad entonces- Apartaos, iremos bajo tierra- se concentró entonces y antes de que pudieran decirle nada, se abrió un boquete en el suelo lo suficientemente amplio como para que todos pudieran pasar.

-¿No hubiera sido más fácil usar La Niebla? ¿Cómo sabremos cuándo estaremos en un lugar sin que nadie nos vea?- le espetó Annabeth.

La chica iba a responder pero rápidamente comprendió que no había manera de saberlo realmente. Ella podía manejar la tierra con bastante habilidad, y con sus entrenamientos había mejorado bastante, pero no podía saber si había alguien por encima o no, tan solo su ubicación. De todas formas la chica no perdió al sonrisa. Era de naturaleza alegre, al contrario que su hermano Nico, que parecía salido de una película de terror. Él había pasado una mala racha con la muerte de su hermana, y por esa época Hazel ni sabía de ellos al estar en el Inframundo hasta que el propio Nico la devolvió a la Tierra cuando las Puertas de la Muerte se abrieron de par en par un tiempo antes. De todas formas, y a pesar de las muchas diferencias de su mundo con respecto al actual, ella prefería verlo desde la óptica del deseo de conocerlo a fondo, cosa que en su día apenas pudo hacer. Y esa misión ella la veía como una forma más de hacerlo. Iba a ser duro, era consciente de ello, pero en cierta medida se sentía como los exploradores del pasado, a los que siempre había admirado. A sus ojos, esos hombres y mujeres habían hecho un sacrificio comparable al de algunos héroes de su mundo romano, al jugarse la vida, y muchas veces perdiéndola, en aras de ver el mundo y descubrirlo.

Con presteza se rodeó de una luz dorada, y entonces una densa niebla les rodeó a todos, y comenzó a andar tranquilamente. La Niebla era una sustancia extraña, desde que sabía que podía usarla gracias a Hécate, ella había aprendido a manejarla, pero sus secretos aún le eran en buena parte desconocidos. Las grandes hazañas que logró en su lucha contra Gaia quedaban lejos, se habían hecho en un momento de necesidad, pero era evidente que podía hacer cosas así, y, si se entrenaba, podría emularlas sin necesidad de estar bajo tanta presión. Pese a que para los demás delante de ellos no se veía nada, la chica podía ver perfectamente lo que ocurría a su alrededor. Para esos granjeros, ellos no eran más que un grupo de pájaros que salieron volando rápidamente de la parte cultivada del campo y que se dirigieron dando un largo giro en dirección hacia lo que para esa gente eran los restos romanos de la ciudad. Pero La Niebla ocultaba la realidad, que era una gran ciudad, con casas de madera y piedra, y una gran empalizada que la protegía del exterior, reforzada por grandes piedras, que Jeremy reconoció como dólmenes, y con humo de chimeneas elevándose en el aire. De todas formas eso aún les quedaba lejos, estaba a por lo menos diez kilómetros, así que tuvieron que andar en esa dirección. Era lo malo de las ciudades antiguas, que están lejos de la versión moderna.

-¡Démonos prisa antes de que…!- pero antes de que Hazel pudiera acabar su frase, unas flechas cayeron a los pies de Annabeth, que era la que más adelantada iba.

Alzaron su vista pero no vieron a nadie. Tampoco había ningún lugar en el que ocultarse para poder emboscar, estaban en una gran explanada y los arbustos más cercanos estaban ya en las cercanías de Lugdunum. Walt entonces señaló en dirección a nada en concreto.

-Déjanos verte…- murmuró, mientras sus ojos brillaban. Oyeron una ligera risa que les puso los pelos como escarpias y ante ellos se apareció un cíclope. Hazel se quedó con la boca seca, era el mismo que ella había visto minutos antes.

-Los dioses, como siempre, mandando a sus cachorros… Huelo vuestra sangre, semidioses, y… Oh, interesante…- miró a Walt entonces.

