Enemigo primordial

Capítulo 12

Por su parte, el grupo de Roma, integrado por Leo, Frank, Hearsthone, Carter y Samuel se dirigieron hacia la estación de tren para poder viajar desde Lyon hasta allí. Podrían ir en avión, pero por experiencia de los dos primeros, sabían que no era buena idea ser semidioses mientras se recorre los cielos de Europa, a no ser que fuera imprescindible hacerlo. Casi les derribaban lanzándoles pedruscos yendo en un barco gigante volador, o en un dragón mientras recorrían Estados Unidos, así que preferían ir en otro medio de transporte, siendo el tren el método más fiable para el gusto de ellos. Podían ir en autobús pero eran demasiados kilómetros y Frank podía llegar a tener ganas de vomitar. En ello estaban hablando cuando andaban por la calle, aunque tenían más o menos claro que irían en tren, pero no estaban del todo seguros.

-Oye, ¿Quién va a comprar los billetes?- preguntó Samuel entonces- ¿Carter?- propuso Leo.

-Ya que es el líder no estaría mal- comentó Frank. Hearthstone bostezó un poco. Destacaba siendo de un rubio tan intenso y de ojos tan claros entre sus compañeros, que en su mayoría eran más bien morenos. Era gracioso verle, a ojos de Leo.

Fue entonces que el elfo comenzó a mover las manos en lengua de signos. Los demás se dieron cuenta entonces de que eso sería un problema, y es que el elfo era sordo, no sabía hablar. Se miraron entre ellos, ninguno podía hablar la lengua de signos que Hearthstone usaba para comunicarse con la gente. Este, dándose cuenta también de esa contrariedad, rebuscó en su mochila, y señaló a Frank, que le miró sin entender en un inicio. Pero al pedirle que se acercara este lo hizo, mientras el elfo escribía en un papel con un bolígrafo.

-¿M-me vas a enseñar?- preguntó entonces el chico, a lo que el otro asintió efusivamente. Este volvió a escribir, y el semidios romano leyó de nuevo cuando su compañero terminó.

-En el viaje en tren te enseñaré lo… ¿básico? Sí, básico- Carter suspiró- ¿Queréis ir en tren? Nos puede tomar horas, y en tren sería todo más veloz- aseguró.

-A mí el medio no me importa, sólo llegar y conseguir el anillo de ese tal Urano y volver cuanto antes- exclamó Samuel- Pero a más rápido sea, mejor, así estaremos menos expuestos a los monstruos- añadió.

Eso era verdad. En sus viajes por Europa anteriores, Frank y Leo aprendieron que lo mejor era llegar cuanto antes y estar lejos de los monstruos. Claro que en ese trayecto contaron con medios mágicos para moverse, y Gaia estaba totalmente dispuesta a matarles, por lo que la zona estaba plagada. Ahora todo parecía bastante más tranquilo.´

-Pensad que no solo tenemos que ir y volver, el tiempo que estemos por allí tendremos que comer, buscar algún sitio en el que dormir…- lo que decía Samuel era verdad, tenían que tener eso en cuenta.

No sabían qué medios habían usado los demás, o la duración de sus viajes. Sólo que todos tenían más o menos el mismo presupuesto, que era con lo que salieron de casa, que a decir verdad no era demasiado al haber sido todo tan rápido. En realidad, nunca habían salido con mucho en los bolsillos, lo suficiente para poder moverse. Y esa vez no era la excepción.

-Como parece que así nos podemos tirar toda la vida, propongo lo que ha dicho Hearthstone, el tren. Así podremos centrarnos en planear nuestros movimientos y estaremos más a salvo de monstruos, ir en avión sería demasiado caro, y no sé vosotros pero yo no puedo conducir- comentó Samuel.

Carter le miró con curiosidad, pero decidieron no seguir dando vueltas sobre lo mismo, y fueron a la estación, donde pudieron ver a lo lejos al grupo que iba a París y el de Londres. Los demás no sabían muy bien como habrán ido, pero decidieron centrarse en su viaje. Compraron sus billetes, y agradecieron haber llegado justo a tiempo, pues el tren partía en pocos minutos, por poco no fueron capaces de poder compraron. Empezaron a correr por la estación rápidamente, e in extremis alcanzaron el andén, y ya dentro del vagón que les correspondía, se permitieron el lujo de poder sentarse.

Tenían el corazón latiendo con fuerza y la respiración acelerada por el sprint, pero era eso o perder el tren, teniendo que esperar para el próximo, que salía horas más tarde. De hecho, al minuto de estar allí, el aparato comenzó a moverse por las vías, momento que aprovecharon para acomodarse en sus asientos. Se habían colocado en torno a una mesa grande, para poder estar todos juntos.

Era un vagón amplio y con espacio para poder trabajar en las mesas con portátiles o libros, teniendo en su centro un cuadrado para poner a cargar aparatos. Contaba incluso en su parte trasera con un cubículo alargado, con una puerta corredera, y que daba a varias camas. Estas eran para simplemente dormir en ellas, pues el espacio era el justo para ello, eran bastante claustrofóbicos, al menos desde el punto de vista de Frank. Al menos no tendrían que dormir allí, pues antes llegarían hasta Roma.

