Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada, Shiori Teshirogi y Chimaki Kuori.


El instinto materno de Calvera se había activado cuando Milo salió de casa diciendo que iría a su trabajo en la estación de radio y después pasaría la noche con Aioria. Ella no podría decir por qué, pero supo de inmediato que su hijo menor, aquel que durmió en su cama hasta los cinco y ocasionalmente en los siguientes cinco años, aquel que no comía nada que no fuera preparado por ella hasta los doce y aquel que dejaba que sólo ella lo abrazara, estaba mintiendo. Milo le mintió en la cara, como en aquella ocasión de sus años pubertos donde probó por primera vez el sabor prohibido de una bebida alcohólica con Deathmask y Shura, o, si se extendía a su otro hijo, como cuando Aiacos le mintió para ir a involucrarse en una pelea clandestina con Minos y Rhadamanthys.

Ella sospechó, pero decidió fingir que le había creído, le dió su almuerzo y se despidió de él con una sonrisa que si Milo hubiera notado no habría dudado en declarar sus secretos planes. Apenas la puerta se cerró detrás del joven comunicólogo ella miró a Kardia, que estaba concentrado en su insípido desayuno de avena, muy bueno contra los males cardíacos.

—Me siento como un anciano —había murmurando el hombre antes de sentir la mirada de su esposa—. ¡Yo no he hecho nada! ¡No pueden inculparme! ¡Fue culpa de Defteros!

—... Milo me mintió —respondió ella, eligiendo ignorar lo declarado por ese momento.

—No es la primera vez que lo hace —Kardia se alejó de la mesa e invitó a la mujer a sentarse en sus piernas, notando su pesadumbre.

—Sí, pero la última vez que lo hizo tenía diecisiete y terminó con más alcohol que una cuba en su interior; es un adulto ahora, no tiene razones para hacerlo.

—Tal vez es algo vergonzoso, como cuando tuvo esa erupción cutánea, se veía algo asqueroso.

Zaphiri estaba en la misma habitación que ellos, cubierto con el periódico matutino de ese día; él también lo había visto y estaba convencido de que Milo ocultaba algo, estaba escrito en toda la cara de su nieto. Vamos, él había criado a Defteros, se conocía todas y cada una de las tetras de engaño habidas y por haber. Lo único que quería saber era qué había planeado su joven y desequilibrado nieto que requería declarar una mentira con ese grado de desfachatez.

Sasha comenzó a sospechar el domingo por la tarde. Había acompañado a Alone y Tenma de compras y el trío estaba cerca de la farmacia cuando se encontraron a Cid y Mine; aunque Aioria le había dicho que no se preocupara, Sasha quería comprar algunos medicamentos para asegurarse de que todo estuviera en orden. Al ver a la pareja de pelinegros en la misma sección, ella no pudo preguntarles:

—¿Cómo está Shura? Aioria me dijo que estuvo algo enfermo.

—Nada grave, apenas me di cuenta —Cid no lo decía por ser un mal padre, Shura no era especialmente escandaloso cuando enfermaba, el hombre debió escuchar a su hijo estornudar a lo mucho cincuenta o menos veces desde que lo vió nacer.

—Generalmente la enfermedad sólo le dura uno o dos días, pero quiero mantener nuestra reserva bien surtida, ¿tu también te enfermaste, Sasha? —Mine de inmediato puso sus manos en las mejillas de su amiga, intentando medirle la temperatura.

—No, pero Aioria me dijo que probablemente Shura lo contagió, cuando lo vi la semana pasada estornudó un par de veces.

—Eso es imposible.

Mine y Cid intercambiaron una mirada. Shura era, aunque no lo admitiera, demasiado cuidadoso cuando se trataba de sus amigos; desde que era niño, si se enfermaba, procuraba no contagiar a los demás, además de que prefería quedarse en casa, evitando aún más la propagación de sus malestares.

Las palabras de la pareja encendieron una alarma en Sasha, alarma que se mantuvo todo el día a pesar de que Tenma trató de desestimar y Alone le sugirió llamar a Aioria para terminar con el drama; para la tarde del lunes, Sasha decidió arriesgarse y llamar a Sísifo.

¿En qué momento todos se percataron de la trampa? Es difícil explicar; mientras las madres aumentaban sus sospechas, los amigos se percataron de una verdad inherente: Milo y Aioria no estaban.