Fue entonces que se permitieron verle. Se trataba del cíclope típico, con un taparrabos, su gran ojo en el centro de su frente, el pelo ensortijado, con su piel bronceada con algunos tatuajes tribales, y, sorprendentemente, con un caraj lleno de flechas a la espalda, y un gran arco en la mano. Este brillaba ligeramente, y notaron como el enrome monstruo, de unos cuatro metros de alto, llevaba su mano, que era extrañamente ágil para lo que se solían ver, y tensó la cuerda. Una flecha de luz se formó y sin casi tiempo de apuntar la lanzó, y con un estruendo como el del rayo, la flecha cayó a los pies de ellos de nuevo. Sin mediar palabra se separaron, y se dividieron en dos grupos que fueron a los lados.

-¡Walt, saca de aquí a los humanos antes de que…! ¡¿Dónde están!?- Annabeth no entendía dónde habían acabado, hasta hace unos segundos por allí estaban unos cuatro o cinco agricultores trabajando con sus máquinas.

Ahora sólo estaban ellos, y su enemigo. Este parecía bastante más inteligente que sus congéneres, cualquiera diría que era una entidad diferente. Antes de que pudieran pensar más tiempo, el cíclope atacó de nuevo con las flechas, que lanzó directamente al pecho de Hazel y Jeremy. Estos esquivaron de aquella manera el ataque, pues cayeron al suelo, y tuvieron que huir de allí a trompicones. Hubieran sido atravesados por alguna de esas flechas, si no se hubiera colocado entre medias Annabeth con su escudo. Logró detener los golpes y agradeció que Walt saltara sobre el cíclope y le rodeara con sus fuertes brazos. No le extrañaba que Sadie estuviera loca con ese chico, hasta a ella le impresionaba, pero sesos de alga era sesos de alga.

-Hazel, ve por la izquierda e intenta inmovilizarle, Jeremy, tú eras hijos de un dios del Sol, ¿no?- preguntó, a lo que el otro asintió.

-Vale, ¿puedes brillar o algo?- pregunto. Jeremy la miró con sorpresa. Belenus, o Belenos según el sitio, era un dios, además del Sol, del fuego, la luz y el arco. Pero nunca había probado a brillar. Dudaba que pudiera.

-N-no…- murmuró entonces, y ella frunció algo los labios- Vale, ¿pero puedes hacerme un fuego?- preguntó.

Jeremy entonces sacó un mechero y se lo mostró. La chica lo tomó entonces y su mirada se iluminó un poco. Fue entonces que, aprovechando que aún Walt estaba distrayendo al cíclope, y tomó de su mochila una esfera de tela, la prendió, y con fuerza la lanzó al cíclope. Era un truco barato, pero eficaz, pues la tela estaba empañada con algo de fuego griego, la sustancia mágica más inflamable que hay, y que genera unas llamas bastante intensas. Annabeth, a sabiendas que los cíclopes tenía una misión limitada, esperaba que con eso pudiera cegarle el tiempo suficiente para poder ponerse a salvo tras unos arbustos, que estaban a unos cincuenta metros, para desde allí o huir, o planear un contraataque. Ella ya esperaba que la distracción fuera a durar poco, y así fue, pues rápidamente el cíclope recuperó la vista, y al no ver cerca a los semidioses, frunció un poco el ceño. Fue entonces que sorprendió a todos ellos desapareciendo en el aire. Se miraron sin entender qué pasaba, cuando vieron que una sombra se alzaba justo detrás de ellos. Dos grandes manos levantaron a Jeremy y Hazel del suelo, y Annabeth de un gesto totalmente instintivo clavó su daga en lo que ella intuyó que era la pierna del cíclope, mientras tomaba la mano de Walt y le lanzó a un lado, y por poco el cíclope no la aplasta con el puño, teniendo en el otro a los otros dos.

