Partitura IV.
Luego de varios días, no se había vuelto a topar con aquel intrigante muchacho rubio. Para Sherlock, sus días eran soporíferos, ya no escuchaba al pianista de aquella casa y no había vuelto a escuchar la melodía en la escuela. ¡Era decepcionante y molesto! Nadie de su interés dejaba pista de su paradero.
Decidió finalmente ceder a los concejos de su amigo John y preguntar por su pianista misterioso en la academia. Pero nadie ahí había escuchado la melodía que había recreado con su violín. Apretó los labios con fastidio ¿cómo era posible que se desvaneciera en el aire? No, no era posible. Probablemente, ese pianista no había tocado de nuevo la canción en la academia desde ese día.
Harto de la situación, estuvo a punto de estrellar su puño con un muro, sin embargo, recordó sus propias palabras dirigidas al pianista de ojos escarlatas. Debía cuidar más sus manos. Con un suspiro iracundo, decidió practicar el complemento de aquella canción en su violín. Una melodía que hacía efervecer un sin número de emociones en el pecho de quién la escuchara. Si el pianista se encontraba oculto, lo haría salir.
Un llamado.
-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-
Sherlock siguió varios días sin éxito alguno. Lo único que había conseguido: al director Lestrade escuchándolo en un par de ocasiones. El mayor, ya antes había mostrado fascinación por impulsar su carrera musical, sin embargo, el nulo interés de Sherlock en explotar su propio talento, solía ser el mayor impedimento.
En uno de esas tardes, al terminar, iba con su ceño fruncido bajando con pisotones la escalera de caracol. Su mundo se revolcó en color cuando vio al pianista rubio hablando con el director de la academia. Sherlock se sintió contento. Por fin, uno de sus intereses había hecho acto de presencia.
— Sería genial que fueran la misma persona — murmuró para sí mismo.
Cuando prestó atención, parecía que el director Lestrade estaba presionando al pianista a algo. Siendo el caso, no era errado asumir que era un pianista talentoso.
El giro natural de la escalera, le hizo redirigir su mirada a un boletín de anuncios que avisaba a los estudiantes sobre uno de esos eventos hechos con el fin de que los padres de familia no sintieran que tiraban su dinero a la basura.
Eventos que muchos trataban de aprovechar para conseguir patrocinadores. El azabache lo vio como una oportunidad, pero no para el patrocinio, sino, para encontrar a su pianista.
— Ah, mira ahí está — alcanzó a escuchar Sherlock la voz del director — Joven Holmes, ¿podría venir un momento?
El de ojos zafiro se acercó arqueando una ceja y con poca disposición hacia el director, aunque, con un profundo interés en el prospecto musical a su lado. No quería volverse una de las marionetas del director en su búsqueda por escalar al puesto de rector, pero quería hablar con ese muchacho. Se sentía en un ligero dilema interno. Seguramente sería una de dos opciones: el pianista rubio estaba en el mismo predicamento que él o, todo lo contrario, querría impulsar su propia carrera y le pediría apoyo.
El director Lestrade podía ser un dolor de cabeza muy terco. De repente, por un segundo dudó de si Lestrade había buscado al rubio porque sabía de su interés en él, pero descartó la idea enseguida. "No es tan listo" pensó con burla, antes de responder mesuradamente:
— ¿Sí?
— Joven Moriarty, él es Sherlock Holmes, es el prometedor violinista del que le hablé. Creo que si hay alguien en esta academia que puede hacer ese acompañamiento del que hablamos, podría ser él.
Los rubíes chocaron con los zafiros.
— Holmes, este joven, es William James Moriarty, al igual que tú, es un excepcional músico, pero, él ha decidido seguir mis consejos y actualmente acaba de iniciarse como maestro auxiliar en esta academia.
De pie uno frente al otro, William mantenía una postura perfectamente erguida, con su mano izquierda descansando en su espalda baja. Mientras que Sherlock mantenía una postura informal y relajada con sus piernas abiertas y cargando su violín a modo mochila.
Los chicos se analizaron mutuamente hasta que Lestrade los interrumpió.
— Holmes sería el violinista ideal para tocar contigo en el recital que se acerca.
— Lo siento, director, pero en este momento no estoy interesado ni en recitales, ni en tocar otra melodía que no sea la que estoy aprendiendo actualmente.
— ¡Pero, Holmes! ¡Esta es…!
— Está bien director.
Interrumpió el rubio con un ademán de mano y una sonrisa que, a simple vista, lucía amable:
— Esta pieza solo será tocada por alguien que realmente desee y pueda hacerlo. No deberíamos incomodar más al señor Holmes con esto.
El azabache notó en el acto, el filo escondido en la frase, un reto que se resumía a "No aceptaré a un músico indigno". Era una de las cosas que a Sherlock le fastidiaba de algunos músicos. Todos parecían tan protectores con sus composiciones como si fuesen el próximo Mozart o Beethoven o Bach, cuando en realidad sus composiciones eran tan desabridas como un pop cualquiera. Sin embargo, por alguna razón, lo encontró divertido viniendo de él.
— Como le mencioné en el estudio, yo mismo me encargaré de buscar al músico adecuado. Hasta entonces, me abstendré tocarla en recitales.
Dicho eso, se retiró con pasos engañosamente veloces, evadiendo con elegancia y falsa parsimonia a los músicos frente a él.
— Mo-Moriarty — le llamó el director al ver al muchacho retirarse.
Sherlock seguía interesado en hablarle, así que decidió ir detrás de él. Sin embargo, el director le sujetó de la parte de atrás del cuello del saco, como si levantar a un gato del lomo.
— ¿Qué quie…?
La pregunta quedó incompleta cuando notó la mirada severa del director enojado. Le recordaba mucho a su vecina Martha Hudson.
— Holmes — dijo sombríamente en voz baja — ¡Me costó mucho trabajo convencer al joven Moriarty de tocar en el recital para que tú lo hayas echado todo a perder en cinco segundos!
— Tan convencido no estaba si solo tomó 5 inintencionados segundos el hacerlo cambiar de opinión — desvió la mirada con fastidio.
— ¡Quiero que te disculpes con él!
— Él no estaba ofendido. Más bien, me usó de excusa para decirle que no a usted, director.
— Holmes.
— Ya, yo me disculpo.
Accedió, buscando acercarse a sus objetivos. Si Moriarty era tan bueno como parecía y era maestro en la academia, debería, en teoría, conocer a su pianista misterioso, si es que, en realidad, no era el mismo Moriarty.
Con una serie de maniobras y contorsiones veloces, se liberó del agarre escurriéndose del saco, dejando la prenda en manos de su director y precipitándose a la salida para buscar a William. Sin embargo, era tarde, no había rastro de él.
