Sirius cumplió su palabra: Harry solo hubo de pasar un par de semanas en casa de sus tíos. Una tarde que los Dursley le dejaron solo para asistir a un concurso de jardinería (gracias a un engaño de Tonks), la Guardia Avanzada de la Orden del Fénix acudió a buscarle. Lupin, Moody, Tonks, Shackelbolt y Sirius se personaron en Privet Drive. Le explicaron que no podían aparecerlo, pues aún tenía el rastro mágico activado por ser menor de edad, así que volarían con escobas. A Harry le pareció bien. Agarró su saeta de fuego y montó sobre ella. Los adultos se colocaron formando un círculo a su alrededor y alzaron el vuelo. No resultó tan agradable como el chico creía…

—¡Se me está helando el culo, Ojoloco! —protestó Tonks— No veo la necesidad de dar tantas vueltas.

—¡Debemos despistar a cualquier posible perseguidor! —gruñó el exauror con aspereza.

El resto relincharon. A esa altitud hacía mucho frío y todavía más humedad. Por suerte, ya estaban cerca de la base de operaciones de la Orden.

—¿Qué es eso? —inquirió Harry.

—Un murciélago —murmuró Tonks.

—No, ese otro bicho —insistió.

Lo distinguió acercándose como si se tratase de una snitch oscura. Cuando lo tuvo más cerca, comprobó que se trataba de una criatura repugnante: una especie de mariposa gigante azul y verde con cabeza de reptil. No parecía amigable.

—Es un mal acechador —informó Sirius con ligera preocupación.

—Están de parte de Voldemort —advirtió Lupin—. ¡Apresurad la marcha antes de que le avisen!

Un minuto después, una nube de mortífagos los atacaba. Aquello se convirtió en una lluvia de hechizos cruzados. Harry escuchó que todo el mundo le gritaba cosas, pero él no podía centrarse más que controlar su escoba y defenderse. Estaba lanzando su quinto expelliarmus, cuando vio aparecer a Voldemort. La imagen de aquel ser volando sin escoba fue tan terrorífica y el dolor de su cicatriz se agudizó tanto que no se dio cuenta cuando un desmaius le alcanzó por la espalda. Irremediablemente, soltó la escoba y cayó. Solo Sirius se percató, el resto estaban demasiado ocupados desviando hechizos.

—¡Harry! — gritó con horror.

Intentó volar hacia él o lanzar un arresto momentum para ralentizar la caída, pero tres mortífagos le impidieron el paso. Se libró de ellos con ayuda de Ojoloco y de inmediato descendió en picado.

—¡Harry! —lo llamó de nuevo.

El chico estaba en el suelo, no parecía haber impactado contra él. Su escoba estaba a su lado en perfectas condiciones. Acababa de recuperar la consciencia, pero su rostro estaba lívido. Antes de que su padrino pudiera preguntar, Harry le señaló una escena que transcurría unos metros más allá.

Voldemort, con su varita alzada apuntaba a una chica. Era morena, muy pálida, vestida con pantalones ajustados negros y una cazadora de cuero. Lucía una sonrisa cruel y una mirada demente. A Sirius le dio un vuelco el corazón.

—¿Qué eres? —le espetó Voldemort en un siseo.

—Lo que tú siempre quisiste —respondió ella—: inmortal.

Una niebla grisácea la cubrió mientras el mago oscuro arrojaba diversos maleficios. Segundos después, se oyó un grito de dolor y la niebla se disipó. Voldemort se frotaba la muñeca derecha (que parecía rota) sin apartar la vista de Bellatrix, que le miraba burlona jugueteando con su varita.