-Si con esto pretendéis vencerme…- el cíclope volvió a desaparecer en el aire para sorpresa de la semidiosa y apareció de nuevo a un par de metros- ¡Ni siquiera podréis acercaros a los Anillos de Urano!- gritó, mientras esquivaba fácilmente la embestida de Annabeth.

Por su parte, Walt elevó sus manos, se rodeó de una energía violeta, y del suelo aparecieron esqueletos que rodearon al ciclope y le agarraron de piernas y brazos, inmovilizándole. Al principio se podía deshacer de ellos, pero llegó un punto en que eran demasiados y tiraban con demasiado fuerza. Fue entonces que el monstruo se deshizo de nuevo en el aire, y apareció de nuevo a varios metros de ellos.

-Mi hermano me dijo que esta generación de semidioses era bastante poderosa… Pero ni con un dios en vuestro bando me estáis haciendo daño- lanzó al suelo a Hazel y a Jeremy, que cayeron casi inconscientes.

-Tú sabes quienes somos, pero nosotros no sabemos quien eres tú- le dijo Annabeth, mientras le miraba con el ceño fruncido y los ojos de varios tonos mas oscuros de lo habitual.

Eso divirtió al cíclope. Ellos habían logrado verdaderas hazañas, tanto en grupo como en solitario, y la chica ante él era el ejemplo perfecto. Aún así, que le hablara de esa manera no podía producirle más que ternura. Su risa no se hizo esperar, una que heló la sangre de ella. Le recordaba en cierta medida a la risa de Gaia, pero sin ser tan gutural, y, sorprendentemente, no tenía esos rastros de maldad que tenía la carcajada de la titánide. Mientras analizaba qué hacer, Walt ya tenia a sus hombros a Hazel y a Jeremy, que seguían sin volver en sí.

-Si quieres saber mi nombre, es Elatreo, hijo de Urano y Gaia- se presentó. Antes de que nadie pudiera reaccionar brilló ligeramente y su tamaño se redujo, su rostro se volvió bastante humano, momento en el cual él se acercó a los adolescentes.

-Tengo entendido que vais tras los anillos de mi padre- comentó- Los dioses os habrán mandado, lógicamente, incluso uno de ellos está con vosotros, aunque sea de otro panteón- miro de reojo al aludido, que estaba atento a todos los movimientos de él.

Sonrió un poco entonces- Si queréis esos anillos vas a tener que demostrar vuestra valía para ello, ¿no os lo han dicho? El espíritu de Urano aceptó entregaros su arma más fuerte, niños, pero debíais poder hacer lo mismo que hicieron los titanes: derrotarle a él y a sus hijos. Y por ahora no sois capaces, no vosotros al menos. Mi hermano Traquio se enfrentó a otros de vosotros, y tampoco fue nada extraordinario- comentó. (1)

-¿Y a Urano que puede importarle esto? ¿Y por qué ayudar a nada? Hace no mucho estábamos luchado contra Cronos, y meses después derrotamos a Gaia y Tártaro, creo que estamos más que preparados- Annabeth estaba intentando ganar tiempo.

Ella deseaba sacar de allí cuanto antes a Hazel y a Jeremy, cosa que esperaba lograra Walt en poco tiempo. Sonrió por dentro al ver, mientras se desarrollaba la conversación, como el dios les sacaba de allí. Ella por un lado se sentía tranquila de tener con ella a nada menos que Anubis, pero al ver sus capacidades de combate… Tenía que mejorar eso y bastante. Se notaba que era una deidad joven que no tenía demasiada experiencia, por poderoso que fuera si se encontraba a alguien con una fuerza similar pero mucha más experiencia, como era el caso, sufriría una gran derrota.

-A Urano, como a todos, le viene bien que Caos no pueda salir victorioso, pero no os dará las cosas por las buenas. Sí, habéis derrotado a su hermano y a su madre, pero creedme, él es bastante más fuerte- respondió.

