SORRY, I'M LATE

ESTUVE SIN INSPIRACIÓN, Y ME COSTÓ UN BUEN LOGRAR TERMINAR ESTE CAPÍTULO. CADA VEZ QUE ESCRIBÍA SENTÍA QUE NO ERA SUFICIENTEMENTE BUENO (AUN LO SIENTO ASÍ) PERO EN FIN.

NO LO REVISÉ, ASÍ QUE CUALQUIER ERROR, MALA MIA


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Capítulo 5

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-¿Regina?-. Le llamó David, conocía perfectamente esa mirada, estaba temerosa y dudando.

-¿Qué?-. Ella levantó su mirada, aquél miembro era proporcionadamente más grande que cualquiera que hubiera tenido antes; no es como si hubiera estado con tantos… pero le preocupaba que lastimara de alguna forma al pequeño parásito.

-¿Dónde está nuestro hijo?-. Preguntó él una vez más. Una parte de él solo quería sentir su piel contra la suya, escucharla gemir y retorcerse ante el placer que podía darle, pero otra parte aun mayor ansiaba saber donde estaba su bebé.

-Creí que el niño lo había dejado claro pastor –. Respondió luego de poner sus ojos en blanco.

-Lo que le hayas dicho a Henry no es cierto.

-¿Henry?-. Su ceño se arrugó en confusión.

-Lo llamaste así por tu padre Regina, ese niño es tu hijo.

-No lo es-. Respondió jalándolo del cuello para poder besarlo nuevamente y distraerlo de la idea de saber del pequeño parásito. Pero él se alejó. Y ella soltó un suave quejido de frustración.

-Regina te lo suplico, dime ¿que hiciste con nuestro hijo?-. Suplicó el pastor convertido en príncipe.

-¿Tanto quieres saber? ¡Bien, te lo diré! Ese niño ya no existe ¿contento? Ahora si no me vas a follar mejor vete-. Lo empujó lejos de ella para levantarse y con su magia volver a vestirlos. No iba a rogar porque la tocara. Ella era una reina, las reinas no suplican.

-No es cierto-. Respondió el rubio. – Te conozco lo suficiente para saber cuando mientes.

-No conoces nada de mi pastor-. Gruñó mirándolo amenazadoramente.

-Te conozco Regina, tu misma me has dejado conocerte.

-¿No me digas?-. El sarcasmo siempre había sido una de sus armas, pero algo en los ojos del pastor le dijo que no funcionaba con él.

-Tu color favorito es el verde, te gusta porque te recuerdan los prados donde solías montar y encontrarte con Daniel. Te gusta cabalgar, lo hacías en el bosque y lo haces aquí; también te gusta cocinar, dices que te relaja. Te aterran los lugares pequeños y oscuros, porque tu madre te encerraba en un armario cuando no te comportabas como ella quería. Esta cicatriz-. Tocó la pequeña marca sobre su labio y fue cuando Regina notó que él se había estado moviendo cada vez mas cerca de ella. -Te la hizo ella. Tenías doce años y habías estado jugando con la hija de una de las cocineras, la niña tenía apenas siete y se había caído mientras corría contigo, tu madre llegó justo en ese momento y le rogaste que la curara. Ella te abofeteó por estar jugando con el servicio, despidió a la cocinera y te encerró en aquel armario sin molestarse en sanar la herida que te había hecho con su anillo-. Ya no podía detenerse, había captado toda la atención de Regina – También sé que uno de tus grandes sueños era convertirte en madre, pero bebiste una poción de infertilidad para evitar que tu madre hiciera con uno de tus hijo lo mismo que hizo contigo para hacerse de un trono. Te haz estado arrepintiendo por eso un largo tiempo-. Tomó sus manos en las suyas acariciando su dorso, Regina lo escuchaba atenta, con el ceño ligeramente fruncido y ojos desconfiados, David tragó saliva y volvió a hablar – Cuando nos enteramos que estabas embarazada…-. Soltó un suspiro antes de continuar –Tú no querías aceptarlo, no querías creerlo, tenías miedo de que solo fuera un error y no fue hasta que te hiciste una prueba mágica que aceptaste que era real. Lloraste y reíste de emoción cuando lo sentiste moverse por primera vez… así que no me digas que simplemente ya no está y que lo has matado, porque no es cierto-. Susurró con lágrimas agolpándose en sus ojos. -No serías capaz.

