Bellatrix subió a la habitación de Sirius y se encerró ahí porque todavía le quedaban unas horas de sueño. Mientras, Kreacher y Sirius tuvieron una agradable conversación… que probablemente escucharan hasta los tritones del fondo marino. Dos horas después, cuando anocheció, Sirius regresó a su dormitorio. Se tumbó en la cama junto a Bellatrix que acababa de despertar y la besó.
—Muchas gracias por lo que has hecho —repitió todavía conmocionado—. No sé ni cómo agradecértelo, de no ser por ti Harry podía haber muerto.
—Mmm… —murmuró Bellatrix mientras permitía a su primo besuquearla.
—Quizá sí se me ocurre una forma de mostrarte mi gratitud —se corrigió con una sonrisa lasciva.
Bellatrix sonrió también. Pero por mucho que eso le encantara, tenía asuntos más urgentes:
—Luego, Siri. Tengo que volver al club, he despertado a Nellie para que me ayudara y estará preocupada.
—Ah, claro, voy contigo.
Un minuto después, se aparecieron en el club. Aún faltaba una hora para que abriera sus puertas, solo estaban los camareros, los dueños Pam y Erik charlando en una mesa y una chica pelirroja sentada en la barra. Frente a ella estaba Eleanor. Se entretenía ordenando las botellas de whisky, pero parecía muy nerviosa y no lucía su habitual sonrisa. En cuanto oyó la puerta, levantó la vista ansiosa y suspiró aliviada al ver que era Bellatrix.
—¡Menos mal que estás bien! —exclamó corriendo hacia ella— Me ha dado mucho miedo que salieras de día, si te pasara algo…
—No me va a pasar nada, Nell —la tranquilizó la vampira dejándose estrujar.
En sus treinta años de vida, Eleanor había perdido a muchas personas y muy pocas le habían mostrado afecto. Nadie se había preocupado por ella como Bellatrix. Así que la quería de forma excesiva, pero a la vampira no le importaba en absoluto.
—¡Hola, Sirius! —saludó al mago— Ya que estáis los dos, venid, os presento a mi novia.
Se acercaron a la barra donde la chica pelirroja los contemplaba casi con fascinación mientras acariciaba su vaso de whisky. Era guapa, de la misma edad que Eleanor y también con piel pálida y ojos vivaces. Le tendió la mano a los Black que se la estrecharon. Bellatrix se sentó en el taburete contiguo para interrogarla y decidir si era digna de su muggle.
—Ven, Sirius. Ayúdame a elegir qué ron es mejor, no sé de cuál pedir más —le indicó Eleanor.
Los dos se retiraron a un lateral mientras Bellatrix interrogaba a Julia. Al principio, la pelirroja apenas era capaz de mirarla: sus ojos oscilaban entre su regazo, su vaso de whisky y el poster de Morgana que las contemplaba en la pared. Poco a poco (y con ayuda del alcohol) fue adquiriendo valor y enfrentó sus ojos temerosos pero rebosantes de curiosidad con los de la imponente vampira. Se esforzó en responder a las preguntas sobre su trabajo como psiquiatra, sus preferencias de ocio y su historial amoroso con vampiros. No le hubiese referido datos tan privados a nadie, no obstante, a esa chica hubiese sido incapaz de ocultarle nada. Ignoraba si se trataba tan solo de su naturaleza o la había sumido en algún tipo de trance, pero no osó preguntar.
—Está bien —sentenció Bellatrix cuando quince minutos después sus dudas quedaron satisfechas—. Por el momento me parece bien que salgáis juntas.
Eleanor y Julia se alegraron visiblemente y brindaron los cuatro juntos para hacerlo oficial. Cuando empezaron a llegar los clientes, los Black subieron a la suite de Bellatrix a solventar las deudas pendientes.
Tras dos horas de intensa actividad, Bellatrix quedó satisfecha y Sirius quedó satisfecho y completamente agotado. El sexo con una vampira resultaba delirantemente placentero, nada se le podía comparar; pero después le costaba incluso respirar. Así que se quedó embobado con una sonrisa mirando al techo. Bellatrix apoyó la cabeza en su pecho y se aferró a su cintura. Cuando vio que Sirius no podía ni mover el brazo, se lo cogió ella misma y se rodeó con él.