En ello pensaba cuando sintió la mano de Hearth sobre la suya, apretando un poco. Le miró, y comprobó que había comenzado a mover sus manos para irle enseñando. Se concentró entonces en ello, sin darse cuenta de que era observado por los demás. Cuantos más pudieran comunicarse con él, se decían, mejor, pues de esta forma podrían entenderle todos y no depender en exclusiva de Frank para interpretar sus gestos. O de Magnus y de Blizten estando todos.

Además, así tendrían algo mejor que hacer, y no solo contemplar el paisaje, pues el viaje iba a ser largo. En ello estaban cuando Samuel se recostó sobre su asiento, algo cansado. Le había costado dormir y nunca había sido de concentrarse fácilmente en algo, menos cuando, como era el caso, no tenía ni idea del tema. Pero como el sueño le podía, acabó por dormirse. Y, como era habitual, su sueño no fue para nada tranquilo.

Sueño de Samuel.

Delante de sus ojos, aparecieron varios flashazos. En el primero, pudo ver a dos figuras oscuras, con lo que parecían lanzas y escudos en sus manos, y con dos anillos en cada uno de los brazos. Su cuerpo parecía recubierto por pieles de animales que no supo reconocer.

En el segundo flashazo, observó una figura sentada, sin pelo, muy brillante, con las manos en el regazo, y una segunda figura en su hombro y que parecía una suerte de primate, que se movía de hombro a hombro, pero la otra figura parecía impasible.

En una tercera visión, vio varias figuras con cuerpo humano pero con cabeza de animales, una con cabeza de un gran felino, otra con la de un reptil, y una tercera con cabeza humana. Las dos primeras parecían discutir entre ellas, mientras que la tercera actuaba como mediadora, pues estaba entre medias de las otras dos.

Hubo una cuarta imagen. En la misma, aparecían un total de cuatro individuos, dos en cada lado, y que, como la vez anterior, parecían estar en pleno combate, pero no únicamente dialectal, pues estaban usando lo que parecían espadas y escudos, luchando ferozmente entre ellos.

Para finalizar, apareció una quinta imagen de una figura que, por extraño que pareciera, contaba con varios brazos, pero por lo demás era perfectamente humano. Las movía en una especie de danza extraña.

Durante esas visiones, pudo oír voces de mujeres y de hombres, todos parecían ser jóvenes, pero con diferentes acentos. Extrañamente podía entender palabras sueltas de las que decían, pese a que seguramente hablaran lenguas diferentes. Pero no pudo reflexionar demasiado al respecto, pues despertó antes.

Fin del sueño de Samuel.

Cuando abrió los ojos, pudo ver cómo Leo acababa de escribir en un papel, a Frank sudando un poco en frío, y a Hearthstone mirándole fijamente al rostro. Se acarició un poco el puente de la nariz, y les miró.

-¿He hablado en sueños, verdad?- preguntó entonces, recolocándose en su sitio. Se tocó algo el rostro para limpiarse la comisura de los labios, que tenían algo de baba.

Leo sonrió de medio lado, y le enseñó el teléfono de Frank, al que le había pedido el aparato durante su pequeña siesta. Efectivamente, estaba dormitando y hablando en murmullos cosas que en principio no tenían sentido, pero que para Samuel lo tenían y bastante. Fue entonces que el chico se fijó en que ya era de noche, pues todo estaba bastante oscuro, solo se veían luces al fondo eso le llamó la atención dando lo poco que el sueño había durado.

-¿Cuánto rato he dormido?- preguntó él entonces, serio. Hearthstone entonces movió rápidamente las manos, y Frank interpretó sus gestos.

-Cinco horas- respondió rápidamente. El elfo sonrió y chocó sus palmas con las del romano, que también sonrió orgulloso.

-¡Buen trabajo, Frank! A ver si aprendes italiano también para impresionar a tu cuñado- bromeó, haciendo que el aludido se sonrojara un poco.

Antes de que pudieran seguir, Samuel les volvió a preguntar- ¿Queréis que os cuente lo que he soñado, o espero? Porque es importante- dijo, echándose hacia adelante.

Los demás le miraron con interés, y, con un gesto, le invitaron a hablar. Este así hizo, y les explicó con todos los detalles posibles lo que había soñado. Aquel tipo de experiencia, muy poco habitual en tiempos de paz, se volvían con frecuencia el preludio de aventuras cuando se tenían, junto a las profecías. Y, a lo largo de dichas misiones, los héroes que participaban en las mismas de vez en cuando volvían a tener alguna que otra visión a modo de advertencia de lo que iba a suceder, o de recordatorio de algo ya ocurrido.

Pero en esa ocasión, que era sin duda especial, estos eventos también se habían vuelto extraordinarios, no solo en duración, también en frecuencia, cosa que no estaba pasando desapercibida para algunos de los héroes del grupo. Durante las charlas que tuvieron horas antes con los demás, Annabeth se sorprendió de saber que en los demás grupos también había habido varios con visiones, y que ahora otro de ellos tuviera una nueva desde luego era relevante, así que, siguiendo el consejo de la griega, y cumpliendo lo que les había dicho Zia de reportar cada vez que algo importante pudiera pasar, llamaron al grupo que estaba en dirección a Emerita. Precisamente fue la egipcia la que respondió al móvil, a los pocos tonos.