-¿Crees que por saber cosas de mi juventud, me conoces? No confío en ti, de hecho ¿Por qué debería?

-Es cierto-. Aceptó el rubio – Solo me recuerdas del bosque encantado cuando intentábamos matarnos el uno al otro, pero amor-. Logró ver un brillo en sus ojos al llamarla así, llevó su mano a su torso de Regina, sobre su corazón – Dentro de ti sabes que lo que digo es cierto, tu corazón confía y me conoce, aunque tu cabeza no lo recuerde.

Ella estaba burbujeando de rabia, porque lo que decía el pastor era cierto, su corazón confiaba. Confiaba, aún cuando la experiencia siempre le demostró que no debía confiar en nadie y el que fuera el príncipe de Snow lo hacía todo más confuso y aterrador. Estaba aterrada, ¿Qué pasaba si confiaba y luego descubría que todo era parte de un plan y ella quedaba con el corazón roto? ¿Qué pasaba si le quitaban a su parásito? Prefería no creerle y alejarlo, aun si eso significaba herirlo para eso– Si estás tan seguro de saber todo de mí, seguro sabrás que el único con quien quería tener hijos era Daniel. ¡Y si no es con él, no es con nadie! ¡¿Qué?! ¿Era esto lo que querías saber? ¡¿El cómo arranqué al pequeño estorbo dentro de mí?! ¿Qué no me importó siquiera saber quién era el padre? ¡No me importó! ¡No importa! ¡Es mí cuerpo y yo decido qué hacer con el!-. Apretó sus dientes para no soltar un jadeo sorpresivo cuando sintió al parásito moverse dentro suyo -¡Un giro! un solo giro de mi mano y ese estorbo ya no estaba-. Susurró con voz dura y fría, totalmente desapegada –Desapareció-. Movió sus dedos en el aire como imitando de que ahora el niño no era mas que un simple polvillo en el aire.

Sus duras palabras se clavaron como dagas en el pecho del rubio. Henry diciendo que su madre había matado a su hermanito se repetía en su mente una y otra vez, junto con la declaración de ella. Esto no podía ser cierto. Era imposible. Conocía a Regina y ella era incapaz. Pero ella estaba frente suyo con su abdomen completamente plano y ni rastro de su bebé en aquél lugar. Ya no sabía qué pensar. Su pulso bombeaba fuerte en sus oídos, la pena y la rabia rugiendo en su pecho amenazando con partir su corazón y Regina frente a él vestida como la reina malvada. Aquella reina malvada responsable de una u otra forma de no haber podido criar a su primera hija y ahora ahí, siendo la culpable de perder otro hijo, solo que este no lo recuperaría años después. No supo en que momento la había empujado contra el muro y su mano voló directo a su delicado cuello – Tu… maldita…-. La odiaba, la odiaba tanto en este momento. Acercó su cara a la suya, clavó sus ojos en los profundos orbes chocolate, logando ver un atisbo de miedo, no le importaba -Te odio-. Murmuró con ojos furiosos derramando lágrimas para después estampar su boca con la suya en un beso furioso, lleno de desespero. Mordió su labio con furia casi al punto de extraer sangre y forzó su lengua casi hasta su garganta. Ella quería que la follara. La iba a follar de una forma que nunca olvidaría.

Su acción sorprendió a Regina. El golpe en la pared la había dejado sin aliento y el demandante beso la tenía sin poder respirar bien. Pero aun en ese instante furioso, todo se sentía correcto, se sentía bien. Su mente comenzó a nublarse por la lujuria y sus manos volaron a la nuca de David en un intento de acercarlo más a ella ¿cómo era posible que con solo un toque suyo ella se estuviera derritiendo por él? ¿Qué tenía este hombre que ella se volvía macilla en sus manos? Su arrebatado beso la había encendido como una maldita bola de fuego.