—Vamos a ver qué es peor… —murmuró ella— Perder la mano o la varita…

Usando solo dos dedos, partió el arma de Voldemort. El Señor Oscuro profirió un alarido desgarrador, dejando patente que su arma era más valiosa que su mano. Y, una vez más, huyó. Al darse cuenta, los mortífagos que volaban sobre ellos empezaron a aparecerse también. Lupin y Ojoloco habían logrado atrapar a dos y partieron al momento para entregarlos al Ministerio. Viendo que todo se había solucionado, Bellatrix hizo ademán de marcharse. Pero Sirius gritó de inmediato corriendo hacia ella:

—¡Espera! ¡No te vayas!

La que fue su prima se quedó paralizada, mirándole con expresión indefinida. En cuanto la alcanzó, Sirius la abrazó con fuerza. Fue extraño: su cuerpo estaba frío y no notaba latidos en su pecho. Aún así, era la sensación más cálida que había experimentado en décadas.

—No te haces idea de cuánto te he echado de menos —susurró Sirius esforzándose en contener las lágrimas.

—Tengo que irme —respondió ella nerviosa.

—¡No! Quédate conmigo —suplicó él sin soltarla—, ven a casa. Estoy viviendo en Grimmauld.

—No soy quien conociste, Sirius.

—Mejor. Así podemos conocernos otra vez por primera vez.

—He matado a gente.

—Está en tu naturaleza, es la cadena alimenticia, ahora estás en la cima —aseguró él recordando lo que había leído—. Por culpa de mi arrogancia y de mis estúpidas ideas, los Potter murieron. Y doce muggles inocentes a los que mató Colagusano. También yo tengo sangre en mis manos.

Bellatrix le miró dudosa al entender que llevaba muchos años ahogándose en una lucha interna contra sí mismo. Aún así, no parecía convencida.

—Soy una bestia, Sirius. Literalmente. En el libro de Animales Fantásticos estamos clasificados como…

—¡Eso es una estupidez! —la interrumpió él con furia— ¡Eres mi Bella! Lo sé porque siempre me hiciste feliz y creí que nunca volvería a serlo, pero ahora lo soy. Quédate, al menos un rato...

Viendo la necesidad y la devoción en su mirada, con dudas, Bellatrix asintió. Sirius sonrió ampliamente. Se giro y vio que Tonks y Shacklebolt habían llevado a Harry a Grimmauld, estaban a solo dos calles. Mejor, así les dejaban intimidad. Mientras caminaban, le cogió la mano con cariño y preguntó sin poder contenerse:

—Salvaste a Harry, ¿verdad? Cuando Voldemort resucitó me refiero. Bueno y hoy supongo que también has evitado que se estampe contra el suelo…

Bellatrix no contestó. Se encogió de hombros sin mirarle y Sirius comprendió que estaba incómoda. Había transcurrido una década y no es que hubiesen cambiado, es que se habían convertido en otras criaturas. Con tristeza, le soltó la mano y murmuró:

—Oh, perdona… Soy muy pesado, es solo que me ha hecho ilusión verte. Pero márchate si quieres, tendrás una vida, otra familia y esas cosas…

—Puedo quedarme un rato —aseguró ella—, es solo que… Es tan raro, me resulta violento.

Como para reafirmar su postura, volvió a estrechar su mano. Sirius asintió aliviado. Le parecía bien y lo comprendía. Caminaron hasta Grimmauld Place en silencio, pero sintiendo un torbellino de emociones casi imposible de describir. Cuando llegaron, el portal número doce apareció y la puerta se abrió ante Sirius. Cruzó el umbral y se quitó la capa.

—¿No entras? —le preguntó a su prima al ver que se quedaba fuera.

—Tienes que invitarme —respondió ella lacónicamente, revelando así una de las limitaciones de los vampiros.

—¡Ah, vale, perdona! Te invito a entrar, puedes pasar —declaró Sirius sin tener claro si debía decirlo con algún tono especial.

