Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Shiori Teshirogi.


El trabajo fue extenuante. Los comisarios de tres condados vecinos tuvieron que trabajar juntos en el caso de los ladrones de los ferrocarriles que transportaban materiales de las minas del sur que se llevaban al norte. Moses estaba cansado de esa pequeña banda de ladrones comunes; la suerte le sonrió cuando el ferrocarril del martes arribó a la estación con tres hombres heridos de gravedad y dos oficiales muertos. Según le informaron, los ladrones que llevaban semanas molestando tuvieron una pelea interna que terminó en una balacera.

Para revisar el lugar del crimen, Moses fue con Alguethi y Dante, era necesario asegurar los probables cuerpos y arrestar a quienes estuvieran con vida. Cuando llegaron, Alguethi señaló el brutal rastro de sangre al lado de las vías y Dante preguntó en voz alta quién arrastraría un cuerpo de esa forma.

El sheriff, por su parte, escupió su tabaco a un lado e ignoró las manchas, continuó avanzando a un lado de ellas, preguntándose lo mismo que el oficial. Las respuestas a sus preguntas se respondieron cuando llegaron al cuerpo inerte de uno de los bandidos. El occiso tenía sobre su pecho un revólver algo antiguo, con adornos dorados y cañón preparado para disparar. Era hermoso, el revólver más llamativo que alguna vez hubiera visto.

Los criminales eran la escoria del mundo.

Moses recordó su juventud y por qué se había convertido en sheriff. No todo en la zona era un desértico paisaje, animales salvajes e imposibilidad para asentarse. También era la oportunidad para muchos de iniciar una nueva vida, así lo había pensado su padre cuando trasladó a su familia al oeste, en búsqueda de tierras y oro, los rumores apuntaban a que toda esa zona era una gran mina de oro.

El otro lado de la balanza, de los criminales, es la justicia. A veces la justicia se puede confundir con venganza, sed de cobrarse contra un criminal por mano propia. Esa confusión entre justicia y venganza mueve a las personas por distintos caminos, a algunos los lleva a las zonas más oscuras, sedientos de sangre; otros van por los caminos trágicos, lo pierden todo y se quedan con el insatisfecho sabor de la victoria; y hay quienes, por el contrario, disfrutan el ocaso de su meta, ven con satisfacción la derrota de aquellos que los lastimaron.

Para Moses eso era imposible. Los ladrones que aparecieron una calurosa tarde de mayo habían muerto a manos de la a veces débil fuerza de la ley. Moses no recordaba mucho de ese momento, la herida de una navaja en su ojo izquierdo lo llevó a pasar meses en cama, sufriendo mientras le decían que había perdido a su familia en medio de ese robo a su carabina. Sus padres ya no estaban con él, la peligrosa vida en el oeste se los había arrebatado, a su lado sólo estuvo un oficial de policía que intentó animarlo y terminó por adoptarlo.

El arma frente a él lo sedujo. Casi pudo escuchar su melodiosa voz en su cabeza diciéndole que la tomara; con ella lograría conseguir el puesto de gobernador, con ella la justicia se convertiría en venganza. La venganza no cumplida, por fin podría poner paz en toda la zona, tal vez hasta podría convertirse en gobernador del estado.

Estaba a punto de agacharse para recogerla, ignorando las enseñanzas de Suikyo sobre no robarle a los muertos, pero el llamado de sus subordinados lo distrajo. Había otro cuerpo, no muy lejos de ahí, del que también debían de encargarse.

Pasó todo el día pensando en el arma. Mientras llenaba papeleo y se aseguraba de que todos los criminales que estaban en su comisaría no intentaran algo estúpido. Si hubiera sido rápido, si sólo hubiera estirado la mano un poco más…

Alguethi y Dante no habrían dicho nada, eran sus subordinados, no tenían por qué cuestionarlo.

—Sheriff —la voz de Dante lo interrumpió—, hay un nuevo recluso.

Detrás de él, Alguethi y Ptolemy sostenían a un delincuente que conocía bien.