-Urano fue derrotado en una escaramuza y cuando estaba más pendiente de las curvas de Gea que de otra cosa, pero fue él el que derrotó al Caos griego y romano, os recuerdo, y lo hizo a solas- añadió.

La semidiosa hija de Atenea se estaba poniendo nerviosa por la cercanía del cíclope. Al volverse bastante más humano había adquirido un tamaño cercano al humano, pero seguía siendo bastante más alto que ella, le sacaba una cabeza y media de altura.

-Los que opten a semejante poder, que nadie más que él ha ostentado en la historia, creedme, tendrá que esforzarse. Y tú, hija de la sabiduría, deberías saberlo mejor que nadie- le dijo.

Ella le sostuvo la mirada. Sus ojos, se fijó, era de un azul celeste de un claro que parecían los de un dios más que de un monstruo. Por que no podía olvidarse que era un cíclope, pese a ese aspecto humano que de ser una adolescente mortal ella hubiera ido directa a sus brazos de verle en una piscina. Y aunque los cíclopes por lo general eran más fuerza bruta que inteligencia, y que fuerza, este desde luego no era como los demás. Este no tendría que tenerle ningún celo a ninguno de sus hermanos de cabina, y eso le daba cierto miedo. Ella se sentía orgullosa de su inteligencia, su principal punto fuerte. Sí, era rápida, y sí, era buena con la espada, o con su fuerza. Pero había muchos semidioses que sobresalían más aún en eso. Pero en estrategia nadie la ganaba. Y ahora tenía delante a alguien que jamás se esperaría que pudiera apretarle los tornillos en ese sentido.

-Sigues sin decirme que interés tendría Urano en que seamos aptos para ese poder. No creo que se haya preocupado por nadie tanto nunca- dijo ella.

Elatreo se rio algo- Unos cuantos siglos en el aire le han ayudado a aclarar la cabeza, niña. Al perder su cuerpo, destruido por Cronos con su guadaña, la esencia del titán volvió al cielo, donde se ha mantenido desde entonces, siendo sostenido ahora por Atlas, aunque tu has probado durante un tiempo esa sensación- ella le vio andar un poco y estirar su cuerpo.

Era como si hiciera eones que deseaba hacerlo, su cara desde luego lo mostraba- Durante muchos años Urano me encerró, Cronos luego prometió soltarnos de Tártaro pero no cumplió, y Zeus hizo lo propio, son una familia de mentirosos, aunque eso tú ya lo sabes- giró su rostro entonces.

-Pero él os juntó junto a los Hecatonquiros para luchar contra Cronos- le dijo ella. Elatreo asintió- Y así es, luchamos con él porque le preferíamos a él que al tirano de nuestro hermano, aunque al final seguimos estando recluidos en el Tártaro, aunque fuera como carceleros. Ahora han accedido a que podamos salir y que Señor Relámpagos no nos fulmine con sus rayos nada más sacar la cabeza del suelo, pero con la condición de ayudar- se rio con una sonora carcajada cargada de resentimiento más que de diversión.

-¿No te parece algo hipócrita? No te confundas, Zeus nos odia, le recordamos lo poderoso que era el viejo cielo, un poder al que él jamás podrá acceder, y que ahora se ve obligado a ceder a vástagos suyos, a adolescentes que no tienen ni un cuarto de siglo, cuando el, en sus cinco mil años de vida, ha rozado con los dedos pero que jamás ha podido experimentar en sus manos- fue entonces que Elatreo señaló a Lgugdunum.

-Id a la ciudad, en sus cercanías hay un templo consagrado al cielo, allí tendréis la gran prueba que tenéis que pasar. Por mi parte… bueno, aún os queda, por supuesto- sonrió divertido entonces y desapareció en el aire.