Kanon fue el primero en manifestarlo abiertamente, pero sin duda quien se percató de su desaparición primero fue Dysnomia. La pelinegra había planeado visitar a Aioria para asegurarse de que no siguiera con su drama, incluso se sentía tentada a decirle que le presentaría a una amiga, que podría patearlo o a ella por hacer algo tan tonto, pero no tenía muchas ideas para animarlo. Después de pasar su fin de semana sin encontrar a Aioria o sin recibir un mensaje de Milo, que escribía con constancia a veces sólo para hacerle chistes malos o enviar memes, terminó por preguntarle a Saga (sin muchas opciones, pero con la leve confianza de que él era su cuñado y no insinuaria cosas indecentes como Afrodita), quien a su vez consultó a Mū, quien habló con Kanon, quien interrogó a Aioros, quien diálogo con Deathmask, quien cuestionó a Aldebarán, quien se asesoró con Afrodita, quien discutió con Shura, quién terminó por charlar con Camus.

Después de hablarlo superficialmente, Kanon fue quien expresó la duda de todos en voz alta: ¿en dónde estaban esos dos?

—... la última vez que los vi fue el miércoles… o jueves… —intentó recordar Aldebarán.

—¿Nadie más los ha visto después de ese día? —cuestionó Kanon, estaban en la casa de su abuelo, así que con un poco más de libertad, adoptó unas pose seria y se mantuvo de espaldas a sus amigos, mirando por la ventana.

—No estuvieron el sábado porque Aioria dijo que todavía quería algo de espacio… —recordó Aioros.

—Y Milo dijo que tenía trabajo en la estación después de su trabajo en la tienda —señaló Afrodita.

—Katya dijo que no fue a trabajar —confirmó Camus, mirando sus mensajes de texto; ganándose una mirada interrogante de Saga que no notó.

—Se acerca una tormenta —Kanon se dió una vuelta lentamente y se preparó para lo que se venía.

Justo en ese momento la puerta principal fue abierta y por ella entraron Calvera, Sasha y Dégel, los tres dispuestos a encontrar respuestas a sus preguntas; las dos madres, preocupadas por sus hijos menores, y Dégel preocupado por Milo.

—¿Dónde están? Quiero respuestas honestas o estaremos en problemas —amenazó Calvera, con un tono serio que sólo habían escuchado los hombres de su familia cuando se metían en problemas.

—Hemos estado hablando entre nosotros y llegamos a la conclusión de que no lo sabemos —declaró Shura, sintiéndose responsable porque al parecer lo había involucrado en sus fechorías.

—Creo que el último que vió a Milo fue Surt —Camus apagó su teléfono y miró a los adultos, optando por no decir nada al ver a su padre preocupado.

—Yo no descartaría homicidio —dijo Deathmask con una sonrisa, sabiendo muy bien la historia entre Milo y el pelirrojo amigo de Camus.

—¿Ya le preguntaron a todos sus conocidos? ¿Llamamos a la policía? Calvera, ¿aún tienes el teléfono de ese detective o le dijo a Kaiser…? —las preguntas de Sasha se interrumpieron cuando Kardia bajó las escaleras, no dispuesto a que Calvera hablara con Caín, también porque sabía que su esposa era capaz de decirle a la policía que los encerrara en la cárcel más peligrosa del país sólo para que aprendieran su lección.

—Shaka todavía no nos contesta —recordó Saga.

—Me dijo que iría a la India en estos días, específicamente a un templo budista, dudo mucho que vaya a contestar —Mū no quería ser pesimista, pero sabía que cuando Shaka se ponía a meditar en serio nada lo distraía.

—Hablaré con el pelirrojo descarriado —sentenció Sasha, sacando de inmediato su teléfono.

Todos sabían que Milo y Aioria acostumbraban a meterse en problemas, en ese año ya habían sido retenidos por la ley varias veces, Aioria había estado en medio de una pelea de gatos, Milo había sido expulsado de un gimnasio, ambos habían discutido con Surt en la calle, y habían metido a Mū en varios problemas extras, pero había una diferencia entre travesuras comunes de dos adultos inmaduros y una desaparición completa (de la que no se habían dado cuenta hasta dos días después).

Fue el martes cuando Hysminai finalmente les dió todas las respuestas que pedían y las madres, naturalmente, no estuvieron felices.