-¿Hola?- oyeron la voz de ella. Podían oír de fondo bastante ruido, como si hubiera algún problema de conexión.

-Zia, creemos que esto va a ir a más- comentó entonces Leo, era el que manejaba el aparato. Esta tardó unos segundos en responder.

-¿A qué te refieres?- preguntó ella, seria. No la podían ver, pero claramente se estaba acariciando el puente de la nariz.

Fue entonces que le explicó lo ocurrido en el sueño de Samuel. Ella escuchaba atentamente- Creemos que habrá más héroes involucrados a parte de los que ya estamos. Samuel… mejor que te lo explique él- le tendió el teléfono al aludido entonces, y este lo tomó.

-¿Y bien?- preguntó Zia de nuevo, con cierta impaciencia- Como ha dicho Leo, he soñado con otros héroes, claramente de otros mundos diferentes al nuestro a juzgar por su aspecto, eso me lleva a pensar que también intervendrán en esta misión. Si eso es real… estaremos jodidos- comentó.

-Ese sueño… A mí tampoco me da buena espina. Pero nadie más lo ha tenido, no de nosotros, esperemos que se quede ahí- comentó- ¿Lo saben los demás?- preguntó.

-No, solo los de mi grupo, y ahora tú- respondió inmediatamente él. La chica suspiró, tardó unos segundos en responder.

-Vale, ya que estáis, tened cuidado con los cíclopes. Al parecer, los demás grupos han tenido problemas con ellos, pero no os fieis de su apariencia, son extraordinariamente poderosos, son los primeros de los suyos, hijos directos de Urano- Samuel se sorprendió por ello.

-Entiendo… En ese caso… ¿Qué deberíamos hacer? ¿Tienen algún punto débil?- preguntó entonces.

La llamada perdió sonido unos segundos hasta que volvieron a oír la voz de la maga- No más de lo que tendría un cíclope ordinario. Pero por su gran edad y experiencia, son unos guerreros invencibles. Para derrotarles…- antes de que ella pudiera seguir, la llamada se cortó de golpe.

Pese a que intentaron varias veces recuperar la llamada, no tuvieron éxito. Debían estar pasando por una zona sin cobertura. Es por ello, que decidieron usar métodos más tradicionales. Sacaron algo de agua, y, usando una linterna, crearon un mini arcoíris artificial, y, tras lanzar un dracma, pidieron hacer un mensaje a la diosa Iris. A los pocos segundos, ante ellos apareció el rostro de Zia, detrás de ella, vieron mechones rosas moverse un poco, y aunque no se veían, dos personas estaban hablando.

-¿Me oís?- preguntó la egipcia, mirando con los ojos algo entrecerrados el arcoíris delante de ella.

-Sí, no sé por qué se cortó la llamada pero en fin. ¿Qué nos tenías que decir?- preguntó Samuel. Esta suspiró.

-Sólo que tengáis cuidado con los cíclopes a partir de ahora. Dicen que nos quiere poner a prueba, no sé por qué exactamente, según ellos para saber si somos dignos de usar los anillos de Urano- comentó.

Los otros suspiraron. Era común, este tipo de acciones. Eso les molestaba en cierta manera, pero como siempre, los dioses no eran para nada prácticos. Les gustaba hacerse en cierta medida los interesantes, y esta era una de sus formas favoritas: poniendo a los semidioses en apuros cuando ellos bien podían hacerlo por sí mismos. Como adivinando lo que estaban pensando, Zia siguió hablando.

-De todas formas no estemos nerviosos. Ya todos hemos enfrentado a amenazas bastante grandes, tomemos esta como una más. Urano no es muy diferente a los demás, al parecer, así que seguirá una forma de actuar parecida. Sólo id con cuidado, como siempre hacemos, y ojalá la suerte se ponga de nuestro lado una vez más- sonrió un poco entonces.

Se despidió con un gesto, y la imagen de ella desapareció tal y como había aparecido. El grupo se miró entre ellos, y Hearthstone comenzó a mover las manos. Frank las miró con concentración, hasta que terminó de hacer gestos. El muchacho se lo pensó unos segundos antes de poder dar una respuesta a los demás.

-Creo… ¿Dices que estamos jodidos?- preguntó, no muy seguro. El elfo asintió entonces, y movió su mano derecha de lado a lado, girando la muñeca para ello.

-Tenemos que encontrar la manera de que pueda hablar…- comentó Leo, pensativo- ¿Nunca has usado uno de esos cacharros que se ponen en la garganta, que parece que hablas como un robot?- preguntó, a lo que el otro negó con vehemencia.

Movió las manos muy rápido, y a Frank casi ni le dio tiempo a interpretar lo que decía- Creo que no está nada de acuerdo, dice que usarlo no cambiaría nada por ser sordo- comentó.

-Agh, es verdad… lee nuestros labios…- murmuró Leo- ¿Entonces, como pudo saber lo que dice Zia? Apenas se le veían- indicó Samuel.

Hearth comenzó a mover sus manos de nuevo- Dice que son años de experiencia, que aunque no lo pueda entender todo, por el contexto puede saberlo- explicó.