El afiche de Caín estaba en todos los poblados, era uno de los hombres más buscados de la zona, si no era que su búsqueda ya había ascendido a todo el país. Más de cincuenta robos y treinta muertos le ponían un alto precio a su cabeza. El peliblanco mantenía una mirada apagada mientras los oficiales lo tenían esposado, dirigiéndolo a una celda cercana. Sus hombres le informaron que Caín se escondía en las montañas, un poco más al sur, lejos del paisaje árido; la última vez que había sido visto fue durante un robo al banco del poblado vecino que había salido perfecto, para él.

Seis condados lo buscaban, entre ellos el lugar en el que estaban, lo que, junto con los ladrones de trenes, anotaba otra estrella para el registro de Moses. Quiso pensar que no la necesitaba, no necesitaba esa bella arma que había visto en la mañana, ese era un sueño al que no podía aspirar.

Hasta que lo volvió a ver.

Reapareció colgando en el cinturón de Dante.

Traición, pensó.

El revólver era suyo, su oportunidad para subir de puesto. El arma estuvo en el lugar y momento indicado sólo para él. Al carajo todo, verla colgando en la cintura de otro fue una estaca en su pecho. No era nadie sin él, no podía lograr todos sus objetivos si nadie lo respetaba y sólo había una forma de obtenerlo.

Era de humanos errar, cambiar de opinión, asesinar por traición.

Moses esperó a que Ptolemy y Alguethi salieran de la comisaría, Dante todavía debía quedarse para explicar su exitosa captura.

Envidia, también era de humanos sentir envidia.

—Señor, yo quisiera… —Dante dejó de lado su recuento y miró a Moses con respeto— yo quisiera… sé lo que dijo sobre no recoger lo que encontramos en la escena del crimen, pero si la dejaba en su lugar iba a parar a manos de Archon.

Dante abrió la tapa de su cinturón y sacó el arma para ponerla sobre la mesa que lo separaba de su jefe, justo frente a la celda de Caín, que estaba contra los barrotes, mirando todo en silencio. El pelirrojo también tenía sus metas y para poder cumplirlas necesitaba del puesto de Moses, lo quería, lo necesitaba, casi con la misma pasión con la que se desea y ama a una mujer.

Moses era un buen líder. Con presencia, inteligencia y perspicacia, era una buena persona y por eso lo despreciaba. Necesitaba deshacerse de él, no sabía cuánto hasta que sostuvo su magnífica arma en sus manos. Sí, era su revólver, fue de su propiedad apenas lo tocó, pero para poder cumplir sus objetivos necesitaba hacer un movimiento arriesgado.

—Sé que su competencia con Archon está muy pareja, esto es para usted, confío en sus habilidades para liderar, no sólo este lugar, también los pueblos vecinos, el estado incluso.

—¿Me la ofreces?

—Por supuesto, sheriff, es suya, considérelo un regalo por su futuro ascenso y espero que con esto no se olvide de nosotros, sus fieles subordinados.

La premisa era irresistible. Dante era un hombre confiable, fiel a los ideales que manejaba.

Moses se mantuvo inexpresivo, un revolvimiento de estómago parecido a la culpa lo hizo suspirar por lo bajo, el pelirrojo sólo buscaba formas de ayudarlo y él ya estaba planeando su muerte. Era despreciable, tanto que no merecía ni siquiera mirar el revólver.

—Gracias —murmuró—. Agradezco la confianza.

Un rastro del antiguo él lo obligó a voltear a mirar a Dante.

Una persona no cambiaba tanto en cuestión de horas, todavía perduraba ese hombre que se vengaba a través de la justicia, que intentaba ser honrado. Gracias a eso no tomó el revólver sobre la mesa, sólo asintió solemne.

Antes de responder o pensar en cómo negarse, Alguethi apareció en la entrada de la estación, una pelea había iniciado en el burdel y las chicas que laboraban ahí habían pedido auxilio, las peleas siempre terminaban mal para ellas.

—Terminaremos después, Dante, el deber nos llama.

Moses se llevó las manos a su cinturón.

Estaba ocupado, no podía enfundar el arma que se había quedado sobre la mesa. Una mirada rápida a ella le robó un suspiro, cuando regresara sería suya.