David bajó sus labios para besar y mordisquear su cuello, sus manos levantaron la falda del vestido colándose en sus bragas, sonrió al escucharla jadear cuando la tocó tan directamente donde le necesitaba, estaba tan húmeda y caliente – ¿Esto es lo que quieres?-. Susurró mientras se desabrochaba el cinturón y sus pantalones vaqueros con su otra mano y dejándolos caer en un pequeño charco bajo sus pies junto a sus boxers – ¿Quieres que te folle como un animal?-. Tomó una de sus piernas sosteniéndola sobre su antebrazo y ahí mismo contra la pared, alineó su endurecido miembro contra su empapada entrada y la penetró con una firme estocada arrancándole a la reina un grito, mezcla de dolor y placer. Rápidamente comenzó a balancearse contra ella imponiendo un ritmo duro, evitaba mirarla a la cara mientras escondía su rostro en el huego de su cuello, marcándolo con pequeñas mordidas y succionando. Estaba siendo rudo, tan rudo como lo había sido tantas veces antes de enterarse que estaba embarazada.

Regina estaba delirando ¿Esto era real? De haber sabido que el príncipe pastor era un dios sexual hubiera puesto al menos un poquito de empeño en seducirlo aquella vez en su mazmorra. No recordaba cuando había sido la última vez que había sido tan vocal, de no tener el hechizo sobre la cabaña era probable de que sus gritos se escucharan por todo el bosque hasta llegar al pueblo. No quería que esto se terminara nunca, pero podía sentir su orgasmo acercarse tan amenazadoramente potente, pero de pronto el pastor había parado y salido de ella. -¡¿Por qué te detienes?!-. Exigió saber, solo para ser tomada en sus brazos y bajada al mismo suelo de la cabaña, con sus antebrazos extendidos hacia adelante y su trasero en el aire tenia prácticamente todo su vestido sobre su cabeza y no veía nada por la tela a su alrededor ¿La iba a tomar así? Su pregunta fue respondida rápidamente cuando él se adentró en su calor húmedo en un movimiento que impulsó su cuerpo a pegar su rostro hacia la madera bajo suyo, si no fuera por sus rodillas ella podría haber aplastando a su parásito. Su orgasmo se acercaba nuevamente, la nueva posición hacia que él fuera aun mas profundo y eso la aterró, quería detenerse, quería detenerlo, podía estar en ese mismo momento lastimando al parásito y su cuerpo no le respondía, su voz no respondía, pensó en un hechizo rápido y preservó la pequeña vida dentro de su vientre, mientras que trataba de respirar entre gritos, jadeos y gemidos. Y cuando él le soltó una nalgada su orgasmo explotó, haciendo vibrar cada fibra de su ser. Pero el miedo de haber lastimado al parásito ya estaba instalado y su cabeza comenzaba a doler.

Hacer gritar de esa forma tan satisfactoria a la reina malvada había dejado a David con una inmensa sensación de dicha, volvió a golpear su trasero viéndolo adquirir un lindo tono rosado, adornándolo de la misma manera en que lo estaba la sección que chocaba contra sus caderas, lo había apretado tan exquisitamente y le había costado toda su fuerza de voluntad el no dejarse ir y derramarse profundamente en su interior. Se sentía un maldito demonio con ganas de vengarse de esta deliciosa mujer malvada. Observo la maraña de tela sobre su espalda que cubría su cabeza y decidió que la quería fuera de ese vestido. Usó ambas manos para mover la falda y descubrir como sacárselo, su cerebro lujurioso y necesitado la notó temblar entre sus manos y sonrió, movió sus caderas suavemente escuchándola soltar un gemido, no supo como quitar el maldito vestido así que solo rasgó la tela con sus manos, sus músculos internos lo apretaban tan exquisitamente nublando su mente y él seguía moviéndose contra ella, al fin logró rasgar todo el vestido y quitárselo, podía ver su espalda ahora, tan hermosa, tan… delicada, metió una mano por debajo de sus muslos para voltearla sin salir de ella y fue cuando la vio.

Estaba llorando.

Tenía los ojos fuertemente cerrados, mordiéndose el labio para no soltar sonidos y las lágrimas corrían por su rostro.