Los otros asintieron- Por cierto, ¿Cómo has podido aprender tan rápido?- preguntó Leo- Porque yo he estado siguiendo la clase también y aún me cuesta-

El elfo les mostró entonces una runa- ¿Usaste magia conmigo?- preguntó Frank, a lo que Hearth asintió. Volviendo a interpretar sus manos, el muchacho suspiró.

-¿Y bien?- preguntó Leo al rato. Había estado en silencio durante un par de minutos- Dice que sí. Tenía que ser así, para poder aprender cuanto antes. Ahora estará descansando, y en la próxima tanda, hará lo mismo con vosotros. Ah, y que no puede curarse a sí mismo, así que quítate esa idea de la cabeza- le dijo el romano a Leo.

Este sonrió un poco con diversión. La verdad es que fue de lo primero que pensó, que podría curarse a sí mismo, pero si no lo había hecho ya, era claro que era por no poder, más que por no querer. En ello pensaban cuando vieron como el elfo se había acurrucado contra un lateral del tren, quedándose dormido al poco. La magia le debía cansar bastante, pero podían aprovechar el largo viaje que les esperaba para ir hasta Roma. Por eso él había hecho ese esfuerzo con Frank, probablemente querría hacer lo mismo con Leo y Samuel, aunque el proceso en el primero ya había avanzado algo.

Al fin y al cabo, poder comunicarse era fundamental, aunque en un combate cuerpo a cuerpo difícilmente podrían pararse a mirarle las manos al elfo. Leo, reflexionando sobre eso, comenzó a rebuscar ensimismado en su cinturón mágico. Con el mismo podía construir lo que se propusiera, pues con solo meter su mano en el mismo, podía notar como los materiales que necesitaba aparecían entre sus dedos. En pocos minutos, encima de la mesa tenía varias decenas de pequeños tornillos, tres microprocesadores, un poco de hilo con cobre, un cuchillo de precisión, destornilladores de punta fina, y plástico maleable color piel.

-¿Qué haces?- le preguntó Frank, interesado. Él y Samuel le contemplaban trabajar esos materiales con cuidado, mientras en sus ojos se podía ver una pequeña chispa de fuego.

Esa era la misma que tenía cuando trabajaba en algo importante, la misma que para el dragón Festus, o cuando tuvo que usar los aparatos que había dejado Dédalo en su laberinto. Era una sensación entre curiosidad y altas expectativas, deseaba que funcionara bien a la primera. Si el aparato que estaba haciendo funcionaba a la primera, ya no tendrían que preocuparse más por la comunicación con Hearth. Pero antes de poder continuar con aquello, un pequeño temblor recorrió el aparato.

El mismo no les pasó desapercibido a los héroes, que se levantaron en cierta medida algo alarmados por aquello. Fue en ese momento que vieron como la puerta se abría un poco, y entró en ese momento una mujer alta. Tenía la piel clara, el pelo negro, y ojos grises. Cuando se fijaron en ella, vieron que tenía ropa en apariencia antigua, tenía un vestido blanco y un par de colgantes al cuello, le llegaba la falda hasta la altura del tobillo, con mangas cortas para los brazos. Pese a ser ropa simple era bastante elegante.

-Vosotros debéis ser los famosos héroes- comentó, acercándose. Se sentó al lado de ellos, cruzando sus piernas. Una sonrisa de diversión se formó al ver los rostros de ellos, y se cruzó de brazos.

-Me llamo Alímedes, soy una cíclope, un placer conoceros- antes de que pudieran decir nada, en la mesa apareció un tablero de ajedrez, con las piezas ya colocadas.

Frente a ella estaban las piezas blancas, estando al otro lado por tanto las negras. Pero se dieron cuenta de que las mismas no tenían la misma naturaleza de siempre. Estas podían moverse, y tenían un aspecto antiguo. Los peones parecían soldados espartanos, teniendo los caballos un jinete con una lanza y un escudo. Los alfiles eran hombres lanceros, siendo las torres cíclopes. Los reyes eran los más sorprendentes, pues era un hombre y una mujer de la altura de los cíclopes, teniendo ambos una corona en la cabeza y sendas togas. En las manos de él parecía haber rayos, mientras que en las de ella había esferas de luz verde. La mujer que acababa de llegar se parecía a las reinas, lo cual le resultó curioso a los chicos. Fue en ese momento que ella volvió a hablar.

-Supongo que os preguntaréis qué hago aquí- comentó, mientras se acomodaba un pocos. Ellos asintieron.

La mujer sonrió un poco- Tranquilos, no os quiero matar. Si lo quisiera, ya estaríais muertos, os lo aseguro- un brillo de diversión se notó en sus ojos.

Estos pasaron por unos instantes a ser de color dorado, mientras un aura de ese mismo color rodeaba.

- ¿Querréis algo de beber o comer? Os veo algo famélicos- murmuró, y ante ellos aparecieron aquello que más les apetecía en esos momentos: unas patatas con salsa y unos nachos. Sus estómagos, rugiendo, señalaron algo obvio, y es que no habían comido en horas. Pero en un principio no se fiaban de la comida que ella acababa de crear, cosa que notó enseguida.