Funcionó, su prima accedió al piso. Harry, Tonks y Shacklebolt estaban en el salón departiendo sobre lo ocurrido. El resto aún no habían vuelto. Los tres se quedaron mirando a su invitada con curiosidad. Sirius no había reparado en que la situación con Bellatrix requería una explicación. ¿Cómo les explicaba que esa mujer que parecía de la edad de Tonks era la hermana mayor de su madre? Por no hablar de su atuendo, negro y cuero, típico de los vampiros y más próximo a los muggles que a los magos…

—Eh… Esta es… —empezó dudoso.

—Beatrice —se adelantó ella—, una vieja amiga de Sirius. Soy de fuera, pero ayudo a la Orden cuando puedo y oí que quizá necesitabais ayuda esta noche.

—Yo soy Harry. Muchas gracias otra vez por salvarme y por ahuyentar a Voldemort. Lo que no sé es como has…

—Y ellos son Dora (llámala Tonks) y Kingsley —le interrumpió Sirius.

El auror se levantó y le besó la mano a Bellatrix (que dio gracias de llevar mitones). La metamorfomaga la miraba con los ojos entrecerrados: "¿Nos conocemos? Me recuerdas a alguien, pero no caigo a quién…". Sirius cambió de tema antes de que se diese cuenta de que se parecía a su madre varios lustros antes. Se sentaron cada uno en un sillón y Bellatrix se aseguró de escoger el más alejado.

—Dice Harry que le has quitado la varita a Voldemort y ha huido —comentó Shacklebolt—, es impresionante. ¿Qué conjuro has usado?

—Uno de niebla venenosa, afecta al riego sanguíneo y la mano de la varita pierde la fuerza para sujetarla. Es de invención propia —aseguró Bellatrix, dejando claro que no iba a detallar sus trucos.

Sirius se dio cuenta de que no abría mucho la boca al hablar. A no ser que se riese, nadie notaría que sus dientes estaban más afilados de lo normal. Por suerte, no estaban para risas.

Pronto el tema viró a los mortífagos: hablaron sobre los duelos que había tenido cada uno y sobre la inconveniencia de que criaturas como los males acechadores estuviesen de parte de Voldemort. Un par de horas después, llegó Lupin, que vivía ahí porque desde que lo despidieron estaba prácticamente en la indigencia. Sirius hizo memoria a toda velocidad. Con alivio llegó a la conclusión de que al no coincidir en Hogwarts, Remus nunca conoció a su prima. Aún así, el profesor miró a la invitada con desconfianza. El animago los presentó y ellos no hicieron amago de saludarse, así que Sirius siguió preguntando:

—¿Había alguien en el Ministerio?

—Solo los vigilantes nocturnos, pero Moody ha hecho despertar hasta al Ministro para encarcelar a esos dos y poner orden… Ya sabéis como es —respondió su amigo—. ¿Y cómo es que nunca hemos oído hablar de ti, Beatrice?

—Prefiero trabajar en la sombra. Me infiltro donde haga falta, pero para eso es preciso que mi identidad permanezca oculta —respondió ella con frialdad.

Sirius percibió cierta tensión entre ellos sin entender a qué se debía. Lo comprendió cuando quince minutos después, su amigo comentó con calma:

—Beatrice, ¿podrías pasarme esa copa de ahí?

La aludida se giró hacia la estantería con puertas de cristal que Lupin señalaba junto a la lámpara. Sirius recordó tres detalles de las lecturas que memorizó en su día: el primero era que los vampiros no se reflejaban en el cristal y el segundo que tampoco proyectaban sombra el recibir luz. El tercero (y quizá más importante) era que hombres-lobo y vampiros no eran buena combinación. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado? Antes de que Bellatrix se moviese, con un gesto de su varita, el armario se abrió y la copa voló hacia Lupin.

—Ahí tienes, Remus, pero podrías beber en un vaso como la gente normal —comentó Sirius burlón.

El resto rieron ante lo que les pareció una excentricidad. Entonces, apareció alguien que hizo que Sirius se tensara notablemente, alguien que sí que había conocido a Bellatrix perfectamente.