El alma de David cayó a sus pies sintiéndose una mierda inmediatamente. La había lastimado. La levantó con cuidado envolviéndola suavemente en sus brazos, pidiéndole perdón como si fuera un mantra. Reina malvada o no, ella era su Regina y él la había lastimado como tanto le había prometido que no haría. Se había enfurecido y la había atacado como la peor de las bestias. Sabía que no tenía perdón alguno.

Poco sabía él que sus lágrimas no tenían nada que ver con el sexo rudo, bueno sí que tenía algo que ver con eso, pero no del todo. Había tenido un orgasmo alucinante que la había hecho lloriquear pero las lágrimas eran producto de un recuerdo, un recuerdo que tenía mucho que ver con aquél anillo en su dedo.

-David…-. Susurró suavemente, él la aferró más fuerte contra si, sin querer soltarla, sin siquiera darse cuenta lo pegados que estaba y que fácilmente podía descubrir el escondite del pequeño parásito. –Hey-. Le llamó ella más suavemente acariciando su cabello. Él no la escuchó, seguía pidiéndole perdón. Un dolor agudo en su vientre le hizo cerrar los ojos fuertemente y morderse el labio para evitar soltar un grito, pero su cuerpo se estremeció por el dolor torturando aun más a David. El dolor solo duró un momento y luego desapareció ¿Qué había sido eso? No pudo ser el parásito, el hechizo aun lo protegía, tanto a él como a ella, nada externo podía lastimarlos. –Oye pastor-. Volvió a tratar de llamar la atención del rubio, logrando que esta vez él la soltara, pero este esquivaba su mirada. –David mírame-. Cogió su fuerte barbilla para que él la mirara a los ojos –Estoy bien-. Le hizo saber y le regaló una pequeña sonrisa. Entonces él negó con su cabeza. Estaba llorando y eso provocó que el corazón de Regina se apretara ¿En verdad le dolía pensar que la había lastimado?

-Te lastimé-. Su voz sonaba débil y ahora ella quería abrazarlo.

-No lo hiciste-. Ella tenia sus manos en su rostro evitando que él alejara su mirada de la suya, estaban en una posición bastante intima, sin mencionar que su miembro aun estaba duramente enterrado en su interior, tan pegados que si el pequeño parasito se moviera él podría sentirlo; de ocurrir y que se moviera como había estado moviéndose desde que escuchó la voz de David, Regina no sabia cómo reaccionar ante eso. En parte estaba ansiosa porque el parásito se moviera y la desenmascarara frente a… em… su padre, y así no lastimarlo más y asustada de que se descubriera y que todo incluso su pequeño flash de recuerdo no fueran mas que una treta para destruirla.

-Estabas llorando, te lastimé como él-. Eso la sorprendió, ¿ella le había contado sobre Leopold? Nadie más que ella lo sabia, y nunca le había contado a nadie. Sintió la urgencia de tranquilizarlo rápidamente alejando esos malos pensamientos de su mente, él no era Leopold, aun cuando había sido rudo, estaba demasiado lejos de ser como ese desgraciado.

-No lo hiciste-. Su voz retumbo fuerte, decidida a dejarle claro ese punto –Las lagrimas no tenían nada que ver con dolor-. Observó su seño fruncido de confusión y tuvo que aclararle –Me diste el orgasmo más alucinante que he tenido en mucho tiempo, créeme cuando digo que esas lágrimas no eran de dolor.

-Perdóname-. Murmuró nuevamente el rubio

-¿Por qué… darme un maravilloso orgasmo?-. Preguntó bromeando tratando de aligerar el ambiente. Pero antes de que él pudiera responder nuevamente el dolor agudo en su vientre se hizo presente y aun más doloroso que el anterior, esta vez ella no pudo evitar soltar un grito de dolor, enterrando las uñas en el hombro de David, lastimó su piel y extrajo sangre aun a través de su camisa.