—Por fin he encontrado un hogar —susurró.
Esa declaración hizo a Sirius incluso más feliz. Así que empezó a planear su futuro, cosa que hasta ese momento no habían debatido:
—Cuando termine todo esto, la guerra, Voldemort y todo lo demás, nos mudaremos. Iremos a vivir a Noruega o Islandia… a alguna de esas ciudades en las que nunca sale el sol. Y conseguiré un palacio… o un castillo mejor. Estaremos juntos todos los días y todas las noches y seremos los más felices del mundo.
—Eso me gustaría —susurró Bellatrix mirándole.
Le besó el hombro y volvió a acurrucarse junto a él. No añadió nada más, pero Sirius imaginó que tenía sus recelos. Principalmente la edad: él envejecería y ella no. Bellatrix le había asegurado que estaría a su lado hasta el final y sabía que lo decía de verdad, pero se dio cuenta de que quizá era un poco cruel. No por obligarla a estar algún día con alguien que parecería su (siempre sexy) abuelo, sino por condenarla a soportar su ausencia el resto de sus días. Desde que se reencontraron hacía unos meses, tan solo se veían algunas noches a la semana y aún así se querían y necesitaban con todo su ser. Si compartieran una vida juntos, ese sentimiento se multiplicaría. Y un día Sirius moriría y Bellatrix no. Él no se imaginaba un tormento peor que pasar la eternidad sin el amor de su vida tras haberlo conocido.
—Bella… Sé que no quieres… pero ¿crees que algún día podrías replantearte lo de convertirme?
—No. No pienso matarte. Tampoco privarte de los placeres de comer y beber y mucho menos despojarte de tu magia para siempre. No se me ocurre nada más cruel y no quiero hacértelo a ti, prefiero la muerte definitiva.
—Vale, lo entiendo, no te preocupes. De todas maneras, antes tenemos que sobrevivir a la guerra…
Lo entendía, pero le dolía igual. Ese no era un tema del que le gustase hablar a Bellatrix, su resolución era absoluta. Así que se quedaron abrazados en silencio. Mientras Sirius disfrutaba del olor y de la suavidad del cuerpo de Bellatrix sobre el suyo y ella escuchaba los latidos de su corazón, se durmieron. No se dieron cuenta de que la clave era su último comentario: quizá la esperanza de vida de ambos no alcanzaba a la vejez…
Sucedió dos semanas después. Voldemort estaba furioso porque Harry no había caído en sus trampas legeremánticas. Envalentonado porque numerosas criaturas siniestras le apoyaban y aprovechando que Dumbledore había sido expulsado de Hogwarts por la Suma Inquisidora, decidió asaltar el colegio. Tenía a Draco como infiltrado dentro de la escuela y este, a golpe de imperio, logró que la directora quitara las protecciones del castillo. Esa misma tarde, Voldemort armado de un ejército de mortífagos, acromántulas y hombres-lobo invadió el lugar.
Sirius se enteró cuando le llegó un patronus de Tonks que estaba patrullando en Hogsmeade. Ni siquiera llegó a escuchar el mensaje completo de la auror: se puso las botas a toda velocidad y salió corriendo para aparecerse. Como Voldemort había eliminado las protecciones, no tuvo problema en personarse en Hogwarts. No pensó en avisar a Bellatrix: era de día, estaría durmiendo. Además, ella ya no pertenecía a ese mundo, esa guerra entre magos no era la suya. Prefería que se mantuviera al margen.
—¡Black! —le llamó McGonagall en cuanto lo vio— ¡Necesitamos ayuda!
Desde luego que la necesitaban, la cosa no iba bien. Los miembros de la Orden estaban al completo luchando contra los mortífagos y, del mismo modo, los alumnos más mayores. También algunos profesores combatían, pero otros estaban ocupados intentando sacar de ahí a los estudiantes más jóvenes. Por todas partes había humo, cadáveres, gritos y sangre.
—¡Ocupaos de las acromántulas! —les gritó Harry a sus amigos— ¡Y ayudad a evacuar a los más jóvenes!