—El amo traidor y sus repugnantes amigos de sangre ponzoñosa…

—¡Vuelve a la cocina, Kreacher! –le ordenó Sirius.

El elfo se había quedado observando a Bellatrix sin decir nada. Cuando escuchó la orden, murmuró un "Por supuesto, amo" y se marchó arrastrando los pies. Sirius miró a Bellatrix nervioso, pero ella negó ligeramente con la cabeza. No la había reconocido: en el tapiz de los Black aparecía como muerta y así permanecía para el trastornado elfo. Ya no era una bruja, ya no poseía la sangre de los Black.

—Bueno, amigos, me las piro, mi madre estará de los nervios —comentó Tonks—. Avisadme si pasa algo. Intenta no liarla otra vez, Harry.

—¡Oye! ¡Qué culpa tengo yo!

La metamorfomaga le guiñó el ojo sonriente. Shacklebolt comentó que a él también se le había hecho tarde y debía volver a casa. Harry estaba completamente agotado, así que les dio las buenas noches y subió a su habitación. Los otros tres se quedaron en silencio junto a la chimenea. Cuando le bajó la adrenalina, Sirius empezó a ser consciente de su cuerpo. Le dolía el hombro y también la espalda. Había realizado movimientos muy bruscos con la escoba durante la batalla, sobre todo cuando vio caer a Harry.

—Vaya —comentó abriéndose un poco la camisa—, me he hecho una herida…

Una herida que sangraba. Bellatrix abrió los ojos sorprendida, comprendiendo por fin qué era eso que olía tan bien. Sin darle mayor importancia, Sirius sacó su varita para curarse. Por eso no vio como Remus hechizaba varias sillas de madera astillada para arrojarlas contra la vampira. Ella sí que se dio cuenta y, esquivándolas todas, se abalanzó sobre el hombre-lobo. Cuando Sirius levantó la vista, Lupin estaba inmovilizado contra el suelo. Bellatrix estaba encima de él, apretándole el cuello con una mano y colocando la otra sobre su pecho. Se miraban con verdadero odio.

—Un movimiento más y te arranco el corazón —advirtió ella.

—Lo sabía… ¡Monstruo! —espetó él intentando liberarse.

—¡No! —gritó Sirius corriendo hacia ellos horrorizado— ¡Parad!

—¡Es un vampiro, Sirius! ¡Y la has metido en tu casa!

—¡Ya lo sé! —respondió él.

—¡Ejecuta un lumos solem! ¡Conjura una estaca!

—¡No! ¡Bella, por favor, suéltalo! ¡Te prometo que no te hará daño!

—Como si esta criatura tan débil y patética pudiese hacerme algo… —masculló Bellatrix con desprecio.

Transformado quizá supondría una amenaza para un vampiro, pero en su forma humana, Lupin estaba completamente a su merced.

—¡Al menos yo estoy vivo! No soy un cadá…

—¡Remus! —le reprendió Sirius— No le vas a hacer nada, los vampiros no son malos. Entiendo que ambas especies os odiéis, pero igual que a ti siempre te apoyamos, también la apoyo a ella. No te haces idea de lo que ha hecho por nosotros.

Lupin le miraba furioso, Sirius nunca le había visto tan exaltado. Supuso que era algo animal e instintivo, intrínseco a la naturaleza de sus razas. "Por favor, Bella…" suplicó. Tras unos segundos, de mala gana, la vampira se incorporó y liberó al hombre-lobo. Lupin tosió tras la cuasi asfixia y se levantó con dificultad. Mirando a los Black con odio, aseguró que se largaba de ahí, pues gracias a Sirius, ahora cualquier otro lugar era más seguro.

—Tú verás lo que te preocupa el bienestar de tu ahijado — fue su amarga despedida.

Sirius se quedó en el salón, paralizado y frustrado porque hasta las cosas que le hacían feliz, le salían siempre muy mal.