Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Toei Animation.


La siguiente vez que Milo recuperó la conciencia plenamente, estaba encerrado en un clóset, tirado en el suelo entre los varios trajes hechos a la medida y sintiendo que la vez que despertó en un jet privado fue el cielo comparado con esa ocasión. La luz del exterior que se filtraba por las pequeñas aberturas de la puerta era baja, así que arriesgándose a quedar pulverizado, Milo abrió lentamente la puerta del clóset y sacó la cabeza, aún en el suelo, puesto que se sentía incapaz de levantarse.

La habitación en la que estaban era un desastre; algunos muebles destrozados, botellas de alcohol tiradas, el vestido de una mujer estaba en una esquina y la pantalla de la habitación había sido atravesado por una lámpara de piso.

Con todo y el malestar general de Milo, este pudo identificar que ya había visto esa escena, en una película por supuesto, y si su memoria no le fallaba algo terrible le había pasado a uno de los protagonistas en el rostro. Milo se levantó rápidamente del suelo y fue directo al baño, donde su expresión se tornó aliviada al ver qué no había tatuajes extravagantes o la falta de un diente; lo único llamativo era el arete que tenía en la parte superior de la oreja izquierda, pero dejó de mirarlo en cuanto escuchó movimiento en la cama.

Al salir del baño se encontró con una escena particular, más particular que el estado de la habitación, Aioria, sin camisa pero con un arete en la fosa nasal derecha y dos en el labio inferior, miraba la habitación con los ojos entrecerrados, su cuello estaba cubierto de moretones rojos y en los brazos tenía pintados varios números, presumiblemente de teléfono.

Ambos se miraron, sin recordar nada de la velada pasada y con cada vez más preguntas que comenzaron a taladrarles la cabeza.

—¿Qué te pasó en la cara? —preguntó Milo.

—¿Por qué tengo un dibujo de un gato en el pecho? —murmuró Aioria, con la voz seca, falta de fuerza.

Ninguno pudo responder ya que en ese momento la puerta fue abierta; lenta y lo más silenciosamente posible, por Agora, quien entró por completo cuando los vió levantados. El hombre se sentía culpable; había prometido, mirando los ojos azules de Shijima, que cuidaría a esos dos y en medio de la noche del domingo, después de escuchar a Fudō declar que sólo los había invitado a parrandear para descubrir los secretos de su pelirrojo primo y destruirlo (justo antes de soltar una risa digna de un villano de Disney), los perdió. Ellos estuvieron ahí y luego ya no; los buscó por casi cuatro horas hasta que los encontró con un tatuador en su habitación de hotel, con Aioria cerca de tatuarse un gran gato en el pecho.

Agora imaginaba que los hombres no sabían nada debido a que habían pasado todo el día lunes durmiendo. Mientras se acercaba a ellos, tratando de formular una buena excusa ante el obvio hecho de que los había abandonado en un lugar semidestruido, su mente le recordó las palabras de Fudō antes de que saliera por completo del lugar al que había llevado a los dos amigos. No debía ni podía decir nada, su trabajo era ser un apoyo, no opinar sobre lo que sucedía dentro de la familia y sus invitados.

—Lamento no haber cumplido con mi trabajo —señaló, inclinando la cabeza frente a ambos—. Ahora que están despiertos llamaré a alguien para que arregle la habitación, entre tanto, alguien más les traerá pastillas para el dolor de cabeza.

—Agora, ¿por qué desperté en el closet?

—Agora, ¿dónde está mi ropa?

—Después del club nocturno vinieron a organizar una fiesta, dado su estatus y la habitación en la que se hospedaban, nadie lo consideró como algo negativo. Cuando los encontré se molestaron por mi intromisión y me pidieron que me alejara, antes de aceptar, le pedí a a sus invitados que se retiraran, en especial el tatuador.

—¿Tatuador?

Agora asintió mientras se dirigía al único mueble que no se tenía basura o estaba roto de alguna forma: el que tenía el teléfono.

Para el anochecer los amigos ya no estaban tan agotados y los habían cambiado de habitación. Ambos disfrutaban de una película recostados en la cama mientras discutían sobre las cosas que recordaban o no; era la segunda vez que tenían una gran borrachera en esa semana y Aioria, con gran razón, comenzaba a prometer que nunca, jamás, volvería a irse a beber con Milo. Lo que sí iba a hacer era subirse a un avión con él para buscar a Shaka; Agora les había dicho que el rubio estaba en la India, o casi fuera de la India.

—¿Un retiro budista? Creí que Shaka ya no era budista —Milo alzó una ceja, eso no lo esperaba.

—Crees lo que todos creen, claro, sólo el mejor amigo sabe la verdad —olvidando todas sus preguntas, Aioria se levantó de la cama y de inmediato caminó hacia dónde estaban sus maletas—. Debemos apresurarnos antes de que ese rubio se vaya de nuevo.

—No lo hará, Shiva dice que tal vez se queden el resto de la semana —aseguró Agora.

—Entonces… ¿quieres ir a la India, gato?

—Vinimos para verlo, no podemos regresar a casa sin haberlo visto… y no nos emborracharemos en un templo budista.