Annabeth entonces se permitió mantener una respiración más normal entonces, estaba agobiada con lo que acababa de suceder. Vio como Walt, acompañado por Hazel y Jeremy, aparecían de detrás de unos arbustos, y se acercaron a la otra. Esta les miró con cierta preocupación por ellos, así que fue hacia ellos rápidamente.

-¿Mejor?- preguntó. Ambos asintieron, y ella suspiró un poco y puso sus manos en jarra, se acarició algo el pelo, y empezó a sudar en frío todo lo que no había sudado antes.

-No contaba con todo esto, la verdad, pero debemos seguir adelante. ¿Le habéis escuchado?- preguntó.

Hazel asintió- Ahora no solo tenemos que pelearnos con Caos, también con los hijos de Urano, y con el propio titán… Y según dicen es más fuerte que Gaia y Tártaro, y eso da miedo…- suspiró entonces la chica.

Jeremy parecía bastante nervioso. Él estaba acostumbrado a luchar, pero no a esos niveles. Su vida había sido dura, desde joven su madre le había intentado cuidar pero al enterarse de su realidad, él se había informado de quien era su padre realmente, y aunque sonaba a locura todo el tema de los dioses, algo le decía que no era tan raro, que no era nada extraño aquello. Pero a partir de ahí, de los diez años que tenía al saberlo, todo fue a peor en su vida. Cada vez que giraba la esquina alguna bestia le acechaba, algunas de carácter noble, pero la mayoría con malas intenciones. Y todo se desbordó el día que su madre fue secuestrada casi delante de él por unos elfos del bosque, que pretendían usar la sangre de ella para alimentarse, pues luego se enteraría que al poder ver cosas del mundo mágico, los seres que lo habitaban podían interactuar con ella. Eso le produjo un arranque de cólera al muchacho que les incineró en cuestión de pocos segundos con una ola de fuego que lo arrasó todo en un área de cinco metros al verse rodeado por ellos, casi matando a su madre en el proceso. Eso le traumo tanto que quiso huir de casa, pero su madre logró convencerle para que al menos le escribiera habitualmente. De hecho esa semana le tocaba pasar unos días en casa, donde seguramente le intentaría convencer de volver con ella. No es que no lo agradeciera, amaba a su madre, pero no quería volverla a poner en peligro, no al menos mientras no supiera usar su poder. Y desde luego en esa aventura lo iba a hacer, por las buenas o por las malas, pues la otra opción, morir, no le acababa de convencer.

-En fin…- el hijo de Belenos suspiró un poco- Tenemos que ir a Lugdunum, eso dijo, así que mejor ir pronto- comentó, poniéndose a andar.

Hazel le miró. Por experiencia sabía que normalmente, ante situaciones así, los que eran nuevos en aventuras así se ponían de los nervios, y esa era la misión más grande nunca antes emprendida por un semidios. Sus compañeros celtas seguramente habrían tenido semanas duras donde se habrán jugado la vida con casi total seguridad, pero esta peor, mucho peor. Y no había sino empezado. Su vida en un punto cambio en la misma medida, primero al dar su vida para evitar que uno de los gigantes se pudiera despertar, Alcioneo, aunque más tarde se alzó de nuevo, solo que en esa segunda ocasión, contó con la ayuda de Arión, el caballo mágico que era veloz como los vientos huracanados y comía minerales; así como del resto de semidioses que participaron, entre otros, los siete. Durante ese tiempo experimentó mucho miedo, pero también había aprendido que había que tener confianza en sus compañeros, con quienes afianzó fuertes lazos, sobre todo con Frank. Se preguntaba cómo le iría.

-Si necesitas algo…- ella le tomó de la parte alta del brazo. Este se giró, con la mirada baja, pero al mirarla a los ojos ella comprobó que agradecía en cierta medida el gesto, pero no llegó a pronunciar palabra.

-Mejor lleguemos antes de que haya más sorpresas inesperadas, cuanto antes lleguemos antes podremos preguntar- les dijo Annabeth entonces.