-No vamos a avanzar nada si no os fiais. ¿Lo haréis si como yo también?- en la mano de ella apareció un tenedor, y se llevó varias patatas a la boca.

Tras saborearlas, su expresión pasó de la solemnidad que había tenido hasta entonces a una cara de felicidad bastante genuina. Si era fingida, desde luego era una actriz sensacional. Comió un par de patatas más y varios nachos, y Leo, incapaz de resistir más, comió también un poco.

-E…está muy ri-rico, señora- murmuró, tras masticar un poco. Samuel y Frank le fulminaban con la mirada por eso, pero eventualmente también probaron un poco.

Ya seguros de que no se trataba de una trampa, continuaron comiendo, y aprovecharon para despertar al elfo, que se sorprendió de ver delante suya toda esa cantidad de comida.

-Retomando la conversación, imagino que querréis saber qué busco- comentó, sonriendo un poco, recostada.

Ellos asintieron, pero en ningún momento dejaron de comer. Estaban realmente hambrientos y no sabían cuando volverían a tener esa oportunidad- Para confirmaros, me manda Urano. No solo necesitareis fuerza o habilidad de combate para usar sus anillos, también necesitareis de una gran inteligencia para usarlos. No se le puede dar una espada a un chimpancé, ¿no creéis?- preguntó.

-¿Nos estás llamando chimpancés?- preguntó Leo, tras tragar lo que tenía en la boca. Ella se rio un poco, y negó con diversión.

-Si os hace ilusión…- sus ojos se iluminaron un poco y en pocos segundos los brazos de Frank se alargaron, su cuerpo y rostro se cubrió de pelo negro, y su cara se alargó. En u boca aparecieron largos colmillos, y su cabeza se encogió, así como su cuerpo.

-¡Devuélvele a la normalidad!- chilló Samuel, agarrándola de pronto del vestido, acercándola peligrosamente.

Sin perder la calma, ella posó su mano en el pecho de él, y una luz la envolvió de nuevo- Qué maleducados sois las nuevas generaciones…- sin dificultad le separó, y le lanzó contra el asiento, tirándolo al suelo en el proceso, al otro lado de la sala.

Ni siquiera se tuvo que levantar para hacerlo, tal era su fuerza. Leo contemplaba todo en silencio, analizándola con la mirada. Estaba claro que en esa situación tenía todas las de perder en cuanto a fuerza.

-¿Si te gano al ajedrez, devolverás a mi amigo a la normalidad?- preguntó Leo. Si el romano aún no había recuperado su forma humana era porque no podía, no por no querer, eso era evidente dado sus poderes.

-Ya nos vamos entendiendo, muchacho. ¿De quién eres hijo? Espera, déjame adivinarlo…- ella le miró a los ojos, y contempló la totalidad de su alma.

Leo se sentía desnudo en esos instantes, los ojos grises de ella le recordaban a los de Annabeth en cierta medida, y ella sí que daba miedo cuando se enfadaba.

-Tú eres el hijo del fuego… brilla en tus ojos, aunque aún te da miedo usarlo… Interesante… mi pequeña Calipso también está involucrada… Será mejor que la trates bien, muchacho. Por tu bien- ella puso entonces una sonrisa peligrosa.

Leo tragó saliva entonces, esa mirada… desde luego era alguien a tener en cuenta. Se notaba su poder perfectamente, no era ninguna pusilánime y su carácter le iba como anillo al dedo. Mientras comprobaba con la mirada que Samuel estaba bien, y con Frank en brazos de Hearthstone, que intentaba des transformarle como podía, Leo volvió a mirar a la mujer.

-Responda a mi pregunta, ¿sí o no? - preguntó entonces, serio. Ella no respondió inmediatamente.

Remojó sus labios con una copa dorada que apareció en su mano derecha, y enrolló una hebra de su melena en torno al índice de su otra mano. Se estaba haciendo la interesante.

-¿Quieres que apostemos, entonces?- le preguntó ella, y Leo se tensó un poco. No le gustaba tener que depender tanto de su suerte, y aunque había jugado algo durante el verano, ni mucho menos era un experto en ello.

Y claramente ella sería mucho mejor que él. ¿Por qué si no había hecho aparecer una tabla de ajedrez delante? No tendría sentido de no ser así. Frank, en los brazos del elfo, se llevó las manos a la cara y la tapó, como si tuviera miedo. El otro, moviendo tan solo una mano, también hizo un símbolo inequívoco de que su idea no era la mejor. Samuel, por su parte, observaba la escena en silencio desde el lugar en el que había aterrizado. Tenía el ceño algo fruncido, e hizo entonces la pregunta clave.

-¿Y si perdemos?- preguntó entonces. Ella le señaló- Serás tú, entonces. Ven, espero que no seas solo músculo- añadió.

Este se levantó entonces, y la miró con cierto interés. Fue en ese momento que Leo se levantó de su sitio, cediéndoselo al otro, que se sentó. Él no sabía jugar al ajedrez, era más de jugar al póker, por ejemplo, pero claramente el juego no iba a ser ese. Tras sentarse, volvió a preguntar.

-¿Qué te tendremos que dar si perdemos?- preguntó de nuevo. Ella sonrió por esa pequeña muestra de obstinación.