—Tranquilo, eso sería demasiado, hasta para mí.

El dúo empacó sus cosas y salió apenas el jet privado estuvo listo, ninguno lo dijo en voz alta, pero ambos se prometieron nunca más regresar a Nueva York, y no confiar en Fudō, hubo algo extraño en ese hombre apenas lo vieron, pero nadie pudo asegurarlo hasta que los abandonó en un bar con una deuda bastante pesada. Ahora entendían por qué Shaka y Shijima sentían tanta aversión a sus familiares, y Milo sólo agradecía que su caballero no sufriera grandes daños.

—¿A dónde iremos exactamente?

El monasterio Key, en el valle Spiti, al norte de la India, era el monasterio dónde Shaka casi pasaba el resto de su vida. Milo conocía la historia de eso por Aioria y algunos datos soltados al azar de Shijima. Aunque ellos vivían cerca de Nueva Delhi, Asmita acostumbraba visitar los templos budistas de la India con regularidad, y de todos, ese era su favorito, y el de su hijo, por supuesto, tanto que cuando Shaka apenas tenía seis ya estaba pensando seriamente en quedarse en alguno de los templos que visitaban.

Milo creía que eso era un poco como los primeros años de vida de Camus, cuando vivía mayormente en Francia hasta que cumplió siete y sus padres decidieron mudarse a Atenas (y mucho después la pareja dejó a Camus solo en la ciudad). Shaka vivió en la India y estuvo a punto de entrar a un templo budista como monje hasta que Shijima interrumpió la ceremonia para llevarse a su rubio y joven primo lejos del lugar, cargándolo bajo el brazo como si cargara un pequeño costal de papas; ese era el resumen, después vivieron por un tiempo en Atenas hasta que los negocios llamaron a Asmita de vuelta a Nueva Delhi, y ningún Blenkinsop volvió a hablar sobre lo sucedido en ese lejano templo tantos años atrás, excepto cuando Asmita le agradeció al pelirrojo niño por su intervención, si no hubiera sido él interviniendo al inicio Asmita lo habría hecho, sabiendo que su hijo era demasiado, demasiado, joven para tomar ese tipo de decisiones.

—Shaka todavía habla con sus amigos del templo —señaló Aioria con un aire sabiondo que se desvaneció al recordar un pequeño detalle—. Tiene un amigo que lo conoce desde hace más tiempo que yo.

El vuelo estuvo mayormente tranquilo, el dúo discutió sobre el tiempo que llevaban en vuelo, y dado que sólo una vez habían visto el anochecer, ambos creían que era domingo, o sábado todavía, puesto que Nueva Delhi estaba poco más de nueve horas atrasada en horario de Nueva York. Agora quiso sacarlos de su error, en realidad era miércoles, pero justo en ese momento Milo recordó un detalle importante sobre él:

—Oye, ¿cuál es exactamente tu trabajo dentro de la estructura piramidal de la familia de Shaka?

—Trabajo para su señoría.

—¿Haciendo?

—Podrías decir que soy su mano derecha, cualquier cosa que él necesite yo la consigo.

—Oh… ¿Y qué con los primos que odian a nuestro rubio y a Shijima?

—Imagina que toda tu vida te han puesto frente a un enorme pastel, y aunque tú tienes tu propio pedazo decente de otro quiere ese, porque es el pastel de pasteles. Entonces te la pasas en tu lugar, comportándote, todo con tal de obtener una rebanada, y cuando todo parecía indicar que te la darían, aparece alguien que nunca hizo nada y le entregan todo el pastel, sólo para él.

—Shaka dijo que desde el principio se sabía que Shijima tendría todo el pastel.

—Su desaparición creó todo tipo de rumores, siendo honesto incluso yo creí que no tomaría su lugar.

Milo asintió con aire distraído. Dejando la conversación de lado, se asomó por la ventana para mirar el cielo azul que los rodeaba. Nunca habría imaginado que su aparentemente inocente viaje terminaría con ellos dando vueltas alrededor del mundo; pero era lo mejor, los suceso anteriores lo ayudaban a distraerse y por el estado del cuello de Aioria, al parecer a él también.

Lo único que sonaba como un alerta en su mente era su encuentro con Fudō y posterior abandono. Milo sabía por propia experiencia y comentarios de los demás, que él y Aioria no eran los mejores guardando secretos cuando estaban bebiendo, de hecho eran bastante conversadores, y más si estaban juntos. Era obvio que Fudō les había sacado información sobre su rubio amigo y primo desestabilizado, ¿qué clase de información? Milo no quería ni imaginarlo.

—¿Qué haremos cuando lleguemos a la capital?

Optó por preguntar, en cuanto viera a Shaka se disculparía por su afrenta y pediría que no lo mandaran a la horca por alta traición.

El viaje aún era largo, no sólo a la India sino a su verdadero destino, tendría tiempo de pensar en un discurso que conmoviera a Shaka hasta las lágrimas, una tarea complicada puesto que el rubio parecía, a veces, no conmoverse ni con la historia más triste que alguna vez se pudiera contar.