-¿Qué ocurre? ¿Regina?-. Asustado comenzó a mover sus manos sobre su cuerpo buscando alguna herida que hubiera dejado que le causara dolor y fue cuando lo notó, aquello presionando sobre su abdomen y parte de su pecho, lo había sentido antes, tantas veces antes, era su piel suavemente redondeada con aquella pequeña protuberancia, bajó su mirada pero no había nada, aun así él lo tocaba. Era su pancita, aquella bella pancita donde llevaba a su pequeño y precioso bebé. Aun estaba en ella. ¡Dios, debió haberlo sabido! Quería golpearse a si mismo por no haberlo pensado antes, un hechizo de camuflaje. Oh, por dios. Tuvo sexo muy rudo con ella estando embarazada. El pánico lo envolvió pensando que el dolor que ahora sentía era a causa de eso –Regina-. Habló nuevamente, el miedo reflejado en su voz al sentirla relajarse soltando el aire lentamente mientras abría los ojos y lo miraba un tanto temerosa. –Por favor no me mientas ¿Los lastimé? ¿Qué te duele? ¡Dios mío! te tomé tan rudo y en el suelo-. El pánico haciendo de las suyas y Regina de pronto soltando una risita -¿Por qué te ríes?

-Por si no te has dado cuenta aun seguimos en es suelo-. Dijo ella divertida y movió sus caderas para señalarle que él aun estaba en su interior y sonrió aun más al escucharlo soltar un gemido sorprendido –Y supongo que ya no tiene sentido ocultarlo más, puesto que lo tienes en tus manos-. Se refirió al pequeño parásito y con un giro de su muñeca su pancita era nuevamente visible – Y no, no lo lastimaste. Cuando me bajaste al suelo tuve un pequeño momento de pánico y lancé un hechizo sobre ambos-. Dijo encogiéndose de hombros.

-¿Tuviste miedo de mí?-. Preguntó el rubio con miedo a la respuesta.

-¡Claro que no!, ya quisieras pastor; tuve miedo por el parásito, lo olvidé totalmente por un momento.

-¿Parásito?-. Preguntó sorprendido, sabía que se refería al bebé

-Aquello dentro de mí.

-¿Te refieres al bebé?-. Preguntó con una leve sonrisa, quería saber por qué no le llamaba así.

-Así le dices tu, yo no estoy segura de lo que es, bien podría ser todo esto una fantasía creada para hacerme bajar la guardia y luego destruirme.

-¿Qué?-. Su rostro reflejaba la completa confusión que sentía ¿En serio pensaba así, que el bebé que carga era solo una fantasía?

-¿Qué pensarías tú si te despiertas en un lugar desconocido que huele horrible, conectado a cosas que hacen mucho ruido, un niño que dice ser tu hijo pero nunca haz visto, una pequeña cosa moviéndose dentro tuyo como si hubiera una laguna donde nadar? ¡Ah y no nos olvidemos de estar prometida al que conoces como el esposo de tu enemiga jurada!

Bueno sí, pensándolo así… él estaría aterrorizado con el simple hecho de tener algo desconocido dentro suyo, despertar sin recuerdos de su vida juntos… él probablemente también desconfiaría de ella si eso pasara, ahora entendía. Cerró sus ojos haciendo una mueca antes de inclinarse y presionar su frente sobre la clavícula de Regina –Lo lamento, debí imaginar como te sentías, soy un idiota.

-Algo en lo que estamos de acuerdo-. Murmuró Regina poniendo sus ojos en blanco.

-Espera… ¿Cómo sabes que estamos comprometidos?-. Levantó la mirada rápidamente a su rostro. Ella solo levantó su mano frente a su rostro mostrándole el brillante y sencillo anillo en su dedo.

-¿Quién más escribiría algo tan meloso como: Mi corazón te pertenece, mi reina. D?-. Bajo ninguna circunstancia le estaba contando que hacía apenas un momento, cuando lloraba era porque había recordado aquella emocionante pedida de mano.

-¿Meloso? ¡Pero si te encantó! Aunque… ahora no lo recuerdes-. Respondió David moviéndola suavemente para salir de ella. Él no había venido, pero no podía importarle menos, tenía a su reinita (aunque aun desmemoriada) en sus brazos y su bebé estaba sano y salvo en su refugio dentro de su madre.

Regina escondió una sonrisa mordiéndose el labio, porque sí, recordaba perfectamente que aquel detalle en el anillo le había encantado.