-Nada. Pero perderéis la oportunidad de obtener el anillo que se guarda en Roma, sólo yo puedo contaros dónde se encuentran, y como ya he dicho, tengo que asegurarme de vuestro ingenio- comentó ella.

-¿No sería más apropiado algo más… helénico?- preguntó. Ella le contempló alzando un poco la ceja derecha.

-¿A qué te refieres?- preguntó con interés. El chico se acomodó en su sitio -El ajedrez no era griego, así que…- murmuró.

No sabía si estaba acertando con aquello que estaba diciendo. Al fin y al cabo, una criatura tan antigua y poderosa como sin duda lo era ella seguramente no llevara bien las críticas. Pero lejos de enfurecer, ella simplemente movió su mano en un gesto suave, y en la mesa apareció un nuevo tablero. Con la diferencia de que este se parecía más al campo de batalla de un videojuego que a un tablero convencional. Tenía dibujados bosques, ríos, puentes que cruzaban los mismos, y montañas. Aparecieron varias legiones de soldados, caballería y soldados pesados, unos eran de color azul y otros de color rojo, teniendo Samuel delante suya a los últimos. Comprobó que había varias banderas blancas a lo largo del mapa, que simulaba ser un terreno real. En cierta medida le era conocido, pero no sabía de qué exactamente. Sería Leo el que se lo recordara.

-Es el campo de batalla del Campamento Mestizo… ¿Es la batalla contra las fuerzas de Gaia, verdad?- preguntó él. Al menos tenían la misma formación, pues unos estaban bastante colocados, los de color rojo, mientras que los otros estaban diseminados y no estaban uniformados, los azules. Curiosamente, los azules mostraban una gran diversidad, habiendo toda clase de criaturas, y no estando formado únicamente por humanos, como el ejército rojo. Ella asintió.

-En parte así es. Esto es una batalla de ese Campamento, sí, pero es una batalla anterior. Antes de vuestra aventura contra mi madre y tío, mi medio hermano Cronos intentó alzarse de nuevo contra sus hijos, pero los semidioses griegos y romanos se lo impidieron- comenzó.

-Este tablero representa la batalla de los griegos, que se dio en Manhattan. Este mapa es como sería la ciudad de no haberse edificado en ese terreno, aunque las tropas estén alteradas, por ejemplo no hubo tanta caballería entre los griegos- explicó.

-En fin, para demostrarme tu inteligencia, tendrás que ganarme en este combate de estrategia- explicó ella- Las normas son fáciles: el que derrote al ochenta por ciento de las tropas contrarias gana, o el que durante más tiempo controle los puntos clave, que están marcados con las banderas blancas- explicó.

-Se pueden usar las tropas como se quiera, todo vale, como en una guerra real- fue entonces que ella le invitó con un gesto a que comenzara.

-¿Vamos por turnos, o puedes mover tú al mismo tiempo que yo?- preguntó. Ella le miró durante unos segundos a los ojos.

-Tú realizarás el primer movimiento, pero a partir de ahí, podremos realizar los movimientos que cada uno quiera, como en una batalla real. Adelante, pues-

Samuel entonces colocó las manos sobre el tablero. Observó como de sus dedos nacían pequeñas cuerdas de luz, que se enlazaban con las diferentes formaciones de sus soldados. Por encima de los mismos, entonces, aparecieron varios valores: el número de soldados de la unidad, su salud, su fuerza, su velocidad de desplazamiento, su moral, y su capacidad de movilización. Le preocupó su bajo ánimo, pues no lucharían con la suficiente intensidad. Además, no estaba acostumbrado a tener bajo su mando a tanta gente, aunque fueran virtuales, pues apenas había jugado de pequeño a ese tipo de simuladores. Se estaba poniendo nervioso, y eso que ni había comenzado la batalla.

-¿Es para hoy, o para mañana?- preguntó la otra, le estaba metiendo prisas. Leo, con Frank en sus brazos, le puso una mano al hombro.

Este se giró a contemplarle, y comprobó que le hizo el símbolo de victoria con los dedos, y sonriendo. Dándose cuenta de que le estaban dando un voto de confianza, y decidido a lograrlo, movió sus tropas hacia los lados: los que iban a caballo, la mitad hacia la derecha y la otra a la izquierda, estando las tropas pesadas y las ligeras al medio, y con las primeras en la zona exterior, estando en la parte interna los segundos.

Alímedes movió entonces a sus soldados: dejó a los humanos detrás, mientras colocaba a los cíclopes en zona abierta, así como a los centauros, haciendo un semicírculo. Por su parte, los sátiros, ninfas y demás criaturas del bosque e introducían en zonas arboladas, desapareciendo de los ojos de Samuel. Desde luego era realista, no sabía dónde estaban, en esos momentos bien que podrían estar rodeándole, y él no lo podría saber hasta que no fuera demasiado tarde. Es por eso, que decidió internar su infantería en esa área. Recordó entonces que las criaturas mágicas tendrían ventaja en esas zonas, así que tendría que tener especial cuidado. Pensando en ello, se fijó en que al lado del estandarte de esas unidades había una hoja verde, que, al observarla, comprobó que había semidioses concretos con poderes que podría usar. Sonrió por ello.