Los demás asintieron, y se dirigieron a la ciudad, mientras Elatreo les observaba desde lejos, sin ser visto. Se iba a divertir con ellos, y con los demás mortales. Zeus sólo habí permitido su aparición al inicio, pero el rey del Olimpo no les iba a impedir tomar cartas en el asunto más adelante. Alguien debía enseñarles a las nuevas generaciones a usar esas poderosas armas, y por supuesto no podían dejar que un dios acaparara esa fuerza. De hecho ya tenían bastante decidido quien lo ostentaría, aunque no se encontraba entre esos jóvenes. Pensando en ello, despareció de nuevo en el aire, esparciéndose en el viento.

Mientras, los chicos avanzaron por el campo sin mayores incidentes hasta que vieron una senda de piedra, que sin duda era una vía romana. Hazel llegó hasta ella con una sonrisa, y, nada más pisar las piedras, notó que se recuperaba del cansancio que pudiera tener. En EEUU apenas había calzadas y en su anterior viaje a Europa no habían visto ninguna de cerca, no al menos en tan buen estado. Y ahora comprobaba que las calzadas le devolvían las fuerzas.

No era raro, pues eran un vestigio de su antiguo mundo, uno en el que los soldados de roma había ido y venido, así como sus ciudadanos. Eran, y aún a día de hoy lo seguían siendo, las arterias de Europa, pues muchas carreteras modernas son paralelas a ellas y su forma de construcción se mantuvo por años. Los demás no sintieron ese efecto pero sí comprobaron que el brillo de ella aumentó ligeramente y que estaba más animada de lo que ya de por sí estaba. A la chica le hubiera gustado montar en la grupa de Arión por esa carretera, pero el animal hacía lo que quería, y aunque eran amigos, no solía estar cerca de ella. Total, podía ir en cualquier momento aún estando en la otra punta del mundo, pero en momentos así le gustaría que estuviera más cerca. También hubiera sido útil de haber estado en su enfrentamiento contra Elatreo, pero el pasado en el pasado está, como se suele decir, y ahora tenían por misión llegar hasta Lugdunum. Con esa convicción fueron andando hacia la ciudad, mientras permanecían en silencio, que más que tenso por la poca relación entre ellos era por el peligro que pudiera aparecerles en cualquier momento.

Durante el trayecto, vieron que en las cercanías de la ciudad había un pequeño campamento al lado, que seguramente sirviera a modo de defensa, y que contaba con su propia empalizada independiente de la ciudad, con barracas de madera en la que seguramente vivieran los soldados que protegían la ciudad, aunque eso no impedía que contaran con elementos modernos como farolas o lo que parecía desde lejos los típicos aparatos que van conectados a una caldera o un aire acondicionado y que estaban bastante integrados con la empalizada, pues estaban colocadas en la misma en huecos hechos en la pared de madera y piedra que formaban la empalizada. También en las cercanías vieron un sistema cavernario al fondo, pero que estaban lo suficiente a nivel de suelo y lo suficiente cerca de Lugdunum para que los mortales no conocieran ese sitio. Dicho sistema de cuevas parecían estar custodiadas por soldados, que contaban con lanzas y escudos, eso por lo menos ya que desde esa distancia simplemente veían a la figura de esa persona, no sabían ni qué sexo tenían, Annabeth reflexionaba sobre ello según andaban cuando llegaron a las puertas de la ciudad. La misma estaba protegida por una gran puerta de acero con goznes de hierro y contrachapado, y tenía una gran zanja que recorría la parte de abajo y que estaba llena de agua oscura y con grandes estacas de madera y acero que si te caías lo más probable es que acabaras empalado por una de ellas. Uno de los soldados a la puerta, que tenía parte de indumentaria romana y parte celta, se acercó veloz.

-Identificación- ordenó entonces, mientras se colocaba en medio del camino.