David bajó un poco más la cabeza para dejar un besito sobre su pancita y ambos sintieron al pequeño moverse –Estaba tan asustado pensando que podías estar por ahí estando tan cerca de la fecha de parto, te imaginé caminando por ahí sola con contracciones y sin mí para ayudarte-. Ahora agradecía enormemente que Regina aun en la bruma de la lujuria le protegiera tan fieramente, de no haberlo hecho les hubiera lastimado en su locura.

-Se cuidarme sola pastor-. Respondió ella levemente ofuscada, y aunque realmente le gustaba que se estuviera preocupando por ella, pero primero muerta a dejar que él lo supiera -¿Y qué cosa en el infierno son las "contracciones"?-. Conocía el significado de la palabra, pero no entendía por qué se relacionaría con ella.

-Cierto…-. David se encogió de hombros y respondió – Son dolores agudos y repetitivos que anuncian que él bebé ya está por nacer.

-¿Qué tipo de dolores? ¿Dolores donde? ¿Cómo?

-Ah… pues según nuestra instructora de cuidados prenatales, cuando llegue la hora sentirás dolor en tu vientre y tu baja espalda-. Dijo él asintiendo con la cabeza al mismo tiempo que tocaba dichas zonas –Serán cada vez más fuertes y el tiempo entre cada contracción irá disminuyendo, volviéndose mas frecuentes, hasta que estés lo suficientemente dilatada para comenzar a… pujar-. Había leído tantos libros sobre partos como pudo encontrar, quería ayudarla de todas las maneras posibles, si pudiera él tomaría su dolor por ella para que no sufriera.

-Ah…-. Dejó escapar ella con la mente en otro lado. ¿Sería una contracción lo que había sentido antes? Ya lo había sentido dos veces, y si lo que el pastor decía era cierto, las estaría sintiendo más seguido y más dolorosas -¿Por eso me embarazaste? ¿Para que sufriera los dolores de traerlo al mundo?-. Preguntó molesta, aunque no realmente molesta, el dolor significaba que pronto podría ver como era su pequeño parásito y no podía negar que ansiaba con sostenerlo en sus brazos.

-¡¿Qué?! ¡No, claro que no! -. Dijo abriendo mucho los ojos –Lo acepto, el que quedaras embarazada no estaba contemplado, y aunque anhelaba desde el principio tener hijos contigo, nunca di nada por sentado, especialmente porque me dejaste claro que no podías; pero no me importaba, hubiera adoptado mil hijos solo si era contigo como su madre. Sé que no lo recuerdas; pero este pequeño es la prueba de nuestro amor-. Sus grandes manos cubrían casi toda su pancita hacia delante, y Regina no pudo evitar sentir que tanto su corazón como el parásito daban un brinco de emoción al escuchar eso.

-Bien… necesito respuestas-. Cruzó sus brazos sobre su pecho aun muy desnuda, y sentada ahorcadas sobre sus muslos. –¿Cómo es que pasó esto?-. Dijo apuntando a la pancita donde estaba el parásito

-Teniendo sexo-. Respondió solo para ver su reacción y ella elevó una de sus perfectas cejas mirándole con obviedad -Mucho… sexo. Pero si lo que quieres saber es cómo es que estamos juntos… tendría que remontarme a cuando la maldición aun estaba en pie. Estuve durante mucho tiempo dormido y entonces desperté sin ningún recuerdo de haber vivido en el bosque encantado y sin recuerdos de mi yo maldecido de aquí de Storybrooke. Estaba muy confundido y tú me invitaste un día a cenar a tu casa, me embrujaste con tu belleza y una linda historia de cómo me habías rescatado, trataste de besarme y yo… te rechacé-. Ella lo quedó mirando con las cejas casi tocando el inicio de su cabello. No recordaba nada, pero en su mente flotaba la frase "Es como… si el universo quisiera que me encontraras" sonaba como la tonta frase de los encantadores, pero aun así sentía su corazón palpitar más fuerte –Durante tanto tiempo, incluso después que se rompiera la maldición sentí que ese había sido mi mayor error.

-¿El ir a cenar conmigo?