—¿Qué vas a hacer tú? —le preguntó Hermione asustada.
—¡Luna y Neville ya están ayudando en la Sala de Menesteres! —intervino Ron— ¡No vamos a dejarte sol…!
Harry no escuchó la respuesta de su amigo porque un troll se interpuso entre ambos. Ron y Hermione se miraron con determinación y le indicaron a Harry con gestos que ellos se ocupaban. Tenía vía libre para hacer lo que necesitara hacer. Y no dudó:
—¡Tom! —bramó Harry— ¡Me buscas a mí! ¡Enfrentémonos y deja al resto en paz, no seas cobarde!
Sirius, ocupado luchando contra una pareja de acromántulas, ni siquiera vio de dónde salía su ahijado. En cuanto le escuchó gritar su odiado nombre, Voldemort le arrojó la maldición asesina. Harry encontró un modo de esquivarla: usar un escudo humano. En concreto a Dolores Umbridge, que intentaba huir todavía aturdida tras las maldiciones. Se colocó oportunamente entre el cazador y su presa. Y murió para disgusto de nadie.
—¡Avada kedavra! —repitió el mago oscuro.
—¡Expelliarmus! —respondió Harry.
Sirius soltó varias palabrotas, ¡no podía ser que su ahijado usase semejante hechizo infantil contra el mago oscuro más temido! Pero así era Harry. Mientras su padrino corría hacia él, ambos rayos colisionaron. Hubo una pugna de ambos haces de magia intentando avanzar, que culminó en una formidable explosión que los derribó a los dos.
—¡Harry! ¿Estás bien? —gritó Sirius arrodillándose junto a él.
—Estoy bien. No entiendo qué ha pasado —respondió contemplando su varita—. A no ser que…
Harry recordó lo que Dumbledore y Ollivander le habían contado: su varita y la de Voldemort compartían núcleo. Eran gemelas, no podían matarse entre ellos.
—Sirius, ¿me dejas tú…?
No pudo terminar. La manada de hombres-lobo que hasta entonces apenas había actuado, se abalanzó sobre ellos. Se defendían bien, pero no podían contra una veintena de licántropos. Voldemort se protegió con un escudo de plata y mató a quien intentó ayudarlos, aunque fueron pocos, puesto que los mortífagos seguían atacando y no había nadie libre. Mientras lanzaba ofensivas sin parar, Sirius no comprendía la situación. ¿Qué hacía Voldemort? ¿Por qué no intentaba matar a Harry? ¿Por qué dejaba a los hombres-lobo ocuparse de ellos? Sí, un hombre-lobo tenía más fuerza que un mago, pero aún así tampoco… Cuando la cabeza del ser que intentaba matarle salió volando, lo comprendió.
—Sabía que en esta trampa sí que caeríais… —se burló el mago oscuro— No intentes aparecerte, Black, he vuelto a colocar los hechizos.
Voldemort no quería a Harry, quería a Sirius. Quería a Sirius porque era la forma de que la persona a la que verdaderamente deseaba matar, apareciera. Y así fue. Aunque era por la tarde, el cielo estaba gris casi negro. Bellatrix no había tenido ningún problema para aparecerse rodeada de niebla en el momento en que sintió que su humano estaba en peligro. Estaba a su lado, aniquilando hombres lobo casi de dos en dos. Aún así, eran una jauría enorme.
—¡No puedo con tantos, Sirius! ¡Marchaos! —le gritó Bellatrix sin dejar de defenderse.
La vampira no usaba magia, tampoco los cuchillos que llevaba en ambas manos. Le valía su fuerza: les arrancó la cabeza a varios licántropos y a otros el corazón. A los que alcanzaban sus patadas, salían despedidos a muchos metros. El problema era que si alguno la mordía, la muerte definitiva quedaría peligrosamente cerca.
—¡No pienso dejarte sola! —bramó Sirius.
—No estará sola— se le sumó otra voz.
Sirius se giró y vio que tenían un infiltrado entre los hombres-lobo: Lupin luchaba de su parte contra los de su especie, intentando darles a Harry y a Sirius margen para huir. Ya no podían aparecerse, pero podrían entrar al castillo y usar la chimenea, o quizá buscar una escoba… Aunque todos ahí sabían que ellos jamás huirían abandonando a sus amigos. Era la guerra y ganarían o perecerían luchando.