Colocó su cuerpo en el lateral derecho, y, con el brazo extendido, impedía el paso al tener en su mano una gran lanza. A los laterales había un pequeño muro de piedra de alrededor de un metro de altura y que tenían antorchas en la parte alta. En lo alto de la empalizada vieron que tenía apostados a su largo a varios arqueros, estando a su lado un segundo legionario con un gran escudo rectangular lo suficientemente grande para proteger a ambos.

-Soy oficial romana, soldado- intervino Hazel entonces, mientras le mostraba el brazo. Este se cuadró rápidamente, poniéndose recto cual espiga, y con los pies juntos- Mi centurión, necesito saber quién es y sus compañeros, es el protocolo- respondió.

Ella suspiró un poco y miró al compañero de detrás- Debería hacerte arrestar por esto, soldado…- gruñó, mientras rebuscaba en su bolsa.

Cuando quería, a pesar de ser bajita, podía dar miedo la chica. De hecho era esa una de las razones por las que fue ascendida a centurión meses antes. En cuanto encontró los papeles se los enseñó. Los romanos eran así, tenían mucha burocracia pero eso, o al menos eso comentó Jamily antes, serviría para poder entrar a las ciudades romanas. Las mismas tenían una fuerte política migratoria y para entrar se necesitaban documentos oficiales, que gracias a cómo eran los romanos con esas cosas no había cambiado en mil años, cuando una parte de ellos se había ido a América. Al revés que los griegos, que se habían desentendido en cierta medida de Europa hasta hacía poco, Nueva Roma jamás se llegó a despegar de sus compañeros en el viejo continente, y por eso tenían bastante contacto y tenían bastante armonizado todo. Así que un oficial del Campamento Júpiter también lo sería en Lugdunum.

-Pasen entonces, siento las molestias- dijo, tras comprobar los papeles, y apartándose- Mi compañero os guiará hasta el palacio del Gobernador para hablar con ustedes- dijo.

Estos asintieron y se miraron entre ellos, no sabían si debían fiarse teniendo en cuenta su ultima experiencia con un Gobernador. El soldado les notó el nerviosismo, y, mientras veía como el otro pasaba la puerta, les miró.

-Llegó un emisario de Lady Rea, avisando con lo ocurrido con el Gobernador Perseo de Lugdunum. Ha explicado todo y ha ordenado romper relaciones con ellos, si era lo que les preocupaba- les contó.

Hazel asintió ante eso- Bien, pero entiende nuestras reticencias. Nos gustaría verle aquí fuera- pidió ella. El otro no parecía demasiado contento con eso, y negó.

-Me temo que el Gobernador sólo recibe en palacio, mi centurión- respondió. Hazel apretó su mano en torno al mango de su espada.

Ella de todas formas no podía negarse a las órdenes de un Gobernador, pues estos estaban por encima. Si Frank estuviera allí, siendo Pretor, estuviera allí no habría problemas, pero no era el caso. Así que tuvo que acabar cediendo, aunque Annabeth tampoco estaba demasiado ilusionada con eso, pero dudaba que pudieran hacer cambiar de idea a sus anfitriones. Sin poder hacer demasiado más, y acompañados por ambos legionarios, entraron a Lugdunum finalmente, pasando así a una nueva parte de su misión.

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(1) De la unión de Urano y Gaia, además de los titanes Cronos, Rea, Hiperión, etc… nacieron los cíclopes primigenios (no confundir con la raza de cíclopes, que son hijos de Poseidón), siendo dos de estos Elatreo y Traquio.

La mitología celta aquí incluida es bastante compleja aunque poco ha sobrevivido hasta nuestros días, aquí se da una visión algo simplificada que, con el tiempo, se irá perfilando.

Hasta aquí el capítulo de hoy, espero que os haya gustado, y que apoyéis este fanfic. Ni Percy Jackson ni ninguno de los personajes de las sagas de Rick Riordan me pertenecen. ¡Dicho esto, que la inspiración os acompañe!