-No, el no besarte como tanto quería-. Llevó su mano a su rostro acariciando su barbilla –Lo anhele por tanto tiempo, y reprimí mi sentir por ti, porque se suponía que debía odiarte. Pero yo no podía. Snow… nuestro matrimonio ya no era lo mismo, y es que me di cuenta que no teníamos nada en común. Éramos dos personas completamente diferentes, con sueños diferentes y nunca antes me había dado cuenta de eso porque siempre habíamos estado corriendo, huyendo de George, huyendo de ti, peleando contra ti-. Ella solo lo miraba ahora –Discutíamos cada vez más y yo huiría al bosque o a cualquier parte de la ciudad solo para estar lejos, siempre tenía una escusa para hacerlo, llevar a Henry para dejarlo contigo fue cada vez más frecuente porque era la única vez que podía verte, no estabas saliendo mucho de tu casa en ese tiempo-. Le dio una sonrisa leve y ella se la devolvió tenuemente –Hasta que un día, como casi todos encontré una escusa, el de ir a revisar las fronteras alrededor del pueblo y entonces te vi. Andabas por el bosque, vestías totalmente diferente a como vestías normalmente y entonces me viste. Creí que me arrancarías la cabeza porque te estaba siguiendo. Me dijiste que ibas a un mirador y no hacer "algo malvado"-. Sonrió con nostalgia –De todas formas te seguí a pesar de tus protestas, era un lugar muy pacifico con una vista hermosa pero yo no podía apartar mis ojos de ti. Comenzó a llover y nos llevaste a una cabaña muy parecida a esta y fue cuando todo comenzó. Pasó un tiempo para que te volviera a ver, pero en ese tiempo me separé de Snow, no fue difícil, no estábamos casados en este mundo. Convencerte de dejarme conquistarte fue lo difícil. Pero estaba totalmente decidido y lo logré, de eso ya va a ser un año, y luego el accidente… su auto destrozado, los videos de vigilancia y la sangre-. Cerró sus ojos tratando de contener las lágrimas pero fue inevitable –Creí… creí que los perdería para siempre-. Había juntado su frente contra la suya y Regina tenía una de sus manos acariciando el cabello de su nuca y la otra sobre su hombro, cuando la sintió temblar, con la respiración agitada, sus uñas enterrándose en su hombro y la otra jalando de su cabello, y pero solo logró registrar lo que le ocurría cuando ella soltó un angustiante grito de dolor.

-¡Carajo!

-¡Regina!¿Regina por favor háblame? ¿Es una contracción? -. Sabía que no debía entrar en pánico, pero le fue inevitable al ver el dolor reflejado en su rostro. Ella asintió enérgicamente con la cabeza -Es… oh dios, ¿no es la primera verdad? Hace un rato…

-¡La tercera!-. Exclamó ella cuando el dolor comenzaba lentamente a disiparse. Y se dejó caer contra su amplio pecho.

-¿Por qué no lo dijiste antes?-. Estaba un poco bastante asustado y no le sorprendió que ella solo negara con la cabeza, él sabía como era, siempre se negaba a mostrar aunque sea el mínimo de dolor frente a nadie –Está bien, será mejor ponernos en marcha. Lo primero sería vestirnos, hay que ir al hospital antes de que tu fuente se rompa-. Su voz era lo más calmada posible, pero la sintió tensarse inmediatamente y se alejó para mirarlo a los ojos.

-¡No!

-Regina…

-¡No dejaré que él lo toque!-. Con un poco de dificultad se logró levantar de su regazo y un simple giro de su mano y ambos vestían nuevamente, Regina con un vestido nuevo claro está.

-¿De quién hablas?

-¡Del Doctor Frankestein!-. Exclamó asustada, y de pronto su sus ojos se abrieron enormes.

-¿Qué ocurre?-. El terror reflejado en el rostro de Regina lo asustó. Y la observó atentamente mientras ella miraba hacia abajo, moviendo la falda de su vestido para revelar un pequeño charco de agua con tintes rojos, un escalofrió le atravesó la columna cuando supo lo que era –Hay que ir al hospital.

-¡¿Qué es eso?!-. Estaba bastante segura que eso no era orina.

-Tranquila, todo está bien solo se ha roto tu fuente-. Dijo el rubio a modo de calmarla, pero su tono de voz delataba lo nervioso y asustado que estaba.

-Ya va a nacer.

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