—Lamento lo que dije, me equivoque con ella —fue lo último que dijo Lupin antes de que su voz se perdiera en una lluvia de maleficios cruzados.
Acudieron también McGonagall, Flitwick y Sprout para batirse juntos contra Voldemort, que igualaba sus fuerzas sin dificultad. Rabastan Lestrange y Lucius Malfoy inmovilizaron a Harry con gruesas sogas. Era demasiado valioso para que alguien lo matase por error. El chico gritaba sin parar intentando liberarse. Los Black, junto a Lupin, se defendieron extraordinariamente bien, mermando el ejército de Voldemort hasta que el mago oscuro empezó a quedarse solo. Entonces, arrojó una bombarda que pilló a Lupin de refilón y salió despedido varios metros hasta caer desmayado. Tonks se acercó a él y ayudó a evacuarlo junto a los heridos sin dejar de lanzar conjuros mientras.
Pronto, Voldemort se liberó de los tres profesores, sin lograr matarlos pero sí dejándolos fuera de combate. McGonagall se centró en salvarle la vida a Flitwick con ayuda de Sprout, que trataba de repeler a los atacantes. Ellos ni siquiera se enteraron cuando el mago oscuro atrapó a Sirius con un maleficio para cortarle la respiración y alejó su varita de una patada. El animago cayó al suelo, intentado recuperar su arma mientras observaba con horror cómo Nagini se aproximaba a él. Era un reptil descomunal, con fauces abiertas de colmillos afilados dispuestos a clavarse en su carne ante cualquier señal de su amo. Pero Voldemort no tenía prisa…
—¡Lumos solem! —gritó victorioso.
En cuanto la esfera solar comenzó a brillar sobre ellos, Sirius chilló y miró a Bellatrix con horror. Comprobó aliviado que no ardía (al menos por el momento), sin embargo, su fuerza, su velocidad y sus capacidades sobrehumanas se esfumaron. Aún así, seguía siendo muy diestra con las armas y logró aniquilar con sus dagas a tres mortífagos que trataron de apresarla.
—Ríndete, Bella, o verás cómo se tortura de verdad —se burló Voldemort.
—Hablas mucho para ser tan cobarde, Tom. Eres incapaz de hacer nada por ti solo, necesitas diez ejércitos —le espetó Bellatrix esquivando sus maleficios.
Pese a la burla y a que no le hubiese importado morir, la vida de Sirius era algo que no pensaba sacrificar. Bellatrix miró a Nagini con rabia. Segundos antes, quizá hubiese podido controlarla como hacía con todas las bestias, pero sin sus poderes ya no era posible. Así que cuando vio que Sirius se asfixiaba, Bellatrix se rindió, soltó sus cuchillos y miró a Voldemort. Él evitaba mirarla a los ojos, no quería arriesgarse a que —aun con todo— lograse hipnotizarlo. La única ventaja que le quedaba a ella era que su enemigo no sabía cuáles eran exactamente sus poderes. Aún así, su rostro reptiliano sonrió victorioso cuando con un poderoso maleficio ígneo, una cuerda de fuego la inmovilizó y ella no pudo defenderse.
—¡Ya os tengo! —se jactó Voldemort triunfal.
Bellatrix miró a su alrededor buscando ayuda. Localizó pronto a los Malfoy, varios metros más allá, cerca de las verjas de salida. Miró a los ojos a quien en otra vida fue su hermana y Narcissa le mantuvo la mirada largos segundos. Hasta que se dio la vuelta. Le pasó a su hijo Draco un brazo por la espalda y se marcharon junto a Lucius. Ya no eran su familia, nunca lo fueron.
Los tres estaban solos, abandonados a su suerte… otra vez. Como cuando Harry perdió a sus padres, cuando a Sirius lo encarcelaron sin juicio o cuando a Bellatrix la dieron por muerta y nadie la buscó. Tenían fama, dinero y poder y, aún así, seguían siendo los parias, los marginados de esa sociedad.