-¿Te está gustando, Samuel?- preguntó ella. Seguía moviendo a sus tropas, pero no podía saber dónde estaban.

Sin dejarse desconcentrar por ella, le respondió- Es una forma muy interesante de entrenar el liderazgo…- comentó.

Mientras hablaba, activó un poder llamado "Furia verde". Con el mismo, podía atacar a cualquier unidad enemiga y que estuviera rodeada de maleza, como era el caso. Notó como ella fruncía mínimamente el ceño, pero no parecía especialmente contrariada. De hecho, vio como el nivel de salud de esas unidades comenzaba a descender. Claramente había entrado en combate. Dada su situación en el mapa, seguramente contra ninfas y demás criaturas del estilo.

-Mis tropas tienen ventaja, están en su elemento…- comentó Alímedes, mientras movía un poco sus dedos.

Las tropas de Samuel empezaban a perder más energía que antes, y también se estaban quedando sin moral. Eso ponía en tensión al joven, pues podía perder a demasiados soldados en esa situación, así que decidió echar atrás a los semidioses que quedaban. Aprovechando los poderes de varios de ellos, hijos de Demeter, logró levantar una muralla de ramas y rocas, que se podía ver desde arriba.

-Veo todo, y hago este movimiento- ella entonces movió sus manos, y aparecieron los seres del bosque, y que rodeaban a los semidioses de Samuel.

Les lanzó entonces contra ellos, y Samuel reaccionó rápido: colocó a sus soldados de tal manera que formaron un muro de escudos circular, y movió a su caballería. Esta se había estado moviendo desde el inicio, y que llegó en el momento adecuado, pues pilló por detrás a las criaturas del bosque. Empezó entonces una batalla en ese frente, pero Alímedes movió entonces a sus cíclopes, que se lanzaron en tropel contra la caballería del adolescente, que vio con cierta impotencia como la moral de sus tropas decaía rápidamente. Mientras pensaba aceleradamente qué hacer, comprobó que sobre sus unidades aparecía un cuerno dorado que, si era utilizado, permitía que se reagruparan sus filas.

Además, a su lado, aparecía una suerte de manta que le recordaba a la piel de un ungulado, pues contaba con cuernos y la parte del rostro parecía el de una cabra. Si se usaba, permitía recuperar la salud de las tropas, pero era muy lento de usar. Decidió simplemente usar el cuerno, comprobó que, efectivamente, sus líneas se cerraban, al menos por el momento. Necesitaba ideas y rápidamente. Pero antes de que pudiera decir nada, ella intervino.

-Obviamente no puedes pedir ayuda. Yo no la tengo, así que tú tampoco. Es justo, ¿no?-preguntó. Él no tuvo más que asentir, llevaba razón.

Se preguntaba entonces cómo pudieron vencer los griegos. No conocía los detalles, pero se imaginaba una batalla campal en plena ciudad, lo raro es que no hubiera salido en todos los medios. En ello pensaba cuando la cíclope intervino de nuevo.

-Estas perdiendo, veo- señaló entonces como las tropas de Samuel estaban cerca de caer, mientras la caballería hacía tiempo que se había dispersado entre la maleza a causa de los cíclopes enemigos, pero estos tampoco estaban en mejores condiciones.

La batalla, si bien pareja, estaba decantándose por el enemigo. A ese ritmo estaba caro que iba a acabar en su derrota, y no podía permitirse aquello. Tenía que haber una manera de revertir la situación, y calló en la cuenta de un detalle: en aquella batalla, ¿no participaron los dioses? ¿O los titanes? Si lo que decía Alímedes era real, en aquella batalla se iba a decidir si el Olimpo caía o no, así que seguro habían participado de alguna manera u otra. Cuando ese pensamiento cruzó su mente, comprobó que sobre sus tropas apareció una letra omega. Sin darse cuenta, la mujer había sonreído un poco, pero le dejó hacer. Cuando tocó aquel nuevo símbolo, tuvo la opción de usar a los muertos del inframundo, o controlar las aguas.

Claramente cada uno tenía sus ventajas e inconvenientes, así que se acabó decantando por el primero. Pudo comprobar como las tropas que habían caído, tanto de un lado como del otro, se unían a sus filas, duplicando en poco tiempo sus números. Como no sabía cuánto duraría, decidió una ofensiva total: lanzó a todas sus tropas contra el enemigo y de frente, chocando contra las mismas con rapidez. Alímedes, sin dejarse impresionar, también movió a todos sus soldados hacia el frente, empezando lo que se podría considerar como la batalla última de aquella guerra ficticia, y que Samuel esperaba ganar.

Durante todo ese rato, Leo y Hearthstone cuidaban de Frank, que acabó revisando las cabelleras de cada uno con interés, mientras los otros dos observaban el proceso desde una posición de segundo plano. No querían molestar y tampoco es que se pudieran mover de donde estaban. De alguna manera, la mujer les estaba impidiendo moverse, y aunque en un principio sintieron ganas de llamarle la atención a Alímedes, pero eventualmente decidieron que era mejor idea no hacerlo, ya que podrían desconcentrar a Samuel, o que ella se enfadara y también les convirtiera en primates, o cosas peores.

-Buen trabajo, muchacho- le dijo ella, recostándose. Las fuerzas de Samuel estaban devolviendo las tornas a las de ella, llegando a rodearles incluso, pasando de estar empezando a ser derrotados, a recuperar posiciones e incluso avanzar por ella.

Apenas un minuto después, desapareció el tablero de juego en el aire, y Alímedes miró con interés a Samuel, que sudaba algo en frío. Toda la tensión se había ido de repente, había logrado su objetivo. Esperaba que ahora ella cumpliera lo pactado y les contara dónde estaba el anillo de Urano que estaban buscando. Ella, antes de comenzar a hablar, movió su mano y acercó a los otros dos, al mismo tiempo que devolvía a Frank a su forma normal. Este no dijo absolutamente nada, pero se notaba la molestia en su mirada.

-El anillo de las galaxias se encuentra, así es, en las cercanías de Roma. En el valle que riega el Tíber, y antes de entrar en la urbe, encontraréis un templo. Allí os esperaré de nuevo- aseguró.

Antes de que ninguno pudiera decir nada, ella desapareció en el aire. Suspiraron, era lo habitual. Al menos en esta ocasión ella había sido más directa que sus contrapartes, que gustaban de ser muy enigmáticos.

-Oye, ¿cómo que anillo de las galaxias? ¿Es que tienen nombre los anillos?- preguntó Leo entonces, a lo que los demás se hundieron de hombros.

Hearth movió sus manos, y Frank comenzó a interpretar- Dice él que puede ser por lo que controlan, o que simplemente sea un nombre, pero que a saber- explicó.

Pero estando en el mundo en el que estaban… probablemente fuera más que solo un nombre. En todo caso tenían que encontrarlo cuanto antes, y llevarlo con los demás. Aún tenían muchos días para ello, así que tenían tiempo para investigar, pero cuanto antes lo encontraran mejor, eso por descontado.

Samuel observó por la ventana, aún quedaban varias horas de viaje hasta Roma, aunque la cabezada que había tenido había sido casi suficiente para recuperarse del cansancio. La noche, efectivamente, comenzaba a caer, ya apenas se veía el Sol en el horizonte, y los monstruos diurnos que por allí habitaban se introducían en sus guaridas, mientras los mortales iban y venían de todas partes. Aún quedaban horas hasta que durmieran, pero el mundo mágico vivía a otro ritmo.

-Descansad vosotros ahora, si queréis. El viaje os está cansando- afirmó entonces, al ver las caras de sus compañeros.

Frank ya estaba recostado con los ojos cerrados, a su lado Heartstone también estaba en una posición cómoda, aunque Leo, a su lado, seguía trabajando en aquello con lo que se había puesto antes de la interrupción de la cíclope. Interesado, el otro le observaba realizar el proceso. Con la tripa llena y recién descansado todo se veía desde otro punto de vista.

-¿Qué estás haciendo?- preguntó este. Leo alzó la vista entonces, y volvió a sus cosas mientras le respondía- Es para que el elfo pueda oír. Espero que le valga- comentó.

Samuel se quedó impresionado de que pueda hacer algo así. Un aparato de ese estilo debía ser complicado de hacer, y más difícil sería poder implantarlo. Para algo así seguramente fuera necesario incluso una operación. Y a saber cuando se podría hacer algo así, o si alguno podría hacerlo. Pero seguramente en todo eso ya haya pensado Leo, o eso quería pensar el otro. En silencio, vio como avanzaba el proceso: fue uniendo los cables con dos pequeñas placas, y que conectó al ordenador que tenían en la mesa del tren. Sí, en cada mesa había por lo menos dos pequeñas pantallas que funcionaban a modo de ordenador, y que pretendía usar el semidios para programar el aparato.

-Vamos a ello…- murmuró, conectando todo. Comenzó a teclear en la pantalla, y durante cuarenta minutos, estuvo en total silencio, únicamente paraba para echarse a la boca algo de la comida que quedaba de la visita de Alímedes.

Samuel no entendía como podía hacer algo así, supuso que era por su parte divina. No sabía como se desarrollaban esas cosas, pero era muy ventajoso que pudieran tener a alguien con semejantes habilidades con ellos. Dudaba, aún así, que pudiera acabar antes de terminar el viaje hasta Roma, y en ello pensaba cuando vio a lo lejos una gran ciudad, muy luminosa teniendo en cuenta el oscuro fondo que tenían.

-Creo que hemos llegado…- murmuró entonces, señalando en esa dirección. Leo admiró entonces la belleza de Roma desde la distancia, y suspiró. La misión hasta ahora había sido tranquila, pero ahora tocaba la parte más dura.

Movieron ligeramente los hombros de los otros dos para despertarles, y se prepararon para salir del tren cuando llegaran a la estación, unos veinte minutos más tarde.

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La mitología celta aquí incluida es bastante compleja aunque poco ha sobrevivido hasta nuestros días, aquí se da una visión algo simplificada que, con el tiempo, se irá perfilando.

Hasta aquí el capítulo de hoy, espero que os haya gustado, y que apoyéis este fanfic. Ni Percy Jackson ni ninguno de los personajes de las sagas de Rick Riordan me pertenecen. ¡Dicho esto, que la inspiración os acompañe!